Días atrás lanzó su precandidatura a la presidencia de Estados Unidos, el gran delincuente (perdón, capitalista) Donald Trump, y como no quería pasar desapercibido hizo unos comentarios realmente nefastos, en los que entre otras cosas, criticó dura e irracionalmente a los inmigrantes mexicanos, acusándolos incluso de violadores y narcotraficantes:
“Están enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores, y algunos supongo que serán buena gente, pero yo hablo con agentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. La opinión de Trump sobre México se resume en: “México no es nuestro amigo”.
Poco después acusó al sistema judicial mexicano de corrupto y dijo en Twitter que no se deben hacer negocios con México y que ese país está “saqueando EE UU” (http://internacional.elpais.
Ciertamente se trata de unos señalamientos por demás patéticos y absurdos, considerando, por ejemplo, que Estados Unidos se convirtió en potencia gracias en buena medida al aporte de los inmigrantes desde finales del siglo XVIII. No obstante son comentarios para nada sorprendentes, pues Trump, como típico capitalista, tiene una filosofía de vida excluyente, discriminatoria, codiciosa y egoísta, sólo que a diferencia de otros rateros de élite (capitalistas), es un bocazas, un sujeto al que le gusta tener relevancia mediática.
Donald Trump, quien se jacta públicamente de sus miles de millones de dólares y de sus numerosos bienes, asegura que es rico por su propio esfuerzo y trabajo duro, pero no admite, así como ningún otro capitalista, que el verdadero trabajo duro lo hacen los asalariados, a fin de cuentas los auténticos generadores de la riqueza. Individuos como Trump jamás asumirán que no son más que parásitos y ladrones amparados por el Estado de derecho burgués, y en consecuencia tienen libertad para explotar, robar y depredar legalmente. Tampoco asumirán los capitalistas que desprecian a la clase baja, si bien ésta tiene un importante peso específico como mano de obra y consumidora, y por tanto es fundamental para preservar el Statu Quo burgués.
En este contexto se enmarca el ataque de Trump a los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, y en el fondo a todos los latinoamericanos, pobres en un alto porcentaje; un ataque sin razón alguna, pues los inmigrantes son bien importantes para la economía norteamericana, específicamente como mano de obra empleada en el sector público y en el sector privado. Entonces, ¿cómo es que Trump se ensaña contra una fuerza laboral importantísima para Estados Unidos? Posiblemente le molesta el hecho de que no ha podido, debido a la resistencia popular, concretar un megaproyecto turístico en México, que al parecer tendría efectos paisajísticos negativos. En todo caso, este gran capitalista debería al menos agradecer a los inmigrantes, pues irónicamente emplea a numerosos ciudadanos mexicanos o naturalizados en sus compañías, y al parecer sus padres fueron extranjeros. Por cierto, ¿cuáles son las nacionalidades de los maestros y albañiles que construyeron los edificios y otras propiedades del multimillonario?
Podría resumirse parte de la vida pública de Trump en dos palabras: xenofobia y estupidez, y es que el empresario estadounidense no tiene en cuenta que su propia riqueza se debe en gran medida al trabajo duro de los inmigrantes. De manera que llama violadores y narcotraficantes a quienes le han posibilitado un status de vida holgado. En realidad no se le puede pedir solidaridad y humanitarismo a ningún capitalista, pues su fin máximo es la ganancia a costa de la explotación laboral (parasitismo) y del robo a escala elevada (especulación), mucho peor que el ejecutado por los rateros callejeros.