De madrugada, Tsutomu Yamaguchi, quien había nacido el 16 de marzo de 1916, se bañó, se vistió, tomó té y salió en esa mañana azotada por el frío, prendió su carro en la modesta comunidad donde vivía, en la muy tranquila pequeña ciudad de Nagasaki, donde ocurrían pocas cosas, puesto que, en plena guerra mundial, su país había sido devastado, había perdido muchos portaaviones, barcos de combate, tanques de guerra y demás instrumentos bélicos. Pero peor aún, es que miles de soldados había muertos en las cruentas batallas en las islas invadidas, de donde extraían alimentos y materia prima para su esfuerzo bélico, ya recuperadas en su totalidad por Estados Unidos.
Era un ingeniero que buscaba la manera de mantener a su familia por lo que hacía un trabajo aquí y otro allá, referidos a su profesión. Ese día, 6 de agosto de 1945, debía ir a Hiroshima, a cerrar un trato con una pequeña empresa que producía uniformes militares, ciudad que distaba a solos tres horas de distancia. Eran terribles las condiciones en ese momento. Japón se estaba quedando sin nada, los niños iban a la escuela sin desayunar porque los alimentos se estaban racionando y la mayor parte estaban destinados al frente de guerra. Tampoco había medicamentos. Y aunque no era muy distinto en Tokio, en la provincia se sentían mucho más los efectos devastadores.
Llegó a Hiroshima a las 7:50, se bajó a las puertas de una de las pocas tiendas que aún quedaban vivas para esperar a que abrieran la empresa a donde debía llegar.
Fumaba un cigarrillo plácidamente. Eran las 8:15 de la mañana y ya se preparaba para subir a su carro, cuando a tres kilómetros de distancia escuchó una explosión, que le extrañó, no por la explosión, sino que fuera tan alto, como a 600 metros de altura, por lo que pensó que un avión había explotado en el aire, pero de inmediato comenzó a ver un hongo que se estaba formando. Como ingeniero, en sus ratos libres, ya había leído el tema de la fricción del átomo, por lo que el hongo que se formaba, lo confundía mucho. Se dio cuenta de que lo que venía hacia él, era la onda expansiva de esa explosión, por lo que buscó un sitio donde guarecerse. Por lo poco que había leído, conocía del poder del calor, así que vio un lodazal muy grande que estaba cerca y allí fue a parar. Se lanzó y comenzó a dar vueltas sobre el pantano, en momentos en que el viento quemante lo abrazaba. Fue tan intenso, que se desmayó. Una hora después, eran las 9:20 cuando abre los ojos y siente dolor en todo el cuerpo. Casi nada quedaba de su traje. Estaba muy quemado en los brazos, pero no la cara porque la había cubierto con mucho lodo. Logró levantarse para darse cuenta de que nada quedaba a su alrededor. Su propio carro era un amasijo de hierro.
No había nada, ni siquiera agua para tomar, a pesar de la horrible sed que lo consumía. Comenzó a caminar para buscar un hospital, pero no quedaba nada, solo humo de casas quemándose y cuerpos incinerados. Cuando se dio cuenta, había salido de Hiroshima y seguía caminando. En la carretera se encontró un camión del ejército, donde un enfermero le hizo curas, lo lavó bien y puso pomadas en sus quemadas, que eran muchas. Le dieron una cantimplora con agua, una lechuga y un racimo de rábanos, y siguió su camino.
Tres días después, un 9 de agosto, eran las 10:40 de la mañana cuando entraba a su pueblo Nagasaki. Iba por un sendero hacia el hospital que sí conocía. Estaba agotado, hambriento y muy adolorido. Cuando pasaba por un charco, sintió una detonación cercana. Al voltear, el hongo comenzaba a formarse, por lo que, corriendo, echó mano de un bambú fino y se tiró al charco, cubriéndose por completo, usando el bambú con snorkel. Estaba llegando el viento hirviente que desintegró el monte. Estaba sumergido por completo entre una mezcla de agua estancada y pantano. Allí se quedó por una hora, solo respirando por el bambú, hasta que unas personas estaban pasando cuando salió. Los ayudaron. No tenían muchas partes por donde agarrarlo. Lo lavaron y le pusieron emplaste de pasto en las quemaduras.
Tsutomu había sobrevivido a las dos bombas atómicas. Lo llevaron al hospital y se fue recuperando con huellas en el cuerpo que jamás se borraron. En el 2009, el gobierno japonés reconoció a Yamaguchi como el único japonés sobreviviente a dos bombas atómicas.
En sus últimos años, iba a escuelas y universidades para hablar en contra de la creación de armas nucleares. Veía su terrible experiencia como un destino y un camino sembrado por Dios para transmitir lo que pasó. Murió en el 2010 a los 94 años, esperando que la paz predominara en el mundo.