Demoler las ruinas del estalinismo

Resulta sintomático de la esterilidad ético-intelectual y política, que aún no se logre metabolizar el derrumbe del “marxismo burocrático”, asimilar la crisis de este montaje textual, ideológico y político que, reclamándose del legado teórico-político de Marx, asumió una distorsión doctrinaria llamada “marxismo-leninismo”. El sintagma “marxismo-leninismo” fue usado por Bujarin, en su Informe sobre el Programa de la Internacional Comunista, en su calidad de Secretario del Comité Ejecutivo, en el VI Congreso de la Internacional Comunista realizado en 1926. Es allí precisamente, donde Bujarin señala que los principios fundamentales del Programa son los del “marxismo-leninismo", considerando que “(…) debemos insistir particularmente sobre el hecho de que nosotros nos mantenemos firmemente sobre el terreno del marxismo-leninismo ortodoxo". Sin embargo, resulta esclarecedor tener en cuenta que J.V. Stalin había publicado dos textos: “Fundamentos del Leninismo” (1924) y “Cuestiones del Leninismo” (1926), donde acotaba la interpretación ortodoxa: “El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular”. Fue este leninismo, lo que circuló como “marxismo bolchevique” en Nuestra América, logrando ser hegemónico desde los años 30. Entre las excepciones al dogma ortodoxo: Mariátegui. Desde entonces, existe una polémica en nuestra América entre someterse al dictat marxista-leninista, o asumir en función de una praxis democrática y socialista, la comprensión sin filtros de la revolución teórica inconclusa de Marx desde la especificidad histórico-cultural de Nuestra América. Todavía algunos desconocen que el marxismo-leninismo es el estalinismo, abierto o encubierto. La posibilidad de la democracia socialista está en la renovación permanente del marxismo crítico y abierto, no en el marxismo-leninismo. Ratificar el marxismo-leninismo es desconocer esa impostura, esa ilusión del aparato político: la “dictadura sobre el proletariado”. Avanzar en la revolución democrática y socialista, implica desmantelar las ruinas del marxismo-leninismo, cuestionar la praxis del dispositivo del Estado-partido único. No hay en Marx, posibilidad de confundir la construcción del socialismo con la prefiguración de una “dictadura de minorías”. Solo una lectura jacobina-blanquista (pues Blanqui es el verdadero creador de la tesis de la “Dictadura del proletariado”) puede confundir la revolución democrática con el “elitismo revolucionario” (Lenin le debe en sus actitudes políticas más a Blanqui y a Tkachov, que a Marx). De allí la confusión permanente entre la “democracia revolucionaria jacobina” y la “revolución democrática socialista”, la auto-emancipación social, la democracia socialista defendida por Rosa Luxemburgo frente a los desvaríos autoritarios de los bolcheviques. El nuevo socialismo o es radicalmente democrático, es decir, democracia sustantiva (democracia social y participativa), o será todo menos nuevo socialismo. Por tal razón, hay que retomar las banderas del proceso popular constituyente, del poder constituyente, del socialismo desde abajo. Solo hay que contrastar los dogmas del marxismo-leninismo con el cúmulo de investigaciones históricas sobre el pensamiento de Marx realizadas en el siglo XX, con las desastrosas consecuencias políticas de las experiencias del “socialismo realmente inexistente” para reconocer: ¿Que es el marxismo-leninismo?: un dogma inspirado en Marx contra el propio Marx. Una doctrina que habla del proletariado para liquidar la democracia socialista. La llamada escuela del “materialismo dialéctico-materialismo histórico” (Diamat-Hismat) constituye, incluso en las versiones más sofisticadas inspiradas de la lectura estructuralista de Althusser, una impostura intelectual y política. Marx no habló nunca de “materialismo dialéctico”, sino de “método dialéctico”. Engels habló de dialéctica racional, de la dialéctica materialista, no habló de “materialismo dialéctico”. Marx no dudo en calificar su postura como una crítica radical y revolucionaria de la economía política y la ideología burguesa desde el punto de vista de las clases trabajadoras, elaborando la concepción materialista de la historia. El pensamiento crítico de Marx contrasta con las pretensiones de su conversión en sistema ideológico acabado, en creencias para la legitimación de una lógica de la dominación de una “nueva clase” o “capa dominante”, en nombre del socialismo. ¿Por que comienzan a trucarse las palabras, los enunciados y enunciaciones de Marx en la revolución rusa? A partir del cambio de fuerzas en las tendencias ideológicas, de las condiciones de enunciación, donde aparecen nuevos actantes del discurso, nuevos personajes en la escena política. Todo esto sigue teniendo un impacto histórico profundamente regresivo para la izquierda latinoamericana, renovada mucho más por el poder constituyente y la “democracia radical”, que por el tamiz ideológico del pensamiento hegemónico de la III internacional. Ha sido la revolución democrática, el proceso popular constituyente, no el marxismo-leninismo la potencia de los movimientos sociales emancipadores en Nuestra América. Lo planteado por Marx no es análogo a la III Internacional. Por tanto, hay que superar el desconocimiento de generaciones enteras que hablaron en nombre de una ilusión: la “teoría marxista” desde 1890 hasta 1930. El marxismo crítico y abierto estimula el debate sobre una revolución democrática permanente, no la deformación burocrática ni el despotismo en la que devino finalmente la lucha por el socialismo.



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Javier Biardeau

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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