Abundancia revolucionaria

La economía es una ciencia social cuyo objeto de estudio es “la producción, la distribución (o reparto entre los miembros de la sociedad) y el consumo de los bienes escasos”. 

Dado el efecto de la apropiación de la riqueza sobre el ordenamiento social, la economía no siempre pretende aclarar sus mecanismos de funcionamiento, pues entre ellos los de la expropiación de las mayorías ocupan un lugar preponderante, y no es conveniente que ellas lo sepan y, de saberlo, al menos se procura que no los entiendan, pues “doctores tiene la Santa Madre Iglesia”.

Si bien el objeto de la economía desde el punto de vista individual -o sea, según los intereses del propietario de los medios de producción diferentes a la fuerza de trabajo- es la mayor utilidad al menor costo para él, para la sociedad suele ser letal.

En cambio, cuando el propósito de la distribución de los bienes escasos es atender las necesidades de la población de acuerdo a su demanda efectiva, el resultado es la maximización del bienestar colectivo y de la satisfacción individual, optimizando el uso de los recursos.

Es este caso, el derroche pierde toda justificación, pues el costo ambiental y social se tiene en cuenta y cobra una importancia preponderante que el capitalista individual no suele considerar porque no le representa erogaciones tangibles.

Y ellos son tan malitos para lo abstracto como para respetar lo ajeno. Además, les es absolutamente indiferente el ridículo apego a la Naturaleza -romanticoide, tonto y feminoide- de los ambientalistas que no aprovechan sus vidas para conseguir dinero pero las arriesgan por causas perdidas, como salvar al Mundo que las tres religiones monoteístas saben que ya llegó a su fin.

Por esas poderosas, teológicas y pragmáticas razones, causan desastres en el medio ambiente cuyo costo para la sociedad es muy superior al beneficio que le producen al propietario individual los resultados de su agresión irreparable.

Si los tuviesen en cuenta, la relación costo/beneficio se tornaría enorme, indicándoles que se trata de pésimos negocios. 

Pero, al recibir los nichos ecológicos como subsidios para cebar su ambición que les conceden los vendepatria -también indiferentes a los daños causados y al bienestar de los compatriotas, pero ávidos de comisiones y regalías-, los potentados terminan haciendo una gran inversión (al menos, bastantes rentable para ellos).

El costosísimo derrame de petróleo en el golfo de México ha causado daños que no se pueden reparar ni acudiendo a todo el capital de la BP, de modo que es imposible pagarlos.

Además, nunca los consideran entre sus costos de producción los inversionistas neoliberales cuando hacen sus planes de inversión (y tampoco cuando los ejecutan) en las neocolonias o en los mismos linderos del Imperio.

No temen adelantar sus depredaciones porque, hasta ahora, siguen disfrutando de impunidad y carta franca para perpetrar sus crímenes. Pero pronto tendremos que cobrárselos si aspiramos a conservar y proteger la biosfera, reduciendo las amenazas a la perpetuación de la Vida.

Volviendo a la definición dada, se deduce que no serían objeto de estudio de la economía los bienes abundantes, por indispensables que sean, pues, como el aire, están disponibles para todos sin restricciones (aunque la afirmación pierde cada vez más validez respecto al aire, a medida que la polución avanza y se acumulan más venenos en la atmósfera; también la invalidan otras cosillas más, que eran gratis y de buena calidad, como las playas o la pesca en ríos cristalinos).

Pero sí lo serían los zapatos y las peinillas, el maíz, la leche y los quesos, el oro, los automóviles y hasta los encendedores desechables, aunque éstos, por ser tan abundantes, han salido del ámbito económico convertidos en basura.

Cualquiera puede recoger cuántos quiera, o dejar que sigan su destino de contaminadores eternos. Así hay de bastantes, y su producción no para. No obstante, los recipientes de plástico “no retornables” son muchos más y, aunque son tan útiles, la inmensa mayoría terminan como basura. No valen nada, a pesar de su evidente y variada utilidad. Al consumismo no le importa que su valor de uso siga intacto.

Si se reutilizasen, su producción se reduciría o hasta perdería su razón de ser, lo cual sería mortal para la economía consumista que está matando al Mundo mediante lo que alguien llamó “obsolescencia programada”. 

Sin restarle importancia a la grave denuncia, que incita a reaccionar y exigir respeto para la Vida y la Humanidad, el término no me parece exacto porque la obsolescencia es un resultado del avance tecnológico (del cual la moda haría parte).  

Y aunque la ley de Moore ha demostrado que puede ser programada, ya que hace tiempos la capacidad de cómputo de los microprocesadores se duplica cada año y medio, según su predicción; los bienes que se dañan tras un tiempo de uso predefinido o preestablecido malévolamente, no se vuelven obsoletos sino basura antes de tiempo. 

Los ruines intereses de los potentados los convierten en una agresión deliberada contra la Vida y el Medio Ambiente. 

Además, son una verdadera estafa para los consumidores que se ven obligados a botarlos y reponerlos por otros igualmente ordinarios y programados para que se dañen como los que se han visto obligados a botar. 

Les impiden adquirir otros bienes, de modo que su esfuerzo por obtener ingresos no se ve adecuadamente recompensado con una mejoría en su nivel de vida. Escasamente logran conservar el que alcanzaron en sus primeros enviones, quizás cuando los regalos de bodas les proveyeron el surtido inicial, o cuando los solteros resolvieron ahorrar para adquirir el bien de uso “durable” que tiene calculado su deterioro precoz.

