“El caracazo” contado desde el 23 de enero: “Ésto era el infierno en vivo y directo”

Persona fallecida en el 23 de Enero. Regresaba de trabajar.

Persona fallecida en el 23 de Enero. Regresaba de trabajar.

Credito: Archivo

27 de febrero 2009. - “Quien diga que no saqueó en Caracas, intenta borrar la historia”, recuerda uno de los sobrevivientes de aquellos fatídicos días.

“La potencia de las balas traspasaban los muros de concreto armado del edificio” así recuerda Noraima Hernández las huellas que “El Caracazo”, la rebelión popular que sacudió los cimientos del “stablishment” político venezolano, dejó en el célebre “ siete machos”, del 23 de enero. Las protestas pacíficas que se iniciaron en Guarenas hace 20 años, se tornaron violentas con la misma velocidad que las balas de la fuerza pública trataba de diluirlas llevándose la vida de miles de venezolanos, aunque las cifras oficiales hablan de 276 bajas.

Los habitantes del “siete machos”, son testigos de excepción de la represión desatada por los cuerpos de seguridad, militares y policiales, que ese día honraron más que nunca una despreciable máxima: “Dispara primero y averigua después”.

Pese a que han pasado dos décadas del sacudón, las huellas de aquellos días perduran en el “siete machos”. Las múltiples perforaciones de bala en su estructura se asemejan a madrigueras de roedores en la estructura que conserva su portón de entrada, el mismo que fue triturado por un tanque del Ejército.

A sus 38 años, José Nazareth Fuentes, cuenta que horas antes de que los edificios se convirtieran en una “zona de guerra”, casi todos los vecinos se encontraban saqueando comida y provisiones de los comercios. “Quien diga que no saqueó en Caracas, intenta borrar la historia”.

Desde hace cinco años jubilada de la administración pública, Noraima Hernández, recuerda que apenas llegó a su casa le dijeron que había toque de queda, por lo que sólo estaba permitido transitar “cumpliendo las normas”, desde las 7:00 de la mañana hasta 6:00 de la tarde. “El primer muerto fue el hijo de ‘Goyo’, porque se asomó a la ventana de su apartamento.

A partir de ese momento, todo se redujo a incesantes ráfagas de tiros, que disparaban los efectivos militares, de día y de noche. El horror y la desgracia ensombreció el lugar por dos semanas continuas, en las que no se podía comer o bañarse con normalidad. La premisa era sobrevivir “arrastrados” en el piso, describe Hernández. “Las balas no distinguían entre personas, artefactos eléctricos o utensilios del hogar”.

“En muchos apartamentos encontré amigos tirado en el piso, con un orificio pequeñito en la espalda, y cuando los volteaba, tenían un tremendo boquete (agujero grande) en el pecho. Daba mucha rabia encontrar a la gente muerta bajo su propio techo”, narra José con impotencia.

Pero la “plomamentazón” no fue exclusiva del 23 de enero. Toda la capital estaba sumida en un caos que incluía saqueos y represión en medio de un país que sentía los rigores de recetas neoliberales.

La tormenta de proyectiles del 23 de enero parecía no tener fin. Fuentes no regatea al decir que “muchos” en la zona le respondían a los militares con disparos de 9 milímetros. “Eso puso la cosa peor, porque ellos (los militares) estaban lejos en Catia y esos disparos no le hacían nada, pero cuando a los militares les tocó responder, lo hacían con más intensidad, y sin ningún tipo de clemencia. ¡Entonces esto aquí era el infierno en vivo y directo, mi hermano!”, narró.

Hernández interrumpe a su vecino, y dice que la ráfaga de disparos se hizo tan insoportable, que para resguardar a los niños, tuvieron que dormir en las escaleras.

“Los efectivos militares vociferaban a medianoche por un parlante: o salen de los edificios o vamos a echar abajo los bloques a punta de tanques”, contó Alexander Piña.

El trabajador de la alcaldía de Caracas, relata que una noche algunos militares allanaron varios apartamentos, se llevaron a las personas “sospechosas de alterar el orden público”, y los abandonaron intencionalmente en medio de balaceras producidas en otros lugares de la ciudad, para que no tuvieran escapatoria y fueran alcanzados por una “bala loca”. “Se llevaron como a 15, muchos salieron ilesos, sería el mismito Dios que los ayudó, porque lograron esconderse en casas y comercios saqueados”, agrega Fuentes.

Con el pasar de los días, Fuentes, Piña y Hernández coinciden en que era común encontrar cuerpos abaleados en la calles aledañas a los edificios, en el estacionamiento y hasta en la parada de autobuses. “Después tuvimos que recoger los cuerpos, y colocarlos en la sombra, porque con el sol ya se estaban inflando”.

Han pasado 20 años y, aunque “El Caracazo” partió en dos la historia del país, espera que una situación como esa más nunca se vuelva a repetir. Piña interviene y acota: “eso no pasará más. Queremos pensarlo así. Pero si vuelve a pasar, que no creo, resistiremos como lo hicimos aquella vez porque, en el fondo, ya estamos curado en salud”.

Acto seguido, con tono divertido y dicharachero, Hernández remata diciendo: “¡Claro!, resistiremos igual como el cuadro de Simón Bolívar de mi casa ¿no yo les conté?”, le dice al resto.

“Bueno, que allá en la ventana de mi apartamento (señala con el dedo al edificio), allí había una cuadro de Simón Bolívar, y pese a esa lluvia de plomo que hubo en dos semana seguidas, al cuadro no le pasó nada, al igual que a nosotros, que pudimos vivir para contarlo”, concluye.


Esta nota ha sido leída aproximadamente 22112 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Notas relacionadas