Monterroso: fabuloso nuevo año

Despediremos diciembre con un nuevo año del nacimiento de quien dijo tanto con tan pocas palabras. La mayoría de sus obras caben en una página, muchas no pasan de cinco líneas. Dominó el arte de significar vastos universos con un átomo de texto. Su literatura está en las antípodas del discurso verborreico, tan común en cierta clase de política, pero también de los fundamentalismos religiosos, étnicos, económicos… Augusto Monterroso Bonilla, tal su nombre, El quijote de la escritura relámpago y el demoledor del estigma de la brevedad. Llegó y se quedó.

En un continente de luminarias plumas, este otro augusto de las letras latinoamericanas vio su primera luz el 21 de diciembre de 1921, en Honduras. A los 15 años se estableció con sus padres en Guatemala, donde obtuvo nacionalidad y trabajó en diversos oficios para ayudar a su familia y poder socorrerse en la ficción. Uno de sus primeros contactos con las letras, y sobre todo con los números, fue de empleado administrativo de una carnicería. Desde muy temprano participó en la actividad política y literaria; en 1940 organizó la asociación de artistas y escritores jóvenes de Guatemala. Al año siguiente publicó sus primeros cuentos en el periódico El Imparcial y en la revista Acento, de la que fue cofundador.

Preso político de las dictaduras militares de Jorge Ubico y de Ponce Vaides, logró evadirse en forma sorprendente de su carcelero (1944), habilidad subrepticia esta que desde entonces hizo su marca literaria: huidiza y con predilección por los finales sorpresivos. Como uno de sus rayos fabulas llegó a México, donde se exilió como otros muchos centroamericanos, suramericanos y españoles que huían de las dictaduras de sus países. En la nación azteca fue traductor, empleado de imprenta, estudio letras y filosofía, ejerció la docencia universitaria y escribió como escribió hasta su despedida en el 2003; pero esta despedida no significó que interrumpiera la escritura, como se verá más adelante. Según opinión más o menos autorizada, la suya, fue en lo esencial un autodidacta.

De la hábil escapada que protagonizó Monterroso en 1944 (la otra es del 2003) recientes estudios han revelado que el carcelero continúo imperturbable leyendo sus libros. También se sabe ahora que el director de la prisión le confiscó las lecturas al celador, en desesperado intento de interrogar a los seguros integrantes del movimiento subversivo, cómplices de la fuga: La vaca, El mono, El león, La rana, El rayo, El burro, El zorro, El cerdo, El grillo, El perro, La cabra, La mosca, La sirena, El caballo, El eclipse, Los cuervos, La oveja negra, Los pájaros de Hispanoamérica y otros tantos salvajes. El esbirro director, más confundido que cuando empezó sus preguntas, terminó lamentando: <>.

Desde su confinamiento mexicano siguió promoviendo la resistencia a Vaides (y luego a otras dictaduras), con cuyo régimen dio al traste la Revolución de Octubre, de la que surgieron los dos primeros gobiernos de elección popular en la historia de esa nación: el de Juan José Arévalo y el de Jacobo Árbenz. Designado funcionario consular por las nuevas autoridades, desempeñó funciones hasta el golpe de estado de 1954, de desclasificado aroma a Fruit Company & Cía., que lo lleva a presentar su renuncia y a su segundo exilio, esta vez en Chile. En el largo pétalo de mar hizo toda clase de trabajos, escribir inclusive, con no pocas penurias. Por iniciativa del propio Pablo Neruda –enterado de su llegada a Santiago ocho meses después– se encuentra con él, con quien trabajará en la Gaceta de Chile. Luego de dos años en el país andino retorna a México en su tercer exilio. En los ochenta formó parte del conjunto de personalidades conocidas como el grupo de amigos de Contadora, instancia multilateral que integraron varios países, Venezuela entre ellos, y que intervino en el proceso de paz centroamericano.