Si la gente juzgara independientemente lo que ve -sin creer ciegamente lo que le dicen sus domesticadores ni dejarse engañar con explicaciones absurdas y pretextos mezquinos de potentados enfermizamente egoístas-, comprendería que los bienes destinados prematuramente a convertirse en basura porque están programados para dañarse, también significan un absurdo y evidentemente irracional desperdicio de recursos y de trabajo humano, que nos roba tiempo y energías sin ninguna razón diferente a la arbitrariedad del sistema imperante. 

O sea, tamaña estupidez busca perpetuar las diferencias sociales que les permiten a tantos tarados (como Bush o bin Laden) sentirse superiores y posar como tales, a pesar de su evidente mediocridad e ineptitud, a no ser para la impostura y el crimen.

Para las bestias ineptas, caducas e inescrupulosas que dirigen la economía del absurdo, convertir en basura los bienes de uso, lo más pronto posible, es prueba del “talento de potentado” (tan incomprensible y mal interpretado por quienes no lo son ni están preparados para entenderlo).

Semejante acumulación de desechos y problemas confirma la naturaleza sicopática y la disposición asesina y depredadora de los potentados que han basado su falsa superioridad en la riqueza y la violencia, mientras reprimen la inteligencia, desprecian el talento y pisotean la dignidad de las mayorías.

En su mundillo esquizofrénico, las basuras son el aceite del absurdo sistema depredador: si las mercancías no se dañan no se pueden producir otras nuevas, aunque sean iguales a las desechadas. El mezquino interés individual busca utilidades tangibles y estrictamente periódicas.

Poco le interesa que sean fruto de una innovación tecnológica que enriquecería el acerbo productivo a disposición de la especie, de modo que justificaría darles de baja a los bienes de uso que fuesen producto de una tecnología menos avanzada.

En una sociedad orientada al bienestar de sus miembros, en vez de producir para desechar, hay que hacerlo para satisfacer toda clase de necesidades y de caprichos, sin hacerle daño a la Naturaleza. O sea, preservando el medio ambiente como una de las posesiones más valiosas, en caso de que sigamos pensando que nos pertenece.

Si orientamos adecuadamente la capacidad productiva disponible, no hay razón para no lograr ese objetivo de satisfacer a todos sin tener que mantener sumido en la pobreza a nadie ni contaminar las aguas, los suelos o la atmósfera con los bienes dados de baja.

Su destino debe ser el reciclaje como insumo de nuevos productos pero, nunca más, el de basura, a pesar de que ésta es tan indispensable en el capitalismo para que el ciclo productivo pueda repetirse y los agentes económicos obtengan ingresos. 

Cualquier economista lo sabe, y no se asusta porque su horizonte de planificación a largo plazo no supera los cinco años, a no ser que se trate de reivindicaciones populares, en cuyo caso sus efectos nocivos se rastrean hasta el fin de los tiempos, como sucede con los análisis sobre las aterradoras consecuencias de garantizarles servicio médico a los usanos infelices que los republicanos insisten en mantener abandonados por fracasados, mansos, ingenuos, crédulos, sumisos y honrados.

La satisfacción universal de las necesidades, sin límites arbitrarios ni desperdicios absurdos, que parece tan deseable como culminación del largo proceso humano de evolución y cuya factibilidad ya es incuestionable, no obstante tiene enemigos.

Se trata de quienes aprovechan la escasez (o hasta la fomentan y se oponen a superarla deliberadamente) para acumular bienes, o su equivalente universal: dinero.

Algunos son enfermos que le conceden poderes extraordinarios al dinero por sí mismo, hasta llegar a olvidar que su gran utilidad es que sirve para adquirir cosas o comprar servicios que nos gratifican al consumirlos. 

Son los avaros que guardan cada centavo que cae en sus manos, sin atreverse a hacer el menor gasto, para regocijo de sus herederos.

Aunque los avaros son patéticos, los adinerados realmente peligrosos son los que acumulan riquezas porque saben que -en las sociedades desiguales imperantes- les dan poder sobre quienes carecen de ellas o poseen fortunas modestas. 

Dicho poder sería proporcional al monto de las posesiones. Pero, para obtenerlo y ejercerlo entre los verdaderos potentados (o sea, aquellos cuya riqueza es significativa porque alcanza para ostentar real influencia en la sociedad), pronto exige la intervención de la política si se aspira a consolidar un poder efectivo, capaz de amedrentar a los débiles sociales y asegurarles privilegios a sus poseedores.

Ese es el talante, la calaña o la catadura de quienes nos han despojado del poder a sus únicos depositarios legítimos: el pueblo o los ciudadanos.

Lo usan para oprimir a los despojados, así se trate de gente con abundantes recursos económicos, como tantos empresarios que viven a merced de los bancos y de las medidas que tome el Gobierno acatando las órdenes de los banqueros.

Éstos son los verdaderos potentados. En sus manos residen las decisiones estratégicas que determinan el destino de las mayorías. Conforman la cúpula de la jerarquía social decadente que sigue empeñada en destruirnos. 

En términos de hampones son los conocidos como “delincuentes de cuello blanco” o “capitanes de industria”, donde “industria” es un eufemismo que resalta el cinismo de estos bandidos, meros estafadores ajenos a la economía real pero determinantes para su funcionamiento mediante el monopolio del dinero que les han cedido los gobernantes lacayos.

Los demás son sus sirvientes, encargados de darles operatividad a las líneas estratégicas trazadas por los potentados, a quienes están obligados a rendirles cuentas por sus actos y a ocultar y, cuando no se puede, a justificar los abusos que cometen. 

