Egipto: Hacia una segunda revolución

El presidente de Egipto, Mohamed Morsi ha publicado una declaración constitucional otorgándose amplios poderes y provocando grandes protestas y disturbios en todo el país. Aunque Morsi y los Hermanos Musulmanes justifican el decretazo alegando que era necesario para llevar a cabo los objetivos de la revolución que derrocó a Hosni Mubarak en 2011, muchos egipcios lo han visto como un simple intento de aumentar su poder. Miles de manifestantes han salido a la calle para demostrar su indignación.

Sameh Naguib, un dirigente de los Socialistas Revolucionarios de Egipto, escribió este artículo, en el que analiza la situación política en Egipto, antes de la declaración constitucional Morsi, y del último asalto de Israel contra Gaza.

Las grandes revoluciones de la historia moderna han durado varios años, con flujos y reflujos, a través de victorias y derrotas parciales.
Las revoluciones suelen comenzar con una temporal y aparente unidad de todos aquellos que se oponen al antiguo régimen. Sin embargo, cuando comienza la caída de ese régimen, las fuerzas de la oposición rápidamente se dividen de acuerdo a los intereses que expresan, su concepción de la revolución y los límites de sus objetivos, entre quienes quieren impulsar hasta el final la revolución y quienes quieren frenarla, entre las demandas políticas y las demandas sociales de la revolución.

El camino a seguir se complica aún más por la entrada en escena de nuevas y diferentes clases y grupos. Cuanto más empieza a atentar la revolución contra los intereses vitales de las clases y segmentos que forman el corazón del antiguo régimen, más estas clases comienzan a organizar sus filas en un esfuerzo contrarrevolucionario para volver al antiguo régimen, incluso si es con una nueva fachada y con caras nuevas, con algunas concesiones superficiales.

Hay que distinguir dos tipos de revolución. Porque hay revoluciones políticas que se limitan a derrocar al jefe de Estado, pero mantienen no sólo la antigua organización social y económica, sino las mismas instituciones del estado anterior, aunque con nuevos líderes.

Es evidente que existe una relación estrecha entre las instituciones del Estado y las clases sociales cuyos intereses sirven y protegen las leyes, constituciones, parlamentos y fuerzas armadas. Porque el estado no es y nunca será una fuerza que expresa los intereses del "pueblo", sino una fuerza de clase que expresa y proteger esa pequeña porción de la población que posee la riqueza y por lo tanto el poder real. Porque la misión del ejército no es proteger al pueblo o la nación, sino los intereses nacionales y extranjeros de los grandes hombres de negocios y empresa, tanto locales como internacionales. El aparato de seguridad no funciona al servicio del pueblo, sino al servicio de la propiedad privada y aquellos que la detentan. Su función fundamental es la opresión y el sometimiento de todos los que transgreden este orden.

En cuanto al poder judicial y la concepción ingenua que cree en su independencia como institución, no hay un solo ser racional en Egipto que puede defenderla después de la cadena de farsas que absolvió no solo a los policías que asesinaron, sino también a la banda de altos oficiales que ordenaron la Batalla del Camello . Y así también el aparato administrativo del Estado, la misma corrupción, los mismos intereses, el mismo estado.

Aunque se pueda aceptar en el debate la hipótesis de que el parlamento es diferente de esas otras instituciones, ya que es la única cuyos miembros son elegidos democráticamente, aunque aceptemos la hipótesis de que todos los diputados elegidos lo fueron como resultado de la libre elección de los ciudadanos y no el resultado de millones de libras egipcias y la movilización religiosa, se encogen de terror ante los detentadores de la verdadera riqueza y el poder. Y los acontecimientos de los últimos tres meses confirmar todo esto.

