Se necesita un nuevo Código Penal, enfatizó

Alba Carosio, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer: Inclusión del femicidio no es suficiente, pero es un avance

Alba Carosio, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer

Alba Carosio, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer

Credito: Correo del Orinoco

02/06/13.-“Es un avance, indudablemente”. Esta son las primeras palabras que pronuncia la profesora Alba Carosio, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer (CEM) de la Universidad Central de Venezuela e integrante del colectivo La Araña Feminista, al opinar sobre la propuesta de la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, de incluir el femicidio en la legislación venezolana cono un tipo penal.

La Ley sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y la creación de tribunales especiales de violencia contra la mujer también “son avances muy importantes”, recalca la luchadora. Pero, insiste, “para que el avance sea completo debe hacer un nuevo Código Penal”, porque el vigente es de los años 30 del siglo XX.

Incluir el femicidio conlleva, entre otras ventajas, que el asesinato de mujeres por razones de género sea tratado por tribunales especiales, “y eso significa que se comprende de una manera mucho más clara cuáles son las características que tiene la violencia extrema que termina en muerte de mujeres”, lo que es muy diferente “de un tribunal que trate todos los casos” sin distinciones.

La experiencia de estos tribunales ha sido positiva, estima Carosio. Es “uno de los aspectos más importantes que destacamos de la ley”, al igual que las fiscalías especiales, iniciativa “muy positiva”.
FEMICIDIO NO ES FEMINICIDIO

¿Hay diferencia entre femicidio y feminicidio? “No todos los movimientos de mujeres, no todas las teóricas feministas están de acuerdo con que haya una diferencia”, enfatiza. La separación más conocida corresponde a la lideresa Marcela Lagarde, quien dice que femicidio “es la muerte de las mujeres por razones de género”, y feminicidio es “cuando el Estado se hace en cierta manera copartícipe de esas muertes, porque no tiene los instrumentos, la organización ni las leyes para evitar y para sancionar las muertes de mujeres por razones de género”.

A título personal, Carosio no marca diferencia entre femicidio y feminicidio, porque en definitiva es “la muerte de una mujer pro razones de género, que es diferente de la muerte de una mujer, por ejemplo, en un asalto”.

A escala mundial se ha determinado que las mujeres de 15 a 44 años de edad mueren más por violencia de género que por guerras o por otras causas, cita la investigadora. La violencia femicida puede ser íntima (si ocurre en el contexto de relaciones afectivas) o contra las mujeres en situaciones de guerra (como en las dictaduras del Cono Sur o en Ruanda) que es “muy fuerte, porque se trata de una agresión muy directa a la sexualidad femenina”.
CULTURA PATRIARCAL

¿Por qué un hombre siente que puede matar a una mujer? Carosio considera que hay dos motivos básicos: una cultura patriarcal “que necesariamente es misógina”, con “un odio hacia las mujeres siempre latente”; en ese contexto basta cualquier circunstancia, como un conflicto de pareja o la guerra, para que “ese odio renazca”. Analiza que es un odio cultural, una estructura de la cultura patriarcal.

El otro elemento es el poder. “La violencia se suele ejercer más del que tiene más poder al que tiene menos”, señala. “La violencia es una forma de ejercicio del poder y de mantenimiento del poder”.

De acuerdo con su análisis, el género masculino está formado para sostener el poder en la estructura familiar y social, “y ve a las mujeres como un género al que hay que mantener dominado, doblegado, disciplinado”. Por ello, Carosio refiere que la violencia contra las mujeres es una forma de “disciplinamiento” social.

La trata de mujeres, con fines de explotación sexual o laboral, también suele terminar en femicidio, porque ellas se convierten en seres “descartables”; en los años 80 y 90 del siglo XX se registraron casos en Zulia, con féminas que venían de Colombia “y trabajaban casi en condiciones de esclavitud”. Ahora “creemos que eso ni está ocurriendo, o si está ocurriendo es de forma aislada”.

-¿No hay conciencia en el hombre de que está cometiendo un delito?

-En algunos casos no la hay. En Venezuela se ha trabajado bastante, pero los esquemas de la masculinidad hegemónica hacen que se vea natural. Por más que se ha trabajado por desnaturalizar, por mantener una relación entre iguales, el peso de la educación de la masculinidad hegemónica es muy fuerte.