Así lo prueban los atracos al tesoro público de USA por los banqueros y los directivos de los grandes monopolios, como la General Motors, Enron, Goldman Sachs; o la emisión por la Reserva Federal (por obra del genial Ben Bernanke, inspiración de los inmensos economistas que nos conducen a la ruina aplicando las recetas neoliberales aunque no tienen explicaciones coherentes para nada) de miles de millones de dólares sin ningún respaldo y cuyo efecto inevitable, según el monetarismo, será causar inflación.

Realmente, el efecto de esos dólares sin valor en el mercado externo a USA, será revaluar las monedas diferentes, lo cual vuelve caros los productos de estos países, de modo que haría más competitivos los del Imperio en el exterior aunque no evita la inflación interna.

De todos modos, no se puede olvidar que el efecto de la inflación es despojar más a los pobres que ven reducida su capacidad de compra con tales medidas. Y eso que ya les han quitado sus hogares, les han rapado sus conquistas sociales y económicas, les violan permanentemente sus derechos civiles y les han extendido la edad de jubilación, a tantos… de manera arbitraria, generalmente.

Esa es la teoría monetarista en que se basan los directores del Mundo. Pero, como esos dólares sin respaldo no se imprimen para regalarlos, servirán para pagar los derechos de explotación de los nichos ecológicos de los países dependientes, en busca de minerales y combustibles fósiles que les reporten riqueza verdadera a cambio de inversiones mínimas (o, realmente, sin valor) que no cubren los costos reales aunque al inversionista no le importe la ruina que cause a los pueblos y los países que explota, dejando sin futuro a los habitantes raizales.

Como sabemos, USA, sin mayores condiciones ni dudas, les abrió las arcas del Estado a los potentados. 

De modo que éstos no tuvieron inconveniente en contradecir uno de los más sagrados principios del Neoliberalismo que considera al Estado como enemigo de los potentados -según las absurdas tesis de Ayn Rand- porque les cobra impuestos y trata de controlar su ambición criminal, dispuesta a acabar con todo en ejercicio del sagrado derecho a enriquecerse sin importar los medios para lograrlo. Sienten que el Estado les frustra su espíritu empresarial del que carecen esos ambientalistas tan estúpidos.

Esa obligación de adquirir riquezas incesantemente y a cómo dé lugar, explica la ilegalización de prácticas tan ancestrales y respetables como el consumo de alucinógenos que, generalmente, la Historia asocia con ceremonias sagradas que conectan a quienes las adoptan con los dioses.

Con tal canallada, que tanta sangre de nuestra juventud ha derramado, que tan arruinados tiene a nuestros países y tan descompuestos a nuestros pueblos, hallaron una fuente inagotable de ingresos a la que no están dispuestos a renunciar, a pesar de esas desastrosas consecuencias.

Más bien, la presunta lucha contra el narcotráfico busca mantener la rentabilidad del artificial negocio, al cual sólo pueden ingresar quienes carezcan de escrúpulos y pongan el dinero por encima de cualquier cosa, tal como Vivian Leight en “Lo que el viento se llevó”, resuelta a pisotear y engañar a quien fuese para recuperar su superioridad económica. Ésta le permitía esclavizar humanos, demostrando que ella era evidentemente superior, lo cual la autorizaba, como a los potentados actuales, a someter a los infelices que nacieron para servirles.

No obstante, más allá del elemental anhelo de riquezas, la aparente codicia desmedida que se exhibe ocultaría el verdadero propósito, retorcido y maquiavélico. Éste sería ese desangre, esa ruina, ese atraso, esa descomposición que nos inhabilitan como país viable, afectando tanto a las personas como al medio ambiente, y reforzando la dependencia ante las multinacionales y el Imperio que las protege y defiende incondicionalmente.

En USA, los potentados causantes de la crisis, a pesar de su arrogancia y autosuficiencia, no tuvieron escrúpulos para apropiarse del tesoro público aunque abominan que el Estado salga en defensa de los particulares, según la novela de la citada sionista.

No sólo no pagan impuestos sino que se roban los pagados por los ciudadanos subyugados. ¿Qué haríamos sin éstos portentos del mal? Pues vivir bueno, sin miserias, como iguales absolutamente diferentes.

La crisis viene manifestándose desde 2006, con la burbuja hipotecaria, aunque su origen es anterior al gobierno de Bush, que trató de ocultarla y superarla intentado desencadenar una reacción bélica mundial mediante los auto atentados del 11 de septiembre de 2001, prácticamente estrenando su primer período presidencial.

Tras la crisis ha sido evidente la culpa de los irresponsables potentados del sector financiero (o formal) de la economía. A él pertenecen los bancos y las aseguradoras, junto a las bolsas de valores, cada vez más concentradas a medida que avanza la consolidación del aterrador Nuevo Orden Mundial basado en las barbaridades del Neoliberalismo. 

Están resueltos a ampliar la gran pirámide a todo el mundo, para prolongar la crisis aparentando que la están resolviendo con gran dinamismo, cuando lo que adelantan (adicional a la monumental estafa financiera) es la mayor agresión a la Naturaleza, jamás presenciada por la especie en su tránsito por la Tierra, y que tenemos la obligación de denunciar y evitar, si aspiramos a un futuro que a todos nos permita vivir con dignidad.

En la absurda sociedad consumista, el sector financiero, notablemente integrado por sionistas desde hace siglos, constituye la cúpula de los potentados. Están ubicados muy por encima de cualquier empresario de la economía real dedicado a producir riqueza de verdad en vez de “productos financieros”. 

Éstos son aptos para deslumbrar tontos y arruinar ingenuos embrutecidos (o descrestados) con la jeringonza neoliberal, tan enredada y seductora. Parece encerrar gran sabiduría a los oídos de los ineptos ambiciosos que, como nuestros ministros de Hacienda o de Asuntos Económicos, entregan la patria siguiendo las órdenes estrictas de la “Escuela de Chicago” o “Consenso de Washington”.

