Condiciones objetivas de la revolución

Yo creo que el susto tiene que ver con las condiciones de posibilidad de que aquí pase algo serio. Contrariamente a mi vecino, y a mi interlocutor letrado que insisten en la frase casi mágica de que “aquí no pasa nada”, la situación social venezolana es para asustarse. Demasiada desigualdad económica, social y cultural, y una objetiva dificultad para insertarse en la acción política, preexistían a la aparición en la escena de Hugo Chávez. Este militar ha sabido hablarle al vientre del pueblo. Todavía no sé si para lograr una efectiva redistribución de oportunidades, o para desarrollar su carrera de “nuevo-viejo político”.

Creo que Chávez ha podido anclarse en el vientre del pueblo a causa de una condición muy simple de entender: la tremenda subordinación y miseria, en algunos casos atroz, de los habitantes de los cerros y barrios del país, a la par de un campesinado del cual Caracas sabe poco, y poco quiere saber. Esto es lo que, en una terminología más técnica, se llaman “condiciones objetivas de la revolución”.

Supongo que muchos vecinos, parecidos al mío, se preguntarán qué rayos es eso de las condiciones objetivas de la revolución. Sencillamente que, independientemente de si Chávez está o no está, de si es realmente revolucionario o no lo es, existen condiciones que favorecen cierto tipo de discurso, de retórica y de acción política. Si partimos de los intereses enraizados en la vida cotidiana de la gente del barrio, urgida de todo, sin sus necesidades básicas cubiertas, inclusive si estas personas no están conscientes de lo que, en el nombre de ciertos ideales modernos, tales como la igualdad y la libertad, les es debido, subsiste un malestar que puede ser aprovechado.

Para hacer una revolución que no se limite a la simple toma del poder, para dejar luego las cosas tal como estaban, excepto el cambio de guardia de quien está en el poder y se beneficia de él, se requieren de ciertas condiciones objetivas. “Objetivas” significa aquí que son independientes de la voluntad de los políticos y de todos los ciudadanos comunes, si bien, ya lo he dicho, pueden ser aprovechadas por los revolucionarios. Cuando un revolucionario identifica estas condiciones objetivas y las usa, se habla de “condiciones subjetivas de la revolución”. Estas últimas tienen que ver con el grado de conciencia alcanzado respecto de la propia condición objetiva.

En otras palabras, yo creo que mi vecino está asustado, si bien no está totalmente consciente de su miedo, porque intuye que los pobres no pueden quedarse quietos. Para los pobres “aquí pasa algo”, y lo que pasa es que no pueden comer, curarse y educarse como les es debido por simple humanidad y en el nombre de las diversas constituciones que Venezuela se ha dado desde que emprendió el camino de la modernización y de cierta modernidad que no cabe aquí analizar.

Si los pobres pasan a la acción, es decir, si reconociendo que “aquí pasa algo” se deciden a que eso que pasa no pase ya, la aparición de un líder que los guíe es una cuestión de tiempo y de oportunidad. Cuando los habitantes del cerro, del barrio, del campo comprenden que no es justo lo que les pasa, pueden volverse revolucionarios. Querrán, entonces, tomar el poder y usarlo para subsanar las condiciones objetivas negativas. Creo que Venezuela ha llegado a este punto. Es una simple opinión basada en algunos hechos.

Lo que no está claro, en cambio, es el grado de lucidez que el pueblo llano tiene respecto del rol que debe desempeñar y de cuáles han de ser los medios más adecuados para garantizarse una vida más digna. Creo que delega en gran parte la acción que debería emprender desde abajo en una figura popular, “alguien que es como ellos”, que los conduce como una suerte de “conciencia externa”, una conciencia añadida que suple la falta de lucidez que el mismo pueblo juzga tener. El pueblo siente que lo que vive es injusto, pero no sabe como alcanzar la justicia. Sabe también que Chávez lo sabe. De ahí la confianza en su persona y el hecho de que se reconozca en la expresión “mi comandante”.

Aparentemente es una expresión sencilla. Pero, si la descomponemos tenemos dos cosas: 1) El pueblo desea un comandante, alguien que sepa mandar (en este sentido, la condición de militar de Chávez como “nuevo político” no es fruto del azar); 2) ese comandante es “mío”, es decir, es de cada pobre; es “su comandante”. No es, obviamente el comandante de mi vecino, ni de mi interlocutor letrado. Ambos no necesitan un comandante por dos razones: 1) Ellos creen saber conducir su vida solos, creen saber defender sus intereses sin que un militar les diga cómo; 2) Al creer que “aquí no pasa nada”, “¿para qué un comandante que encima no es mío?” Añado, para no crear confusión, que tampoco mi vecino y mi interlocutor letrado son “míos”, pues yo no me reconozco en ellos. Más bien, me disocio: son el vecino y el interlocutor letrado. Así que, desde una posición desplazada, yo veo un pueblo con “su comandante” a la cabeza, y una clase media y alta que no quiere comandantes (tal vez porque, de una manera u otra, ya mandaban ellos). A las élites no las veo. No es que no estén. Es que yo no alcanzo a verlas. Estoy “muy abajo” para semejantes “alturas”. Soy un hijo de emigrantes que ha estudiado, que Venezuela le permitió estudiar. Se agradece.

Retomando el hilo conductor, el vecino y el interlocutor letrado están asustados y mis palabras les molestan, porque los ponen a pensar en el miedo que sienten y no quieren reconocer (a nadie le gusta estar asustado). Por esa razón, descalifican mis palabras al decir, el primero, que yo he leído mucho y que no tengo remedio; el segundo, porque he leído mal, he leído “desde Europa” y sus experiencias revolucionarias. Entonces, no sólo me confundo yo, sino que, al hablar, confundo a los demás y creo un falso alarmismo. El resultado es que me tildan de “criptochavista”, mientras los seguidores del bolivarianismo me consideran un simple burgués. Algo grave me ha pasado a mí: no tengo ya lugar, fuera de estas páginas.

¿Estoy yo asustado? Claro que sí. La situación del país es explosiva, y las dudas son muchas. Por todas partes veo odio, resentimiento, polarización desmedida, explícita o soterrada. Veo una derecha reaccionaria y una socialdemocracia que llega tarde a la cita por razones que expondré en otra entrega. Ahora, el odio, el resentimiento, la polarización extrema que impide la conversación, el diálogo suelen dar lugar a revoluciones violentas, por más que el revolucionario de turno tenga la buena intención de que sea pacífica y “bonita”.

El miedo genera agresividad en quien lo experimenta, una supersensibilidad que conduce a fáciles irritaciones, a desbocamientos que se corresponden a la intolerancia, más que comprensible desde mi punto de vista, de quienes han sido objeto de una subordinación terrible, la miseria. Y la miseria extrema cosecha “sujetos revolucionarios” por las ya mencionadas condiciones objetivas.

Claro, uno no se convierte en sujeto revolucionario sólo porque padece el hambre fruto de una mala redistribución de la renta petrolera. Se requiere de alguien insufle en ellos ciertas ideas, por más rudimentarias que sean. Y no puede ser, al comienzo, sino así.


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