Hacia un debate sobre la planificación del tiempo en la Comunicación Social de la UBV

Hace un año escribí algunas páginas que leyeron sólo algunos amigos, pero me pareció pertinente traerlas a colación sobre todo para enlazarlas a algunos comentarios, ideas, apreciaciones y sugerencias que surgen ahora que el segundo semestre de la planificación está culminando.
 

Como todos los implicados saben el semestre anterior fue sometido a una evaluación integral (poco común, por cierto), en la que participamos todos, estudiantes y profesores. Dicha evaluación culminó con una exposición de resultados que confirmó algunas cosas, echó por tierra otras, y algunas nos entusiasmaron y alentaron a continuar. Quedó confirmado entre otras cosas, que los famosos “seminarios” habían sido un error (al menos en su planteamiento y ejecución, aunque hubo algunos que todavía hoy se recuerdan, cosa que no suele suceder con muchas de nuestras clases en aula), se echó por tierra aquello de que no se pudo trabajar ni hacer lo que teníamos que hacer, y nos entusiasmó el hecho de que el trabajo en la comunidad recibió directa e indirectamente el apoyo y el entusiasmo de los estudiantes. Ciertamente, poco a poco la idea del trabajo en la comunidad ha ido calando en la conciencia y la práctica de nuestros estudiantes, y no son pocos los grupos que exigen la presencia de todos sus profesores (y no sólo los encargados de la UC de Proyecto) en los barrios y comunidades.

 

Sobre esto yo debo recordar que en los días de enero, febrero y marzo del 2005, cuando se estaba discutiendo un documento recién llegado de Caracas sobre el Aprendizaje por Proyecto, y como no estaba claro qué iba a ser de Proyecto, un grupo de profesores, recuerdo que disminuido, planteó y se plantó en cuatro premisas a discutir ante cualquier eventualidad: a. que no podían existir horarios de clase “mosaico”; b. que la planificación debía adaptarse al Proyecto; c. que Proyecto, por supuesto, debía continuar; y c. que el proyecto debía construirse en la comunidad y con la participación académica de todas las Unidades Curriculares.

 

Decíamos entonces que sobre la base de estas cuatro premisas se debía construir el debate, además que, con fervor sentíamos que dichas premisas no colidaban con el discurso ubevista, con el Documento Rector (en lo epistemológico), con el Aprendizaje por Proyecto, con la idea, en fin, de una educación distinta, humanista, bolivariana. Recuerdo que la llegada del nuevo semestre sin los papelitos de los horarios fue motivo de muchos comentarios, de muchos desencuentros, de muchas protestas. Pero en ese clima, que se extendió durante todo el semestre ¿quién no discutió aspectos superficiales o fundamentales de la Universidad? ¿Quién no se hizo un montón de preguntas? ¿Quién no se motivó a discutir, por lo bajo y por lo alto, con cualquiera? En efecto, el aire se enrareció y, como lo dije en un texto anterior, nada quedó incólume, nada permaneció. “No quedó piedra sobre piedra”.

 

Pero una cosa quedó a la vista, y es lo que ahora me parece sumamente importante, decisivo, substancial: los procesos educativos quedaron al descubierto. En efecto, dichos procesos han estado siempre controlados por el Estado en cualquiera de sus formas y representaciones: el maestro, el profesor, el director, la secretaria, la escuela, la institución, etc. La planificación logró que en muchos momentos los estudiantes participaran en la toma de decisiones, que fueran mucho más activos, que condujeran partes importantes del proceso, que interpelaran a las autoridades del nivel y el estatus que fuera, con argumentos en muchos casos sólidos y difíciles de contestar por autoridades que se precian de serlo (y por eso prefieren el silencio), todo esto sin que cundiera el desorden, el caos, la temida “falta de respeto”.

 

Ahora bien, no puede ser sino un privilegio haber observado tan de cerca lo que ocurre en grupos sociales, en comunidades, cuyas sujeciones básicas han sido desatadas y se ven obligadas a autorregularse, particularmente, a ponerse “horarios”, a administrar su tiempo, a cumplir a conciencia, a trabajar con fines ulteriores o trascendentes más allá de lo exigido por la administración, una administración, por demás, en manos de “nosotros mismos”, y a la que nos debíamos de acuerdo a un nada forzoso sino más bien elemental “sentido común”.

 

Un elemento que se distanció (más si pensamos en lo ocurrido en varias oportunidades en el semestre anterior) fue la figura central de la Administración, entiéndase, la Directora. Estábamos mucho más cerca, quién lo duda, del ente regulador construido por nosotros mismos que de la Administración en sí, aunque a nadie se le haya pasado por la cabeza dejar de cumplir de manera ex profesa con las horas administrativas asignadas por su condición de docente universitario.

