…y Revolución Permanente (III)

La batalla de las ideas, como pugna interpretativa orientada a crear nuevas realidades, es la síntesis de la aplicación de la teoría de la revolución permanente de Trotsky al ámbito superesructural de un determinado bloque histórico que en un momento dado, se ha quebrado.

Decíamos que este planteamiento de Trotsky tenía una dimensión temporal y otra espacial, intrínsecamente ligadas. La primera, la que se refiere al movimiento revolucionario que en una traslación o transición, pasa de ser democrático a ser socialista; la segunda, la que afirma la extensión supranacional de la revolución socialista, que se hace mundial en la medida en que la explotación del capitalismo también lo es. Decíamos, que Venezuela tenía que hacer frente a un doble desafío que implicaba superar la falta de diversificación de nuestra economía, para luego superar al capitalismo, lo que resaltaba la vigencia de la tesis Trotskista para el caso venezolano.

Un país como Venezuela, con un bajo nivel de industrialización y por lo tanto sin una numerosa clase obrera, puede plantearse una revolución desde la superestructura, desde las instituciones de la sociedad civil, desde las instancias ideológicas, de manera de superar el gobierno de las palabras que hemos padecido producto de la decadencia social y la demagogia política, para pasar a la revolución de las palabras, la deconstrucción y la re-semantización, al discurso que permita nombrar a la nueva sociedad que vislumbramos sin que haya aparecido, y que a su vez, permita darle nombre a esos aspectos inéditos que van caracterizando al proceso bolivariano, legitimándolos. Los trabajadores, así como todos los sectores que padecen alguna clase de explotación, juegan un papel de igual modo importante en el cambio estructural.

Cuando recordamos que la reacción a la tesis de Trotsky articuló su política en forma de “revolución en un solo país”, podemos advertir los peligros que se ciernen contra el proceso. Advertimos, con más razón, que la revolución tiene que ser permanente. Porque si separar la revolución democrática de la socialista implicó la degeneración de la “nación de los consejos” en un aparato totalitario con un sistema de estado-partido y bajo un capitalismo estatal, en Venezuela, separar la etapa de democratización impulsada desde el estado del empoderamiento ciudadano para la transformación estructural de la sociedad, implica el estancamiento del proceso en el capitalismo de estado con todas sus consecuencias.

La oposición estalinista a Trotsky, negó la necesidad de la revolución mundial apoyándose en la posibilidad de la construcción del socialismo sólo en Rusia en virtud de sus vastos territorios y recursos naturales, pero la historia ha demostrado, con sus guerras calientes y frías, que una revolución anticapitalista, antiimperialista y anticolonialista, no es posible en un solo país. En este sentido, la reacción venezolana y compañía, puede trabajar en el fortalecimiento del capitalismo de estado, impidiendo o entorpeciendo las políticas antilatifundistas, la política de transferencia de poder real a las comunidades y en fin, haciendo del período de transición un eterno reformismo.

Estas situaciones, entre otras, hacen del proceso un movimiento permanente hacia un futuro todos los días en construcción. El proceso de democratización de los aspectos fundamentales de la vida, que lleva aparejado la politización y la desalienación, tiene que en un momento dado, dar paso a otra cosa: después de tener comida y bebida, ropa y techo, de adecuada calidad y en suficiente cantidad, salud y educación, sobreviene la explosión histórica, la democracia constante, la transformación estructural. Después de la ruptura del bloque histórico, tiene que sobrevenir el proceso contrahegemónico, la batalla de ideas, el cambio, la creación de los nuevos imaginarios, las nuevas agendas, discursos y diversiones, las nuevas palabras y los nuevos placeres; que puede que sean las mismas y los mismos, los de siempre, pero en nuevas circunstancias, es decir, con un sentido recuperado, diferente, espiritual y humanista.

