(o la conciencia de la propia muerte)

Los últimos momentos de Chávez

En estas noches, un viejo amigo me planteaba que tenía profunda necesidad de saber cuál es la utilidad de estar conscientes de que estamos muriendo. Después de darle muchas vueltas al asunto comprendí que su cuestión no estaba planteada en sentido figurado. Cavilando sobre esto, vino a mi mente un pensador armenio de principios de siglo pasado, George Gurdjieff, quien dijo que únicamente la conciencia de la propia muerte podía salvarnos de una vida mediocre y que el problema de todos los seres humanos es que nos creemos eternos, inmortales. Fue inevitable entonces que pensara sobre Chávez. He reflexionado mucho sobre eso y, así como estoy segura que cada lector de este medio también lo ha hecho, me he llenado de preguntas sobre su último tiempo, cuáles fueron los últimos pensamientos de su lucidez, sus últimas inquietudes, sus hallazgos finales.

En esta abrumadora tónica, entremezclando lo sutil y lo banal, también me puse a pensar en el jabón, las toallas sanitarias, García Plaza, mi madre haciendo colas, Maduro tratando, gobierno errante, ¿Por qué Maduro?, ¿Por qué no otro?... etc. etc. etc. Y comprendí que paradójicamente Chávez, aunque se resistió hasta el último minuto a su propia extinción, siempre estuvo consciente de su temporalidad. Si esto no hubiese sido así, no hubiese adquirido la condición de GIGANTE, artesano de obras más allá de sí mismo.

Claro, a nosotros la cosa nos cogió desprevenidos. El 8 de diciembre de 2012 sospechamos que algo estaba pasando pero no vimos la magnitud de lo que se avecinaba. Muchos de nosotros todavía estamos esperando que se quite el disfraz, se baje de la moto y nos diga “Volví”. Yo lo veo en la empobrecida pero resistente Honduras, por ejemplo. Veo señores, niños y mujeres de todas las edades en un estado de devoción y profunda tristeza al oír el himno de Venezuela cantado por Chávez. Si esto es así en un país extranjero donde no ha habido mayor influencia de la Revolución Bolivariana, cómo será entonces en nuestros barrios, en el 23 de enero, más allá de Plaza de Toros en Valencia o El Garabatal en Barquisimeto. ¿Cómo será?

Entonces todo recobra la justa dimensión, al menos para mí. Nada, ninguna momentánea privación de la comodidad en nuestra vida cotidiana, justifica que eso muera; que la influencia sin fronteras de SU presencia, se apague porque somos buitres que, como no le podemos sacar los ojos a él, nos los estamos sacando entre nosotros. Y en esta labor oftalmológica, ponemos de moda el tono docto, autocompasivo y las cejas entornadas al hacer la reláfica del papel higiénico que no hay, de los dólares que tampoco hay, de los corruptos y la delincuencia que si hay un montón, etc. etc. etc. Nos volvemos eruditos en ciencias políticas, económicas, psicológicas, del más allá y afines (y sacamos pecho con las desgracias que estamos viviendo, lo cual es lo peor de todo)

Chávez vivió su vida, evidentemente, muy consciente de la inminencia de su muerte. Supo que después de él la cosa no sería fácil, pero indudablemente pensó que sería posible. Comprendió que después de su lucha quedaría su influencia, que va a trascender inclusive su recuerdo. Por nuestra parte, los que quedamos tenemos que hacer lo que hay que hacer sin medias tintas, actitud crítica pero sin destruir el legado, entregarse por completo pero sin carroñerismo, en fin, impecablemente revolucionarios porque nada más y nada menos, estamos escribiendo el resto de la página que llevará su firma.

Tamaña responsabilidad, no?



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Elisa María Eidner


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