Reforma Constitucional, Reelección inmediata y Revolución Permanente (II)

Para Trotsky la revolución democrática se transforma directamente en socialista, residiendo en esta transformación su carácter permanente. En un escrito anterior se mencionó que a Venezuela le tocaba asumir el doble desafío que implicaba la superación del carácter monoproductor de su economía, diversificarla, para luego superar el capitalismo. En este sentido, es importante reconocer la vigencia de la tesis de Davídovich para el caso venezolano, sobre todo como una guía para la acción.

En el marco de la Reforma Constitucional, la tesis de Trotsky cobra total vigencia cuando observamos el carácter de doble desafío que implica la discusión popular de la misma, que significa en un primer momento, defensa irrestricta de la pro-puesta de reforma planteada por el presidente de los sectores reaccionarios autómatas y oposicionistas en general, y en un segundo momento la consideración de dicha propuesta como un borrador, como un esbozo inacabado e imperfecto, lo que le da al proceso un carácter permanente. Una actitud de defensa crítica de cara al futuro del proceso.

La Constitución Bolivariana del 99, fue transparentando inconsistencias y contradicciones en la medida en que el curso del movimiento revolucionario tomaba cauces menos reformistas y tomaba conciencia de la necesidad de darle un carácter permanente al proceso, sobre todo haciendo cada vez más viable y concreto al Poder Popular. Cuando recordamos que para Trotsky la extensión de la revolución del terreno nacional al internacional constituía el otro elemento del carácter permanente de la misma, es importante rescatar aquí en que sentido vino la oposición reaccionaria a dicha tesis: en forma de “teoría del socialismo en un solo país”.

Es en este punto donde traer a colación las etapas del proceso de emancipación venezolano en términos generales, puede ser ilustrativo del modo en que los sectores infiltrados en el Estado, el gobierno, y en los diversos sectores de la Sociedad Civil Popular, podrían articular su política reaccionaria-contrarrevolucionaria. Estas etapas pueden ser:

1. Una etapa de inclusión, de satisfacción de necesidades básicas (donde los sectores nunca excluidos se benefician grandemente).
2. Una de superación del capitalismo, donde después de la etapa precedente de formación, organización, articulación y movilización, la condiciones políticas, económicas, jurídicas y culturales están dadas para el desborde efectivo de, en este caso, nuestro particular capitalismo.
3. Y una etapa, de superación del sistema en general. Diría Trotsky, una etapa donde la revolución ha traspasado las fronteras nacionales para hacerse internacional y mundial.



Citemos en este punto a Trotsky: “La teoría de Stalin-Bujarin no sólo opone mecánicamente, contra toda la experiencia de las revoluciones rasas, la revolución democrática a la socialista, sino que divorcia, la revolución nacional de la internacional”; esta oposición a la teoría de la revolución permanente separó la revolución democrática de la socialista, la nacional de la internacional, lo que en nuestro caso sería separar la superación del no desarrollo de la superación del capitalismo. Cercenar el proceso en la superación del colonialismo cultural sin dar paso a la invención. Inclusión con capitalismo. Estado emancipador sin total emancipación.

Dicho en otras palabras, nuestros “Stalin-Bujarin” defienden una “revolución” sin socialismo, el desarrollo económico democrático-burgués frente a la integración desde el ALBA. El curso de las cosas puede entorpecerse, obstaculizarse, pero no detenerse porque es irreversible.

La tesis de Trotsky evidentemente tiene una dimensión temporal y otra espacial. Es permanente por la complejidad que supone transitar de la revolución democrática a la socialista; es permanente, porque trasciende las fronteras nacionales en un proceso de articulación de los pueblos frente a la oligarquía internacional, lo que amerita la conformación de una renovada Internacional Socialista del siglo XXI para dar una respuesta única y orgánica a los tentáculos del capitalismo mundial.

No obstante, cuando consideramos el concepto de Hegemonía de Antonio Gramsci para el caso venezolano, y consideramos al mismo tiempo que la Revolución Permanente que planteó Trotsky sería materializada por el proletariado arrastrando tras de sí a los campesinos, podemos observar que en nuestra contemporaneidad no sólo no podemos hablar del proletariado como vanguardia de la revolución, sino de un complejo, diverso y dinámico bloque sociopolítico, que desde diversos sectores conforman una mayoría que objetivamente necesita el socialismo y que subjetivamente está dispuesta a luchar por su realización. De igual forma, se puede constatar que la capacidad del sistema de ejercer una dirección intelectual y moral en la sociedad en aras de mantener el consenso entre clases antagónicas se ha quebrado, aunque esto no impida que todavía ejerza una influencia tal que, desde la superestructura, la superación del sistema capitalista sea más traumática y que lo que está muriendo no termine de morir.

Por esta razón, en el marco de las sociedades de la información, donde las todavía mayoritarias instancias ideológicas de la sociedad civil, que se han ido desbordando poco a poco, siguen transmitiendo valores, imaginarios, representaciones, patrones, cánones estéticos, interpretaciones y concepciones de mundo que producen y reproducen el sistema, se hace necesario luchar permanentemente contra este poder de nombrar, contra esta fuerza narcotizante que desconcierta y distorsiona la conciencia, anestesiando el dolor, frenando la emancipación. Para esto, podemos hacer un intento de tomar de la teoría trotskista su dimensión temporal y aplicarla a la superestructura jurídico-política y cultural, lo que daría por resultado el hecho de que la revolución permanente, en nuestra época, se convierte en cultural, se convierte en una permanente “batalla de las ideas”. En un próximo escrito se continuarán estas reflexiones.

amauryalejandro@gmail.com





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