En torno a la corrupción

Ninguna condición histórica más negativa, regresiva, moral y socialmente, degradante y abyecta, ha tenido que enfrentar la Revolución Bolivariana, desde su irrupción, y que, dicho sin ambages, fue uno de sus más explosivos detonantes, que la corrupción, la cual ha constituido la rémora de un padecimiento endémico y perverso, dentro del cuerpo de la sociedad venezolana, concretamente, desde cierto momento de su historia contemporánea.

Difícil empresa la de desarraigar la corrupción cuando se ha convertido en una condición inalterable e inveterada de cualquier sociedad capitalista, por demás, tan proclive al envilecimiento y predación de toda forma de vida; porque el capitalismo, como sistema, es decir, como estructura ontosocial que "cosifica" la vida humana, "inhumaniza" a los seres humanos en pro de sí mismo, de la inhumanidad objetualizada y monstruosa de su ser, en función del crecimiento y desarrollo propios; el capitalismo es un sistema que necesita inhumanizar al mundo humano, que no produce hombres ni mujeres, que precisa producir androides para su ingesta reproductiva; no hay canibalismo de gula más insaciable y vehemente que el de las fauces del capitalismo devenido imperialismo, hoy, en la faz global del mundo; es la antropofagia incontenible de un sistema, productivo y reproductivo, cuyo insumo primario e indispensable es la vida humana, naturaleza mediante.

En este contexto que caracteriza y define, ontológicamente, al capitalismo, es fácil comprender que, como sistema histórico de la producción y reproducción social (económica) de la vida humana, le es propia e ínsita la corrupción porque la vida humana y, en general, toda forma de vida en él, constituyen sólo medios de sí mismo, cuyos fines yacen en la acumulación irracional e interminable de valores económicos, escalados hacia la máxima ganancia, por cierto, perdida en el infinito y por lo tanto inhumana.

La corrupción es, invariablemente, expresión del carácter soterrado del capitalismo, que en la pretendida justificación (normalización) jurídica de la dominación clasista del mundo (verdadero fundamento social del imperialismo) legaliza, con la fuerza silente e ideológica de la cultura –que es la peor opresión y la más profunda represión- la expropiación y la enajenación de las capacidades humanas, histórico-culturalmente construidas, a través del desarrollo de la humanidad, constitutivas de la fuerza de trabajo humana de los individuos, y que es la primera y más grande fuerza productiva de la historia humana y, por tanto, del desarrollo histórico de la producción. En este sentido podemos decir que toda dominación clasista es un acto y una situación de corrupción, "justificada" históricamente y, siempre, mantenida por la fuerza, es decir, por el poder en todas sus formas, aun en las más sutiles y mimetizadas.

La plusvalía, archijustificada y fundamentada por casi todas las legislaciones del mundo que, en general, la han instrumentalizado, contractualmente, es una situación de corrupción, pero al mismo tiempo es la base de la riqueza capitalista. Es una situación que, históricamente, el poder multilateral del capital ha incoado, impuesto y desarrollado como "normalización" y, en consecuencia, como una forma del "sentido común" y, más densamente, como una forma implícita de la conciencia social de todas las sociedades capitalistas que conforman el enjambre que subyace a la dominación mundial del imperialismo.

La desintegración histórica de la comunidad primitiva presentó diversas modalidades de evolución, las cuales dieron origen al aparecimiento de las primeras "formas de poder", y el "poder" como una nueva "forma" de "relación social" sobre la faz de la tierra, por así decirlo. El "modo de producción asiático" descrito por Marx presenta unas hipótesis, en muchos casos, verificables y, en otros, científicamente verosímiles, acerca del surgimiento de formas incipientes de poder que, eventualmente, evolucionarían hacia el surgimiento del Estado. Con lo que queremos decir que, desde aquellos tiempos inmemoriales, es posible rastrear la corrupción como elemento asociado al "poder" en tanto "relación social" determinante de la organización social iniciáticamente jerarquizada. El poder habría comenzado a cobrar su naturaleza política, y sus meandros instrumentales iniciarían el desarrollo de una racionalidad "cómplice" con los intereses de unos hombres, en relación a los cuales, otros serían sometidos a trabajar "en razón y en favor de la comunidad".