Como otra más de las fábulas que escribió, la tal despedida de 2003 inauguró el más irónico y paradojal ciclo de su producción literaria: los estudios sobre su obra (también las recreaciones de los microrrelatos), ya prolijas en vida terrenal, alcanzaron las más altas cuotas, una explosión de estudiosos e investigadores derivosaurios y otras faunas tratan de explicar en cientos de miles de hojas manuscritas el secreto de la brevedad monterrosiana. Como podrán suponer, tan augustos esfuerzos resultaron inútiles ante la narrativa huidiza e inatrapable del creador guatemalteco. Aunque no del todo, muchos de esos investigadores adquirieron lumbalgias y otros, cálculos renales, pero los más afortunados vaciaron sus ahorros contratando diversos servicios oftalmológicos, fortaleciendo así este saludable sector de la economía y, de paso, la propia salud visual. Y no solo eso, de alguna forma tantas hojas tozuda y bienintencionadamente escritas y puestas a circular por aquí y por allá, buena parte en la web (que para esos años pasaba por su propia y masiva explosión), influyeron en nuevas generaciones de lectores y escritores, dando un importante impulso a la narrativa relámpago.

Conocido como el maestro de la prosa breve y humorística, su huidiza obra no se somete a los cánones de la ortodoxia, ni de la heterodoxia tampoco; ella se resiste con fiereza a cualquier clasificación. La diversidad de géneros y estilos que utilizó en forma hibrida y nebulosa: parodia, fábula, cuento, sátira, critica, reseña, humor, ironía, ensayo, diario, noticia periodística…constituyen un ADN cuyos genes saltarines se escabullen a cada intento de acercamiento, evitando ser codificados. Además, subvierte las fronteras entre realidad y ficción, tradición y ruptura e inocencia y pesimismo. Sus creaciones se caracterizan por la sencillez, la brevedad centelleante y el tratamiento lúdico de los temas tratados. Recursos con los que revelaba, casi siempre usando la sorpresa, el mundo paradójico de la complejidad y pequeñez humana.

Tito, como también le conocían hasta los más solemnes extraños, publicó, entre otras obras: "La vaca" "La letra e", "El grillo maestro", "Animales y hombres", "El concierto y el eclipse", "Los buscadores de oro", "Uno de cada tres y El centenario", "Obras completas y otros cuentos" (contiene El dinosaurio), "Movimiento perpetuo" (ensayo), "Lo demás es silencio" (novela), "Las ilusiones perdidas" (poesía), "Los buscadores de Oro" (memorias), "Viaje al centro de la fábula" (entrevistas al autor) y sus últimos (¿últimos?) vástagos: "Pájaros de Hispanoamérica" (antología de escritores latinoamericanos).

El dinosaurio cabe en una línea, apenas siete palabras (nueve con el título) tiene este microrrelato del prosista de la concisión. Es la minificción más celebre de la literatura y, hasta que apareció El emigrante (de Luis Felipe Lomelí), la más breve. Como gran parte de su producción, al antediluviano animal ha sido visto en diversos idiomas, geografías y generaciones de las garras de su autor. Aunque nadie me lo ha pedido, si algo recomiendo a los interesados en cazarlo (vale para toda la fauna) es excavar, excavar lo que sea necesario hasta dar con las reservas de inocencia y capacidad de asombro que en el alma infantil el ser humano atesora, sin importar cuan largo y pedregoso sea el camino a nuestras espaldas.

Sé que no es fácil esperar inocencia en un país en el que "Piensa mal y acertaras" es la norma y, no sin razón, legitimada en los hechos. ¿Y qué decir de la capacidad de asombro, ese maravilloso y desafiante sentimiento que vemos bombardear desde la crueldad y la demagogia de la normalizada ley de la selva –global y nacionalmente hablando–, cuando ni familias ni niños se salvan del horror y la miseria? Con todo, y a riesgo de parecer panfletario o de serlo efectivamente (¿por qué no?, verdaderos peligros son mimados con ojos de imperturbable desvergüenza), les digo que el lector y lectora que se atreva a tanto será generosamente recompensado por la magia de su narrativa que, como descarga eléctrica, sacude nuestras más añejadas perspectivas. En cuanto a la normalización del salvajismo, no sería la primera vez que los libros y la vida de sus escritores son fuente de esperanza y estimulo en la lucha por la paz y la democracia.