La situación de dominio simbólico mundial, de hegemonía comunicacional de los emporios mediáticos mundiales, el poder de nombrar de la gran industria cultural funcional al sistema capitalista, plantean una transformación en el campo de las superestructuras, de las instancias ideológicas, lo que de por sí lleva implícita la batalla de universos de sentido, cosmovisiones e interpretaciones de las cosas, que con su gran capacidad de modelar el pensamiento nos llevan a plantear una confluencia de la tesis Trotskista con los planteamientos gramscianos relacionados con la hegemonía y la construcción del consenso. Si para Gramsci, hegemonía era dominación y dirección, monopolio de la violencia y dirigencia intelectual y moral, podemos intentar plantear algunos elementos que traen a un primer plano las ideas de Davidovich.

Contrahegemonía, es revolución permanente en el campo de las ideas. Dice Jorge Luís Borges en su insólito cuento “El Aleph”, que “la memoria es porosa para el olvido”, realidad que se hace mucho más contundente y dramática en nuestras sociedades de la información contemporáneas, donde desde la familia, el sistema educativo, las contradictorias tradiciones, y los medios de difusión de interpretaciones, anestesian nuestro dolor, narcotizan nuestras mentes y atentan constantemente contra nuestra memoria histórica, por lo que esta confluencia de falta de memoria histórica, por una parte, y de propaganda y maneras de ser reproductoras del sentido común neoliberal, hacen de la revolución un proceso de formación permanente.

Esto quiere decir, entre otras cosas que, si eventualmente se organiza un cine-foro en una comunidad, con buena asistencia, disposición e intervenciones, donde se cree la atmósfera necesaria para calar en los asistentes, para la educación político-humanista, se estaría aportando a la revolución, pero si la próxima proyección se hace en un mes, si la actividad no se sostiene en el tiempo de manera que genere en la comunidad una acumulación de conocimientos, de sorpresas y de indignación que mantengan la tensión, la vitalidad de la discusión y la dinámica de la participación, se pierde el esfuerzo realizado, como si nunca se hubiese realizado dicha actividad. Cuando el joven llegue a su casa lo estará esperando la TV, algún familiar representante de la vieja sociedad que le recomendará hacer “lo que Dios manda”, dejando a un lado lo “aprendido” sobre la manipulación técnica de la naturaleza humana, sobre el problema ecológico y la guerra, en la versión cinematográfica de 1984, de Orwell, para conectarse con ese universo hegemónico presente en cada palabra dicha, en cada frase folklórica de adaptación al sistema.

Un mundo donde conviven muchos mundos es hablar de algo rico y complejo, pero si ese mundo está en constante cambio se intrinca más la cosa; pero si dentro de ese mundo cambiante hay uno que está en revolución, ya es demasiado. “Lo único que no cambia en el mundo es la variación”, dijo Simón Rodríguez, por lo que el carácter permanente de la revolución también se justifica por las constantes adaptaciones a las coyunturas nacionales e internacionales, sin darle pausa al proceso de cambio revolucionario, en su primera etapa, que vive Venezuela. Superar la colonialidad del saber en un mundo donde se ha tomado cada vez mayor conciencia del Lecho de Procusto que ha significado la modernidad para el mundo, donde la aguda crisis ecológica cuestiona poderosamente el modelo civilizatorio occidental, donde la pérdida de legitimidad política y crisis económica del imperio retrotraen al mundo a los años treinta, hacen del pensamiento crítico latinoamericano la luz del mundo que será capaz de convertirse en referencia siempre y cuando asuma la iniciativa de superar su doble desafío, dándole a su trabajo un carácter permanente, pasando del pensamiento crítico al creador, de la contrahegemonía a la nueva hegemonía.

Este doble desafío se presenta en la estructura y en la superestructura, desde la segunda ya se vienen produciendo cambios que apuntan a desbordar pacíficamente a las anteriores instancias de ideología, pero, observando con preocupación como no hemos llegado a alcanzar la soberanía alimentaria, puede que por causa del latifundio y de los blindados intereses de la burguesía financiera, terrateniente y comercial, sin olvidar a las mafias ¿será que el desborde de la estructura podrá ser pacífico? Todo indica que si se puede, pero la revolución permanente no se detiene y llegará con las comunidades, los nuevos medios y la Reforma Constitucional (y las otras que vengan), cada vez más al meollo del asunto, y es en ese momento donde, como dice Borges, se llegará al punto que contiene a todos los puntos, y sobrevendrá la revolución mundial.

amauryalejandro@gmail.com


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