Alienación (II)

En  la primera parte de este artículo, en Alienación (I), revisamos grosso modo algunas formas de cómo nos alienamos en esta sociedad capitalista. Sin embargo, creo que es bueno revisar un poco más sobre este tema para tratar de entender la forma pura y escuetamente económica de la alienación, la alienación celular, o primaria, como la llama Ludovico [6], quién realizó un análisis profundo del pensamiento y obra de Marx. Nos dice Ludovico, que ésta es la forma más importante de todas porque de aquí germinan todas las demás y las sostiene. Pues bien, en pocas palabras, la alienación primaria es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio” [7], en el sistema compuesto por la división del trabajo, la propiedad privada y la producción mercantil.[8]
 
Interpretemos esta forma de alienación. Veamos. Si las mercancías tienen para los empresarios capitalistas valor de cambio para poder venderlas, y, para nosotros que las compramos por su utilidad tienen valor de uso, entonces, es necesario transformar las mercancías en valores de uso para poder utilizarlas. Pero resulta que “el proceso de transformación de las mercancías en valores de uso supone la alienación universal de éstos, su entrada en el proceso de cambio, pero su existencia para el cambio es su existencia como valores de cambio”. [9]  Esto quiere decir que para que los valores de uso puedan circular y ser útiles tienen primero que alienar su forma y transformarse en valores de cambio, es decir, en mercancías. En otras palabras, para que podamos usar un producto que nos sea útil, primero éste debe pasar de las manos del trabajador a las manos del capitalista, luego al mercado donde se iguala a otros productos en el valor de cambio, hasta que finalmente llega a nuestras manos para satisfacer nuestras necesidades humanas. Pero en el camino ocurre algo curioso. Veámoslo en términos simplificados. Dos productos pueden requerir para su elaboración el mismo tiempo de trabajo social, pueden representar el mismo valor de cambio, como por ejemplo un pote de leche y un collar, y sin embargo, uno puede ser muy valioso para vivir, y el otro sólo tener un valor decorativo, o sea, que tienen distinto valor de uso. Lo mismo ocurre entre un libro de poemas y una caja de cigarros. Mientras el primero da vida, el segundo la quita. A pesar de esta disparidad, ambas mercancías se igualan universalmente en el mercado.[10] Pareciera como si ambos productos fueran igualmente valiosos para satisfacer nuestras necesidades. De esta manera, nosotros producimos valor de cambio, orientado a la ganancia, y no para satisfacer nuestras necesidades humanas. Esto es la alienación del valor de uso en el valor de cambio. Esta es la alienación celular, o primaria. Igual ocurre con la fuerza de trabajo de nosotros, la cual ya vimos de forma general más arriba. En efecto, para que nosotros podamos aprovechar nuestra fuerza de trabajo a fin de lograr nuestros medios de subsistencia, primero tenemos que alienar nuestro valor de uso en el valor de cambio de modo que el capitalista pueda comprarnos como una mercancía cualquiera a cambio de un salario que nos servirá para subsistir. Como consecuencia de todo lo anterior, ahora las cosas valen tanto o más que las personas. El doble valor del trabajo y las mercancías genera tantas contradicciones, que surge la necesidad de desarrollar modos de producción orientados a la producción de valores de uso y no de valores de cambio.
 
 
Bueno, como dijimos, la alienación celular de la era capitalista es “el paso universal del valor de uso al valor de cambio”.[11] Aquí se produce el fetichismo. Esto es, “la personificación de las cosas y materialización [cosificación] de las personas”.[12] Es por esto que lo que caracteriza al trabajo creador de valor de cambio es que las relaciones sociales entre las personas se presentan como una relación social entre las cosas. O sea, se tienen relaciones materiales [cósicas] entre personas y relaciones sociales (o personales) entre cosas.[13]
 
El resultado de ese proceso es más o menos así: El trabajo humano se cosifica, se convierte en mercancía, en dinero, las cuales parecen cosas pero que en realidad son una relación social. El  trabajador también se cosifica, se convierte en mercancía con valor de cambio, o sea, en máquina-mercancía. El capital se personifica, se convierte en persona hostil hacia nosotros. Por otro lado, las mercancías se convierten en ídolos para adorar, en modelos que nos esclavizan, y más aún, las personas se relacionan entre sí como mercancías para su uso, como objeto de placer u objeto erótico. O sea, el trabajo humano, así como también la persona misma se cosifican como mercancías. Además, las relaciones íntimas también se cosifican, pues valoran a sus semejantes por su capacidad para atesorar objetos, prendas, artefactos que le confieren a su personalidad un prestigio especial. Por otro lado, las relaciones entre capitalistas no son relaciones entre personas, sino entre capitales. El capital se personifica en el capitalista. Pero también el lenguaje se cosifica. De hecho, las palabras no hablan a nuestra alma sensitiva sino que hablan a nuestra condición de seres de consumo. Las mercancías mismas, cuya esencia está en el ser relaciones sociales, al aparecer como cosas, se convierten en fetiches, esto es, en idolillos que tienen fuerzas sobrenaturales y que dominan todas las relaciones humanas. Esto quiere decir que en la medida que más valor se da a las cosas, menos valor se da a las personas. Se aman los objetos y se utilizan las personas. En todo esto existe alienación. Esta alienación es una pérdida del propio ser que no es el que le corresponde al sujeto. Tanto el sujeto como el objeto quedan despojados de su propia condición. O sea, el objeto, como mercancía, maquina o capital, se erige como sujeto y se vuelve contra el sujeto que lo creó. Y el sujeto creador queda finalmente reducido a objeto, a una máquina, a una mercancía.
 