Es importante señalar, para aclarar la intención de nuestro trabajo, que no pretendemos hacer lugar, aquí, para recrear una "arqueología" de la corrupción; sólo pretendemos señalar lo que podría constituir una hipótesis en torno al origen histórico de una variante o prolongación del poder que se encubre en él y que brota de su naturaleza, en tanto "relación social", ya sea político, económico o social.

El "fraude" parece ser el fundamento originario del poder, de todo poder en tanto tal; y el fraude históricamente instrumentado, jurídico-políticamente estructurado, e ideológicamente fundado, es decir, justificado.

Toda sociedad encierra dentro de sí más o menos, gravemente, la trama histórica de los poderes que la han organizado y subyugado. La corrupción que en élla se ha producido tiene la impronta y es portadora de la mácula de esos poderes; y las modalidades que, históricamente, ha asumido (la corrupción) están directamente enlazadas a las clases que han organizado la dominación, desde el lugar del poder, en esa sociedad. La corrupción es un privilegio trágico de las clases dominantes, y un sino histórico de las mismas y de los grupos de poder asociados a éllas. Así es en el capitalismo y así ha sido en las formas sociales que le precedieron.

La clase trabajadora es dueña del poder que genera la riqueza pero no tiene el poder de la riqueza, lo cual constituye una paradoja histórica, non sancta, que evidencia, de manera importante, entre otras cosas, la formación de la intencionalidad de los procesos históricos y sus tendencias.

En el poder que yace en la relación social de producción que es el capital, -nos preguntamos- ¿no aparece, acaso, estructuralmente, es decir, histórico-socialmente la corrupción; no es la relación social del capital la relación de producción histórica que, ilegítimamente pero de manera "legitimada," se apropia del trabajo ajeno y de sus productos, y sobre la que se asienta el modelo de "desarrollo" capitalista de las sociedades industriales avanzadas de occidente?

La clase trabajadora monopoliza, constreñida y conminada por el capital, el trabajo asalariado que es impuesto por la relación social de producción, fundamental y determinante, que es el capital y constituye la base de la explotación económica de sí misma por aquel, todo lo cual constituye un entramado social, económico y político que legaliza y afianza un gran despojo histórico, continuado e increscendo, como el cimiento y el eje de la civilización del capital.

"Para apoderarse de Malaca, los holandeses sobornaron al gobernador Portugués. Este les abrió las puertas de la ciudad en 1641. Los invasores corrieron enseguida a su palacio y le asesinaron, para de este modo poder "renunciar" al pago de la suma convenida por el servicio, que eran veinte un mil ochocientos setenta y cinco libras esterlinas". (Karl Marx, El Capital, Cap. XXIV)

Está visto que la corrupción, en tanto fardo que nos legara el "bipartidismo puntofijista neoliberal corrupto" como gustaba decir J.R. Núñez Tenorio refiriéndose al período que enmarca las fases más características y álgidas del proceso histórico-político contemporáneo de la IV República, es una maldición que acosa, sin cuartel, a la Revolución Bolivariana. Brota, de sus diversos espacios y coyunturas autogeneradoras, como una poderosa fuerza reactiva, raigalmente infiltrada en sus tuétanos, desde la cultura política y la conciencia social que le sirven de contexto socio-histórico, por demás, maceradas en la molicie del rentismo petrolero el cual fue blindado, para su eternización, por los pactos y felonías políticos, patriocidas –si se nos permite el neologismo- de Nueva York, en 1957 y de Punto fijo en 1958, firmados por los vasallos del imperialismo norteamericano, Acción Democrática y Copey, y que perdurarán, por siempre, como uno de los actos de ambición y perfidia política más siniestro y vergonzante de América Latina.

La Revolución Bolivariana, para encauzar acertada y drásticamente el abatimiento radical de la corrupción, tiene que enfrentar a un diabólico enemigo que la asecha pertinazmente, que la golpea y la debilita, peligrosamente, desde dentro de sí misma y que acusa, entre sus mayores debilidades al respecto, no precisamente el petróleo de PDVSA, sino, peor aún y muy desgraciadamente, su condición famélica ideológicamente y, por tanto, la fragilidad ideológica de su militancia, y de sus altos gerentes políticos y gubernamentales.

