La libertad… ese deseo, esa esperanza nunca satisfecha ni por individuos y mucho menos, por Pueblos.
¿Quién no la ha perseguido más lúcida o desatinadamente?
¿Quién no ha luchado (o creído luchar) a su modo por alcanzarla para sí y sus semejantes o descendientes?
En torno al imperio de la libertad hombres y mujeres hemos burbujeado infinidad de nociones y tejido cuántas utopías.
Tenemos, por ejemplo, el concepto idealista/ voluntarista según el cual “la libertad es para soñarla” de la literata española Carmen Martín Gaite.
Tenemos el concepto, restricto, específico, condicionado que espumaba, por ejemplo, Henri Lacordaire para quien la libertad “es el derecho de hacer todo aquello que no perjudique a los demás”.
Preferimos otro desarrollo: Por ejemplo, el al ambicioso, desafiante, siempre en movimiento concepto que figuraba el poeta y activista José Martí.
Para Martí: “La libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”.
Resulta sugestiva la ligazón que hace Marti de lo que años más tarde el marxismo científico definiría bajo la etiqueta de praxis. Es decir, la relación imbricada y necesariamente dialéctica entre pensamiento consciente, expresión sin cortapisas y acción comprometida.
Dialéctica libertaria que plantea desde luego el tema de los costes de esta ambición.
Por eso para Martí: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio”.
Guaicaipuro, Diriangen, Tupac Amarú, Petión, Luisa Cáceres, Gual y España, el negro Chirinos, Miranda, Bolívar, Manuelita Sáenz, Sucre, Simón Rodríguez, Zamora, el Negro Primero, San Martín, Abreu e Lima, Tiradentes, Zapata, Morazán y tantos otros patriotas latinoamericanos insignes de ayer ofrendaron su sosiego, vida en familia, fortunas y vidas a esta costosa pero iluminada gesta al lado de sus pueblos.
El pensamiento único globalizador/ técnico-maníaco, financiero-fascista y sus mercenarios y pitiyanquis de siempre quiere, o más exactamente aun, necesita borrar a toda costa todo resquicio de este magno gesto colectivo emancipador.
La historia anti-colonial les molesta, espina y da grima.
¿Por qué? Porque “la libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, otras veces como derecho de todos” (Marx).
Por eso estos pocos privilegiados sistemáticamente la evaporan de currículas, discursos, programas de gobierno y, sobre todo, de nueva reflexión crítica.
De allí que la embalsamen tras cartillas torcidas, tratados intragables y películas desaboridas.
Por eso ayer y hoy escamotean la reflexión de Marx según la cual la historia no es otra cosa que la historia de las luchas de clases.
La historia de opresiones de hombres ayer esclavos y plebeyos, siervos y feudatarios, hoy proletarios, en una palabra: descamisados y oprimidos sometidos por déspotas a quienes sistemáticamente se enfrentaron siempre en una lucha constante, velada unas veces, otras más franca y abiertamente.
La privación de la libertad de los muchos por unos pocos en nuestra sociedad burguesa actual nos viene de la negación del ejercicio de libertades humanas elementales en la sociedad feudal.
La posibilidad de libertad hoy nos vendrá de recuperar el hilo ético, épico, narrativo-explicativo, teórico-crítico, complejo, saturado de vaivenes y caminos enmarañados pero lúcidos de estas luchas. Y de la faena de re-imaginar y plasmar un nuevo, utópico pero también realista horizonte.
Camino hacia la libertad ya no como concepto-cadáver, retórico, analgésico, sino como apuesta desafiante, necesitada de nuevas tácticas y estrategias para irla vislumbrando, organizando y (habilidosamente) alcanzando.
Las mayorías en América Latina y el Caribe y los países del Sur vamos tras esa nueva praxis creativa de una libertad a la altura de estas luchas pasadas y de las necesidades presentes y futuras.
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