La revolución permitió a los Hermanos Musulmanes llegar al poder, sustituir a los responsables del antiguo régimen, pero los HM no desean el triunfo de la revolución, y no quieren alterar la naturaleza del antiguo régimen y su estado. No quieren, por supuesto, atentar contra los intereses de los millonarios de Egipto, los titulares reales de la riqueza y el poder. En Egipto hay hoy 490 millonarios (en dólares americanos) que han aumentado su riqueza desde la revolución. Al mismo tiempo, en Egipto el 40% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, y sigue creciendo el número y la pobreza desde la revolución.

Morsi y los Hermanos Musulmanes han devuelto a la policía a las calles de Egipto, no para el control del tráfico o la seguridad de los barrios al servicio de las personas, sino para romper sentadas y huelgas, para detener a sus dirigentes y volver a utilizar la tortura y el asesinato para aterrorizar a las masas.

Y Morsi ha comenzado su mandato no visitando Túnez - chispa de las revoluciones árabes - sino con una visita a Arabia Saudita, el reino de las tinieblas, protector de los dictadores, y el principal centro de la contrarrevolución en nuestra región.

Morsi ha comenzado su programa de Renacimiento no con el anuncio de proyectos estatales para aumentar los salarios o resolver cualquiera de los problemas fundamentales que enfrenta la mayoría de la gente, sino solicitando acceder a los préstamos del Fondo Monetario Internacional, que históricamente han desempeñado un papel esencial desde la década de 1990 en la era de Hosni Mubarak a la hora de forzar políticas de empobrecimiento, marginación y hambre para la mayoría.

Incluso Gaza, que continúa enriqueciendo a los HM con el tormento del asedio que sufre su pueblo, ha sido traicionada por Morsi, que ordenó la destrucción de todos los túneles que el heroico pueblo (de Gaza) utilizaba para conseguir los productos alimenticios y de primera necesidad para su vida cotidiana, sin aportar ninguna alternativa, como sería abrir el cruce de Rafah por completo a la circulación de personas y mercancías.

En cuanto a los acuerdos de Camp David, la esencia de la política exterior del régimen de Mubarak y la base de su completa subordinación a los intereses de los Estados Unidos, Morsi no dudó ni un día antes de anunciar su compromiso total con ellos.

Y cuando los jóvenes de la revolución descendieron a su plaza, la plaza Tahrir, la plaza de los mártires, para recordar a Morsi y los HM los mártires y sus promesas mentirosas y sus traiciones a los objetivos de la revolución, Morsi y los dirigentes de la Hermandad expresaron no sólo su hostilidad hacia la revolución y los revolucionarios utilizando los mismos métodos y matones del régimen anterior, sino también un grado considerable de confusión y estupidez política, como se evidencia en el teatro de la destitución del fiscal general, ese criminal al que la Hermandad no había dirigido la palabra desde la revolución.

La Constitución y su laberinto

Además del hecho de que el consejo que está redactando la constitución no es un órgano elegido por el pueblo directamente para ello, se trata de una farsa sin precedente en la historia de la redacción de la constitución post-revoluciones.

La verdadera farsa es el hecho que la constitución que cristaliza hoy en manos de estas élites no elegidas no tiene la menor relación con la revolución egipcia y sus reivindicaciones. No difiere en esencia de la constitución de los gobiernos de Sadat / Mubarak en lo que se refiere a su hostilidad a los pobres y el abandono deliberado de los intereses y derechos de las personas. Es lo suficientemente ambigua en sus artículos sobre las libertades civiles que el Estado podrá continuar con las mismas políticas brutales, además de los artículos inspirados por los islamistas, gracias a los que la idea de igualdad entre musulmanes y no musulmanes, entre hombres y mujeres, de libertad de religión y de opinión sean meras palabras huecas.

Y a pesar de los ruidosos desacuerdos entre liberales y islamistas respecto a la religión en la Constitución, nos encontramos con que ambas partes están en casi total acuerdo con respecto a los artículos sobre la protección del capital y los capitalistas a costa de los pobres de Egipto.

