Crónicas cotidianas

Tres por uno y dos por cinco

Saliendo de Plaza de Toros hacia La Isabelica, en la segunda parada se montó ella. Nunca la había visto en ningún autobús. Debía tener 14 años, con un lindo color indio y pelo negro largo y fino, con la cara llena de espinillas, una franela roja limpia y un pantalón de jean azul; por complemento unas sandalias que evidenciaban las largas caminatas de las que habían sido víctimas. Cargaba una bolsa, de la que sacó caramelos envueltos en lindo papel marrón. Entonces escuché uno de los discursos que más me han impactado. No solo a mí, también al resto de los pasajeros. “Buenas tardes –dijo con aire de seguridad- señores pasajeros, estoy vendiendo estos deliciosos caramelos. Si me compras uno te cuesta tres, pero te puedo dar dos por cinco”, entonces llegó el silencio de segundos que parecen horas, creo que meditaba si lo decía o no, pero también los pasajeros la miraban, la carita de niña con gesto de súplica, “ya me voy a inscribir para tercer año. Mi mamá tiene este mismo trabajo en otra ruta, pero no reunimos el dinero suficiente para comprar el uniforme, los zapatos, la ropa interior y los libros. Además, las mujeres necesitamos otra cosa que son femeninas, más el champú y el jabón. Y ella nos dijo a mí y a mis otros dos hermanos que si no juntaba dinero suficiente, no podíamos ir los tres al liceo. Pero yo quiero ser médico, y aunque ninguno de nosotros le dijo nada, tengo que vender muchos caramelos para ver si reunimos lo suficiente para seguir estudiando. También cuando estamos en clase, trabajamos los viernes, sábado y domingo. Yo por eso estoy vendiendo estos caramelos a tres por uno y dos por cinco, porque como están cerquitas las clases, mi mamá está reuniendo para que me pueda inscribir en el liceo”.

Es cierto, no sé si la sensibilidad de los venezolanos es diferente a la del resto de los latinoamericanos, pero en tantos autobuses que me he montado, nunca vi un gesto de desprendimiento tan impresionante. No solo todos compraron dos por cinco, sino que un hombre le dio diez dólares para que se comprara los zapatos, y una mujer joven sacó de una bolsa un pote de champú que también le dio. Hasta el chofer le compró ocho caramelos, que eran 20 bolívares. Esa carita de ratón se iluminó como si hubiera encontrado el dinero suficiente para que los tres hermanos pudieran ir a la escuela este nuevo año escolar. Misión cumplida, diría ella.

A la altura del mercado de La Isabelica, se subió la madre, con los dos hermanos, eran menores que ella, pero igualitos; y signo de que ella estaba pendiente. Y todos presenciamos lo que puede ser el diálogo latinoamericano de la crisis, de cualquier parte del continente, de la más pura expresión de la necesidad, del salir todos los días a las cinco de la mañana para tratar de encontrar algo para sostener el día, del llegar todos los días a las 7 de la noche al rancho, cocinar lo que sea, bañarse si hay agua y dormir con la zozobra de no saber qué le depara el día siguiente. “Mira mami –le dijo ella- vendí todos los caramelos, y un señor hasta me dio diez dólares para que me compraras los zapatos… Qué bueno hija –replicó la madre- ahora falta menos. Entonces si vamos a poder ir los tres a clases, preguntó el varón que parecía ser el menor. Vamos a ver cómo nos va la semana que viene –dijo la madre- todavía tenemos que hacer un mercadito y pagar los caramelos para que nos den más. Tenemos que ir a la casa y hacer algo para comer porque no hemos comido nada en todo el día”.

Todos en ese autobús fuimos testigos de ese diálogo. Quizás ella piensa que no tiene de qué avergonzarse porque más de uno de los presentes, debe estar viviendo su misma tragedia. Sus mismas necesidades. Sus mismos problemas. Un señor se levantó y se acercó a la mujer y le dijo “si usted necesita trabajo, yo la puedo ayudar. No es mucho, pero al menos es un trabajo fijo, donde cobrará quince y último. Tenga esta tarjeta, vaya el lunes a la empresa y me solicita. Le dijo buenas tardes y se bajó del colectivo. “Mami si te dan trabajo el lunes, seguro podemos ir todos a la escuela”, le dijo la mayor. “Vamos a ver hija, primero lo primero, voy a ver qué trabajo es y a lo mejor comienzo el mismo lunes. Si consigo el trabajo, es un ingreso seguro, pero creo que seguimos vendiendo caramelos los fines de semana, porque no creo que el sueldo que me vayan a pagar alcance para hacer mercado. Vamos a ver”. Dos lágrimas le brotaron de los ojos que exigieron la solidaridad de los hijos, quienes de inmediato la abrazaron.

Ya me tocaba bajarme y los dejé a los cuatro, cotorreando y sonreídos. Habían logrado un muy buen día. Tal vez ella lo recuerde muchos años después, si algún día logra graduarse de médico.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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