Los sacerdotes del Neoliberalismo son incapaces de dar alguna explicación coherente y confirmada por la realidad sobre los abstrusos fenómenos económicos, a no ser que se trate de concederles derechos a los ciudadanos tradicionalmente abandonados por el Estado y la sociedad, en cuyo caso sí ven con perfecta claridad los perjuicios que tales determinaciones conllevan.

Mientras en pocos días los potentados se robaron el doble de lo que costaría durante diez años la reforma sanitaria, exagerando sus cálculos, los aterra este efecto acumulado. Pero su asalto al erario lo consideran pura ortodoxia económica, propia de especialistas cuya sabiduría no alcanzamos a entender aunque sería incuestionable pese a que, evidentemente, no lo es.

Su inconsecuencia y falta de rigor científico las demuestra la vergonzosa oposición de los republicanos a admitir que el gobierno pague la prima del seguro de salud por los ciudadanos sin ingresos, alegando, sin ningún fundamento, que sus efectos a largo plazo sobre la economía serían funestos. 

Pero las absurdas medidas de Bernanke y de otros gurús económicos del mayor prestigio, cuyas consecuencias son evidentes por lo contraproducentes, no merecen ningún examen por sus áulicos ni por los gobernantes lacayos, aunque no dejan de brindarles elogios sin ningún fundamento, demostrando la ineptitud de la teoría neoliberal tanto como la estulticia (¿o la malicia?) de sus partidarios, que los desastrosos resultados sobre la población y la Naturaleza confirman.

Su gran virtud es permitir que los potentados sigan ejerciendo el poder sobre los pueblos, robándoles sus riquezas y su identidad cultural.

Les imponen una globalización devastadora dirigida a empobrecer a las mayorías destruyendo el medio ambiente, de una vez.

Es el resultado del gobierno mundial despótico y homogenizador que los potentados están implementando desde la creación de la Escuela de Frankfurt, cuando menos, aunque como ideal sionista se puede rastrear en el Génesis.

Su expresión concreta es el Nuevo Orden Mundial. Es considerado por los potentados como la culminación de la “globalización” o del “globalismo” envilecido que ha puesto el mundo entero a sus pies, mientras lo ha convertido en guetos para las mayorías, perseguidas como criminales sin derechos si se atreven a emigrar de sus países, o a protestar, en éstos, por sus denigrantes condiciones de vida.

La infamante política migratoria de Arizona y el desprecio a los inmigrantes en USA, en particular a los latinos, son suficientemente elocuentes. Cada vez son más agresivos y abusadores de los Derechos Humanos, tan deteriorados con la presunta lucha contra el “terrorismo” que se inventaron los petroleros Bush y bin Laden (legítimos representantes de los potentados, en vez de advenedizos) para aplastar a la Humanidad decente y pacífica.

La gran conquista que es la “aldea global” se la niegan a esas mayorías. La interpretan como el mecanismo de saqueo mundial, ajeno a fronteras, que les asigna grandeza universal a los distinguidos potentados y pone las riquezas del Mundo a su disposición, arrebatándoselas a sus poseedores naturales. 

Éstos serían las comunidades ancestrales que han sabido conservarlas mientras se lucran de su explotación, ofreciéndonos un ejemplar proceso de sostenibilidad económica real. La sociedad de la Nueva Era tiene mucho que aprender de ellos, una vez despoje a los depredadores en beneficio de la Vida.

Los enemigos comunes no entienden (o, más bien, no lo aceptan porque los reduce a humanos ordinarios) que son seres caducos dedicados a deformar y frenar el progreso de la especie, amenazando seriamente la conservación de la Vida.

Al contrario de la visión de los potentados, la globalización deseable es la que fortalece a la Humanidad en vez de condenarla a la esclavitud para que sus opresores y verdugos sigan disfrutando de privilegios.

Desde una visión sana y racional del bienestar social, la economía, en los países que disfrutan de suficiente diversidad, no puede basarse en el comercio exterior. Éste apenas será un complemento de los mercados internos en las sociedades equilibradas organizadas para servirle a la Humanidad y no a quienes le han decretado la extinción. 

En cambio, para los países que carecen de recursos variados y abundantes, el comercio exterior es fundamental para asegurarle un alto nivel de vida a su pueblo. 

Tal es el caso con Japón, ahora interesado en apropiarse de las minas de litio bolivianas, e igualmente dispuesto a apoderarse del riquísimo y desamparado departamento del Chocó en Colombia, valiéndose de la clásica ambición de los ineptos cipayos, dispuestos a cualquier negocio desde que les deje comisiones e ingresos bajo cuerda.

El propósito sano del “comercio exterior” es aportarles a los países lo que no pueden producir por sí mismos o cuya producción sería demasiado costosa y no afecta la seguridad nacional.

Para una sociedad equitativa, el objetivo supremo de la economía sería proporcionarles a los habitantes todo lo que necesitan, en vez de dedicarlos a producir para el extranjero enriqueciendo a unos cuantos exportadores y dejando desabastecido el mercado interno. 

Pero esta bestialidad es la que el Neoliberalismo les impone a sus víctimas. Y los gobernantes lacayos son felices aplicándola. Hasta lo consideran prueba de su inteligencia personal. ¡Así son de brutos!

Quizás ni se dan cuenta de que el “comercio exterior” es el dogma sagrado del Neoliberalismo para saquear impunemente los países.

Con la triste situación del empobrecido Haití, antes tan rico como su vecino, la República Dominicana, está plenamente comprobado el destino de los países que abandonan su mercado interno para dedicarse a exportar.

