Pudiera pensarse, que con un proyecto de universidad como el que perfila el Documento Rector de esta UBV, cuyos principios de democracia, participación, equidad, solidaridad, reconocimiento del otro, libertad y justicia son reiterados en todos los Programas de Formación de Grado, en los programas de muchas unidades curriculares y en otros textos fundamentales de nuestra vida universitaria, con todo eso, pudiera pensarse que la democracia en la UBV está asegurada.
Pudiera pensarse, que el sentido social que justifica la creación de esta universidad (por lo cual se sugirió el término popular como parte de su nombre); su compromiso con la democratización del acceso a la educación superior; con la equidad, como condición necesaria y permanente para el desarrollo de la formación universitaria; con la visión que tiene de su papel en la construcción de un nuevo país; con una conciencia inigualable de las necesidades de los sectores más desfavorecidos de nuestro país..., pudiera pensarse que con todo eso, la UBV sólo puede ser democrática y solidaria.
Pudiera pensarse que, siendo la UBV un proyecto importante para el Estado venezolano, más concretamente, para el gobierno bolivariano, y más concretamente aún, para el presidente Hugo Chávez, las condiciones están dadas para el cumplimiento pleno de nuestros principios rectores, para el cumplimiento pleno de nuestra labor social como universidad democrática y popular, para ser herederos y trabajadores predilectos de y por la V República, la Constitución Bolivariana de Venezuela y la democracia participativa.
Y sin embargo, tendríamos que preguntarnos si todas esas “ventajas” nos hacen democráticos, y hasta deberíamos preguntarnos si todas esas ventajas nos hacen más democráticos, más cotidianamente democráticos, que otras universidades, que otras instituciones de educación superior y que otros espacios sociales en general.
Por mi parte, responder a esta pregunta no es cosa fácil. Que hayamos nacido hace un año bajo estas condiciones, nos brinda una gran credibilidad de tipo educativa, ética y política, pero no nos solventa toda la vida. Pues la vida es, al menos en una parte muy significativa, lo que hacemos todos los días. Lo que nosotros hacemos todos los días para construir algo llamado UNIVERSIDAD.
En ese sentido, nuestras ventajas también pueden ser nuestros límites, porque el contexto y justificación de la UBV, si bien son una base inmejorable para la real constitución de espacios democráticos, intra y extra universitarios, pueden servir, a un mismo tiempo, para sembrar la desconfianza, el sectarismo, la presión social abierta, el asentimiento servil, la unicidad, las actitudes defensivas, el miedo a expresar los miedos y las dudas, la acriticidad, y por otra parte, el saboteo, el descrédito y la burla de un sector social y político opuesto a las políticas impulsadas por el gobierno, el maltrato y la violencia de grupos pertenecientes a ese sector, las amenazas de desalojo, destrucción institucional o aniquilamiento personal.
En tal sentido, entonces, quisiera hablarles de algunos riesgos concretos que nos atañen a todos los ubevistas:
EN PRIMER LUGAR. Corremos el riesgo de entender la participación y la horizontalidad como un proceso burocrático e instrumentalizado, es decir, como el logro particular o la expresión formal de reivindicaciones y derechos, y no como la creación de una cultura de la corresponsabilidad, de la solidaridad, de la implicancia, de lo común y la comunidad. Quisiera remarcar el término cultura, porque la ciudadanía y la participación se han visto muchas veces secuestradas por la vinculación en torno a los intereses, al reclamo, la representación partidaria y sus mecanismos políticos, es decir a modalidades privatizadas de participación (cuestiones que responden a ciertas formas de democracia representativa y a cierta forma de sociedad civil que lamentablemente conservamos aún en Venezuela). Ello, en contra de una democratización y participación ciudadana entendidas como proceso, como construcción colectiva, como reconocimiento de los otros, como ejercicio permanente y responsable.
Esto tiene consecuencias, por ejemplo, cuando emprendemos procesos de evaluación, cuando concebimos instrumentos, los aplicamos y damos porcentajes a sus modalidades, sin hacernos cargo del día a día de nuestras aulas de clase y las posibilidades enormes de lograr espacios de implicación democrática entre nosotros. ¿Cómo puede resultar de esto la construcción de una participación no limitada y formal, más ampliada, genuina, cotidiana y democrática?
Tiene consecuencias, ahora, cuando se emprenden procesos de reforma curricular, de modalidades de aprendizaje, se diseñan líneas de investigación y se crean o asignan materias, utilizando métodos “estandarizados”, programas estandarizados y horas estandarizadas, sin hacerse cargo de las diferencias y la diversidad existente entre los estudiantes, entre los profesores, o entre los conocimientos. ¿Cómo puede resultar de allí el respeto y potenciación democrática de la diversidad, una formación compleja para una sociedad que lo es intrínsecamente?
