De la crisis de hegemonía al empate catastrófico en Venezuela

Las raíces de la crisis

La crisis venezolana está determinada en gran medida por una crisis orgánica no superada, cuyos hitos fundamentales se ubican en:

1- El colapso de las finanzas nacionales y el deterioro de las condiciones de vida del pueblo venezolano, hecho precipitado a partir del tristemente célebre Viernes Negro en 1983, pero que en esencia fue producto de un acumulado de contradicciones sistémicas de la sociedad venezolana durante el siglo XX.

2- La crisis de hegemonía dada a partir de 1989, que tuvo en el Sacudón del 27 de febrero de 1989 y en las rebeliones militares de 1992 sus hitos principales, las cuales exacerbaron un escenario de turbulencias e inestabilidad que fracturó el denominado Pacto de Punto Fijo, así como de déficit de legitimidad y de cuestionamiento del orden social en Venezuela.

Turbulencias y reconfiguraciones: el chavismo en escena

Las transformaciones iniciadas a partir del ascenso al gobierno de Hugo Chávez y del proceso constituyente (1999), representaron una especie de solución temporal a esa crisis orgánica, pero solo en apariencia. Por debajo de la superficie, más bien se intensificaron las convulsiones.

El golpe de Estado y el paro petrolero de 2002, son una expresión tangible del volcán social que se venía acumulando en el país. La crisis de hegemonía volvió a la escena como protagonista de primer orden, a través de la inestabilidad producida por las traumáticas pugnas políticas y económicas que experimentó Venezuela en esa coyuntura.

¿Transición hacia una nueva hegemonía?

Determinadas relaciones de fuerza en la lucha de clases y cambios subjetivos dados en ese contexto de profundas contradicciones, redundaron en la derrota de los factores más conservadores y restauradores (tanto en el golpe de Estado, como en el paro petrolero), y de manera dialéctica, en el ascenso del chavismo como factor político trascendental en la sociedad venezolana.

El contundente triunfo electoral del chavismo en el referendo de 2004, mediado por una carga simbólica popular y de clase, forjó las condiciones para la estructuración del mismo como un bloque histórico en proceso de conquista de la hegemonía política. La aplastante victoria en las elecciones presidenciales de 2006, fueron la confirmación del auge de esa hegemonía, esta vez con un contenido más radical, ya que el programa de gobierno y la narrativa adquirieron un signo socialista. En apariencia, la crisis de hegemonía había sido superada.

Sin embargo, además de no ejecutar ninguna reforma orientada hacia la implementación del programa mínimo del socialismo en Venezuela (ya que se limitó a proseguir en su modelo de redistribución masiva y popular de una fracción de las rentas nacionales a través de programas sociales y subsidios directos y universales, así como a estatizar algunos segmentos de la economía nacional), más bien reprodujo y agudizó problemas históricos de la formación económico- social venezolana (de capitalismo tardío y dependiente), tales como:

i) la profundización de la dependencia material en torno a la industria petrolera, que bajo la égida de una carga histórica de hipertrofia del capital financiero y comercial, derivó en fenómenos lesivos como la sobrevaloración de la moneda nacional, la contracción de la producción agroindustrial, el dominio de un mercado nacional abastecido primordialmente a través de importaciones, y no menos importante, la subordinación estructural de la economía nacional a las dinámicas del mercado internacional, en particular a las del mercado energético;

ii) la exacerbación de una funcionalidad del poder estatal como medio para la acumulación de capital, y con ello, un nuevo proceso de recomposición de la burguesía nacional, con beneficios extraordinarios para las facciones integradas a mecanismos de apropiación de los recursos fiscales del país (como el control de cambio y la asignación preferencial de las divisas captadas por la industria petrolera nacional).

iii) un régimen financiero débil y un sistema tributario regresivo y vulnerable a fraudes, caldo de cultivo idóneo para acentuar la exportación de capitales por concepto de pagos de servicio de deuda (sin evaluar su legitimidad), elusión y evasión de impuestos, y transacciones de gran escala para el exterior.

iv) un sistema político de relaciones de poder verticales, que reproduce taras como el caudillismo y la regencia de cúpulas sectarias y antidemocráticas.

Un nuevo ciclo de la crisis de hegemonía

Posteriormente, el fracaso ideológico y electoral del proyecto de reforma constitucional (un proyecto apresurado, innecesario en los tiempos políticos del país, e inconsistente desde el punto de vista programático) promovido por Chávez en 2007 con aportes de la Asamblea Nacional que acentuaron la confusión y la incertidumbre en gran parte de la población, se convirtió en un nuevo hito de crisis de hegemonía. El chavismo sufrió una derrota política sin precedentes y dejó de percibirse como un bloque inexpugnable.