Pero la catadura servil de los vendepatria hace que reverencian ciegamente las universidades usanas (como la de Chicago) y a sus grandes maestros (como Milton Friedman, discípulo aventajado de Ayn Rand) difusores y defensores de semejante estupidez y de muchas más, tan contraproducentes para quienes, engañados o pervertidos, las aplican.

Es evidente la abyección de quienes gobiernan nuestros países cuando pretenden hacernos creer que los “tratados de libre comercio” son una importante conquista que, mágicamente, sin ninguna explicación racional, traerá el progreso para los despojados, a pesar de que la evidencia de lo contrario es abundante. 

Realmente, son la legalización del saqueo y la confirmación del carácter de colonias que los gobernantes vendepatria se apresuran por consagrar a fin de fortalecer el Nuevo Orden Mundial trazado por los potentados.

Además del “endeudamiento externo”, que es una medida clásica para embarcar a los países soberanos en el Neoliberalismo y empezar a penetrarlos, su ruina se consolida cuando aceptan “la apertura comercial” y la “inversión extranjera”. Y la forma más solemne de expresarlo es mediante un TLC.

Con el enfoque racional de la autosuficiencia y la soberanía alimentaria, a fin de privilegiar la satisfacción del mercado interno con la producción autóctona, los pueblos confirman su independencia y se libran de la idiotización consumista que destruye las identidades al imponer un estilo de vida anodino, sanforizado y estandarizado (o normalizado), despersonalizado, plástico y vacío de las convicciones y los valores propios de las culturas ancestrales, pisoteadas y subestimadas por el sagrado consumismo.

Basta de convertir a los habitantes incautos en zombis al servicio de los monopolios multinacionales.

Tantos galimatías neoliberales son ajenos al sector real, que produce los bienes y servicios capaces de satisfacer nuestras ansias de consumo. 

Estos bienes y servicios son los que realmente importan, al contrario de los llamados (abusivamente) “productos financieros” que, cuando no son meras estafas sofisticadas, apenas representan medios de cambio y servicios formales para facilitar tanto la producción como la adquisición de los reales. 

Pero ese poder financiero, fundamental en las sociedades mercantiles, lo manejan a su antojo los banqueros, decidiendo sobre honras y fortunas como si fuesen seres superiores.

En consecuencia, basta implantar una forma expedita y eficaz de que los ciudadanos tengan acceso franco al consumo, para que los servicios (que no “productos”) financieros y el poder de quienes los monopolizan pierdan su vigencia y su razón de ser como medios de opresión, conservando lo que realmente son artificios convencionales para que la economía real y de mercado (o comercial) funcione con eficiencia, sobre todo desde que el dinero se convirtió en papel moneda carente de valor en sí mismo.

La sociedad capitalista (tanto como las presuntamente socialistas pero jerárquicas y consumistas) ha degenerado en un consumismo criminal, guiada por la ambición de los potentados que nos han traído al borde del abismo e insisten en darnos el empujón final.

Buscan causar el mayor daño posible con todos los poderosos medios a su alcance.

De esa determinación hacen parte tanto la crisis económica como las catástrofes provocadas con el proyecto HAARP y los chemtrails, sin olvidar las explotaciones mineras programadas para ser desarrolladas simultáneamente en el mundo entero, a fin de destruir gran parte de la biosfera, agregando razones para que la gran hambruna se presente, a la par con las pestes (gripe AH1N1, cólera, ántrax) y los envenenamientos masivos.

En sus planes de dominación, exterminio y desolación, ocupa un lugar privilegiado la guerra que permitirá la eliminación del 95% de la población lo más pronto y en el menor lapso posible, según deseo de Ted Turner jamás desmentido.

Mientras tanto, la inmensa capacidad productiva se desperdicia por las criminales decisiones de los potentados, cuando bien aplicada no sólo suprimiría gran número de actividades y de empleos absolutamente nocivos, que sólo producen destrucción y dolor (como la actividad sicarial, tanto la oficial como la oficiosa y la privada), sino que permitiría alcanzar en el corto plazo esa abundancia capaz de eliminar el clásico “problema económico” fundado históricamente en la escasez.

En consecuencia, poco faltaría para liberarnos de la maldición bíblica del trabajo, pues lo que se vislumbra es la automatización en gran escala, reduciendo al mínimo la extracción de plusvalía que tanto mortifica a los obreros y que sigue impidiendo análisis originales sobre la realidad económica por parte de quienes han convertido el marxismo en un dogma, con libros sagrados y versículos iluminados.

Desde luego, las prácticas productivas centenarias también exigen ser reivindicadas, recuperadas, protegidas, fomentadas y difundidas, así no sean susceptibles de mecanización ni de automatización, siempre y cuando respeten el medio ambiente, defiendan la Vida y garanticen un desarrollo realmente sostenible.

Éste lo exhiben (y caracteriza a) las comunidades ancestrales, ahora perseguidas sin clemencia por el Neoliberalismo en su afán destructivo, justificado como la necesidad de incrementar el Producto Interno Bruto (el famoso PIB). 

Realmente, el consumismo depravado está dirigido por intereses perversos de carácter apocalíptico, que se ocultan tras el disfraz económico.

Para los países, el aumento del PIB es el pretexto para acabar con la biosfera. Para los individuos, lo es la “sagrada” ambición que no respeta nada en su afán de conseguir riqueza personal.

Pero la abundancia no equivale a (ni la garantiza) el aumento del PIB. Se logra con la racionalización de la producción, aunque los economistas de pacotilla no lo comprendan ni lo admitan porque les destruye su fe neoliberal y afectaría a sus amos potentados

Al contrario de las mercancías adquiridas por motivaciones subliminales independientes del deseo auténtico o del capricho genuino, la abundancia no sólo permite satisfacer todas las necesidades y los caprichos de los consumidores, sino que puede hasta reducir el PIB al eliminar tanta producción mortal. 