En todo caso, la constitución, al igual que los textos religiosos, no se refiere a la realidad, sino en la medida en que es interpretada por un laberinto comentarios legales y la jurisprudencia. Porque mientras los comentaristas sean una parte integral de la clase dominante y su estado, la constitución no será más que un pedazo de papel para justificar las políticas del nuevo viejo régimen.

Esto no quiere decir que la lucha contra esta constitución antagónica a la revolución y la denuncia de su contenido no sea importante, pero esta lucha no se librará en los pasillos de la jurisprudencia y la legalidad, sino en las plazas y en las fábricas y los barrios pobres. Hay que informar a las masas de la enemistad de las elites actuales hacia sus intereses y su revolución. Debemos informarles de la necesidad de cambiar el equilibrio de poder en favor de las masas con el fin de ser capaces de derrocar no sólo la Constitución, sino también las elites que la produjeron.

La Hermandad y los salafistas y cómo enfrentarse a ellos

Durante mucho tiempo hemos visto a la Hermandad y los islamistas en general como una fuerza reformista popular- conservadora que ha alcanzado su popularidad como una fuerza que a veces estaba en la oposición y en ocasiones en tregua con el antiguo régimen. Se han ganado su popularidad, en parte, como resultado del fracaso de la izquierda para construir una alternativa revolucionaria de masas, pero también uniendo algunas de sus facciones al antiguo régimen y su aparato de seguridad.

Nuestro análisis apunta a las contradicciones dentro y entre las diferentes corrientes islamistas, entre su dirección burguesa y su base de pequeños burgueses, y entre sus círculos más amplios de apoyo entre la clase obrera y en los barrios pobres. Estas contradicciones han existido siempre en sus consignas religiosas ambiguas. Su existencia continuada, a pesar de su repetida conciliación con el poder, ha hecho que fueron vistos por sectores de la población como la única oposición seria al viejo régimen en ausencia de otras alternativas.

Debido a ello, es natural que un amplio sector de la población los haya votado después del estallido de la revolución. Esto es lo que ocurre siempre en las primeras etapas de las revoluciones. La conciencia de las masas no salta de repente hasta alcanzar una completa conciencia revolucionaria.

En la Revolución Francesa, por ejemplo, la mayoría de la Asamblea Nacional elegida estaba compuesta por monárquicos constitucionalistas que querían que la monarquía permaneciese con algunas reformas menores. Los revolucionarios en esa etapa eran una minoría, y la izquierda revolucionaria, representada por los jacobinos, no fue capaz de ganar la mayoría, ejecutar al rey, y comenzar la verdadera guerra contra la aristocracia hasta tres años después del estallido de la revolución.

Y en la Revolución Rusa, los bolcheviques y Lenin no llegaron de inmediato el poder. Los representantes de la oposición reformista llegaron al poder sin aplicar ni un solo objetivo de la revolución hasta que los bolcheviques consiguieron la mayoría en los consejos de obreros, campesinos y soldados, y derrocaron a los remanentes del antiguo régimen en la gran Revolución de Octubre.

Así pues, la llegada de los HM y los salafistas al poder no es el final, sino una etapa de transición que requiere la lucha paciente y persistente para lograr la mayoría para nuestro proyecto revolucionario y la necesidad de una segunda revolución egipcia.

Un factor clave en este proceso es ganar amplios sectores de la base social islamista, y explotar las contradicciones de clase que han caracterizado la política de su dirección desde el estallido de la revolución y que hoy están comenzando a explotar.

Sin embargo, este proceso también requiere que no descuidamos ningún podio o espacio en el que competir con la Hermandad y los salafistas para ganar los corazones y las mentes de las masas, que todavía tienen ilusiones sobre los islamistas, o por lo menos todavía no nos ven como una alternativa seria.

Y esto significa que debemos participar en cada batalla electoral, ya sea parlamentaria o local, no en la creencia de que el parlamento es el campo donde se producirá el verdadero cambio, sino para no dejar ninguna arena sin utilizar para denunciar no sólo a la Hermandad y los salafistas, sino también los remanentes del antiguo régimen y los liberales, así como para explicar pacientemente a las masas nuestro proyecto revolucionario y ganarlos a nuestras filas.