La fundación del PSUV, concebido y preconizado por Hugo Chávez como el partido de la revolución venezolana, se formuló como una tentativa de fortalecer la posición del chavismo en las relaciones de fuerza de la política nacional. No obstante, los resultados de esa empresa resultaron contradictorios, en la medida en que no se produjo la adhesión de partidos con programas clasistas (como el PCV y el PPT) y más bien redundaron en una ruptura con sectores socialdemócratas (como es el caso de Podemos). En los hechos, se produjo un daño notable al potencial revolucionario del chavismo, mediante la cooptación- subordinación de múltiples y muy diversas expresiones organizativas, en un partido de cúpulas, sin democracia interna y con un programa policlasista.

El triunfo electoral de la enmienda, reafirmó el liderazgo de Hugo Chávez, pero no fue suficiente para contener y revertir la tendencia hacia la crisis de hegemonía. Los resultados de las elecciones parlamentarias de 2010 (con un empate técnico entre el chavismo y el antichavismo, y una votación importante para el PPT desde una posición no alineada), manifestaron una gran interpelación al gobierno bolivariano, y marcaron un segundo hito del nuevo -y vigente- ciclo de crisis de hegemonía política en Venezuela.

Los resultados electorales de 2012, demostraron la fuerza del liderazgo de Chávez (como factor decisivo en la contienda), pero también evidenciaron que el antichavismo seguía creciendo, y según las tendencias, parecía inevitable un nuevo empate en las relaciones de fuerza.

La desaparición física de Hugo Chávez, trastocó la frágil supremacía bolivariana, y vino a agudizar la crisis de hegemonía que se venía forjando desde 2007. Las sobrevenidas elecciones de 2013 y un triunfo exiguo de Nicolás Maduro (en un nuevo episodio de empate técnico), registraron un nuevo estadio de la crisis de hegemonía.

De la crisis de hegemonía al empate catastrófico

Las tensiones políticas y su escalamiento hacia un escenario de violencia en 2014 (en las denominadas guarimbas), desplazaron al ámbito electoral como centro de las pugnas por el poder político. Por una parte, un sector profundamente reaccionario asumía funciones directivas en el antichavismo. Mientras por otra parte, el gobierno de Maduro se desplazaba de manera sistemática hacia posiciones conservadoras, porque según la narrativa oficial, la prioridad era la cohesión del chavismo.

Las elecciones parlamentarias de 2015, con una victoria del antichavismo por un margen importante, representaron una situación de jaque, ya no a la hegemonía del chavismo, sino al control de éste último sobre los dispositivos fundamentales del poder estatal.

La estrategia maximalista de confrontación para derrocar al gobierno de Maduro (con una agenda por fuera de lo previsto en la Constitución) desplegada por el antichavismo, y la s maniobras leguleyas pero también anticonstitucionales del chavismo oficial para declarar en desacato a la nueva Asamblea Nacional, además de propiciar un conflicto entre poderes, terminaron de cristalizar un escenario de Empate Catastrófico.

Los hechos de violencia cruenta de 2017, en una especie de embrión de guerra civil, y el proceso que concluyó en la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente, son expresiones concretas de esa nueva fase de conflictividad irregular (que desborda y destruye el marco normativo y el tejido institucional del país, en el que las fuerzas sociales son instrumento de intereses sectarios en nombre de objetivos sublimes como la libertad y la democracia por parte del antichavismo, o la paz por parte del gobierno).

La instauración y normalización de un Estado de Excepción y el ascenso de una deriva autoritaria del gobierno de Maduro, y la subordinación explícita a los designios de Washington en la agenda del antichavismo y el consecuente desconocimiento del proceso y los resultados electorales presidenciales de 2018, son los signos de las estrategias desplegadas por los factores en disputa por el poder político en Venezuela. Los episodios de terapia de shock y violencia política de principios de 2019, no se pueden comprender por fuera de estos vectores.

En la Venezuela de hoy, de depresión económica sin precedentes y de crisis institucional: el antichavismo duro (el concentrado en el denominado G4), y el chavismo (oficial), no representan ni en discurso, ni en programa, ni en los hechos al pueblo venezolano. Sin embargo, mantienen el monopolio de la escena política nacional, en razón de su poder político, económico y comunicacional.

El empate catastrófico es un factor clave de la crisis multidimensional venezolana, o para ser más precisos, de la crisis orgánica de la formación económico-social venezolana.

Notas:

  1. El presente artículo forma parte de un breve análisis político e histórico- geográfico de la crisis venezolana. Por tanto, se concibe como la continuidad del recientemente divulgado: "Doble empate catastrófico en Venezuela". Disponible en: https://www.aporrea.org/actualidad/a294294.html

  2. Tanto la nueva burguesía dineraria concentrada en actividades de comercio exterior muy lucrativas en el contexto de la sobrevaloración monetaria, como una amplia franja de la burguesía tradicional igualmente dineraria (instituida en el siglo XX), integrada a circuitos e intereses transnacionales pero con precarios niveles de producción de valor.

  3. Concebida por Antonio Gramsci como la combinación de depresiones económicas severas, y conflictos políticos escapados hacia situaciones de violencia, así como debilidad y perdida de legitimidad del tejido institucional.

 



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Jorge Forero

Integrante del Colectivo Pedro Correa / Profesor e Investigador

 boltxevike89@hotmail.com      @jorgeforero89

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