Binóculo N° 245

No está el Chávez escritor

Digamos que se han escrito decenas de artículos sobre el cuarto aniversario de la muerte del pana Hugo Chávez. Muchos de los que he leído, son una retahíla de adulaciones y alabanzas, carentes de crítica y de sentido común. A la postre –y según ellos- Chávez fue una especie de deidad. La versión masculina de Temis, reencarnada en un zambo con una verruga en la frente.

Esos escritos celestinos y reptilíneos, no hacen más que tergiversar la realidad. Como ocurrió con el gran Simón que fue convertido en Dios en aras de la conveniencia del poder. Cuando no les era indispensable, lo hacían traidor, enemigos de su país y de la patria que pretendió construir. Por cierto, una de las preocupaciones de los arrastrados debería ser exigirle a la Asamblea Nacional que derogue el decreto de expulsión de Bolívar, fabricado en Valencia por La Cosiata. A los efectos, y en términos reales, si el Libertador estuviera vivo, no podría poner un pie en su país porque está vigente el decreto de expulsión. Incluso, esa debería ser una preocupación del pana Francisco Ameliach, ya que es un apasionado de la historia, cuyo padre tiene un profundo conocimiento de la historia, buen articulista además.

Pero lo cierto es que además del gran estadista que fue, Bolívar fue un “jembrero”, dicen en el llano, mujeriego, dicen los orientales, o coge culo, para sonarlo tal y como lo dice el pueblo, ese poder popular que tanto se critica. Hay anécdotas excelentes sobre el tema, sobre todo de historiadores colombianos. Recuerdo una que leí de la vez que debió salir corriendo en interiores al saltar por la ventana de una casa, porque le estaba haciendo el amor a la mujer de un coronel y éste lo descubrió y lo corrió en medio de insultos y todo lo demás. Es decir, más allá de su grandeza, Bolívar fue un hombre, con muchos defectos y con muchas virtudes. En mi opinión personal, es uno de los hombres más grandes que ha dado la historia.

El Nieto de Maisanta fue eso: un hombre con miles de defectos y con muchas virtudes. Ni más ni menos. Incluso cometió errores que costaron muy caros en los inicios del proceso que se empeñan en llamar revolución, aún ignoro por qué.

Fui el segundo periodista en llegar a Miraflores el 4F, después de Luis Alfredo Gómez (El Zorro). Encontré muerto a Bernardo Leal, un soldado que combatió contra los alzados. Tenía 19 años y estaba desangrado en la azotea del edifico administrativo. Fue la única vez que vi al entonces Ministro de la Defensa Fernando Ochoa Antich, con una pistola al cinto. Yo no conocía a Chávez, pero el gordo Jesús Lossada Rondón me contó que había sido detenido meses antes cuando se produjo una movilización de tanques hacia Miraflores. Nunca pude confirmar eso. Para Lossada, Chávez era un loco que cantaba, se echaba palos y les echaba los perros a todas las mujeres.

Muchos de los periodistas de entonces así lo definían. Yo busqué informaciones más precisas y los consultados daban cuenta de un Chávez descocado. Los más serios me analizaron a un Chávez talibán, una especie de fanático que buscaba la purificación de las Fuerzas Armadas primero, y del país después.

Estando yo de visita a una amiga en la Cadena Capriles, llegó él unos meses después de ser liberado. Conversó con todos, saludó a todos, no me perdí de preguntarle algunas cosas, y me pareció un hombre muy inteligente, perspicaz, serio y convencido de lo que decía. En honor a la verdad, para un marxista como yo, me pareció que tenía un pastel de marca mayor en la cabeza. Luego tuve la oportunidad de reunirme con él y otras personas cuando era candidato, una vez, una reunión que duró como 12 horas. Entonces me pareció más coherente, pero no menos confundido desde el punto de vista político.

Al principio de su gobierno cargaba un librito llamado “El Oráculo del Guerrero” escrito por un argentino llamado Lucas Estrella que practica artes marciales y que no tiene idea de lo que es la política. Fue el principio para monitorear un proceso de crecimiento que me impresionó, no solo por lo valioso, sino por lo rápido.

Desde su admiración por Pérez Jiménez –de quien no habló más nunca-, hablo luego de la Tercera Vía de Tony Blair, pasando por el modelo chino “un Estado, dos naciones”, hasta caer en aquello que me hizo saltar de la silla y echarle una mentada de madre: “capitalismo con rostro humano”. Recuerdo que un camarada me llamó y me preguntó si yo pensaba que Chávez estaba consumiendo drogas. Cuando habló de Lenin y el libro sobre el Estado, entendí que el Arañero había evolucionado con demasiada rapidez.

Es decir, vimos a un Chávez que pasó de decir una sarta de barbaridades, a los lúcidos e inteligentes discursos de sus últimos cuatro años.

De ser un “jembrero” absorbido por la cotidianidad, se convirtió en un hombre reflexivo y agudo lector, con una extraordinaria capacidad para oír y un vivo entusiasmo para aprender. Y siempre me pregunto, si no hubiera sido mejor que dejara el gobierno para que se dedicara a escribir.
A la sazón, Chávez terminó convirtiéndose en el más brillante líder político de los últimos 50 años de la política latinoamericana, solo precedido por Fidel, su maestro.

Cantaba horrible, pero me encantaba escucharlo porque cantaba con el corazón, declamaba peor, pero lo hacía con el alma. Esa honestidad para tratar a la gente, para preocuparse por el país es lo que hizo de Chávez un gigante.

Difícil encontrar en los últimos años de la política mundial un discurso como el de la inauguración de la Celac. No solo por lo brillante, sino por la claridad política de hacia dónde debía encaminarse la región y cómo hacer para sacar de la pobreza a cientos de millones de personas.

Tenía una columna en un semanario que se llamaba “La Razón”. Sus textos eran claros y bien escritos.

Tantas cosas que decir de Chávez, tanto análisis que hacer. Si algo lamento es que no haya escrito, porque estoy seguro que en esa cabeza reposaban todos los razonamientos de por dónde debíamos ir y qué nos podía deparar el destino. Chávez era un orfebre de la palabra oral, la moldeaba, la golpeaba, la martillaba, le iba dando forma. Por eso la magia de comunicarse con todo el mundo. Por eso la magia de lograr que el pueblo lo entendiera. Es la inexistencia del Chávez escritor la que duele. Sus textos escritos, sus enseñanzas para la posteridad.

He dicho sin vergüenza ninguna que me dolió más la muerte de Chávez que la de mi padre, aunque nunca tuve conflictos con él. Pero hay cosas que no son fáciles de entender, como esa de la razón de morir tan joven –seguro fue asesinado- sin legar todo ese pensamiento a la posteridad.

En realidad, personas como yo no son más que unos preteridos, aún llorando por los rincones una muerte tan estúpida.

A veces aparto la dialéctica para preguntarme ¿qué hubiera hecho Chávez en un momento de crisis como esta? Pero no encuentro respuesta.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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