A finales de
la década de 1980 era reelecto como presidente de Venezuela el señor
Carlos Andrés Pérez, y prometía la aplicación de importantes medidas
destinadas a solventar de alguna manera la problemática derivada de
la progresiva devaluación monetaria y de los altos índices de inflación,
entre otros factores económicos negativos. Y vaya sí se aplicaron
medidas contundentes, destacándose el alza desmesurada en los
precios de la gasolina, lo que obviamente determinó el súbito encarecimiento
del transporte de mercancías y alimentos. El impacto de estos ajustes
económicos “recomendados” por el Fondo Monetario Internacional
(FMI), fue de tal magnitud, que hizo reaccionar casi de inmediato a
las masas en las ciudades más importantes del país, protagonizando
durante el 27 y 28 de febrero de 1989 un movimiento de gran significación
en la historia de las protestas populares venezolanas.
Ahora bien,
sería ingenuo pensar que sólo la ejecución de tales medidas por el
Gobierno de Pérez era el desencadenante de la violenta reacción masiva.
Por supuesto que constituía la ‘gota que derramaba el vaso’, pero
debemos considerar que el elevado número de pobres en Venezuela había
soportado durante mucho tiempo las consecuencias de políticas desfavorables
a su oportunidad de abandonar la miseria: la persistencia de salarios
mezquinos, las notables dificultades de acceso a servicios sanitarios
y educativos de buena calidad, el alto costo de la cesta alimentaria,
la progresiva pérdida de atención gubernamental a los problemas del
campesinado, entre otras.
De esta manera,
El “Caracazo” representó el punto de quiebre en la capacidad
de aguante de las masas ante la explotación y la burla de los intereses
capitalistas internacionales y sus aliados venezolanos. Los días 27
y 28 de febrero de 1989 los pobres de Venezuela no soportaron más,
y lanzándose a las calles de todo el país protestaron enérgicamente
contra un Gobierno demócrata a medias, carismático pero demagogo
en toda la extensión de la palabra, siendo su mandato contradictoriamente
opuesto a las necesidades de la mayoría que lo llevara al poder.
Por lo tanto, a Carlos Andrés Pérez le tocaría recoger los
frutos del resentimiento y la frustración popular acumulada durante
tantos años, y sentiría en carne propia la creciente pérdida de credibilidad
y el resquebrajamiento acelerado de una democracia representativa prometedora
en la década de 1960 (con la Reforma Agraria, por ejemplo), pero decepcionante
en lo sucesivo por alejarse cada vez más de los grupos socioeconómicos
con carencias en diversos ámbitos de la vida.
En términos
generales, El “Caracazo” fue un movimiento en el que las masas quisieron
tomar justa venganza ante las humillaciones y ante las falsas promesas
seudodemocráticas a que se habían visto sometidas durante tanto tiempo.
Se trató de una auténtica rebelión popular o explosión social espontánea,
aunque algunos investigadores del tema no lo creen así. Éstos consideran
que los sucesos del 27 y 28 de febrero fueron impulsados o planificados
de alguna manera por líderes políticos contrarios al Gobierno de Pérez
(esperando sacar algún provecho político). No obstante, ha quedado
demostrado claramente que ningún dirigente de alto perfil político
apoyó la gigantesca protesta, al menos sí tenemos en cuenta que no
hubo un pronunciamiento público en favor de tal situación.
Por el contrario, los televidentes observamos como numerosos personajes
de la vida pública venezolana, afectos o no a Pérez, condenaban lo
que según ellos no era más que una vulgar ola de saqueos contra la
propiedad comercial y empresarial, y un atentado contra la supuesta
legitimidad democrática.
Aquellos que
insisten en creer que El “Caracazo” sólo pudo haber sido posible
con la participación de altos dirigentes nacionales, desestiman dos
aspectos claves: 1) Las protestas alcanzaron tal virulencia y la magnitud
de los saqueos fue tan impresionante, que ningún político “sensato”
hubiera deseado quedar mal parado frente a la opinión pública contraria
a los sucesos, minoritaria en número, pero de gran peso en la vida
nacional; y 2) No debemos olvidar que los pueblos han sido los principales
protagonistas de la Historia mundial, y los individuos, por muy importantes
que hayan parecido, no hubieran podido realizar sus “grandes” obras
sin el apoyo colectivo en diversos ámbitos. En este orden de ideas,
podemos señalar que El “Caracazo” sirvió de ejemplo posterior
a algunos personajes que progresivamente fueron ganando notoriedad,
como el caso del presidente Chávez, quien desde su salida a la palestra
nacional, ha fundamentado su ideología política en la reivindicación
de las masas vilipendiadas.
Al representar
El “Caracazo” el despertar en la conciencia de un pueblo sometido
a tanta explotación y desprecio por las minorías adineradas nacionales
y transnacionales, es indudable que se trató de una rebelión
sin precedente en la Historia venezolana. Considérese que ningún movimiento
preindependentista, independentista o republicano de masas incluía
a los pobres en un rol protagónico; por el contrario, eran los intereses
egoístas de los sectores económicos y políticos poderosos los verdaderos
motores que impulsaban cualquier rebelión. Considerando entonces la
importancia de la rebelión popular del 27 y 28 de febrero, no sería
descabellado que se estableciera su conmemoración como otro acontecimiento
patriótico de la Historia nacional. Realmente los mayorías
menos privilegiadas demostraron que no son simples borregos que obedecen
ciegamente a sus pastores, y siempre estarán prestas a luchar
por una vida más digna.
Rubén A. Hernández A.
Historiador