También tiene consecuencias cuando construimos nuestras identidades parciales en torno a grupos y secciones, a direcciones, coordinaciones o sedes de nuestra universidad, en torno PFG’s, o unidades curriculares, sin visualizar las necesidades ni perspectivas de las demás. ¿Cómo esperar de aquí una visión integral del país y un ciudadano integral que no se preocupe sólo por sí mismo?
Tiene mayores consecuencias cuando la pertenencia a grupos y a identidades parciales y consistentemente parcializadas se convierte en el único y más importante criterio para la distribución de responsabilidades, de cargos, de formas de poder administrativo, desestimando las capacidades, las competencias y la personalidad como variables que inciden decisivamente en la posibilidad de construir en común, de generar reconocimiento interno y externo, de participar colectivamente.
También se expresa cuando pretendemos convertir en obligación lo que debe ser responsabilidad, como la obligación de asistir a las conferencias, las reuniones, las clases, tareas, compromisos, sin apelar y contribuir con la construcción de esas virtudes democráticas reunidas de la libertad y la responsabilidad. ¿Acaso confiamos en que la obligación sea la pedagogía para “inculcar” el compromiso y el deber ciudadanos? ¿Y tenemos que sentirnos obligados para hacernos cargo de los asuntos que nos atañen definitivamente? ¿Podemos permitirnos entre nosotros mismos concebirnos como número, como público-masa, pues de otro modo no participamos?
Igualmente cuando se utilizan inflexiblemente y como instrumentos de control las listas de asistencia o los sondeos de opinión a través de la repentina solicitud de artículos a los profesores.
Se expresa ahora, cuando las reuniones y asambleas se hacen —y se llaman expresamente— “asambleas informativas” (y no participativas); cuando se segmenta a la comunidad en aras de cercenar la posibilidad de colectivizar las inquietudes y las acciones; cuando se entiende por participación la reproducción de un discurso frente al cual no se da derecho de palabra y que intimida; cuando somos llamados a hacer mesas de trabajo cuyos resultados se ignorarán; cuando se convoca a la comunidad estudiantil en horarios en que les resultará muy difícil asistir; cuando se dice que ha habido participación y se ha negado la entrada de profesores a la universidad que no estaban en listas; cuando se dice que ha habido participación de todas las instancias y en números importantes pero no hay nadie conocido que diga “yo participé”; cuando se “otorga” la participación muy extemporáneamente (“después que el mal está hecho”), a través de mecanismos altamente formalizados y comisionados para desmovilizar-movilizando; o cuando se la interpreta muy convenientemente como trabajo y alejada de los sistemas decisionales y de sus contenidos. ¿Se cree acaso que estos mecanismos (tal vez inconscientes) no son percibidos? ¿Que las formales reuniones públicas crearán una sensación de participación por parte de la comunidad? Y peor aún, intentando consolarnos y conformarnos con esta sensación, ¿no vamos a reproducir los mismos mecanismos de ilegítima representación, de falsa participación contra los que se levanta la revolución democrática y la UBV?
EN SEGUNDO LUGAR: La horizontalidad y la participación, no sólo nos arriesgamos a reducirlas a mecanismos instrumentales institucionalizados de expresión de nuestros derechos universitarios, sino a convertirlas en irrespeto, violación de normas mínimas de convivencia y menosprecio de formas básicas de autoridad académica e institucional.
Estas actitudes, que no pertenecen como tal a ningún sector o grupo de la vida universitaria, pueden extenderse desde la simple grosería con la que tratamos a nuestros compañeros y visitantes (vale aquí pensar en los conferencistas que han estado en este mismo salón), la irreverencia gratuita contra quienes tienen responsabilidades académicas y administrativas específicas (sean profesores, guías de protocolo, coordinadores académicos o personal de seguridad), hasta despotismos y violencias que se amparan en ideas de sinceridad, en el “yo no me callo nada”, en la democracia entendida como sobre-exposición del otro, o en la participación como medición de fuerza de voluntades equivalentes, opuestas y en pugna permanente, o que se amparan simplemente en el “tengo derecho a hacer lo que me viene en gana”. ¿Si no podemos construir entre nosotros un sentimiento de comunidad y respeto, qué forma obtiene nuestra ciudadanía? ¿Si no aprendemos a escuchar, a dialogar, a asentir y practicar el silencio, podremos contribuir con este país tan lleno de turbulencias, de disonancias y de ruidos? ¿Puede resultar de ello el cultivo de la civilidad, el respeto, la primacía —por lo menos conciente— de los argumentos como condiciones democráticas para el ejercicio de la participación y el protagonismo?
