Un nuevo liderazgo para vencer las sombras

Por muchos años los miembros de la comunidad de la Universidad de Los Andes nos hemos regocijado con la afirmación de que Mérida era una Universidad con una ciudad por dentro, anécdota atribuida a Don Mariano Picón Salas. No obstante, esta aseveración ha servido de ícono para que los universitarios nos diéramos fuerza y avanzáramos en las iniciativas de dar rienda suelta al vuelo creativo de nuestra imaginación, al empeño de hacer realidad los más hermosos sueños por tener un país digno e incluyente, a darle concreción a las utopías que han dado forma al imaginario y a la acción ulandina, proveyéndonos de una simbología propia y de una membresía institucional en los Andes, el país y el mundo, lo que sin duda, nos permitió tener claridad en los fines, objetivos y propósitos que, como institución de educación de alto nivel, nos habíamos propuesto alcanzar, en el camino hacia la democratización de la Universidad.

Para esos propósitos construimos un liderazgo sin discusión. Acceder a los cargos de dirección de la Universidad no era una tarea fácil. Había que demostrar que se poseían cualidades éticas y probidad académica, cuya evidencia se plasmaba en la autoridad que genera la obra escrita, el trabajo de laboratorio y de campo, pero sobre todo, se demostraba alcanzando el desempeño de Maestro (con mayúscula), se creaba escuela y se tenían discípulos que admiraban el esfuerzo, la tenacidad, la perseverancia y la entrega al trabajo creador de la academia. Tiempos idos que estamos en el deber moral de recobrar con nuevos aires, para devolverle a la Universidad de Los Andes, su condición ilustre e imperecedera de Alma Mater.

Hacer esta afirmación nos duele pero nos compromete. Pero, mayor será el dolor si seguimos guardando silencio ante el deplorable estado en que se encuentra nuestra Universidad. Si revisamos la manera como la ULA ha venido siendo dirigida desde los años ochenta de la centuria pasada hasta nuestros días, podremos constatar que la improvisación y la falta de dirección en la gestión es indiscutible, que la carencia de planes y proyectos académicos pertinentes con el desarrollo del país es lamentable, aunado a una inexplicable ausencia de una visión integral de ella que identifican a quienes la han conducido desde entonces, sin desconocer logros y avances a un elevado costo de esfuerzo intelectual e inversión estatal. El personalismo y el narcicismo caracterizan a muchos de quienes les ha correspondido ocupar el rol de dirigentes universitarios. El currículo y el mérito profesional e intelectual han sido sustituidos por una relación clientelar que replica nefastas prácticas de la política nacional que ha hecho de la dádiva, el compadrazgo, el amiguismo amoral, el sancocho y la parrillada, los mecanismos más expeditos para la obtención de apoyos electorales para obtener el poder de dirigir la institución.

En fin, durante estas más de tres décadas se ha producido una inversión de valores, que está conduciendo a la Universidad por un camino que la está haciendo perder su ontología y su fisonomía institucional, que le está suprimiendo su condición de Casa que vence las sombras, que la está despojando de su razón ética y, lo más lamentable es que, está dejando de ser una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre e impidiendo que se convierta en una verdadera comunidad universitaria amplia e inclusiva. Pues bien, amigos universitarios, quienes suscribimos el presente documento, lo hacemos con la intención de promover que al interior de nuestra Universidad, de su entorno, e incluso, en el gobierno nacional, se produzca un intenso proceso de reflexión y discusión sobre la Universidad que tenemos y la Universidad que queremos. La que tenemos nos atormenta. La que queremos nos obliga a imaginarla como una Universidad que cumpla con su función de ser una institución creadora, generadora de cultura; que no esté sometida a ninguna otra autoridad que no sea la establecida en las normas jurídicas que regulan su funcionamiento. De allí que, para nosotros, la autonomía es un principio inalienable, irrenunciable, es la razón de ser de ella, como la entendió el constituyentista del año 1999, al otorgarle rango constitucional, como está plasmado en el artículo 109 de la referida Carta Magna. Y es que, para quienes asumimos este documento, con la Constitución Bolivariana, los venezolanos le otorgamos a la cultura la condición de derecho humano; y, teniendo presente que, la educación es uno de los procesos fundamentales para el cumplimiento de los fines esenciales de los principios constitucionales, en función de la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad; así como también, que en el Preámbulo de dicha Carta Magna, se invocan los poderes creadores del pueblo, y que la Universidad es considerada parte del pueblo, es por lo que los universitarios estamos en la obligación -y tenemos el deber- de contribuir con la construcción de una patria libre y soberana, haciendo de la búsqueda del conocimiento a través de la investigación científica, humanística y tecnológica, para beneficio espiritual y material de la nación, su razón de ser.