 

Por otra parte, la estructura que nos dimos soberanamente nació precisamente de la gigantesca evaluación a la que fue sometido el semestre anterior, de modo que respondió a necesidades y a procesos internos. La organización nos permitió además concentrarnos en nuestro trabajo, después de un semestre –el anterior- donde la planificación era más un problema (en el sentido pleno de la palabra, y no en el mero y reducido de molesta complicación), mejor, un núcleo problemático, y no un poner en práctica, un desarrollar, un llevar al plano de la realidad algunas ideas, muy discutidas, sí, pero no sometidas a la interacción, al juego, al vaivén, al movimiento incesante de las cosas humanas.

 

En el semestre anterior las ideas y la prácticas se encontraban en un estado muy interesante de ebullición, había una energía desplegada que igual como nos enzarzaba en discusiones (que sin embargo no profundizaban, porque lo esencial no ha sido planteado aún por aquellos que se oponen a la planificación) nos entregaba a un trabajo intenso, a una producción que me parece que debemos someter a evaluación. El semestre anterior fue una caldera o mejor aún, un crisol, un horno: revisamos las entrañas del monstruo de la educación, las fronteras entre lo administrativo y lo académico se borraron, se alteraron todos los esquemas conocidos de medición y nos sometimos, de una u otra manera, a constantes y específicos sistemas de evaluación, desde la crítica más acérrima –pasando por signos de violencia reprimida y no superada- hasta las propuestas más asertivas, provenientes de todos los sectores. Repito que ya no podemos ser los mismos una vez conocida la libertad. (Los estudiantes del primer año desconocen buena parte de este proceso y los resultados allí habría que considerarlos bien de cerca en función de las ideas aquí esbozadas.)

 
 

Cuando yo entré a la UBV comencé a “dar clases”, luego me di cuenta –y no fui yo solo- que a ninguna parte íbamos a llegar por esa trilla. De ahí la necesidad de socavar las bases de la educación liberal burguesa sostenida como todo el sistema capitalista sobre la noción administrativa y política del control del tiempo. Si controlo el tiempo, tengo el poder. Si el control del tiempo se difumina en la comunidad y todos participan en su construcción, entonces el poder queda en manos de todos. El empoderamiento pasa pues, por la construcción colectiva del tiempo. El tiempo que hasta hace poco sólo conocíamos no nos pertenecía, le pertenecíamos a él, desafiando como siempre la enseñanza bíblica de que el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Repito estas ideas sólo para reafirmar que la planificación es un modelo a escala de lo que puede suceder en el país si las esclusas que contienen el definitivo poder popular son abiertas, esto es, si en definitiva nuestra población asume de veras, completamente, su destino. En otras palabras, si construye colectivamente sus propios tiempo y espacio.

 

Lo administrativo que ha construido y gerencia el conocido tiempo de oficina es capitalista (¿Habrá que decir que la noción de “trabajo” que conocemos es la que ha elaborado por y para nosotros el Mercado, con su manejo bien controlado del week-end, las vacaciones y los días feriados?) Necesitamos construir nuevas experiencias temporales, nuevos ritmos de creación, nuevos criterios y, sobre todo, otro patrón de Orden. Esto nos ha sido exigido, me parece que a todos, el trabajo comunitario. La comunidad y sus tiempos nos piden nuevos horarios. La movilidad horaria, por su parte, facilita la movilidad, la necesaria flexibilidad que debe acordar y acuerparse con el cuerpo social de nuestros barrios.

 

Profundizar en nuestra planificación nos debería conducir a debates sobre la naturaleza libertaria de esta construcción colectiva del tiempo pero además, y acaso no menos importante, a una definición de la Universidad Bolivariana, de cara al conjunto de las universidades del país, aun de las latinoamericanas y extranjeras. Estoy casi seguro que nuestra experiencia, en este año, es inédita, y tal vez sólo conocida por universidades que han desafiado al Estado y se han consolidado –autonómicas- tras una larga tradición de irreverencia. No es nuestro caso. Porque el Estado venezolano que estamos construyendo (respaldado por entero en nuestra Constitución) exige, en tanto que promotor de un socialismo de nuevo cuño, el replanteamiento de las estructuras y bases de nuestra realidad, como nación, como país, incluso como Estado.

 

Pienso sin exagerar que una definición del Tiempo y Espacio de lo Revolucionario es totalmente pertinente. Cuanto más, que el tiempo y espacio en el que crecimos estuvo dominado por una racionalidad abstracta a la que siempre respetamos (y violamos, también, con esa práctica muy conocida por todos y que llamamos en nuestro caso “el tiempo maracucho”) so pena de reclamos, chantajes, amenazas. El tiempo es nuestro fantasma y nuestra sombra más pertinaz, más insistente.