Ahora también se extiende a los despotismos y las violencias que se amparan en el principio de autoridad institucional, y que se expresan en el masivo irrespeto de derechos laborales, en la “traición” constante de las promesas y acuerdos, en el uso muy a conveniencia de las palabras y los discursos, ¿qué puede resultar de un ambiente institucional donde mínimas seguridades son un lujo, donde la disposición de los espacios y las gestiones administrativas y académicas muy fácilmente son utilizadas como instrumentos de castigo o de control o están sujetos a la incapacidad de manejar las diferencias o, más triste, las antipatías?
EN TERCER LUGAR: Otro riesgo asociado a nuestros manejos de las ideas de participación y democracia, conduce a una hiper-criticidad sobre la universidad y sus procesos, a la queja constante, a la visible insatisfacción personal, a los rumores infundados. Parte de esto resulta natural en una institución tan joven como la nuestra, pero otra, parece levantarse sobre las apetencias y los estilos personales, la insidia y malas costumbres. ¿Cuál es límite entre estas actitudes y el ejercicio de la crítica creativa, el interés por lo que acontece y el celo realista por el cumplimiento de este proyecto educativo? Habrá que diferenciarlas cotidianamente por sus formas y sus resultados, es decir, por su justificación ética (asociada a la visión de lo colectivo y no de mis intereses y deseos, mis problemas o mi personalidad); por su correspondencia con lo que vivimos (no sólo ateniéndose a verdades parciales sino tomando en cuenta la complejidad de los procesos asociados al nacimiento y consolidación de una universidad como ésta); por su espíritu democrático (por sus efectos sobre las personas y sobre la institución misma, por su capacidad de fundar nuevos mecanismos y maneras de hacer las cosas). ¿Qué puede resultar de un criticismo que no se hace cargo de sus efectos, que se justifica tautológicamente como democrático, superior intelectual y moralmente, ocultando su origen personalista y particularista?
Hay que diferenciarlas también cuando las “críticas” en efecto cosechan en términos de poder y sus prácticas administrativas, académicas y políticas reproducen de la peor manera lo que se había criticado, cuando las diferencias no se fundan en la abierta y demostrable posición y capacidad de hacer las cosas bien o mejor, y sus resultados. ¿Qué es de la crítica que se hace, convenientemente, incapaz de convertirse en autocrítica?
EN CUARTO LUGAR. Corremos el riesgo de hacernos de una concepción desvinculada, revanchista y facilista de la democratización social de la educación. Si bien el término de populismo ha sido utilizado por el neoliberalismo en las últimas décadas de manera indiscriminada y evidentemente ideológica, no podemos desconocer sus peligros en países y en circunstancias como las nuestras.
La creación de condiciones de igualdad que hagan posible el éxito de la formación de nuevos profesionales es, no cabe duda, una de las tareas más difíciles que debe enfrentar una universidad como la nuestra, y la magnitud de las desigualdades sociales, económicas y educativas que deben ser atacadas o subsanadas parecen empujar a decisiones y estrategias que no concuerdan con una concepción democrática y equitativa de la sociedad venezolana en su conjunto y de la estructura del Estado venezolano en general. Es decir, con una asunción conciente de la relación entre la universidad y lo público estatal, de las capacidades y responsabilidades del Estado venezolano, de la necesidad de generar formas creativas y democráticas que expresen una nueva concepción de la ciudadanía, su vinculación con el Estado y de la solidaridad social. En otras palabras, con la creación de una cultura política democrática y socialmente responsable.
Esto tiene implicaciones cuando realizamos solicitudes de materiales, de fotocopias, de equipos, de transporte, etc., sin tomar en cuenta su repercusión en nuestro presupuesto público-universitario, y sin tomar en cuenta que la construcción de la equidad reclama estrategias que no creen otras formas de desigualdad entre las estructuras sociales que dependen del Estado. No estoy hablando, por supuesto, de que esta universidad esté rodeada de lujos y materiales superfluos; basta con dar una vuelta para ver todas las carencias que sufrimos de infraestructura física y equipos. Más bien me refiero, a una sutil posición que se perfila justificando dotaciones y servicios con base en las reales necesidades que vivimos, en la justicia o el merecimiento, pero que no realiza los cálculos económicos que ellos suponen a gran escala y a largo plazo; que, sobre todo, no prevé sus resultados en la conformación de la cultura ubevista y, consecuentemente, en los valores sociopolíticos tradicionales que puede llegar a favorecer en nuestro país. ¿Puede así, la UBV y sus profesionales, contribuir a transformar el Estado venezolano, a trazar prioridades sociales, a democratizar los beneficios económicos, a generar una perspectiva global de la sociedad y sus necesidades, y una consecuente solidaridad y responsabilidad?