Por estas razones, entre otras, es por lo que llamamos a todos los miembros de la comunidad universitaria a iniciar un intenso y profundo proceso de reflexión y discusión acerca de la Universidad que tenemos y la Universidad que esperamos edificar, proceso que no puede dejar de lado la imperiosa necesidad de estimular el surgimiento de una dirigencia universitaria cuyo liderazgo tenga como atributo principal sus cualidades académicas y humanistas. Un liderazgo que asuma la democratización de la Universidad, como la vía a través de la cual ésta contribuya con la sociedad desde la ciencia, el arte y el humanismo; que no rehúya a la evaluación, la crítica constructiva y el debate propositivo; que entienda la Universidad, como un gran esfuerzo colectivo de su comunidad, sin exclusiones de ningún tipo.

A nosotros nos seduce la idea de volver a tener una Universidad de Los Andes democrática, en la que sus miembros participen como actores protagónicos y decidan el destino de ella, en la que no se imponga como única voz en sus decisiones fundamentales la voz hegemónica y aplastante de quienes la dirigen, por tanto, verdaderamente autónoma e histórica para que trascienda. Pletóricos de alegría nos sentiríamos si retomara su función de institución creadora de cultura, si en su rostro volviera a estar dibujada su misión de Casa que vence las sombras, si le devolviéramos su capacidad de ser una institución en donde quepamos todos. No hablamos de una Universidad idílica, imaginada en el sueño de la utopía no realizable; estamos hablando de la Universidad posible de fraguar, solo que, su construcción exige la emergencia de una nueva dirección, de una dirigencia que vea más allá de la satisfacción de su ego personal y de los réditos que pueda alcanzar de esa condición. Deseamos el surgimiento de una dirección universitaria que sea capaz de asumir el liderazgo de la transformación de la Universidad para colocarla de cara a los nuevos tiempos, ante la nueva realidad que vive Venezuela, América y el mundo.

Qué hermoso sería si Mérida vuelve a ser una Universidad con una ciudad por dentro. Por eso: Pensar la ULA nos seduce, nos llena de euforia, de deseos y decimos: esta institución que tenemos no es la que anhelamos, la que deseamos está por construir, y su construcción es un esfuerzo de todos, es el más grande esfuerzo colectivo que podamos realizar quienes la tenemos como la casa que nos brinda el referente para pensarla. Ella seguirá siendo el lugar de nuestras certezas para crear e imaginar, pero también será el vector de nuestra preocupación por establecer una agenda que le garantice a la universidad un destino comprometido con la auténtica democracia venezolana y la sobrevivencia del planeta y, por ende, del ser humano; pero, a la vez, nos inunda de una enorme alegría, de una enorme dignidad, saber que somos y sentimos ser la Universidad de Los Andes, la de todos, sin exclusiones de ninguna naturaleza.

Mérida 10 de junio de 2014

Amado Moreno, Pedro Rivas, Nelson Pineda Prada, Adolfo Moreno, Ernesto Pérez Baptista, Begoña Tellería, Rosa Amelia Azuaje, Marlene Castro, Francisco Tiapa, Eduardo Serrano, Marina Rivas de Serrano, Irama Ramírez, Alba Díaz, Olga Márquez, Jaime Pefour, Rubén Castellano, Rafael Luna, Ada Riera de Narváez, Eva Maldonado, Rómulo Sierra, Aquiles Álvarez Valero, Álvaro Moreno, Jesús Hildebrando Briceño Méndez, Edgar Rodríguez, Ramón Tolosa, Oscar Arias Cuencas, Leopoldo Pérez, Reinaldo Zambrano.



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