Entre ésta figuran la de empaques atractivos y costosos cuya finalidad es cautivar consumidores que los convertirán en basura. O la de armas, cuya utilidad es matar para perpetuar la opresión y la injusticia social. O la de minerales ya suficientemente disponibles tras su extracción milenaria y cuya continuación amenaza seriamente la conservación de la biosfera.

Pero, más importante que sus efectos sobre el PIB, es que la racionalización pensada en términos sociales elimina las diferencias fundadas en la capacidad de consumo, dándoles a todos la oportunidad de desarrollar plenamente sus talentos, borrando las diferencias convencionales propias de las sociedades jerárquicas, y suministrándoles a los habitantes todo lo que deseen o consideren que necesitan, aunque sean meros caprichos. 

Nadie pretende que las sociedades que remplacen las conocidas sean pobres o mezquinas o avaras. A todos nos conviene que se caractericen por su riqueza y abundancia de bienes y servicios.

En consecuencia, el PIB es un indicador que representa el nivel de agresión y destrucción de la Vida tanto como del Medio Ambiente propicio para su desarrollo. Su aumento anual indica el nivel de destrucción de la biosfera. Las inversiones mineras programadas y que tenemos que evitar a toda costa, lo prueban de manera contundente.

Es claro que el consumismo tiene que detenerse lo más pronto que podamos, para abrirle paso al consumo racional y universal (o sea, para todos, sin discriminaciones ni limitaciones extraeconómicas y abusivas).

¡Se puede, si lo quieres de verdad!

Ese será el resultado de la insurgencia mundial de las mayorías resueltas a romper las cadenas de la opresión que los peores sicópatas han usado para mantenerlas sometidas, empobrecidas y embrutecidas con las telarañas de la ignorancia y el fanatismo.

El ejercicio de la Democracia Directa es el recurso que tienen los pueblos para deshacerse de los potentados que todo se lo apropian sin que los asista ningún derecho diferente a su fuerza y su brutalidad.

Ya el pueblo puede decidir su destino por sí mismo, creando las instituciones que garanticen los derechos de todos, y remplazando las que han servido para conculcárselos en beneficio de los tiranos verdugos de la Humanidad, enemigos de los pueblos y depredadores de la Naturaleza, cómo ha sido lo típico en la Historia.

La grandeza y la naturaleza humanas no se agotan con la división convencional en clases sociales, como lo ha pretendido la Historia de los vencedores, cuya característica dominante es la perpetuación de las desigualdades sociales mediante la opresión de las mayorías por las élites gobernantes.

Tales divisiones surgieron de la disputa por unos bienes escasos que los más violentos y rapaces suelen apropiarse sin producirlos, saqueando, esclavizando o exterminando a los buenazos que gastan sus energías produciendo bienes en vez de dolor.

Una vez superada la escasez –pues la abundancia será algo natural en la Sociedad Global Democrática que nos permitirá derrotar el Nuevo Orden Mundial de los potentados-, la división en clases sociales pierde todo sentido y justificación. Desaparecerá junto a las sociedades jerárquicas que nos envilecen.

Un Estado eficiente es el que está atento para satisfacer las necesidades de sus ciudadanos, que son los que lo dirigen y se esmeran para que los funcionarios sean los mejores, más idóneos, capaces y honrados, siempre dispuestos a rendir cuentas de su gestión y a optimizar sus resultados para maximizar el bienestar de los ciudadanos.

Depende de todos lograrlo, despojándolo de su carácter de máquina de opresión para las mayorías en defensa de quienes las explotan y oprimen, y convirtiéndolo en entidades de servicio y protección para todos los ciudadanos.

Ese Estado hay que construirlo como una solución concreta a las necesidades de la población. Le dará real cumplimiento a la justicia social que todos los pueblos anhelan pero siempre se les ha negado en las sociedades jerárquicas.

En consecuencia, remplazará la máquina de opresión al servicio de los potentados, que son los Estados actuales.

El reto presente es concreto y universal. 

En Egipto, particularmente, recae gran parte de la iniciativa y la responsabilidad sobre la construcción de esa nueva sociedad realmente democrática, tolerante y protectora, cuyo ámbito de validez será el Mundo entero, sin fronteras ni parroquianismos.

De ella todos seremos ciudadanos globales aunque conservando la idiosincrasia y la identidad propias de los pueblos y los individuos, siempre y cuando no pretendan imponérselas a los demás, o eliminarlos porque no las comparten o no las respetan.

De ahí que la Yihad sea tan pavorosa para quienes no son seguidores del profeta licencioso. La obligación que les impone a quienes sí lo son de difundir sus creencias a la fuerza y por todo el Mundo (con más saña que cualquier cristiano evangélico) los convierte en enemigos de la Humanidad, ni más ni menos que los sionistas.

O quizás hasta más que los milenarios enemigos comunes, pues éstos, en su arrogancia de “pueblo elegido”, no pretenden imponernos su fe. 

Su gran peligro reside en que están resueltos a extinguirnos y a acabar de despojar a los palestinos, para cumplir sus profecías apocalípticas que les permitirían a los potentados seguir cabalgando sobre los diezmados pueblos, en caso de que la guerra no nos extinga a todos, si es que logran que les cuaje o, lo que es lo mismo, si la gente decente no lo impide.

Por eso nos conviene entender bien lo que está pasando, explorando informaciones que la gran prensa nos oculta.