La clase obrera y la naturaleza social / sociológica de la revolución egipcia

Amplios sectores de la clase obrera egipcia han participado en la revolución desde sus primeros días, al principio individualmente en las manifestaciones, las batallas y las ocupaciones de las plazas. Jugaron el papel decisivo en el derrocamiento de Mubarak con enormes olas de huelgas de masas que convencieron a los líderes de su ejército y sus aliados estadounidenses de la necesidad de su salida para salvar al régimen.

Y a partir de ese momento, hemos sido testigos de una oleada tras otra de huelgas obreras que aumentan en profundidad, amplitud y conciencia. Porque con cada victoria parcial para la revolución en el plano político, y con cada retirada de los restos del régimen, la clase obrera ha aumentado la confianza en su capacidad para tomar la ofensiva para defender sus objetivos económicos y sociales. Cada gran oleada de huelgas da un gran impulso a las reivindicaciones políticas y democráticas.

Siempre debemos recordar que la revolución egipcia no se inició en enero de 2011, sino que tuvo un preludio importante en esa ola de huelgas obreras y manifestaciones masivas que estallaron en Mahalla en 2006. Luego se extendió como la pólvora por todo el país y tal vez el levantamiento de Mahalla en 2008 fue el ensayo real para la revolución. Y esa ola había llegado después de las anteriores olas de manifestaciones políticas en solidaridad con la Intifada palestina, en contra de la guerra de Irak y, finalmente, el movimiento democrático contra la tiranía y la sucesión (de Gamal Mubarak a la presidencia que ostentaba Hosni Mubarak).

Estos preludios confirmar que la revolución egipcia no fue sólo una revolución política que buscaba el derrocamiento del jefe de Estado y la sustitución de una elite por otra, sino que fue y sigue siendo a la vez una revolución política y una revolución social, que aspiran a transformaciones más profundas. Confirman también el peligro de que sólo se consigan unas pocas reformas democráticas y el intercambio de una elite gobernante por otra, Mubarak por Morsi.

Debemos mirar a la actual ola de huelgas y ocupaciones, que es la más grande desde los primeros meses de la revolución (más de un millar de huelgas en los últimos dos meses). Esta oleada de huelgas se diferencia de las anteriores, porque se produce después de la primera elección presidencial democrática en la historia de Egipto. Y esto es una indicación importante del nivel de conciencia política y social de los trabajadores egipcios, porque las promesas populistas de los discursos de Morsi no han engañado a los trabajadores de vanguardia, que rápidamente han descubierto la base clasista de sus políticas y de su multimillonario primer ministro Khairat al-Shater, que no es menos hostil contra los trabajadores y sus reivindicaciones que Gamal Mubarak y Ahmed Ezz.

Pero a pesar de la fuerza, la amplitud y la profundidad de la actual ola de lucha de los trabajadores, el camino es largo para este movimiento pueda convertirse en la punta de lanza de la segunda revolución egipcia. En primer lugar, el movimiento sigue estando disperso y fragmentado entre diferentes fábricas y sectores y regiones geográficas.

En segundo lugar, a pesar de su peso, el movimiento no representa más que una pequeña minoría de la clase obrera egipcia, porque la mayoría de los trabajadores egipcios trabajan en talleres y tiendas y en lo que se llama el sector informal, dispersos en los diferentes barrios y barriadas pobres de la ciudades de Egipto. Estos trabajadores se enfrentan a una doble explotación, así como a dificultades intensas en la lucha por sus reivindicaciones y la lucha por establecer vínculos con el corazón del movimiento obrero que late en las grandes fábricas, empresas y centros donde se concentra.

