Mientras que en idéntico papel de asalariados, obreros y profesionales, consagran los mejores años de su vida al trabajo dependiente, en 20, 25, 30 ó más años de jornada de ocho horas, más tiempo extra, con la aspiración de conquistar una modesta jubilación que les asegure un final de vida medianamente digno; el empresario, sin trabajar la jornada, tiene garantizado hasta su muerte un nivel socioeconómico de vida altamente privilegiado, no porque goce de un fondo de pensión, jubilación, o migaja semejante, sino porque continuamente chupa la sangre de sus trabajadores durante toda una vida. Y así sucesivamente sus herederos chuparan en el futuro la sangre de los hijos de los explotados de hoy. Allí radica la historia de la familia burguesa y la familia proletaria. Tan infrahumana e injusta realidad, es en el Capitalismo, socialmente amparada y “legalmente” sostenida, tanto por opresores como por algunos oprimidos.
Hablando de oprimidos, no deja de consternarnos, a los anticapitalistas, hallar en las entrañas de la clase obrera más precaria, a fervientes partidarios de la Dictadura de la Burguesía, es decir, devotos de sus propios verdugos, Verdaderos ciegos mentales ante la posibilidad de otra forma de vivir que no sea bajo el yugo “natural” de sus patronos, solo porque les han inculcado que la empresa no puede marchar sin el gobierno del personaje empresarial, de esos que estudiaron más y que, en definitiva, han invertido el sacrosanto “Capital”. Todas estas equívocas creencias subsisten por obra del capitalismo, que se caracteriza por trascender lo meramente económico, e imponer una forma de pensar y razonar en los hombres que desdibuja su sentido de pertenencia a una clase social y su papel en la realidad. Siempre el Capital ha promovido una cultura, una religión y una legislación al total servicio de su reino. Sin duda se domina más por la ignorancia que por la fuerza. De lo anterior se desprende que el proletariado mal puede aspirar su libertad mediante la humanización del Capitalismo, o por la vía de pequeñas reformas que procuren la misericordia de la Burguesía, sino que por el contrario, tiene la urgencia histórica de desmontar el monopolio burgués de los medios de producción y someterlos a la propiedad social, es decir, en poder de quienes verdaderamente trabajan. Solo así, ya no habrá ni opresores ni oprimidos.
Tan crudo panorama nos conduce a la pertinente reflexión sobre el proletario y el esclavo, mediante la cual el gran filósofo Federico Engels supo retratar las desdichas de los explotados en la historia:
“El esclavo está vendido de una vez y para siempre, en cambio, el proletario tiene que venderse él mismo cada día y cada hora. Todo esclavo individual, propiedad de un señor determinado, tiene ya asegurada su existencia por miserable que sea, por interés de éste. En cambio el proletario individual es, valga la expresión, propiedad de toda la clase de la burguesía. Su trabajo no se compra más que cuando alguien lo necesita, por cuya razón no tiene la existencia asegurada. Esta existencia está asegurada únicamente a toda la clase de los proletarios (…)”
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(*) Constitucionalista y Penalista. Profesor Universitario.
jesussilva2001@cantv.net