La manipulación de los términos políticos

La manipulación del significado de ciertos términos en la evaluación
de los procesos políticos es un elemento esencial de la propaganda
imperialista estadounidense. No es algo que maneje un partido o el
otro, es parte de la estrategia de propaganda que lleva a cabo la
élite del poder que verdaderamente gobierna en los Estados Unidos, esa
que nadie elige pero que impone modas y maneras a la información y la
publicidad a escala global.

Vocablos como libertad, democracia, derechos humanos, y muchos otros
se aplican con deliberada reiteración a su propio ordenamiento
político y social, siempre con una fuerte carga de connotaciones
laudatorias.

Sobre algunos de estos términos asumen la posición de árbitros y
custodios, reservándose la facultad de calificar, respecto a ellos,
cualquier ordenamiento ajeno y así reprobar a los que difieran del
modelo que conviene a su política exterior.

Acuñan términos como dictadores, terroristas y extremistas que aplican
contra dirigentes políticos a quienes valora inconvenientes u hostiles
a la hegemonía estadounidense.

Tan alto grado de penetración ha llegado a lograr con su abrumadora
propaganda mediante la imposición de términos acuñados al efecto, que
no es extraño encontrar en cualquier país de América Latina a personas
sencillas que digan con convicción: “Fidel Castro habrá sido un
dictador, pero yo estoy de acuerdo con todo lo que él ha dice y hace”.
(Una tonada colombiana que se popularizó por todo el continente en los
años 60 del pasado siglo decía: “…si las cosas de Fidel son cosas de
comunista, que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él”).

El término democracia ha sido probablemente el más injuriado por su
apócrifo uso a lo largo de la historia. En la Grecia antigua surgió
como calificativo de un sistema de gobierno ejercido por el pueblo,
pese a que el ordenamiento político que distinguía admitía la
esclavitud y excluía de la sociedad a los esclavos.
Pero jamás en la historia otro imperio había abusado de manera tan
pertinaz del uso de la palabra democracia para inyectar valores
aparentes a su autoestima nacional y para proyectarse desdeñosamente
sobre las demás naciones, como el gobierno estadounidense actual.

Hay términos prácticamente excluidos del lenguaje mediático que
utiliza la gran prensa al referirse a las motivaciones de los
movimientos populares. Sobresalen por su ausencia los que se
identifican con aspiraciones nacionales como independencia,
autodeterminación, patriotismo y soberanía, así como otros que
reflejan aspiraciones sociales populares como lucha de clases,
igualdad, revolución, rebeldía y muchas más.

En cambio, han retomado el término populismo, que se utilizó en las
ciencias sociales a mediados del pasado siglo para calificar
políticas "inflacionarias", "irresponsables" y "aventureras" que, para
lograr el apoyo popular, incurrían en concesiones sociales
incompatibles con las sutilezas de la economía y las finanzas.

Lo refieren ahora a gobernantes populares y queridos por sus pueblos
como los venezolanos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, el boliviano de
Evo Morales y el ecuatoriano de Rafael Correa o el nicaragüense Daniel
Ortega. Y lo insinúan puntualmente para calificar a los demás líderes
independentistas, como para llamarles al orden cuando actúan en forma
que de alguna manera amenace intereses de los explotadores.

Cuando se habla de derechos humanos, limitan el término a los derechos
civiles e ignoran los sociales, económicos, laborales, alimentarios,
educativos y a la salud, tan humanos como aquellos. Desafían la lógica
y la semántica cuando manipulan en sus lemas palabras de significado
contradictorio con la orientación política de sus objetivos, como
transición, cambio, y hasta revolución.

Contra Cuba, han pretendido desplegar una campaña usando el término
cambio con un sentido contrarrevolucionario, obviando el hecho de que
la revolución cubana ha sido y sigue siendo la fuente de inspiración
de los cambios actuales en Latinoamérica.

Pretendiendo descalificar su camino socialista, acusan a Cuba de
adoptar soluciones capitalistas para sus problemas económicos, como si
el mercado, le fuera exclusivo al capitalismo y no hubiera existido
mucho antes que éste.

Se hace el juego al imperio cuando se le concede derecho de propiedad
sobre ciertos términos de los que se ha apropiado o pretende
apropiarse para describir, identificar o nombrar categorías que no son
exclusivos de su orden social como son sociedad civil, desarrollo
humano e incluso el mercado, que puede servir, y de hecho sirve
también, al socialismo.

En Occidente, los medios han connotado al término comunismo con un
sentido tan peyorativo que se cuenta que, antes de 1959, cuando aún se
luchaba contra la tiranía de Fulgencio Batista, un combatiente cubano
declaró: “Nos acusan de ser comunistas y, en verdad, comunistas son
ellos, los batistianos y los yanquis”.


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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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