Respuesta a los camaradas Ydelfonso Finol y Raúl Crespo

Sobre el “Socialismo económico” y la “monstruosa falta de conocimiento socialista”

“Si las palabras que hemos citado sugieren una sonrisa, es una risa homérica la que provoca el descubrimiento hecho por las “comunistas de izquierda”, según la cual si triunfa “la desviación bolchevique de derecha” se correría el riesgo de que la República de los Soviets evolucione hacia el capitalismo de Estado. ¡Parece afirmado para arrinconarnos de miedo! (…) Pero lo que a ellos no les pasó por la cabeza es que el capitalismo de Estado sería un paso adelante en nuestra República de los Soviets. Si por ejemplo en seis meses lográsemos instaurar el capitalismo de Estado, ello sería un triunfo enorme (…). El capitalismo de Estado sería un inmenso paso adelante, incluso si (…) ello lo pagamos más caro que en el presente. (…) El capitalismo de Estado es, desde el punto de vista económico, infinitamente superior a nuestra economía actual. (…) Nuestro deber es el de insertarnos en la escuela del capitalismo de Estado de los alemanes”.

Lenin: Sobre el impuesto en especies 

Los considerables esfuerzos que hoy día se realizan en nuestro país por construir el socialismo, exigen la necesidad de afrontar toda una serie de “mitos” que a lo largo de toda la historia de la lucha revolucionaria han jugado un papel fundamental en la división y desorientación del proletariado.

Uno de estos mitos -especie de dogma aceptado por muchos-, es la tesis según la cual: “Sin desarrollo de las fuerzas productivas, no puede haber socialismo”1. Tesis o mito que a lo largo de la historia ha sido utilizada como pretexto general para justificar toda política económica en contra de los intereses del proletariado. Recordemos, que inspirados en este mito los trabajadores rusos desarrollaron a tal modo las fuerzas productivas como no se había visto en ningún país. Y, sin embargo, nunca dejaron de ser unos trabajadores asalariados y explotados por el más gigantesco aparato que nunca pretendió “abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en riqueza de unos pocos” (Citado por Finol).

Este es un problema sobre el que es necesario debatir, pues la cuestión que se plantea hoy, en el marco de la construcción del llamado Socialismo del siglo XXI, es saber si estas desviaciones son el producto de situaciones particulares, o si se trata de una característica inherente a toda forma de organización centralizada de la producción y la distribución.

A excepción de Marx, la mayoría de los autores que ha abordado el problema de la organización de la vida económica en el proceso de construcción del socialismo han asumido los mismos principios llevados a la práctica por los “comunistas rusos” (programa leninista). Estos principios tienen su origen en el enunciado de Engels, según el cual: “El proletariado conquista el poder estatal y ante todo declara los medios de producción propiedad del Estado” (Antidühring).

Aparentemente bajo este programa de acción es el proletariado quien toma en sus manos el aparato productivo para abolir la propiedad privada de los medios de producción y por lo tanto el trabajo asalariado. Sin embargo, la historia ha demostrado que el aparente dueño de los medios de producción nunca tuvo ningún derecho sobre ellos. De hecho, la parte de la reserva de productos que el trabajador obtenía por su trabajo era determinada por una dirección central, quien decidía la cantidad basándose, en el mejor de los casos, en las estadísticas. Aún cuando hubiese existido una buena distribución de los productos con justicia, permanecía el hecho de que en realidad los productores no tenían el control sobre el aparato productivo. Quedaba siempre un aparato que se alzaba por encima de los productores. Por lo que, la asociación de los productores libres e iguales anunciada por Marx, esa “sociedad ideal basada en la propiedad común de los medios de producción” (Citado por Finol) quedaba transformada en un Estado basado en el dominio de una camarilla que en “en nombre de la sociedad” (Engels), dominaba y dirigía todo.

No está  de más recordar, que este programa de acción parte de una “concepción mecanicista” que concibe al proceso productivo como un mecanismo complejo y delicado que funciona en base a miles y miles de engranajes. De esta manera, se parte erróneamente del presupuesto de que el socialismo es ante todo, una cuestión técnico-administrativa. Cuando en realidad es una cuestión político-económica, en la que se considera cuál debe ser la relación fundamental entre productor y producto. Es por ello, que contra esta concepción mecanicista, es necesario encontrar una base sobre la cual el mismo productor pueda construir el edificio de la producción. Siendo esta construcción un proceso que va de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo.

