El mandatario busca, por primera vez en la historia de Venezuela, su reelección en el cargo

El hombre detrás del PRESIDENTE

Candidato Hugo Chávez

Candidato Hugo Chávez

“No podíamos seguir siendo los cancerberos de un régimen genocida”, reflexionó a la escritora Martha Harnecker, quien, vía telefónica, reiteró los rasgos que definen la personalidad de quien busca hoy su reeleción presidencial.

“Me llamó especialmente la atención su gran sensibilidad humana y su genuina vocación popular”, revela Harnecker. “Es el típico Caudillo”, critica Teodoro Petkoff.

“La carrera militar le permitió conocer el drama que vivía el país. Siempre se destacó, era un alumno brillante”, recuerda el general en Jefe Jorge Luis García Carneiro.

“Cuando me gradué en 1975 yo ya estaba prendido; ya cargaba una idea política por dentro, y eso me nació ahí, en la Academia Militar”, revela el Mandatario.

Anónimo, en cualquier puesto de chucherías de la avenida Urdaneta, en el centro de Caracas, un motorizado pide un par de cigarrillos.

La mercancía, corriente e insignificante, viaja en un bolsillo, entra al Palacio de Miraflores y llega a las manos del presidente de Venezuela.

No en pocas ocasiones se hace un cliente del montón, compra dulces o arepas de los suburbios, unas veces por intermedio de sus colaboradores, otras personalmente, con peluca y sombrero, jugando a que no es quien es: el Hugo Chávez que aman y que odian, dentro o fuera del país, desde hace 14 años.

Su viaje al mito comenzó el 4 de febrero de 1992. Lideraba un movimiento político jurado 10 años antes bajo la sombra del Samán de Güere que llevó al golpe militar contra Carlos Andrés Pérez, cuyo gobierno apenas se sacudía el polvo del primer remezón social que recibió en 1989, con el Caracazo.

Chávez entonces era flaco, con 37 años de edad, teniente coronel del Ejército y dueño de un verbo fluido, frontal, que aprendió monte adentro, cuando era un auténtico desconocido.

El mensaje de 56 segundos que dio en TV tras su fracasado golpe de Estado, terminó de romper la historia del país en dos.

“No podíamos seguir siendo los cancerberos de un régimen genocida”, reflexionó a la escritora Martha Harnecker, autora de una larga entrevista al Jefe de Estado bajo el título Un hombre, un pueblo, y quien, vía telefónica, reiteró los rasgos que definen la personalidad de quien busca hoy, por primera vez en la historia venezolana, la reelección presidencial.

“Me llamó especialmente la atención su gran sensibilidad humana y su genuina vocación popular”.

La génesis de Chávez como personaje de la no ficción venezolana nace de su propia búsqueda. “Otra de las cosas que creo influyó en mí fue el estudio que como militares hacemos de la técnica del liderazgo, de cómo conducir grupos humanos. Uno aprende cómo levantarle la autoestima, la moral a la gente”.

Esa tarea se modeló en la década de los 70, con su entrada a la Academia Militar. “Era casi un niño, no tenía ninguna motivación política; en ese momento una de mis aspiraciones era ser pelotero”.

Fueron años de plena alternancia bipartidista. La década inició bajo el primer gobierno de Rafael Caldera (Copei). Entregó en 1974 a Carlos Andrés Pérez (AD) y cinco años más tarde volvió a Copei, a través de Luis Herrera Campins.

Mientras, el muchacho de los llanos ocupaba el tercer lugar, entre 25 alumnos, del curso básico de comunicación en la Escuela de Comunicación y Electrónica de las Fuerzas Armadas. Cumplía el curso medio de blindados del ejército, donde logró el primer lugar. Venezuela tenía unos 13 millones de habitantes y una economía 80% dependiente de la actividad petrolera.

Participaba en el campeonato nacional de béisbol en 1976, jugaba en una cita militar en Cumaná en 1977 y, al mismo tiempo, leía montañas de libros.

“De mis lecturas de Mao saqué varias conclusiones que fueron determinantes: Que la guerra tenía una serie de variables que había que calcular, y una de esas variables era que ‘el pueblo es al ejército, como el agua al pez’. Yo concordé siempre con eso...siempre tuve una visión cívico-militar, veía que debía existir una estrecha relación entre el pueblo y el ejército”.

Los días transcurrieron más rápido en la vida de Hugo Chávez, entre los 17 y los 28 años. Varios fogonazos encandilaron esa época.

El golpe contra Salvador Allende, en Chile, fue uno de ellos. “¿Para qué los militares?, ¿para tenerlos encerrados en los cuarteles?, ¿para servir a qué tipo de gobierno: para establecer una dictadura como la de Pinochet(...)?

Cuando me gradué en 1975 yo ya estaba prendido; ya cargaba una idea política por dentro”.

El “por ahora” difundido por televisión aquel 4 de febrero, perseguía que el jefe golpista acallara el rumor de los cuarteles, de las calles. “Venezolanas, Venezolanos, la democracia está a salvo, los golpistas han sido detenidos” leía el presidente Carlos Andrés Pérez, sin saco ni corbata, en su trabajo por zafarse de aquella tormenta que hundía su segundo mandato.