También se refiere a cuando no asumimos a cabalidad las tareas para las que aquí estamos, como profesores (y en particular, como profesores a dedicación exclusiva), como estudiantes, como empleados. Esta es una de las formas de fraude a la nación y al Estado en las que se incurre con más frecuencia en las universidades tradicionales, es uno de los hechos que más ha sido señalado por los sectores académicos críticos que soñaban con una universidad diferente. Estar en la UBV debe tratarse de una cuestión de tiempo y dedicación: de estar aquí, ejerciendo las funciones para las cuales la UBV nos ha contratado o recibido; y debe tratarse también de una cuestión de pasión y razón, de una razón pasional, para apropiarnos y hacer lo mejor por este proyecto. ¿Estamos condenados a repetir los errores de otras universidades y a reproducir un modelo de relación con lo público y con la sociedad venezolana sobre la base del engaño, ya que en verdad preferimos “no darnos mala vida”, hacer lo mínimo necesario, no trabajar, ni estudiar tanto?
También, por supuesto, cuando la limitación de las responsabilidades y tareas es resultado de la negación de espacios de participación; o cuando las actividades que asumimos conducen a resultados que prefieren ser desperdiciados o no sirven; o cuando las gestiones desconocen los trabajos y productos alcanzados y disponen a la institución a comenzar de cero; cuando las actividades, las órdenes y las instancias se duplican, se contradicen o se solapan y conducen al marasmo institucional; cuando las gestiones y las reformas administrativas, académicas, políticas y hasta de infraestructura adquieren todas el carácter de provisionalidad o se convierten en un espacio de ensayo y expresión personal sin coherencia ni continuidad: ¿que resulta de allí en términos de contenidos, de uso del tiempo y de los recursos?
Sin embargo e irónicamente, el cálculo de costos se ha convertido en la principal justificación, expresa y públicamente esgrimida, no sólo de los cambios de administración académica y de políticas de contratación (lo que más o menos cabe esperar de ello), sino también y fundamentalmente de las estrategias de enseñanza aprendizaje, de los planes de estudio, etc. Ambos “ajustes” repercuten, por supuesto, en el modelo de universidad que se construye. ¿No le ha sido señalado esto a otros procesos universitarios? Esta tendencia refuerza lo más arriba descrito; pues, en aras de hacer más “fácil”, “económica” y “ordenada” la administración de los procesos académicos y de los recursos humanos se somete la universidad misma a la simplificación y a la serialización a través de líneas curriculares, investigativas y de gestión impuestas apriorísticamente.
EN QUINTO LUGAR. La UBV corre el riesgo de hacerse de una política del sectarismo y de la exclusión política como parte de las estrategias de supervivencia que han asumido sectores gubernamentales frente a una parte del país que rechaza con violencia y vísceralmente todo lo que parezca revolución, justicia social y democracia participativa. Y esto, se apoya en el reconocimiento de un tiempo presente especialmente vulnerable, como lo es el del nacimiento y consolidación de la universidad, y el proceso de referéndum en contra del Presidente que la creó e inauguró un día como el de mañana.
La ruptura ideológica-cultural-política, históricamente fundada, que se ha evidenciado en la Venezuela contemporánea, ha favorecido el radicalismo, la ultranza, la colisión, el enfrentamiento, como los instrumentos de expresión política de diversas tendencias. Y, lamentablemente, la universidad no ha escapado del todo a eso. Todavía más: en la medida en que es un cuerpo institucional cuya naturaleza responde o debe responder a la diversidad, se ve, nos vemos obligados a dibujar, a veces, tácticas más sutiles de presión social y de control político.
Esto se expresa, no cabe duda, en un perfil de formación de nuestros alumnos, levantado sobre una permanente alerta y crítica en contra de instancias sociales que se encuentran bajo la influencia de intereses económicos y políticos específicos (como los medios de comunicación social), sobre la insistente preocupación por la generación a futuro de espacios democráticos y modelos alternativos de diverso tipo (mediáticos, políticos, organizacionales, de desarrollo, etc.), en la urgencia por favorecer procesos de concientización social y política que sirvan de contrapeso a estructuras de dominación socio-cultural. Pero, debemos preguntarnos si eso no conduce a la saturación, si no se convertirá en un boomerang tal como les sucede, afortunadamente, a algunos de los mensajes de los grandes medios de comunicación. ¿Cómo formar para una nueva sociedad analizando a cada paso los efectos, haciendo los equilibrios e inflexiones necesarias que aseguren su real configuración?