Este fenómeno de cosificación, como parte de la alienación, es tan poderoso, que hasta la moneda, que es una relación social y no una cosa como parece, transformada en representante de todas las mercancías, se aliena, se separa de las mercancías, le perdemos la pista, y se convierte en un poder independiente que se reproduce a sí misma. Esto es la alienación monetaria. Marx lo describe así: “En el capital a interés aparece, por tanto, en toda su desnudez este fetiche automático del valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento”.[14] Es por esto que Lukács extiende el proceso de cosificación a la conciencia humana, y en particular a la conciencia del proletariado. Sobre esto nos dice: “Al igual que el sistema capitalista se produce y se reproduce económicamente a un nivel cada vez más elevado, así en el curso de la evolución del capitalismo, la estructura de la cosificación se clava cada vez más profundamente, más fatal y constitutivamente en la conciencia de los hombres”.[15] O sea, no nos damos cuenta de que el capital a interés es producto del trabajo humano, que lo producimos nosotros y no los capitalistas. Es trabajo robado.
 
De manera pues que, en la “personalización de las cosas y cosificación de las personas”, se subvierten todos los valores. Sobre este particular, Ludovico nos dice, que si la cultura es el modo de organización de la utilización de los valores de uso, tal como lo entiende Samir Amin, entonces la cultura de todo el planeta es contracultural.[16] A tal punto que, como ya dijimos, el mismo lenguaje que empleamos para comunicarnos se considera como objeto y se ha mercantilizado hasta los extremos en que hoy se nos hace difícil distinguir entre los lenguajes que realmente hablan a nuestra alma sensitiva y los lenguajes cosificados que hablan a nuestra condición de seres de consumo. Las palabras nos dan su alma y nos dominan, en lugar de que nosotros las dominemos a ellas para que reproduzcan nuestra alma, nuestros valores, para incorporar al objeto el propio sujeto. Los medios tienen mucha responsabilidad en esto. El lenguaje de los medios es una conciencia cosificada que se adueña casi totalmente de la conciencia de nosotros. Las palabras encierran ellas mismas un contenido ideológico. Esto es alienación del lenguaje. En esta sociedad mercantil estamos dominados totalmente por los valores de cambio. De modo que, al igual que las mercancías, las palabras y el lenguaje también nos dominan.
 
Ahora bien, si es verdad, como dice Marx, que “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” [17], entonces no solo estamos dominados mentalmente por la cosificación de manera horizontal, sino también de manera vertical por la ideología. O sea, estamos dominados por la cosificación de manera horizontal siempre que determinamos nuestra conciencia actuando espontáneamente bajo las formas de comprar, vender, valorar, y por otra parte, también estamos dominados por la ideología de manera vertical dentro de relaciones de dominación, desde arriba, sometido bajo las formas de derecho burgués, de moral burguesa, de religiones, así como por la ideología del consumo que nos enseñan por televisión, y también por la ideología de la competencia durante la jornada de trabajo. Esta última se manifiesta cuando los trabajadores determinan su conciencia a través de determinadas relaciones de dominación que ejerce la clase dominante sobre sus empleados, quienes ven la jerarquía como algo natural. Por supuesto, todo lo que tiene que ver con esas relaciones jerárquicas está muy alejado de la verdad. Es por ello es que los empleados sucumben sumisamente a la ideas de los ricos, o sea, a la ideología, que fomenta el individualismo y reprime la conciencia de clase.
 
En la tercera parte y última parte de este artículo, en Alienación (III), trataremos sobre la diferencia entre ideología y cultura, y también sobre la alienación ideológica en el capitalismo.
 
 
[1] Karl Marx, IV Tesis sobre Feuerbach. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 25.
[2] Ludovico Silva, La alienación como sistema. Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2006, pág. 277.
[3] Karl Marx, VI y VII Tesis sobre Feuerbach, pág. 25.
[4] Karl Marx, Manuscritos Económicos-Filosóficos, Karl Marx. Brevarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pág. 149.
[5] Ludovico, pág. 50.
[6] Ibídem, pág. 24, 276.
[7] Ibídem, pág. 11.
[8] Ibídem, pág. 12.
[9] Karl Marx, Crítica de la Economía Política. Citado por Ludovico, pág. 24, 52, 274.
[10] Ludovico, pág. 272.
[11] Ibídem, pág. 323, 375.
[12] Karl Marx, El Capital, volumen I. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 73.
[13] Ibídem, pág. 38.
[14] Karl Marx, El Capital, volumen III. Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1981, pág. 374.
[15] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, La Habana, pág. 120.
[16] Ludovico, pág. 275.
[17] Karl Marx, Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Obras Escogidas (en un tomo), C. Marx / F. Engels, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición), pág. 182.
[18] Ludovico, pág. 287.
[19] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase, Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro, La Habana, pág. 192.
[20] Ludovico, pág.385.
[21] Ibídem, pág. 249.
[22] Lukács, pág. 53.
 
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Fernando Saldivia Najul

Lector de la realidad social y defensor de la sociedad sin clases y sin fronteras.

 fernandosaldivia@gmail.com

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