Cuba y el marxismo

A la pregunta de una periodista en el avión donde viajaba hacia México, el Papa Benedicto XVI respondió: “Hoy es evidente que la ideología marxista, tal como fue concebida, ya no responde a la realidad. De esta forma ya no puede responder a la construcción de una nueva sociedad.”
 
Lo primero es observar que la respuesta del Papa está bien matizada: “tal como fue concebida…”, “de esta forma…”, porque ni toda la teoría marxista es condenada por la Iglesia ni todas sus aplicaciones prácticas a través de la historia son comparables.
 
En “Octogesima Adveniens” (no. 33) Pablo VI considera cuatro niveles del marxismo. En el cuarto nivel, la teoría marxista se entiende como “un riguroso método de examen de la realidad social y política.” No debemos olvidar tampoco que los papas siempre han sido más críticos con el capitalismo que con el socialismo. Pio XII dejó bien claro que la defensa por la Iglesia de la propiedad privada no es en modo alguno una defensa de las relaciones de propiedad capitalistas.
 
En realidad, el principal elemento de contradicción entre la Iglesia y el marxismo es la filosofía ateísta, pero en el caso concreto del socialismo cubano hace ya exactamente veinte años que derribamos ese muro con la reforma que eliminó el carácter ateo de la Constitución y creó la república laica. Tenemos además que tener en cuenta que las raíces primarias de nuestra revolución son autóctonas, profundamente martianas; que fue un sacerdote, el Padre Félix Varela, el que creó el pensamiento fundacional de nuestra nacionalidad, que dos hombres de profundas convicciones religiosas, Frank País en Santiago y José Antonio Echeverría en La Habana, son figuras cimeras en la gesta revolucionaria, y que varias generaciones de cubanos fueron formados en el pensamiento humanista de Fidel. Del marxismo utilizamos lo mejor, decantado de extremismos estalinistas, en un proceso de purificación que no ha terminado todavía.
 
Otros elementos de antagonismo no son aplicables a Cuba. En nuestro país no hubo colectivización, ni purgas, ni genocidios de minorías étnicas o nacionales; tampoco hubo desaparecidos, ni torturados, ni asesinatos políticos; no se promueve la violencia entre clases porque la burguesía cubana, dependiente y plattista, emigró en su totalidad a Estados Unidos hace más de cincuenta años.
 
En el sistema socialista cubano se admite la coexistencia con la estatal de otras formas de propiedad. El tema de la propiedad es extenso y complejo y en él existen numerosos  mitos. Tomemos como ejemplo la propiedad de la vivienda.
 
En Estados Unidos, el país capitalista por excelencia, son muy pocos los que pueden considerarse propietarios de la casa en que viven. Son los bancos los verdaderos dueños pues casi siempre la compra se realiza mediante hipotecas a pagar en veinte, treinta o más años y con intereses usureros. Los que terminan de pagar el préstamo, generalmente ya en la vejez, han pagado varias veces el valor real de la casa y tampoco entonces pasan a ser ellos los verdaderos propietarios ya que, cuando por alguna circunstancia (pérdida del empleo, desgracia familiar, etc.) dejan de pagar los seguros o los impuestos del Estado, cada vez más altos, pierden la propiedad de su casa. Es lo que ha sucedido y sigue sucediendo a millones de personas en Estados Unidos y, en particular, a decenas de miles de cubanos que emigraron a este país en busca del llamado “sueño americano” y han tenido que entregar sus casas a los bancos después de trabajar toda una vida.
 
En contraste, la abrumadora mayoría de los cubanos de la Isla son verdaderos propietarios de su vivienda, no pagan impuestos y no están obligados a pagar seguros. Por ley, bajo ninguna circunstancia pueden ser desalojados del lugar donde viven, excepto en el caso de ocupaciones ilegales. En general, a ningún nuevo propietario el Estado le exige más de un 10 % del ingreso familiar para la amortización de su deuda.
 
Cierto es que existe un déficit de viviendas y que una parte de las existentes está en mal o pésimo estado, a lo cual no es ajeno el bloqueo impuesto a Cuba durante tantos años pero, ¿cuánto vale –en términos de respeto a la dignidad humana- el hecho de que las familias cubanas tengan su techo asegurado cualesquiera que sean las situaciones adversas o trágicas que se presenten?.
 
El principio fundamental del socialismo es evitar la explotación del hombre por el hombre. Esto se traduce en la necesidad de expropiar y poner en manos de todos los trabajadores los principales medios de producción (subrayo principales). Pero la realidad económica actual es muchísimo más compleja que en el siglo XIX y no debemos confundir los principios con sus aplicaciones prácticas. Lo importante no es la forma de propiedad, lo importante es que beneficie a la nación, entendida por supuesto esta última no como un pequeño grupo de oligarcas sino como el pueblo en su totalidad. Marx y Engels, en el Prefacio a la Edición Alemana de 1872 del Manifiesto Comunista, diáfanamente señalan que “la aplicación práctica de sus principios dependerá, como el propio Manifiesto señala, en todas partes y en todos los tiempos, de las condiciones históricas existentes en un tiempo dado.”
 
Pero el cubano es propietario también, gracias al socialismo, de bienes espirituales mucho más preciados que los bienes materiales. Es muy difícil encontrar un ciudadano en Cuba con menos de nueve grados de escolaridad, es uno de los países del mundo con mayor número de maestros, médicos y científicos por número de habitantes, y decenas de universidades cubren todo el territorio de la Isla. Las escuelas de arte y de deportes cubren igualmente toda la geografía insular. Cada niño en Cuba puede aspirar a las metas más altas del arte y de la ciencia que su voluntad y su capacidad le permitan, pues la enseñanza es universal y gratuita a todos los niveles. Los programas cubanos de educación y salud se presentan con frecuencia por organismos especializados de Naciones Unidas como ejemplos a seguir.
 
 Tiene además el cubano la dignidad de un pueblo independiente, donde sólo los más ancianos recuerdan aquella república en que los presidentes no actuaban sin el permiso del embajador de Estados Unidos, pasión por la justicia, generosos sentimientos de solidaridad y el orgullo de haber resistido más de medio siglo de calumnias, agresiones y bloqueo.
 

Conservemos pues, creadoramente, nuestras raíces; salvemos,  sin dogmatismos, lo más útil del pensamiento marxista y hurguemos, sin prejuicios, en el rico venero de perfeccionamiento de la sociedad que nos brinda la sabia, profunda y larga experiencia de la enseñanza social cristiana.

sccapote@yahoo.com



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Salvador Capote


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