Aquel 4 de octubre, Caracas jamás había visto un río de gente semejante, mejor dicho, unos ríos, porque por todos lados se aparecieron caminatas interminables de personas que parecían brotar de la tierra. Cientos de autobuses abarrotaron los espacios del parque Los Caobos. Se estaba concentrando la mayor fiesta que se iba a realizar en el país. Era 2012 y una mácula de agua ensombrecía la mañana caraqueña, que de inmediato hizo recordar aquel Cordonazo, porque un 4 de octubre, San Francisco de Asís, se quitó el cordón para llenarlo de truenos y relámpagos y así castigar a la población del planeta que se porta mal, con un caudal de agua jamás imaginado. Eso dice la leyenda.
Aquel 4 de octubre, yo tenía la responsabilidad con mis oyentes de hacer mi programa de radio “Aquí no es así”; por lo que me fue imposible asistir. Así que con mucha resignación me quedé en la radio y desde allí monitoreé lo que acontecía en Caracas, una ciudad que en su vida había visto semejante cantidad de personas, en ese mitin de cierre de campaña.
Recordé entonces la campaña presidencial de la Nueva Alternativa, en la que José Vicente Rangel era el candidato por allá en 1983. Yo era miembro del Comando Nacional de Campaña y me correspondía monitorear todos los autobuses que venían de occidente y entraban por la Nueva Granada para irlos llevando hacia las Fuerzas Armadas. Nuestro acto fue en la avenida Bolívar y logramos concentrar gente hasta el parque Los Caobos. “Si pudo José Vicente llegar a Los Caobos”, abrió en título a cinco columnas el diario Últimas Noticias. Estábamos convencidos de que, con esa concentración, por lo menos sacaríamos 30 diputados. De casualidad sacamos uno, Jesús María Pacheco, ex dirigente del MIR. Cuántos votos nos habrían robado allí. La izquierda siempre sufrió esa plaga, cuando el entonces Consejo Supremo Electoral (CSE) manipulaba la votación, con las famosas “acta mata voto”.
Pero en esta concentración, los que venían de Catia y La Guaira, era un mar de tal calibre que ocupaba casi toda la avenida Sucre, una de las más grandes de Caracas. Esa marea dicen que ocupó la avenida Urdaneta, los que venían de occidente ocuparon toda la avenida Fuerzas Armadas y la avenida Lecuna; los que venían de oriente, se tragaron toda la avenida Lecuna, Bolívar, Los Caobos. Aún no sé por qué mientras escribo, se me salen las lágrimas solas. Ver cientos de miles de personas, esas tomas de drones y helicópteros, extraordinarias que evidenciaban la capacidad de convocatoria de Hugo Chávez.
Ahora me preguntó si todos nos estábamos aferrando a esa esperanza, o si en el fondo, inconscientemente estábamos convencidos de que iba a morir, porque los que sabíamos bien el cuento, éramos conscientes de que moriría. Pero no pudimos adivinar qué tan rápido.
Ya estaba desatado el Cordonazo cuando apareció en la tarima, sereno y sonriente como la mayor parte de las veces, más bien cuando se conectaba con el pueblo. Parece que eso lo calmaba, verlos a todos, verlos acompañarlo a donde él dijera que iba, como el sol tras el que todos van. Verlo empapado y llenarnos de angustia porque una gripe podía rematarlo. De cuántos cc de calmantes sería el coctel que le inyectaron para que pudiera resistir. Aunque muchos ignoraban que llevaba tiempo resistiendo, que los dolores eran cada vez más intensos, que mucho tiempo atrás le debieron acondicionar el carro, porque ya no podía doblarse completo para sentarse. La resistencia en su máxima expresión, mantenerse vivo por amor al prójimo.
Aquel 4 de octubre, la historia demostró de qué están hechos los venezolanos; y que importaba uno más si moría, si la mitad de la población había sido muerta en combate por liberar el país en tiempos de la colonia. Pero se trataba de Hugo Chávez, la brújula que trazaba el mapa por donde debíamos ir.
Dicen que solo dos hombres en el continente era capaces de concentrar tamaño océano de personas: Juan Domingo Perón, cuando el peronismo fue la mayor esperanza del continente; y Fidel Castro, país donde por casualidad estuve ese día, en la Plaza de la Revolución en compañía del periodista y camarada Alcides Castillo. Siempre se ha dicho que allí se concentraba un millón de personas para escuchar al Fidel. Nosotros estuvimos todo el discurso. Nunca se ha dado un número exacto de cuántas personas acompañaron a Hugo, y hay muchas diferencias. La mayoría lo ubica entre 800.000 y 3.000.000. No soy ingeniero ni matemático, pero la sola avenida Bolívar, debe concentrar unas 200.000 personas. Ahora, calculen que eran siete, de tamaños similares.
Y verlo allí, en esa imponente tarima, solo, con su micrófono en la mano y el agua que le brotaba por todos lados. Que goteaba de sus pestañas, que inundaba sus cejas, que corrían por su frente. De allí salió una de las mejores fotos que he visto en mi vida, un Hugo cuyo rostro la lluvia intentaba borrar. Un Hugo con un temple y una fuerza a prueba de cualquier cosa, echando el resto. Tal vez sabía que la barca de Caronte estaba llegando, tal vez tenía la moneda en la mano, tal vez estaba convencido de que el fin para él había llegado, porque efectivamente así fue. De allí salió a morir unos meses después.
Aquel 4 de octubre, quedará en la memoria de todos, como el día que cambió la historia de Venezuela. Hace años que no se ven grandes concentraciones para escuchar el discurso de algún líder. Tenemos que comenzar por decir que ya no hay líderes, que hace tiempo comenzaron a desaparecer, que el nuevo liderazgo que emerge, no tiene ningún interés en mítines ni concentraciones, lee poco, o no lee y depende de un celular y las redes sociales, donde aprenden a ser estúpidos y a involucionar.
Hugo Chávez también será una sombra. Tenía 50 años de adelanto y nunca se ocupó de que alguien cubriera esos 50 años. Por eso cada vez pierden más interés en sus propuestas y en el pueblo que él tanto amaba. Ya no les parece importante abordar los problemas del país. Gobernadores que estúpidamente se ocupan de un superhéroe en lugar del poder popular; alcaldes para quienes es más importante abrir un casino que una escuela de formación política.
El legado de Chávez comienza a ser una sombra, una mácula que muchos esperan desaparezca rápido para poder seguir haciendo negocios de espaldas a las necesidades del país, un fondo de agua que se diluya y quizás aparezca dentro de 200 años, cuando el país sea grupos humanos nómadas que divagan de un lado a otro, cazando y recolectando lo que puedan para mantener a los suyos. Pero entonces, ya no habrá error que enmendar. La batalla será a palos y piedras.