La Revolución Bolivariana no ha desarrollado lo que pudiéramos llamar, dentro del ámbito de las capacidades y fuerzas productivas imprescindibles de una revolución socialista, su "capacidad ideológica", la cual constituye una de las más preciadas y grandes fortalezas ("capacidades" defensivas y creadoras) de la cual no puede carecer, ni siquiera imaginariamente, ninguna revolución que pretenda adentrarse, seriamente, en la peliaguda cuestión de la profundización de la "construcción de la transición socialista", como lo pauta, para la actual etapa revolucionaria, el segundo (2°) "objetivo histórico" del Plan de la Patria, en plena vigencia.

Antes de desarrollar el urgente problema de la corrupción en Venezuela y, concretamente, como herencia directa e inevitable para la República Bolivariana de Venezuela (V República), creemos, importante y necesario, glosar algunas reflexiones teóricas, aunque de prosapia práxica, como marco ineludible para el ulterior tratamiento adecuado del problema, en el próximo artículo, que será el artículo final de tres (3) que hemos dedicado al asunto en cuestión.

La corrupción, habíamos dicho en el artículo anterior, es, a todas luces, -y como quiera que debemos resaltar su vinculación histórica con la lucha de clases, especialmente en el capitalismo, donde el poder del capital que lucha por prolongarse más allá de sus "límites históricos", se la ha asimilado como un baluarte imponderable- un fenómeno inescindible del poder, es decir, de la trabazón de las relaciones sociales que, en una sociedad, configuran la trama sistémica o estructura dinámica de la dominación que en élla se instala, históricamente, como término fundamental y consecuencia inevitable de la lucha de clases que le es inmanente; de modo que la lucha de clases, no solamente en su dimensión política sino en toda la diversidad de su espectro social, prolonga su sentido histórico de antagonismo y contraposición de intereses clasistas hasta hacer aparecer la corrupción en la variedad de las formas que se corresponden con las particularidades que asumen la supremacía y la hegemonía de los poderes que ejercen y controlan el dominio económico y, correlativamente, el dominio "espiritual" de esa sociedad. La lucha de clases en el capitalismo está íntimamente ligada a la corrupción por el inmenso desequilibrio de poder que hay entre la clase que monopoliza el trabajo asalariado y la clase que ejerce el dominio del capital sobre el trabajo asalariado.

Es fácil comprender, para el esclarecimiento del fenómeno de la corrupción en el capitalismo y, por tanto, en nuestras sociedades, que la ética que subyace al sistema del capital y que condiciona y fluidifica, objetiva y subjetivamente, la fertilidad de la corrupción, más allá de las ridiculeces teóricas y teológicas de la ética protestante, sea cual fuere su importancia histórica en el desarrollo del capitalismo –según Weber, entre otros- es, precisamente, una ética axiológicamente inconsistente, sobre la cual se eleva, sólo, un sistema moral precario y tornadizo, articulado en disposiciones y normas discrecionales, de observancia espasmódica y acomodaticia, sin ninguna dimensión ni fundamento colectivos, y regulado por la conveniencia e intereses egocéntricos del individualismo liberal burgués, en tanto que filosofía e ideología de la libertad, la cual, a su vez, es sólo concebible (por la burguesía y sus ideólogos históricos, desde la Revolución Francesa hasta hoy) como libertad del individuo y sólo plenamente realizable en el Estado, o a través del Estado, en tanto es un Estado de Derecho y, al mismo tiempo, única base posible de la Democracia; todo lo cual constituye , desenmascarada y verídicamente, sólo tres grandes abstracciones que encumbren, mimetizadamente, la terrenalidad y condición histórica del Estado capitalista, la Democracia capitalista como forma de gobierno de tal Estado y la libertad del individuo o, mejor, de la monada del individuo, como desfiguración ideológica de la verdadera libertad, que sería el proceso histórico de la construcción de la "emancipación humana", de la emancipación de la humanidad, como condición y situación de la verdadera liberación humana, de la verdadera libertad, de la libertad entendida en la verdad de su concreción histórica, sin eufemismos ideológicos ni hermeneutismos especulativos idealizantes