Es interesante conocer diversos puntos de vista para irnos involucrando libremente en lo que es una tarea común de alcance mundial y ocurrencia inmediata, que a todos nos afecta y compromete.

La represión sangrienta en Libia, Marruecos, Yemen y Bahrein retrata a sus regímenes como igual de criminales e ilegítimos al de Irán. O sea, como auténticas dictaduras contra sus pueblos.

Pero el feroz ataque aéreo de Moamar Gadafi, acudiendo a mercenarios extranjeros y a traidores nativos para masacrar al pueblo -que reclama su soberanía y la salida del tirano, desde el 17 de febrero, siguiendo los pasos de Túnez y Egipto-, es el colmo de los abusos de un dictador y la evidente confirmación de que lo es, y de los de peor calaña.  Más de 40 años oprimiendo y engañando a su pueblo, lo demuestran sin lugar a dudas.

El clan Gadafi ha agredido al pueblo libio con más saña que cualquier enemigo externo, convirtiéndose en el Quinto Jinete, como lo tildaron Dominique Lapierre y Larry Collins, pero no por sus amenazas al Imperio decadente y brutal sino por su genocidio contra el pueblo que dice haber salvado de las garras del Imperio.

Sus crímenes contra la Humanidad exigen reacciones eficaces y urgentes. Hasta la burocratizada y casi inútil ONU ha reaccionado y parece dispuesta a pedirle a la Corte Penal Internacional que detenga y juzgue a estos genocidas despiadados y delirantes, pues la OTAN no se atreve a proceder contra su socio y presunto enemigo radical.

El asesino libio y sus cómplices a nivel mundial son lacras y cánceres que nos están planteando un reto definitivo. Quieren forzar una guerra civil que ensangriente las revoluciones y los movimientos populares que darán al traste con la Historia e inaugurarán la Nueva Era.

Es un desafío para toda la especie que repudia a los violentos y necesita deshacerse de ellos a la mayor brevedad, rechazando sus métodos salvajes y despiadados, propios de fieras, coercitivos, usados para imponer relaciones sociales que pisotean la dignidad de las personas en beneficio de los potentados y sus siervos.

Ya nadie está dispuesto a tolerarlos, sobre todo conociendo su catadura, tan evidente a partir de las denuncias hechas por Wikileaks. 

Éstas les han dolido tanto porque constituyen verdades dolorosas e innegables que los criminales denunciados deberían reconocer o la sociedad les tiene que endilgar oara cobrarles sus evidentes y graves delitos..

Pero, son tan cínicos que, sin darse por aludidos en las atrocidades denunciadas y por ellos cometidas, han resuelto cobrarle su valioso aporte para la evolución de la Humanidad a Julian Assange, inclusive quitándole la vida.

Al respecto, la alcahuetería con Gadafi contrasta con la burda persecución contra Assange. De ambas depende la perpetuación de los asquerosos que insisten en terminar con todo y buscan por todos los medios evitar los castigos que están en mora de recibir sin que haya dudas de que se los merecen.

Los demás podemos, en otro indispensable ejercicio de democracia directa, cobrárselas a Gadafi y salvar a Assange de los halcones que lo quieren matar, y no dudarán en hacerlo si no nos oponemos abierta y claramente.

La justicia inglesa aún es respetable y puede rectificar, a pesar de la decisión de un tribunal inferior de conceder la extradición a Suecia del valiente delator de los mayores criminales, los más agazapados y peligrosos porque están convencidos de que tienen derechos sobre los demás miembros de la especie y disponen de la capacidad asesina para amenazar la conservación de las formas de vida que llamamos superiores y entre las que solemos incluir la nuestra.

Una vez en Suecia -a donde lo enviarían los enemigos de la Humanidad por cargos aún no formulados y que se fundan en delitos tan absurdos como copular sin condón con una prostituta en el país del amor libre-, su consiguiente extradición a USA conllevaría la pena de muerte del digno miembro de la especie, ese australiano apóstol de la Verdad, como escarmiento de los potentados contra todo el que pretenda desafiarlos denunciando su despreciable catadura y su infinita hipocresía.

Con su bárbara actitud han demostrado que son abortos de la civilización, proyectos fracasados incapaces de vivir en un Mundo que nos permita alcanzar los altos ideales de progreso y convivencia que estamos en condiciones de lograr, tras milenios de sufrimientos, luchas, dolores, injusticias y miserias impuestas a las mayorías mediante la violencia y la brutalidad de los potentados, esos seres inescrupulosos que ya no tiene cabida en el quehacer humano.

Indudablemente, la impensable canallada de los Gadafi exige la inminente caída de su régimen criminal, sobre todo después de que Moamar amenazó públicamente, el 22 de febrero, con asesinar a los opositores, en vez de pedir disculpas por los que ya mató. 

Para escándalo de la Humanidad, está cumpliendo su promesa, de modo que van miles de muertos por culpa de las obsesiones de estos burdos e insaciables asesinos que han oprimido durante tantos años a ese pueblo tribal, y que siguen soñando con instaurar una dinastía como la de Kim Il Sung en Corea del Norte, remplazado por su hijo y, luego, por su nieto.

En su delirio de grandeza, Moamar sigue sintiéndose un caudillo providencial y predestinado, a pesar de no haber logrado instaurar un régimen ejemplar aprovechando los recursos que le han brindado el petróleo y su control absoluto del poder. 

No se ve a sí mismo como el verdugo de su pueblo, al que le ha tocado sufrir sus caprichos y bravuconadas durante tanto tiempo. Sigue considerándose su salvador, la auténtica alma de su patria. Evidentemente, el ejercicio del poder absoluto, según la sabia aseveración de lord Acton, lo corrompió absolutamente y, además, también le secó el cerebro o le apresuró el reblandecimiento cerebral.

