La Seguridad y Defensa está en el Buen Vivir

Una bandera de paz llamada “Buen Vivir”, desafía el pensamiento hegemónico que ve la calidad de vida como sinónimo del “crecimiento económico”. La contribución de los saberes ancestrales a este tema viene a ser crítico a partir de la década de 1990, llegando a consolidarse en las constituciones de Bolivia, Ecuador y Venezuela, dando la oportunidad de avanzar en una construcción más allá del “bienestar occidental”, asociándolo no solo a la consecución de bienes materiales sino a valores como el conocimiento, el reconocimiento social y cultural, la conducta ética e incluso elementos espirituales relacionados con la sociedad y la naturaleza.

En el primer párrafo de la Constitución se invoca el sacrificio de nuestros antepasados aborígenes, aludiendo principalmente a la existencia de Caribana, la nación mártir que defendieron los legendarios caciques en la Batalla de Maracapana por 1567, única tierra libre en la América Española del siglo 16, producto del liderazgo espiritual y político del gran maestro Guaicaipuro, Guapotori desde los 14 años, “Jefe de Jefes”, quién hizo posible una patria de gobierno comunal, donde cada aldea funcionaba de manera autónoma y sustentable pero que formaba parte de un conjunto étnico corresponsable en la seguridad y defensa, ejerciendo vida armónica con la naturaleza y una libertad inalienable cuya cara mostraríamos 254 años después en la Sabana de Carabobo.          

Así, el germen del Buen Vivir como elemento de la Seguridad y Defensa Venezolana, se encuentra ya en la Resistencia Indígena de la década de 1560, primera revolución venezolana contra el imperialismo, en ese momento protagonizado por la invasión de los “nuevos extraños” españoles. Tal ingrediente aborigen es el consagrado modernamente en la Carta Magna de 1999, basado en el hecho cierto de la convivencia solidaria corresponsable y de autodefensa que hizo a Caribana la última tierra libre originaria de América.

En  Guaicaipuro converge el líder militar, político libertario y Piache Mayor que enseñó y aplicó el arte de la defensa de su madre tierra y de todo lo que allí habitaba, demostrando en ello la heroicidad y sacrificio que haría a los venezolanos pueblo de libertadores.

Doscientos cincuenta y cuatro años después, cuando nos encontramos en Carabobo enfrentando al Ejercito Expedicionario de Tierra Firme, ese portento de veteranía española que tenía los laureles de haber derrotado a Napoleón Bonaparte, el genio de Bolívar con la valentía indígena de los Bravos de Apure hace posible el ataque en orden oblicuo que hunde el flanco derecho del enemigo en ejercicio impecable de táctica militar, combinado con el arrojo único que en el Paso de la Mona nos hizo derrotar a los batallones que desde la altura del Chaparral disparaban sincronizadamente su carga de fuego sobre nosotros. No pudieron, porque Carabobo era nuestro momento, era Maracapana y Guaicaipuro otra vez.

Si los estudiosos militares ven el similar de Carabobo en la Batalla de Leuthen, librada entre austriacos y prusianos un siglo antes de Carabobo, desconocen que la carga a lanza y bayoneta con la cual los venezolanos vencen la contienda en el último momento, es imposible de explicar sin la comprensión del comando suicida, propio de muchas de las acciones Caribes.  

Ciertamente, la responsabilidad compartida en forma de guerra popular proviene de su ejercicio en la defensa del territorio por parte de los habitantes originarios, el cual consistió en aplicar un sistema de tácticas de combate basadas en la unidad de mando, la corresponsabilidad de sus miembros para garantizar la defensa de su soberanía, el respeto por el gobierno comunal, la hermandad de los nativos de diferentes lenguas y etnias, la conformación de un “ejército indígena”, que implementó una guerra de  guerrillas que compensaba la asimetría en el armamento bajo el principio de la economía de esfuerzo, la multiplicidad de movimientos, la simulación de retirada y el consiguiente “vuelvan caras” típico de los Carapaicas, el cerco, el incendio del monte, la emboscada y el camuflaje.

La amenaza tiene muchas formas, en su expresión popular, la intimidación llega en coplas a Florentino: “de día soy gavilán y en la oscuridad mochuelo, familia de alcaraván canto mejor cuando vuelo,  como guabina que soy a cualquiera me le pelo y como caimán sebao en boca e’ caño lo velo”, a lo que contesta El Catire: “eso me recuerda un corrido que me lo enseñó mi abuelo, esperando al que no pasa el vivo quedó lelo, para caimán el arpón, para guabina el anzuelo, patiquín que estriba corto no monta caballo en pelo”, lo cual significa que defenderse es cuestión de preparación plena, capacidad de decisión sobre multitud de recursos, conciencia de la anticipación y la implementación certera del medio más apropiado a la amenaza.    