¿Entiende el programa leninista al socialismo como la autoemancipación de la clase trabajadora, como la libre asociación de los productores?  ¿No ha demostrado la historia que la política económica bolchevique –y ahora la china- no iba en contra de los intereses del capital, sino que, por el contrario, buscaba reorganizarlo para sacarlo de la crisis e impulsar su desarrollo? ¿Esas medidas destinadas a reorganizar y acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas a dónde condujeron? ¿Permitieron la abolición del trabajo asalariado? ¿Lograron abolir las diversas formas de alienación humana?

Nadie que estudie a fondo lo que fue la experiencia soviética –incluso, en sus primeros años- puede hablar seriamente de socialismo. Los infructuosos intentos, por parte de los bolcheviques, de controlar centralmente la economía capitalista, alimentaba la ilusión de ir hacia un capitalismo controlado totalmente por el “Estado obrero”, como antesala inmediata, o peor aún, a la identificación entre socialismo, comunismo y aquel supuesto control de la economía cuya naturaleza profunda (producción de valores) seguía siendo la misma. El famoso mito del cambio del modo social de producción, a partir del desarrollo de las fuerzas productivas terminó  convertido -en la ya desaparecida URSS- en una leyenda absurda.

No cabe duda, que el programa de acción leninista era representativo del programa contrarrevolucionario socialdemócrata de pasaje al socialismo formulado por Kautsky. Según este programa, entre capitalismo y socialismo no hay destrucción revolucionaria del Estado burgués y sus instituciones, supresión radical de las antiguas relaciones de producción, liquidación violenta del trabajo asalariado, del valor de cambio, negación total de los criterios de la sociedad, tendientes incluso a sustituir todas las fuerzas productivas del capital por fuerzas productivas concebidas sobre la base de auténticas necesidades humanas; sino simple y llanamente la “puesta al servicio del pueblo” de este Estado, pues como bien, afirmaba Lenin: “El socialismo no es más que el paso siguiente del monopolio capitalista de Estado. O mejor dicho, el socialismo no es otra cosa que el monopolio capitalista de Estado puesto al servicio del pueblo entero y que, por lo tanto, ha cesado de ser un monopolio capitalista de Estado. El capitalismo monopolista de Estado es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala, un peldaño en la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio”  (La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla).

Como puede apreciarse, el socialismo propuesto por el programa leninista y el de la socialdemocracia reformista, no es más que el mismo capitalismo. Claro está, el capitalismo bueno, positivo: el capitalismo desarrollado, industrializado, monopólico, concentrado, centralizado, estatizado, administrado por un “Estado obrero” que organiza las diversas ramas de la producción y las pone al servicio del pueblo como monopolio de Estado.

En este sentido, puede afirmarse, categóricamente, que contrariamente a lo que se cree y se ha hecho creer, no hubo, en los años que siguieron a la revolución de 1917, una transformación socialista en Rusia. Por el contrario, el sistema económico social que siguió existiendo fue el capitalismo, el llamado capitalismo de Estado. Es decir, un intento (ilusorio) de controlar el capital a partir del aparato estatal.

De allí  que, expresiones como: “eso de a “cada uno según su capacidad” estamos lejos de lograr un trabajo voluntario masivo y gratuito en bien de los demás, porque, no hay tiempo, porque el individualismo está arraigado en nosotros y en otros casos porque la abuelita murió virgen” (Crespo), o, “criticando y culpando de todo al capitalismo, anhelando un socialismo campesino, obrero y comunal, para solo con demagogia y reformas proyectar a la sociedad en lugar de buscar bases materiales” (Crespo); suenen para nosotros como simple perugollada reformista.

Los camaradas Finol y Crespo parecieran olvidar que todas las formas inmediatas de producción y cambio, están subordinadas, incluidas, subsumidas en las relaciones generales de producción y reproducción de la sociedad en su conjunto y que esas relaciones, dentro del modo de producción capitalista, son siempre relaciones de valor (de cambio, se sobreentiende). Estas relaciones de valorización terminan dominando e integrando, todas las formas particulares de producir y cambiar cosas. Por lo tanto, el capitalismo no es ni puede ser asimilado a otra forma de producir cosas, dado que: “es el modo general de reproducción de la especien humana sometida a la dictadura del valor en proceso” (Marx).