En otras palabras, la condición ética del capitalismo, como cultura, como floración civilizacional del capital, es una condición sumamente vulnerable, voluble, volatilizable; presenta una ética finalística, soterradamente materialista y, en última instancia, pragmática, proclive a la justificación idealista (es decir, forjada, falsificada) de las desigualdades sociales, económicas y políticas causadas por las incongruencias y contradicciones de la sociedad capitalista sobre la que, normalmente, se erige. Es una ética envuelta en una cultura que, hoy, es esencialmente, cultura de la dominación capitalista devenida imperialismo globalizado, lo cual exponencializa el poder colonizador del contenido ideológico del sistema conceptual y categorial de su pensamiento transterrestre y ubicuo, para expresar de alguna manera, su condición omniabarcante. Esta cultura, que contiene aquella ética de la inimputabilidad, por así decirlo, coloniza y avasalla de manera transfronteriza, dejando un mensaje axiológico ambivalente, emparentado con la apología publicitaria del consumismo y el mito del éxito, material-personal, per se, donde la gratificación del éxito personal es, invariablemente, la riqueza sobrevenida y utilizada, sin parangón ni cortapisas, como derroche, o como la espiral de la reproducción creciente e irracional de la misma.

Esta es, podríamos decir, la atmósfera transnacional de la cultura imperialista del capitalismo global que, como bien sabemos, es diseminada a través de constructos, tecnológico-comunicacionales, cada vez más sofisticados y efectivos. Se promociona, innovadoramente, mediante esta otra forma de subliminalidad, una especie de narcosis moral que basada, de fondo, en aquella ética, genera la propensión al delito silencioso o "crimen de cuello blanco" (Sutherland) que cobra cuerpo en la corrupción y, por lo tanto, en el ámbito real de los poderes que la habilitan, justificándola y/o invisivilizándola.

La dominación mundial –lo hemos planteado en otras oportunidades- forma, a sus efectos, el solo concierto de la "burguesía imperial" con las "burguesías autóctonas" de las periferias, siendo estas últimas las que viabilizan, mediante los "instrumentos expeditos" de sus Estados-nación, en sí mismos, la entronización y el ensamblaje de las formas de corrupción más importantes y nocivas que socavan la estabilidad y el progreso de las sociedades de las diversas naciones del mundo, en la era global del imperialismo.

La corrupción es la mano invisible del imperialismo y, como tal, una de las más poderosas armas secretas que, en sí, contiene (el imperialismo).

La corrupción es un gran poder transnacional que desestabiliza y reblandece, regresivamente, procesos sociales, económicos y políticos de autonomización, emancipación, independencia y soberanización en los países que se desmarcan y prosiguen, abriendo la distancia política e histórica, del imperialismo global liderado por Estados Unidos.

El proceso de la "acumulación originaria del capital"- recogido y documentado por Marx, descarnadamente, en el capítulo XXIV del tomo I de "El Capital"- cimiente del capitalismo moderno y caracterización premonitoria del imperialismo contemporáneo, sin duda, muestra los antecedentes de la historia "reciente" de occidente, dejándolo al descubierto como la civilización del capital y, dentro de esta cultura, esencialmente, la corrupción como el arma y la fórmula, versátiles e infalibles, insospechada e inescrupulosamente utilizada para el sojuzgamiento de los pueblos del mundo, en los procesos de conquista, arrasamiento y colonización iniciados por el capitalismo europeo, en gestación, desde el siglo XV, prolongados contemporáneamente por el imperialismo y, a través de este, para la obtención de beneficios inconfesables de todo orden: económicos, geoestratégicos, políticos, sociales, judiciales, legislativos, etc. fraguados germinalmente desde el centro de aquella cultura, en "el corazón de las tinieblas".

En este sentido, polemizando con Jung, desde Marx, seriamente, podemos decir que, en tanto producto histórico del mundo humano y, como tal, de la cultura capitalista de occidente, la corrupción no es menos arquetipal que el odio, entendiendo los arquetipos – y esto es lo realmente importante aquí- como aparecidos, originariamente, en las formas fundantes de la dominación que la humanidad fue decantando en el proceso de su autoproducción. En otras palabras, la corrupción, al igual que las relaciones sociales que constituyen el poder y, además, dentro de este, aparece producida en el proceso histórico de la dominación mediante el cual la humanidad se ha creado a sí misma y, desde cierta fase del desarrollo histórico de la producción social, lucha de clases mediante.

americoideofil@hotmail.com

 



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