En uno de los sectores en los que se manifiestan con más gravedad los efectos de la terrible crisis que azota actualmente a Venezuela, es en el de la salud pública. Falta de insumos, reactivos y medicinas básicas; deterioro de equipos y herramientas; corrupción; escasez de recursos financieros; desatención a los enfermos; mal estado de las instalaciones de hospitales y ambulatorios; bajos sueldos de médicos y enfermeras/os; entre otras carencias y anomalías, caracterizan a la salud pública venezolana. Ya es normal, por ejemplo, que los propios pacientes tengan que llevar a los centros de salud guantes, jeringas, medicinas y todo tipo de materiales para tratar afecciones leves, ni que hablar de cirugías mayores. En realidad es un contrasentido llamar público a un sistema de salud si los pacientes tienen que costear la atención ambulatoria u hospitalaria, salvo las consultas. ¡Vaya¡
Una verdadera desgracia, considerando que debido a la situación anteriormente descrita miles de venezolanos al mes mueren o viven en una constante agonía, no tanto por las consecuencias de las enfermedades como tal, sino por la ineficiencia de la salud pública. De ahí las preguntas siguientes: ¿Qué se puede esperar de un sistema que no facilita a los enfermos medicamentos importantes como los antihipertensivos, los antibióticos, la insulina y los empleados para tratar el cáncer y el SIDA?, ¿qué garantías tienen de salir vivos o recuperados quienes son operados, por lo general en quirófanos sin la asepsia debida?, ¿cómo se diagnostican enfermedades potencialmente mortales si no hay aparatos de rayos X y tomógrafos en buen estado, y además no hay los reactivos necesarios para llevar a cabo los exámenes pertinentes?, ¿cómo hacen los pobres para acceder a materiales e insumos costosos, indispensables para salvar sus vidas?
Y como es bien sabido millones de venezolanos no pueden ser atendidos por la salud privada, considerando obviamente los altos costos de ésta, aún simples consultas y atenciones de emergencia. De manera que la mayoría del pueblo se encuentra en un callejón sin salida, deseando no adquirir alguna enfermedad relevante, porque eso equivaldría en buena medida a morir, aunque sea lentamente. Al respecto sentencian los cristianos: Que Dios nos agarre confesados si llegamos a enfermar en este país.