Esto significa, que pretender, como plantea el programa leninista y socialdemócrata reformista, de controlar la anarquía de las relaciones de producción capitalistas, que como sabemos, constituye una característica esencial de todo capitalismo sea “grande”, “pequeño”, “mediano”,  “de Estado”, “industrial”, “financiero”,  “pequeño burgués”, “monopólico”; es ir en contra, de lo ya demostrado por Marx, en su cuestionamiento a la “mano invisible del mercado” de Smith.

Una sociedad donde los gobernantes y planificadores están destinados a seguir las leyes ciegas que ellos no controlan, en la cual se contentan con realizar estimaciones sobre el futuro, es una sociedad en la que los gobernantes y planificadores, incluso si creen dirigir  y resultan en realidad planificados por un ente extraño, en esa sociedad el Estado será  esencialmente un Estado capitalista. En apariencia sienten que gobiernan, dirigen, controlan o que son sujetos de acción, pero en realidad sólo son títeres de leyes inmanentes al desarrollo del capital que no hacen más que legitimar y administrar.

En este sentido, los intentos del programa leninista por controlar el capital sin destruirlo no es más que una ilusión reaccionaria, pues el capitalismo por sus propias determinaciones esenciales (carácter anárquico), es ingobernable. Los bolcheviques intentaron hacerlo desde 1917, primero de una forma despótica, centralista, (“comunismo de guerra”), y luego de una forma más liberal (NEP). Ambos intentos terminaron en fracaso. Lenin, retomando la vieja consigna socialdemócrata de tomar el poder del Estado, considerado como una máquina, un instrumento, un aparato, para ponerlo al servicio de la revolución, terminó actuando como el mejor agente del capital y de la contrarrevolución.

Sabemos que para Marx: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transición de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura del proletariado” (Crítica del programa de Gotha). Sin embargo, sabemos también que después de la Comuna de París, aparece en el pensamiento de Marx la concepción de que la organización de la producción se encuentra no en base al Estado, si no en base a la coordinación de las libres asociaciones de los trabajadores. Es decir, no es el Estado quien debe ser el jefe y dirigente de la producción y la distribución, sino que estas funciones deberían pertenecer a los mismos productores y consumidores.

Lenin, a diferencia de Marx, entiende la dictadura del proletariado (período de transición) como una forma de dictadura estatal, cuya tarea es “aplastar la resistencia de los explotadores” una vez alcanzado el poder: “El proletariado necesita el poder estatal, organización centralizada en la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los campesinos, a la pequeñaburguesía, a los semiproletarios, en la obra de “poner en marcha” la economía socialista” (El Estado y la revolución). Marx, por el contrario, la entiende como una forma de dominación de los procesos económicos y sociales por parte de los productores, más allá de su forma estatal particular.

Esto es importante tenerlo claro porque estas perspectivas diferentes llevan a dos concepciones diferentes de la revolución. Para Lenin la fase de transición al comunismo consiste en la expropiación por parte de los trabajadores del proceso de producción, siendo que el “Estado obrero” (controlado por una camarilla de burócratas y no por los mismos productores) asume la administración de las relaciones de producción existentes. Para Marx, por el contrario, la fase de transición al comunismo significa la libre asociación de los trabajadores, la abolición de la separación de los productores respecto de los medios de producción, es decir, la abolición de las relaciones de propiedad burguesa.

Como puede apreciarse, es clara la malinterpretación hecha por Lenin a lo expuesto por Marx en la Crítica al programa de Gotha y las consideraciones hechas por él sobre los dos estadios del comunismo. Para Marx, no hay un estadio del comunismo con un Estado, con jerarquización o fetichización en la producción de mercancías, mucho menos con trabajo asalariado. De esto se deduce, que afirmaciones como “aún cuando desarrollemos el socialismo, esta no asegura a todos condiciones iguales de desarrollo, establece la igualdad política no la económica ni social” (Crespo); no son más que una “miserable falta de conocimiento socialista” (Crespo), con la que se malinterpreta completamente a Marx.