La tercera dificultad es que, a pesar de la incansable labor de solidaridad con el movimiento obrero, los esfuerzos por conectar sus diversos elementos y establecer sindicatos independientes sigue circunscribiéndose a los límites de los sindicatos, que separan la lucha por las reivindicaciones económicas de las luchas y reivindicaciones políticas revolucionarias. Ya que sin el crecimiento de una poderosa minoría que haga suyo el proyecto revolucionario en el plano político y social, las fuerzas burguesas podrá cooptar al movimiento, creando una burocracia sindical que actúe como un freno para el movimiento desde dentro, desviandolo de sus objetivos.

La economía egipcia se enfrenta a una crisis compleja, los mayores empresarios están reduciendo sus inversiones y muchas de las fábricas se han cerrado. El estancamiento simultáneo de la economía mundial y la falta de estabilidad política y social en Egipto han afectado negativamente al sector turístico y las industrias de exportación, con la excepción del petróleo y el gas natural.

El Plan de Morsi para combatir esta crisis es una combinación de austeridad y profundización de las políticas neoliberales defendidas por el ex presidente depuesto. Esto significa que los enfrentamientos que comenzaron durante los últimos dos meses se incrementarán drásticamente desde los dos extremos: olas sucesivas de ocupaciones y huelgas de la clase obrera y una intensificación de la represión y de la utilización de la policía para ello.

En cuanto a las coaliciones, frentes, partidos y las próximas batallas políticas

Los esfuerzos sucesivos de distintas fuerzas políticas y la aparición de una serie de coaliciones, frentes y partidos nuevos en preparación para las próximas elecciones parlamentarias requiere una profunda reflexión para comprender la actual escena política en Egipto y nuestro lugar en este complicado diagrama.

Tal vez lo más peligroso que ha ocurrido es que la mayoría de estas coaliciones se han construido sobre la base de la contradicción laicismo-islamismo y no en torno a la continuación de la revolución o de un programa social compartida por los diferentes partidos.

Tenemos una coalición de los remanentes del antiguo régimen con algunos liberales liderados por Amr Moussa y Ayman Nour, con el nombre de Coalición de la Nación Egipcia (Ummah), más tarde el Partido Conferencia / Congreso. Y ahí está la Corriente Popular, con Hamdeen Sabbahi, que la fundó a partir de su campaña para las elecciones presidenciales. Asimismo, el Partido de la Constitución (de El Baradei y George Ishaq, entre otros) y el Partido Egipto Fuerte (Abd el Moneim Abou el Futuh) y los otros dos partidos que aún no han decidido en cuál de las coaliciones se incluirán. Y en la izquierda, la Alianza Revolucionaria Democrática, que incluye una serie de partidos de izquierda, además del Partido Tagammu.

Y todos ellos se enfrentan al gobernante Partido Libertad y Justicia, con sus aliados entre los grupos salafistas. Y por supuesto, todos estos partidos y alianzas están en un estado de fluidez, tanto a nivel político y como de alianzas.

¿Cuáles son los principios que guían nuestra intervención y compromiso con este diagrama complicado, cambiante y variado?

En primer lugar, no podemos, bajo ninguna circunstancia aislarnos de las batallas políticas y electorales por venir, porque ello nos impediría hacer propaganda y exponer nuestras reivindicaciones políticas generales, y dejar a nuestros enemigos y competidores el monopolio de la arena política.

En segundo lugar, debemos recordar que nuestra entrada en cualquier frente o alianza se rige por la estrategia del frente único. Cualquier trabajo temporal compartido debe estar limitado a puntos programáticos concretos, sin renunciar a nuestra posición independiente y sin poner en peligro el derecho a criticar a los grupos con los que trabajamos, dentro de los límites, por supuesto, de no destruir el trabajo conjunto.

En tercer lugar, hay que recordar que hay una vuelta en las próximas elecciones de los remanentes del antiguo régimen, o quienes les representen, bajo la elástica categoría de "fuerzas laicas", en alianza con sectores de la derecha liberal. Por lo tanto, hay una batalla contra el partido gobernante y sus aliados desde la derecha y una batalla por la izquierda. Nunca debemos compartir agenda con aquellos que desean aprovechar los restos del antiguo régimen, con el pretexto de reforzar el ala civil laica y la necesidad de unir a todos los grupos laicos desde la extrema izquierda a la extrema derecha.