-¿Cómo es esa masculinidad hegemónica?

-Es una masculinidad que necesita el ejercicio del poder para sentir que efectivamente es masculina, que no está perdiendo su ser. El machismo es una masculinidad exacerbada, que no puede aceptar ningún tipo de reto a lo que considera su poder.

La violencia -reporta Carosio, con base en su experiencia en el CEM de la UCV- comienza por un “te digo y no me haces caso”, por “te voy a dar unos golpes porque no me respetas”, y se produce una escalada que, en algunos casos, termina en muerte.
CUESTIÓN DE PODER

Los agresores, en líneas generales, son machistas y temen perder el poder sobre su pareja. Son, también, seres inseguros, que necesitan reafirmarse constantemente, describe la profesora.

En el país se han registrado casos emblemáticos: el del boxeador Edwin Inca Valero, quien -hace tres años- mató a su esposa y presumiblemente se suicidó. “Una de las cosas que se considera más agresivas hacia la masculinidad es que tu pareja no te ‘respete’, que en realidad es que no te obedezca”, analiza. “Si tu propia pareja no te obedece, ¿qué puedes esperar de los demás? Por eso la reacción es muy violenta”.

Algunas teorías alegan que, a raíz de que las mujeres “participamos más, tenemos unos grados de libertad que no tuvieron nuestras abuelas, tenemos el deseo de desarrollo muy promovido por las organizaciones de mujeres”, algunos hombres sienten que esto es negativo para ellos, y por eso desde el noviazgo se produce ese “tira y encoge”.

En universidades y liceos, refiere Carosio, se observa que los novios agreden a sus novias. Hay, incluso, una línea de trabajo sobre la violencia en el noviazgo en el CEM de la UCV e instituciones como la Universidad Bolivariana de Venezuela y la Universidad de Los Andes.

Las jóvenes no rompen con esta situación, aunque les haga mucho daño. La realidad es que no siempre comprenden que la celopatía no es una demostración de amor. “Otras están enamoradas y, además, a las mujeres nos educan para pensar que el amor es incondicional, que no hay que exigir nada; que si una está enamorada, acepta todo de la pareja, así como las madres acepamos todo de los hijos”, ilustra.

También ellas son educadas para sentir “que el hecho de tener un compañero al lado las valoriza más frente a la comunidad, y que si no lo tienen es como valer menos”. Por ello “hacen lo que sea para mantener esa relación”. A veces las familias ejercen presión para que la pareja continúe a pesar del maltrato. Lo que remarca Carosio es que “más jóvenes son, más débiles son”, y si para una mujer de más edad es difícil hacer frente a la ruptura, lo es más para una muchacha.
SANCIONAR Y EDUCAR

Incluir el femicidio en la legislación no solo permitirá sancionar a quienes matan a las mujeres, sino que también tendrá el componente educativo, señala la investigadora. “El movimiento de mujeres venezolano siempre luchó mucho por leyes. Ese ha sido uno de los centros de nuestra actividad. Con la ley no termina, sino que comienza. De hecho nosotras vemos la ley como un comienzo de cambio social”, ya que se podrá “abrir la discusión en la sociedad, visibilizar cosas que de otra manera quedan invisibles”.

Carosio sentencia que el solo hecho de introducir la discusión sobre el femicidio “por sí mismo tiene un efecto social” en Venezuela. A lo mejor “habrá gente que no reflexiona, pero habrá otra que pensará y se puede trabajar muchísimo”. De hecho, la ley tiene “un aspecto educativo importantísimo” y “nosotros lo hemos ejercido” con horas de talleres, debates, foros y reflexiones a todos los niveles.

“¿Qué queremos las mujeres?”, interroga. “El castigo es ejemplarizante, pero queremos que la violencia no se produzca”, y por ello es tan importante la parte educativa.

En todo caso no es un tema nuevo para el país. “Cuando ocurrió el caso del Inca Valero se discutió bastante”, aunque “todavía queda mucho por discutir”.

En la medida en que la sociedad legitima o haga que no ve la violencia contra las mujeres, y las instituciones “no actúen con la celeridad del caso”, alertó la experta, el maltrato puede desembocar en la muerte.


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