Quizás por eso, en vez de cumplir su promesas “revolucionarias” -que tanto miedo causaron a los potentados de occidente en su momento-, prefirió asociarse con degenerados como Silvio Berlusconi, esa lacra de la Humanidad que infama a Italia convirtiéndola, de hecho, en una finca de la mafia, lo cual su propio pueblo también está resuelto a cobrarle pronto, como lo ilustra la intervención de la oposición, ahora particularmente escandalizada y resuelta a salir de esa inmundicia que Saramago llamaba la “cosa”.

Por lo visto, a todos los potentados se les llegó la hora de pagar sus crímenes. Inclusive los furibistas en Colombia, que hasta hace poco se consideraban tan poderosos e inmunes naturales como Gadafi, están sintiendo los hálitos de la justicia que ya no parece dispuesta a seguir garantizándoles impunidad.

Por su lado, la declaración oportunista de Ahmadineyad, tratando de diferenciarse del monstruo que está masacrando a su pueblo, lo delata como de la misma catadura del potentado Berlusconi y del siervo David Cameron, también presuntamente escandalizados con el salvajismo del dictador libio contra su propio pueblo (que la bestia considera su propiedad personal).

En Libia, la caída del déspota megalómano abre la posibilidad de que la población asuma directamente el poder, harta de gobernantes y representantes.  

Y, como “no hay mal que por bien no venga”, la inexistencia de una institucionalidad sólida y consolidada permite que el pueblo defina y se dote de las instituciones democráticas que garanticen los derechos de todos como resultado del ejercicio de esa democracia real.

Para lograrlo, los pueblos cuentan con el ágora virtual que facilita y estimula la participación de todos los que deseen aportar propuestas, para su discusión y la necesaria decantación que rescate las mejores y las someta a la refrendación de quienes las experimentarán en su cotidianidad.

Es particularmente valiosa y factible la oportunidad de elaborar una Constitución entre todos los libios. Y coincide con la de los tunecinos y los egipcios, tanto como con la de los demás pueblos que se vayan deshaciendo de sus verdugos.

Constituirá una gran demostración de democracia directa capaz de contribuir decisivamente en la gestación de esa Sociedad Mundial Democrática. 

Ella nos librará de tantos impostores que posan de representantes de los demás cuando no son más que avivatos acostumbrados a pelechar aparentando que les interesa la suerte de quienes voten por ellos y hasta la del resto de ciudadanos.

Tan definitiva tarea la facilita la señalada ausencia de alguna institucionalidad positiva debido a la forma despótica de gobernar del clan familiar de Gadafi, dispuesto a establecer una dinastía a nombre del “socialismo”, convencido de su predestinación y de que el pueblo es inepto e incapaz de gobernarse por sí mismo.

En los países que ostentan tal rótulo, por muy proletarios que sean, sus pueblos siguen sometidos por déspotas que los suplantan, como en cualquier país capitalista, feudal o esclavista.  Los hechos lo demuestran sin dejar lugar a dudas, inclusive para los más dogmáticos que se niegan a ver lo evidente.

En ninguna parte existe el poder del pueblo ni el del proletariado. Y pocos habitantes se atrevían a reclamarlo, a no ser algún suicida medio deschavetado, pues la capacidad de represión de tales regímenes es proverbial. 

Pero la insurgencia de los países árabes y musulmanes -particularmente subyugados y tradicionalmente abandonados a su suerte por la comunidad internacional- es un ejemplo que todos los pueblos replicarán, independientemente de los rótulos con que se cubran los gobiernos que los oprimen.

De ahí que el megalómano inescrupuloso, Moamar, el iluminado del clan y su cabeza más visible, pues es su fundador, no tenga inconveniente ni reatos de conciencia para masacrar al pueblo a nombre del “socialismo”. Esto es, a nombre de la ideología que, se supone, libera al pueblo.

El déspota considera que es el intérprete más autorizado y lúcido de los anhelos populares, el que entiende sus problemas y es capaz de resolverlos, aunque a veces el pueblo tenga que sufrir.

De todos modos, el caudillo –como tantos megalómanos más, absolutamente anacrónicos- se siente digno y merecedor de las reverencias, el acatamiento y el agradecimiento eterno de sus víctimas. No asimila su rotundo fracaso a pesar de que tuvo los medios y la oportunidad para hacer algo valioso de su país, favoreciendo al pueblo.

Como todos los jerarcas (según el ya mencionado aserto de lord Acton), pronto prefirió usar el poder en su beneficio personal, manteniendo reprimidos, sometidos y envilecidos a sus supuestos representados y protegidos. Sus negociados con gente tan despreciable como Berlusconi lo delatan abiertamente como un traidor de su pueblo.

Su propósito pragmático era impedir las reacciones que hoy estamos viendo y que, necesariamente, acabarán con ese cruel régimen autocrático, desenmascarando y castigando a los criminales que lo han dirigido.

Es la reacción de los habitantes inermes, pero honestos y resueltos a conquistar su dignidad y su soberanía, pisoteadas por el clan de déspotas felones que los ha mantenido sumidos en la ignominia mediante una represión pavorosa, constante y omnipresente. Ésta impedía cualquier expresión de la oposición y hasta cualquier iniciativa de los simpatizantes del régimen, incapaces de desairar al desequilibrado mentalmente que posa como líder.

Más que como ciudadanos, los habitantes eran tratados como esclavos sin garantías, sometidos a los caprichos de Gadafi y sus hijos, que les negaban derechos tan básicos como pensar y expresarse libremente, lo cual es más común en todo el Mundo de lo que las presuntas democracias reconocen.

d.botero.perez@gmail.com



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