Nuestra batalla es la batalla para continuar la revolución y preparar la segunda revolución egipcia. Quienes se oponen a estos objetivos no son solo la Hermandad y la mayoría de los salafistas, sino también los restos del antiguo régimen que permanecen en el corazón del estado egipcio, y la mayoría de las fuerzas liberales que defienden el mismo Estado capitalista, pero de una manera menos religiosa.

En cuarto y último lugar, nos corresponde formular el límite mínimo aceptable para un programa de reivindicaciones electorales, sin que nuestra plataforma política mínima sea repulsiva a cualquier otro grupo político. Tenemos que tener un poco de flexibilidad y confianza para permitirnos estar en la escena política y protegernos del aislamiento y el retraimiento.

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Al comienzo de estas páginas adelanté la idea que el cambio producido por la revolución egipcia hasta ahora ha sido un cambio de poder político, sin transgredir los fundamentos del Estado egipcio por lo que se refiere a sus fuerzas armadas, la seguridad, el poder judicial y las instituciones gubernamentales. Los símbolos de la época anterior han cambiado, pero las instituciones se han mantenido intactas. Y la otra cara de la moneda es que el resto de la clase dominante - los grandes millonarios de Egipto - con toda su riqueza robada a costa de la sangre del pueblo. No está en los intereses de la Hermandad, junto con todas las fuerzas de la derecha, de centro y reformistas, atacar este sistema, ni su clase dominante ni el Estado que la protege.

Pero no podemos desmantelar el estado y comenzar a construir un estado obrero y campesino sin ganar a la mayoría de las masas trabajadoras a nuestro proyecto revolucionario. Su conciencia está todavía influenciada por las fuerzas de derecha, de centro y reformistas. Y las fuerzas revolucionarias - y aquí se incluye a todos los que deseen llevar hasta el final la revolución egipcia – tienen aun una influencia limitada. Cambiar esta situación requiere un trabajo incansable y paciente a tres niveles.

El primer nivel es una fusión duradera con las luchas y manifestaciones alrededor de demandas específicas, no sólo en aras de la solidaridad y la unidad, sino para ganar a los dirigentes de los obreros y campesinos y a los militantes de los barrios pobres y los sectores oprimidos de la sociedad en consonancia con nuestra visión a largo plazo revolucionaria.

El segundo nivel es el nivel de la organización. El legado organizativo revolucionario es una de las armas más importantes en la siguiente etapa. La construcción de la organización y su transformación en un movimiento de masas amplio con una base bien establecida no es tarea fácil. Siempre encontraremos en el camino esfuerzos para sabotear y desactivar nuestro trabajo organizativo, y la acumulación de fuerzas, que es necesaria en un momento como este, va a suponer una amplia variedad de militantes que no estarán familiarizados con nuestra tradición revolucionaria. Esto es lo que requiere la mayor cantidad posible de esfuerzos para la inclusión, la educación y la formación práctica, combinada con dureza estricta hacia quienes quieran sabotearla y los infiltrados.

Y el tercer nivel es el nivel de la ideología y la propaganda, ya que debemos librar una guerra sin cuartel contra las ideas de extrema derecha, ya sean liberales o islamista, y dar a conocer el pensamiento marxista lo más ampliamente posible. El capitalismo, tanto a nivel mundial como egipcio, se encuentra en un estado de colapso y la clase obrera egipcia está en un estado constante pre-revolucionario. Estas condiciones históricas no se repiten a menudo, así que o progresamos hacia la segunda revolución egipcia o nuestro destino será la victoria de la contrarrevolución.

 

Traducción: Ahmed Al Malaki

Extraído de socialistworker.org



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