En el mismo sentido, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), dirige su mirada a la esencia del desarrollo humano integral y sostenible como fin último del Estado. Dándole luego forma jurídica en la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, donde se establece que la calidad de vida es un bienestar individual y colectivo sustentado en los ámbitos económico, político, social, cultural, geográfico, ambiental y militar; que es el resultante de la participación popular, la cual a su vez se hace posible a través del desarrollo humano, entendido este último como el ejercicio de los derechos y garantías por parte del ciudadano.

De tal estatura es ese desarrollo humano en nuestra legislación venezolana, constituye la génesis de la participación social y el consecuente bienestar denominado “Calidad de Vida”, que es a su vez el fundamento donde se erige la Seguridad y Defensa Integral de la Nación. Tal idea, si no nueva, si realizadora constitucionalmente, por cuanto Bolívar expresaba ya en el Congreso de Angostura, que la seguridad social consistía en la garantía y protección dadas por la sociedad a cada uno de sus miembros para la conservación de su persona.

La revisión de esta herencia ancestral nuestro americana, nos lleva a una de las más conocidas aproximaciones de la comprensión integral de la calidad de vida: el concepto ecuatoriano del Sumak Kawsay, expresión Kitcha para la plenitud vital en comunidad, en unión de otras personas y de la naturaleza, resumido en la expresión “Buen Vivir”; cuyo similar Aymara, en Bolivia, es el de Suma Qamaña, traducido como “Vivir Bien”.

Choqueuanca, excanciller de Bolivia, ha dicho que Vivir Bien es recuperar la cultura de la vida en completa armonía y respeto mutuo con la madre naturaleza, la Pachamama, donde todos somos uywas, criados por ella.

Como se hace patente, esta visión supone de suyo un cuestionamiento a la idea de una calidad de vida arraigada en los índices macroeconómicos, concepto en crisis, con evidentes implicaciones colonialistas y expresión de las limitaciones del capitalismo moderno que se traduce en su incapacidad para controlar la pobreza y el impacto negativo ambiental.

La Constitución Política de la República del Ecuador (2008) define al Buen Vivir como el conjunto organizado, sostenible y dinámico de los sistemas económicos, políticos, socioculturales y ambientales, expresado en el trabajo y en la soberanía alimentaria, económica y energética. Por su parte, la Constitución de la República Plurinacional de Bolivia (2008) declara y asume como principios ético – morales de la sociedad plural: el no ser flojo, mentiroso, ni ladrón; el Vivir Bien, armoniosamente, tener una vida buena para los demás, una tierra sin mal y el camino de la vida noble.

El Vivir Bien se propone en estas constituciones como un principio de similar jerarquía que la igualdad, la libertad y la equidad social, en la búsqueda de una armonización, donde el significado del bienestar no es el de “vivir mejor”, a expensas del malestar de otras personas o en detrimento del ambiente.

Ideas similares pueden encontrarse en otros pueblos originarios, tal es el caso del Shiir Waras de los Ashuar ecuatorianos, equivalente a una paz doméstica y una vida de concordia y equilibrio con lo natural. O el Küme Mogñen de los indios Mapuches del sur de Chile, cuyo nombre significa “la gente de la tierra”, que representa la idea de una vida en acuerdo con la naturaleza, experimentando la relación directa entre lo intangible espiritual y el mundo material, cuya armonía procede de la existencia de un ser superior omnipotente.

Expresa este sentido de libertad del temor y de la necesidad, que constituye la esencia de toda Seguridad y Defensa, las coplas del Catire Florentino, imbuidas de sabiduría popular: “mientras el cuatro me afine y las maracas resuenen, no habrá espuela que me apure ni bozal que me sofrene, ni quién me obligue a tomar en tapara que otro llene. Coplero que canta y toca mucha ventaja tiene, canta cuando le da la gana y toca cuando le conviene”.

Ya Bolívar lo había manifestado en el Congreso de Angostura: “El sistema de gobierno más perfecto, es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de felicidad social y la mayor suma de estabilidad política”.
 

*Ph.D en Seguridad de la Nación. Industrióloga.

 

bustillosmarianela@gmail.com



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