Es Lenin quien ve al socialismo como una primera fase en el proceso de transición al comunismo donde debe tomarse el poder del Estado y convertir la propiedad privada burguesa en propiedad común: “En la primera fase de la sociedad comunista (llamada usualmente socialismo)… la ley burguesa no es abolida completamente, sino sólo en parte, sólo en proporción a la revolución económica alcanzada, es decir, solamente en relación de los medios de producción. La “ley burguesa” los reconoce como propiedad privada. El socialismo los convierte en propiedad común. En esa medida, y sólo en esa medida, desaparece la ley burguesa” (El Estado y la revolución).

De más está  decir que Lenin malinterpreta nuevamente la discusión propuesta por Marx en relación al derecho burgués en la primera fase del comunismo, creyendo que Marx sostenía la continuación de la existencia del trabajo asalariado y, por tanto, la desigualdad social. Para Marx, la fase de transición asociada con la dictadura del proletariado, asume ya el fin de la circulación capitalista del dinero y la relación salarial. Presupone igualmente el fin del Estado y las relaciones capitalistas de producción. Al tiempo, que ambas fases del comunismo dependeran de lo que Marx llamaba “la libre asociación de los productores”, donde “el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos” (Citado por Finol).

¿Significa esto que para Marx no era necesario la existencia de un Estado, en esa fase de transición que asociaba con la dictadura del proletariado?

Claro que no. Marx deja claro la necesidad de una forma transitoria de Estado mientras dure el período de “expropiación de los expropiadores”. Sin embargo, esto no tiene nada que ver con esa primera fase del comunismo a la que hace referencia Lenin, donde el capital siguió constituyendo la verdadera dirección de la sociedad, ejerciendo su dictadura.

Por otro lado, Marx no concibe esta forma de Estado como una “dictadura” al estilo moderno, dejando abierta la interrogante sobre cuál sería la forma concreta que éste asumiría. Lo que sí parece claro, por las lecturas de La guerra civil en Francia, es que el núcleo de su concepción del Estado para ese período de transición, está muy asociado con la Comuna, una forma de organización social que no presenta ningún rasgo de dictadura, tal como la conocemos hoy día.

De esta manera, si la dictadura del proletariado, es decir, el ¿socialismo? comienza cuando la sociedad no se encuentra más conducida por las leyes del valor, de la valorización del capital, sino por el proletariado como clase dominante (y, no como apéndice del partido o de cualquier otra instancia), es decir, cuando éste es capaz de dirigir y planificar imperativamente la sociedad, para “producir eficientemente los medios materiales que satisfacen las necesidades humanas” (Finol). Es claro que en una sociedad como ésta el despotismo del valor de uso, de la producción para las necesidades humanas, contra la valorización, contra la lógica de la reproducción del capital, deberá ser el elemento determinante.

Es por ello, que al analizar la debilidad objetiva del proletariado de nuestro país en revolucionar las actuales relaciones sociales de producción capitalistas, nos vemos en la necesidad de criticar la práctica subjetiva, de aquellos que están al frente de este proceso de cambios, y que en realidad sólo dirigen un programa tímidamente reformista de reorganización contrarrevolucionaria del capital, que está muy lejos de aquella vieja aspiración de Marx de: “transformar los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado” (Citado por Finol).

Salta a la vista que el actual programa de reformas, no pone en absoluto en cuestión el carácter alienante del trabajo asalariado, la fetichización de la mercancía, la extracción de plusvalía, la jerarquización de la producción, etc; por lo que el capital continúa ejerciendo su dictadura sobre los trabajadores, convirtiendo esa unidad indisoluble entre mercancía, valor de cambio, dinero, trabajo asalariado, desarrollo de las fuerzas productivas, ¿capitalismo de Estado? en el aspecto central del programa de transición.

En este sentido, es necesario recordar, que para Marx, todo desarrollo del valor de cambio hasta su conversión en capital lejos de ser una posibilidad entre otras es, por el contrario, un proceso inevitable dentro del modo de producción capitalista que está ya implícito en la producción de mercancías. De allí, que para Marx: “Es un deseo tan piadoso como tonto que el valor de cambio no se desarrolle hasta convertirse en capital o que el trabajo productor del valor de cambio no se desarrolle hasta convertirse en trabajo asalariado” (¿enajenado?). Por lo tanto, en toda sociedad donde predomine el valor de cambio (evidentemente una sociedad salarial) difícilmente podrá cumplirse aquello de que “el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos” (Citado por Finol).

De no ser así que me cuenten otra de vaqueros” (Crespo).

Rijchiro7@yahoo.com



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