Aunque no estoy del todo seguro de la certeza de los hechos, haré una confesión de una íntima experiencia, no del todo extraña al tema que nos ocupa: cuando la luz se va y el calor se vuelve a instalar, salgo de la cama y me voy al frente procurando una brisa. En algún momento reposo los ojos en El puente sobre el Lago de Maracaibo; parcial, intermitente y parcamente iluminado por las centellas del relámpago del Catatumbo. Allí veo al mismísimo Dinosaurio, se está camuflando con la colosal infraestructura; al estallido inmediato de otra centella veo que es el Puente el que se mimetiza con el saurio animal. Llegó a pensar que esos colosos están jugando a las escondidas; jugando en un acelerado tiempo fantasmal, primitivo y de inagotables fulgores. A pesar del trasnocho, un privilegio de espectáculo. Pero de día la situación es otra: atravesando la plataforma de hormigón armado hacia otro mal pagado día de trabajo, la pestilente contaminación de la bahía me muerde la velada rabia que pasa a convertirse en desasosiego. Ya más lucido pienso que los encargados de enfrentar tan soberano daño ecológico son como protozoarios en sus poltronas verdes, no hacen más que soberbios malabarismos que ya nadie cree (de esto sí que estoy seguro). Como sea, después de ver las sangrientas heridas de nuestro jurásico reservorio de agua dulce, no ambiciono con mayor ahincó otra cosa a que toda la luz del Catatumbo prenda en un nuevo día.

Por eso, y por mucho más, es que afirmo que el fulano animal ha sido visto por todos los confines, igual en el mundo de la ficción como en el de afuera. Aclaro que la afirmación no pretende ser una metáfora, a lo sumo tendrá un pellizco de ficción. Es que la cantidad de derivosaurios, esas series de sagas, precuelas, secuelas, versiones, parodias, reconstrucciones, antologías, tesis, estudios literarios, foros, debates y demás derivaciones del coloso de siete palabras dan cuenta de la mundana corporeidad y visceral capacidad reproductiva de su ADN. Lo que explica por qué a cada investida de los lectores (creadores, críticos e investigadores incluidos) nuevas placas de interpretación surgen del lomo de las creaciones monterrosianas, en una especie de historia sin fin. El investigador y teórico literario Lauro Zavala, disertando sobre El dinosaurio, dice: "Nos encontramos ante un caso extremo y seguramente irrepetible, donde las variantes, exégesis y comentarios críticos derivados de un texto exceden con mucho la extensión del mismo".

Las obras del maestro han sido amplia y merecidamente reconocidas. Fueron premiadas con el Magda Donato (México, 1970), el Javier Villaurrutia (México, 1975), el Águila Azteca (México, 1988), el Ítalo-Latinoamericano (Roma, 1993), el FIL en Literatura en Lenguas Romances (México, 1997), el Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1997), el Juan Rulfo (México 2000) y el Premio príncipe de Asturias de las letras (España, 2000). Lo que nos demuestra que también en aquella vida, de la que se "huidizó" en el 2003 a los 81 años de edad, gozó de tan buena salud como en esta, donde su obra es reelaborada por lectores, escritores y estudiosos. Entonces, pregunto: ¿será que cada uno de nosotros no somos más que personajes de su dilatada fauna a quienes utiliza en sus fábulas de acuerdo a su real gana para seguir tejiendo nuevas resoluciones? Si a estas alturas alguien tiene duda de la respuesta, aquí les dejó la transcripción parcial de lo que dijo el genio de la precisión en "La brevedad", que equivale, como decimos en los tribunales, a una confesión de parte:

"Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar…"

Queda claro que en verdad lo que hacemos es el trabajo de llevar a la página los infinitos desenlaces y explicaciones ya concebidos e incrustados por Don Tito en el ADN de cada una de sus obras y fábulas. Somos sus personajes, movidos por hilos incorpóreos que como comunes mortales no podemos ver. Es que "Lo esencial es invisible a los ojos".

Para departir sobre quien hizo de la brevedad su leitmotiv, estas líneas terminaron, como aquellos discursos políticos, instalándose en las antípodas de la micro narrativa (no hay peor castigo que el de la propia lengua). Vamos a ir cerrándolas con las que quizás sean el más comprimido ensayo que de una obra se ha escrito en la historia de la literatura. Son del nobel colombiano García Márquez, quien refiriéndose a "La oveja negra y demás fábulas" de Don Tito, aseveró en par de líneas: "Este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad".

¡Fabuloso cumpleaños, maestro!

¡Feliz año nuevo para todos!

(Hoy, 21 de diciembre, me siento bien, como un personaje de Monterroso; líneas más, líneas menos)



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Servio Antulio Zambrano


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