¿Cómo evitar que esta real justificación ética y política de la UBV sea convertida en otro instrumento en manos de la simplificación, de la estandarización, de la fragmentación de saberes y conocimientos, que repercuta en la comprensión y construcción de una sociedad y de una democracia instrumental, estandarizada y simplista?
Este riesgo está presente, cuando la universidad es sometida a un pretendido control de factores, instancias o fuerzas externas, que parten de ciertas formas de intriga que encuentran eco, adentro y afuera de la UBV. Más presente aún, cuando las intrigas parten de su propio seno y cuando la divergencia de opiniones se convierte en chantaje, público o privado, que ejercen algunos ubevistas sobre otros ubevistas y sobre la institución en general. ¿Hasta dónde la universidad puede soportar este régimen de chantajes, rumores, presiones? ¿Qué perfil asume la universidad a partir del juego de demandas y obligadas respuestas que le aparecen como condición inherente a su existencia actual? ¿Es iluso esperar, hasta donde sea posible, un juego apegado a reglas, respetuoso y democrático que prefigure el rol de la UBV en la sociedad venezolana?
De este riesgo se trata, también, cuando las denominaciones políticas se convierten en armas arrojadizas entre los que conformamos este espacio universitario. Puesto que si, por un lado, es iluso, y hasta contraproducente, pensar que la UBV puede introducirse en una burbuja inmaculada (porque somos, al fin y al cabo, una caja de resonancia de lo que sucede en nuestro entorno y de lo que le sucede a nuestro entorno político y estamos muy interesados en ello); por el otro, es demasiado cruento que reproduzcamos fielmente lo que acontece en el resto de la sociedad venezolana. Ocurre, que utilizamos aquí esos sentidos que nos dicen de qué parte está un compañero y con cuáles colores y tonalidades; ocurre, que hacemos sonar las sirenas cuando algunas actitudes nos chocan; ocurre, que medimos el compromiso, a veces, con varas muy largas y a veces, con varas muy cortas; pero lo peor, es que también ocurre que para descalificar hábilmente a los otros apelamos a los conocidos motes, y que mentarlos se ha convertido en la vía rápida para caer en desgracia. Y acaso, lo peor sea que, con frecuencia, los sentidos nos engañan..., y que ello ocurra porque hemos construido una percepción muy indiferenciada del mundo. ¿Cómo prefiguramos nuestra convivencia desde estos sentidos políticos? ¿Cómo trataremos con las diferencias que, podemos estar seguros, aparecerán entre nosotros?
Ahora, cuando han aparecido las primeras diferencias importantes y explícitas en el seno de la comunidad acerca del modelo y los modos de construcción de la UBV, sorprende la negativa apresurada, sectaria e internamente divisora con que se las trata. Más allá de sus impactos inmediatos y particulares, el uso indiscriminado de los motes políticos, la descalificación pueril de los demás y la organizada autocomplacencia, la persecución de personas intra y extra UBV, los clichés en que son convertidas políticas de educación superior con el objetivo de nombrar “enemigos”, las tácticas administrativas que socavan la pertenencia, estabilidad y condición laboral en la UBV, no hacen sino fortalecer estas diferencias y que, ante la naturaleza autoritaria de estos recursos, aparezcan como necesarias, justas y más democráticas. Esta carambola es, pese a todo, una buena noticia.
NOTA: El siguiente texto fue presentado el 28 de julio de 2004 en el Foro “La democratización en la cultura de la UBV” realizado en el marco de las actividades de su 1er. Aniversario. Y tenía por objeto ofrecer una visión crítica y autocrítica de la experiencia que había desarrollado la universidad hasta los momentos. Muchas cosas han ocurrido desde entonces, sobre todo, desde el inicio de la actual gestión de la universidad. Asuntos señalados aquí ya han tenido sus efectos y su expresión organizacional. Algunos otros se han consolidado y ramificado. Hay otros, total y sorprendentemente novedosos, que niegan, limitan o dificultan aún más el ejercicio de la democracia universitaria participativa. En este sentido, reivindico el tiempo y el espacio en que una ponencia como ésta, con todos los sentidos, discusiones, debates y sentimientos que tenía detrás, fue presentada.