Ante las graves exigencias del movimiento revolucionario

Claridad ideológica, coherencia y calidad política para derrotar a la burguesía

En la medida en que el momento de las definiciones se acerca,  resulta más preocupante la incoherencia entre los modos de vivir de quienes encarnan ante el pueblo el proyecto revolucionario y su discurso. Resulta doloroso observar como el poder, sobrevenido como por arte de magia o algún golpe de “suerte” y con él, el dinero,  va transformando a las personas. Resuena con fuerza la exigencia del carpintero de Nazareth cuando condicionaba el acceso al grupo de sus apóstoles y discípulos al desprendimiento de todo bien material, "No se puede servir a dos señores, porque se terminará despreciando a uno y amando al otro, no se puede servir al pueblo (Dios) y al dinero”. Los privilegios derivados del poder terminan por volver a la persona soberbia, arrogante, indiferente. El dinero, en otras palabras, le encallece el alma al apóstol, al cuadro revolucionario y se pierde.


No pongo en duda que –como el mismo Evangelio lo señala- "el obrero merezca su salario". No me parece alarmante –aunque poco digno de emulación para un cuadro revolucionario- que cada, persona fruto de su trabajo obtenga beneficios económicos, y que estos provechos se traduzcan en mejoramiento en la calidad de vida para sí mismo y para su familia, digamos que en términos generales no es antiético. Lo inaceptable y nauseabundo es, que fruto del “servicio” al pueblo la persona salte –literalmente- de caminante desempleado allá por Puente Llaguno, a exitoso y ostentoso personaje soberbio, distante y siempre rodeado de los oropeles y las “seguridades” que requiere su “ sacrificada entrega” a la revolución. La razón es sencilla, el trabajo honesto no genera tales lujos. Si así fuera los grandes ostentosos del mundo serían los trabajadores y campesinos que son históricamente los que levantan y acuestan al sol, “usted me perdona don, yo no se filosofar” como nos decía el padre cantor. Toda forma de salto espectacular en la forma de vida presupone traición a los supuestos ideales, supone fraude, no es meramente robo de plusvalía al clásico estilo capitalista, es fraude a los ideales, fraude puro y simple, redondo y sin poros.

Ese tipo de espectáculo es letal. Quizás ningún otro antitestimonio lo sea más que este. El discursito revolucionario en la boca de un farsante es una bofetada en el rostro del pueblo. El pueblo está acostumbrado a la ofensa inferida por el rico explotador clásico, pero con este al menos, no tiene que calarse el sermón. Este otro es un “matavotos”, como dice Luís Britto, o un “matasueños”, como digo yo. Sencillamente hay que exigirle cuentas y comenzar por cerrarle la boca. El revolucionario que no vive como tal no merece ser oído. Con ejemplos de vida propios de pequeños burgueses, el discurso revolucionario resulta cacofónico, molesto y repugnante,  o como decía Aquiles Nazoa “causa mala impresión”.

La forma concreta de hacer la revolución pasa necesariamente por un modo de vida socialista. Ser revolucionario, más allá de las poses, es una experiencia profunda de amor al pueblo. Pueblo para la revolución es toda persona desde que nos acercamos a ella. Desde la más cercana hasta la más distante. El pueblo se hace prójimo por amor. La existencia a nuestro alrededor de miles  de personas pobres y desasistidas, a las que a pesar de tantos logros alcanzados por la Revolución aún no hemos podido integrar a un modo de vida digno, tiene que desafiar la conciencia del revolucionario. El pueblo pobre no lo es por un fatalismo. El pueblo pobre es un pueblo empobrecido, es decir, un pueblo estafado, defraudado, robado, enajenado del fruto de su trabajo y de su dignidad por los farsantes explotadores de todos los tiempos, desde quienes por la religión le robaron la divinidad al hombre –origen de toda la explotación- , hasta estos miserables capitalistas de nuestros tiempos. Un revolucionario que se enriquezca por el hecho de estar al servicio del pueblo es un miserable, es simplemente un canalla de la peor ralea, es un apañador y un restaurador cómplice del sistema explotador
que sólo merece el desprecio del pueblo. Chávez, que es revolución, Chávez que es socialismo y este pueblo que con fe y esperanza lo sigue hace veinte años, y lo esperaba hacía siglos, no merece la compañía de estos bandidos.


La conciencia no debería dejar dormir tranquilo a quien se entrega a modos de vida burgueses y además lo hace a nombre del amor al pueblo. El contraste entre lo que hace poco era y lo que hoy es debería causarle repugnancia infinita si aún le quedase un miligramo de vergüenza. Amar al pueblo significa sumergirse en el conflicto social que crea semejante empobrecimiento. Es hacer una elección política con consecuencias muchas veces dramáticas en términos personales, familiares y de grupo. Exige una des-identificación ideológica con los mecanismos del poder. Hay que amar dentro del conflicto, amar con limpieza de corazón, con sincero espíritu de igualdad. Al rico, al poderoso, al causante del empobrecimiento del pueblo, hemos de desterrarlo, en primer lugar de dentro de nosotros mismos. El proceso de liberación debe comenzar por nosotros mismos. Con franqueza… todo lo demás produce un asco profundo e insoportable.

En Marzo de 1963, el Che decía a una Asamblea de Trabajadores: “El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que contagiar con buenos ejemplos, trabajar sobre la conciencia de la gente, golpearle la conciencia a la gente, demostrar de lo que somos capaces; demostrar de lo que es capaz una Revolución cuando está en el poder, cuando está segura de su objetivo final, cuando tiene fe en la justicia de sus fines y la línea que ha seguido, y cuando está dispuesta, como estuvo dispuesto nuestro pueblo entero antes de ceder un paso en lo que era nuestro legítimo derecho”. Y yo añado: más ejemplo y menos teatro camarada, más sacrificio y menos carros lujosos, más cercanía con ese pueblo y menos escoltas para que me garanticen la vida, más solidaridad verdadera y menos pantallería.



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Martín Guédez


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