 

Insisto en esto del tiempo, porque no hemos debatido ese asunto a profundidad. Me temo que hemos hecho lecturas equivocadas con respecto a la planificación, entre ellas una recurrente: la que afirma que propició desórdenes, situaciones caóticas. A lo que respondo que se trata de una falsedad, ayer y ahora más. El problema no estuvo en la planificación, sino en la falta de ella; y no precisamente, hay que decirlo, en la falta de una planificación “central”, sino en la ausencia o en los errores en la que debían construir precisamente los equipos de investigación, los de antes y los de ahora, en los que se activó la amistad como principio para el engarce. Al no haber una planificación desde la Coordinación ni mucho menos desde las computadoras y programas de planificación de la UBV (made in Tacoa) y ad usum de cualquier universidad, era responsabilidad sola, interdependiente y exclusiva de los equipos, articulados a un Consejo de Investigación como primera instancia y a un Consejo de Proyecto semanal, como instancia última, y al cual y desde el cual llegaban y se repartían las inquietudes, propuestas y políticas a seguir por el colectivo, en un todo irrigado por un sistema de información en red. Los salones disponibles (pese a la falta de espacio) fueron suministrados desde el inicio (y había para todos, valga decirlo, en condiciones que no viene al caso comentar), y su empleo debía responder a dinámicas de rotación (Comunidad – UBV) que facilitaran a los tres grupos y a los cuatro o cinco profesores, bien el trabajo comunitario, o bien, la sistematización, la teorización, el taller, la práctica, la clase.

 

Hubo problemas, quién lo niega, ¿pero se puede afirmar sin debatir que fueron producto de “la” planificación? ¿No se debe hablar mejor de (las) diversas y distintas planificaciones, que cada grupo y cada profesor con sus grupos llevaron a cabo para cumplir con sus actividades? Yo he hablado siempre de microplanificación, de planificación semana a semana, atenta y siguiendo de cerca aquel decir popular: “como vaya viniendo vamos viendo”. ¿Se puede acusar al pueblo, que ha cumplido con esta conseja, de andar al garete? Sería una apreciación infeliz y errada. La puntería del pueblo en eso del vivir “al día” ha sido mostrada con demasiada abundancia (¿no somos acaso sus testigos de excepción, sus hijos y en mucho, sus continuadores aunque no del todo conscientes?), además que ha sido su arma fundamental en el marco de su resistencia contracultural contra un modelo de Estado creador de exclusión, desigualdad e injusticia.

 

Dice Miquel Izard en Rechazo a la civilización (Editorial Península. Barcelona, 2000) –por cierto, a 12 mil bolos en la librería “Aeropuerto” del CC. “Galerías”) que el 90% de la población indígena -en lo que luego iba a ser América-, vivía “al día” constituida y organizada en naciones autosuficientes (sin Estado, sin Dios, y en una suerte de presente extendido), y que sólo un 10% había devenido en sociedades excedentarias, esto es, que requerían de agricultura extensiva e intensiva (similar y en algunos casos más perfeccionada que la desarrollada para la época en Europa, además de contar con Estado y dioses -y en algunos casos de escritura-), y, por ende, de un régimen imperante y progresivo de esclavitud. El 10%, luego del asombro que procuró a los europeos, fue rápidamente destruido; en cambio, el 90% tuvo más facilidades para resistir (en una “guerra asimétrica” de la que el libro referido da buena cuenta) aunque finalmente fue masacrado, o reducida su población a un mínimo sumamente precario, y siempre sometida –ayer y ahora- a persecución, discriminación y muerte.

 

Digo esto, porque allí, en ese dilema entre lo excedentario y lo autosuficiente, o para decirlo en los términos actuales, entre el desarrollismo capitalista y el desarrollo endógeno, entre el capital privado y financiero y las cooperativas, entre el egoísmo y la competencia propios del mercado y la solidaridad, entre el Estado burgués y liberal y el Estado que promueve la creación la participación y el protagonismo de los Consejos Comunales, se funda el drama de nuestra contemporaneidad, ese es el debate que nos toca a nosotros los venezolanos, de la mano, de la voz, de la pasión de un Presidente que nos convoca a construir un país libre, autosuficiente y soberano.

 

No es poco decir (pero me atrevo y pongo el tema en la mesa de discusión) que el modelo de Planificación del PFG de Comunicación Social de nuestra sede (UBV-Maracaibo) es un aporte al debate nacional, latinoamericano e internacional sobre la construcción del nuevo Socialismo del Siglo XXI.



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