Luego la cárcel para los conspiradores y una cadena de escándalos de corrupción que terminaron por sacar a Pérez en 1993: “prefiero otra muerte”.

Tras una transición y con Chávez en la cárcel, Rafael Caldera captura la hora de asumir un segundo mandato. “Democracia con hambre no funciona” sostuvo en su alocución como senador ante el Congreso.

Así, el padre de Copei vuelve a Miraflores, pero no con el partido que él mismo había fundado, sino con una nueva fuerza política que él llamó el “chiripero”, una diáspora en sí misma.

Chávez cumplió dos años de prisión y salió por sobreseimiento el 26 de marzo de 1994.

En sus primeras giras viajaba en un camión que le decían “la burra negra” y repartía una tarjeta de presentación del Movimiento Quinta República, rotulada con un pensamiento: “Los grandes objetivos sólo se logran con capacidad y perseverancia”.

Aparecía su nombre y el número celular, 014377543, que él mismo contestaba.

“Yo no soy el líder porque Hugo Chávez ha decidido serlo. Yo salí de la cárcel a ver qué pasaba, salí a recorrer el país y a tratar de organizar a la gente”.

Los cerros de Caracas, casa de habitación de al menos cuatro millones de venezolanos, junto con otros tantos millones diseminados en barrios y en caminos rurales, vieron en Chávez una válvula de escape.

Su facilidad para comunicarse causaban sorpresa en muchos, mala espina en otros.

Escribía poemas, obras de teatro, memorizaba pasajes llaneros y estudiaba a Simón Bolívar.

“Fue el maestro de ceremonias en la elección de la reina de la academia militar, y condujo el acto como un Gilberto Correa, sin miedo escénico ni nada de eso, siempre fue un líder natural, carismático”, recuerda el general en Jefe, ministro y amigo Jorge Luis García Carneiro, quien lo conoció hace 35 años.

El hombre detrás del presidente camina los corredores de Miraflores y en ocasiones fuma un cigarrillo callejero. “Venezuela está viviendo un conflicto histórico, un conflicto terminal, una ruptura con el pasado”.

Es diciembre de 2006. Los petardos de una nueva campaña electoral revientan en el cielo de El Calvario, muy cerca de palacio. Ha sido popular como ningún otro, al menos 60% de la población lo ha respaldado. Muy rápido, pero claros en la memoria, pasaron los últimos ocho años, tiempo en el que Venezuela celebró 10 elecciones, estrenó Constitución, poderes, escudo, bandera y leyes.

Fuerzas en pugna se radicalizaron. Sólo en el año 2002, el país vivió marchas, alzamientos de militares, un golpe de Estado de 47 horas, cuyo régimen fue protagonizado por Pedro Carmona, titular de Fedecámaras.

El inédito regreso de Chávez contuvo un estallido social, pero meses después vendría un paro y un sabotaje petrolero de 63 días que dejó sin combustible a pobres y a ricos. “Quieren matarme”.

En medio de las tensiones, los venezolanos sortearon los llamados a la violencia en todas sus conjugaciones.

Éstos fogonazos le ocurrieron entre los 44 años y los 52 años, cuando Hugo Chávez se encontró de frente con los extremos: el amor y el odio.

“La última vez que hablé con él fue en 2003. Le enumeré los errores que había cometido. Lo que pasa es que Chávez oye, pero no escucha”, sostiene Teodoro Petkoff, un político de pasado izquierdista que ha estado, ante el proyecto bolivariano, en la acera rival.

La historia de aquel niño que vendía arañas (un dulce de conserva) en Barinas, hijo de maestros, sigue siendo un mito.

Puede amanecer conversando y no vivir las 24 horas del día como cualquier mortal. “Extraño no poder salir por ahí, con mi hija a comprar algo, o echar una bailadita, pero sé que ese tiempo pasó para mí”, reflexionaba hace tres días durante una entrevista televisada.

La diana militar y la obstinación por una idea lo marcan. Se ha declarado socialista y pide que nadie se asuste. “Dicen que le vamos a quitar las casas a la gente, cuando lo que queremos es que los venezolanos tengan casa; que si les vamos a quitar el carro, pero si estamos fabricando vehículos para la clase media”. Para él, su revolución no busca otro fin que la justicia social.

“Él no fue elegido para que siguieran los males del pasado”, sostiene García Carneiro.

Ha llamado al presidente de Estados Unidos “diablo” en la sede de las Naciones Unidas, mantiene alianzas con Cuba, Irán y ha logrado, en el ajedrez internacional, construirse un liderazgo dentro de un mapa que gira hacia la izquierda: Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Ecuador.

La economía le sonríe. El petróleo ronda los 51 dólares y en reservas totales del país reúne $55 mil millones. Hoy, Hugo Rafael Chávez Frías saldrá a votar por él mismo en un liceo del 23 de enero, en Caracas. Sorberá un café. Esperará su destino.


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