Aceptación de lo diverso. Mito o posibilidad

Todo está muy bien mientras lo diverso está lejos, mientras es un asunto teórico. El universo puede ser todo lo diverso que quiera, con sus huecos negros, estrellas que desaparecen, meteoritos y todo lo que se descubra. El polo norte puede tener sus icebergs, sus osos polares, sus focas etc. sin que nos inquietemos demasiado. -Y también pueden estar desapareciendo el hielo y los animales polares, exterminados por la ambición, sin que queramos enterarnos-. Pero cuando lo diverso se acerca, las cosas cambian radicalmente, y aquí hay que dividir la diversidad, -no hay remedio, todo en este mundo está dividido y clasificado- existe una diversidad física, una biológica y otra social.

Con la diversidad física, no hay tantos problemas, aunque ya aparece la tendencia a destruir, a aislar, y a oponer aquello que no nos convenga –o la sobreestimación de lo que convenga para nuestros egoístas fines-. Cuando hace mucho frío, o calor, o si llueve etc. hemos acuñado en casi todos los idioma la frase, “hace un calor insoportable, o un frío, o una lluvia o lo que sea”. Y si no lo cambiamos –destruimos-, es porque no podemos. De todas formas nos inventamos paliativos, -aire acondicionado o calefacción, ionizadores, deshumificadores, filtros etc.- hasta que terminamos por lesionar nuestras capacidades adaptativas y por crear ambientes artificiales muy posiblemente nocivos. No niego que el confort sea una forma de pasarla mejor en la vida, pero este ha de tener límites. En definitiva somos seres naturales, y por tanto capaces de vivir y de adaptarnos a los ambientes en que habitamos, que son complejos (muchos elementos en equilibrio e interacción), y como no pensamos en sistema, queremos modificar aquello que nos molesta, sin pensar que al cambiar un elemento cualquiera del entorno, por intrascendente que pueda parecernos, modificamos todo el sistema.

No hace falta repetir, porque es una verdad de Perogrullo, que hemos terminado por lesionar seriamente al clima de la tierra y que estamos a punto de hacerlo inhabitable para los seres humanos. Que nos comportamos como adictos locos a un concepto de la vida, que nos está matando, y que como le pasa al alcohólico o a un drogadicto cualquiera, no queremos, o no sabemos como cambiar.

Hemos logrado que el clima nos enferme, y hasta que nos mate, convirtiéndolo en un enemigo más. Resulta muy extraño encontrar un animal libre alérgico, o a un primitivo (también libre), con enfermedades producidas por el clima. Como no queremos admitir que la cultura o la civilización pueden enfermar, pues con ciego furor arremetemos contra aquello que no depende de nuestras decisiones –pues somos dioses y sabios-. Como si pudiésemos eliminar, -o aislarnos- de nuestros eternos compañeros del viaje por la vida, -del aire, de los ácaros que pululan y pulularán en nuestra piel, de los “cambios de tiempo”, de la humedad, del frío, de las estaciones, del polen etc. En algún momento surgirá la elemental interrogante ¿No será que la forma en que vivimos y pensamos y sentimos la vida, es el factor enfermador, y no los elementos naturales? Como alternativa ¿No podríamos intentar reconciliarnos con nuestro entorno? Antes yo era alérgico y asmático, cuando me reconcilié con mis ácaros, con el frío y el calor, con el polen y los olores, con el otoño y el invierno, nunca más he tenido síntomas.

Sin embargo, el aumento de los conocimientos, que debía llevarnos a comprender que vivimos en un inmenso sistema interconectado, en equilibrio y unidad, que se llama tierra -pacha mama, la gran madre-, que lo que pasa en los polos, por distante, ajeno e intrascendente que pueda parecernos, está pasando también en nuestro entorno inmediato. Nos enteramos, por ejemplo, que las tormentas de arena del desierto del Sahara, producen partículas que se expanden a miles de quilómetros. Y que el clima de la tierra entera depende de lo que pase en los polos. Pero no logramos incorporar esta realidad a nuestra conciencia cotidiana.

En cuanto a la diversidad biológica, igual depende de la distancia y el egoísmo. Ya vimos que si se trata de los animales del polo, no hay problemas, si hubiese plantas allá, tampoco habría dificultades con ellas. Pero, en la medida en que plantas y animales se nos aproximan, aumenta exponencialmente nuestra predisposición, y nuestro miedo, nuestro rechazo o, por el contrario, nuestro afán sobre protector si es que nos resultan comerciables o útiles -con lo que al final se obtienen iguales resultados-.

Hemos decidido, como jueces inapelables, cuales plantas y animales son hermosos y cuales feos, cuales útiles y cuales inútiles, cuales dañinos y cuales beneficiosos. Y, el veredicto ha sido siempre la condena a muerte, -matamos hasta a los que consideramos útiles y bellos- En esa guerra sin cuartel, terminamos lesionando seriamente -y estamos a punto de hacerlo definitivamente- al equilibrio biológico natural y a nosotros mismos.

Comencemos por las plantas. Las hay comestibles, esas las producimos, sembramos y cuidamos. Abonamos la tierra con químicos, y aplicamos sustancias tóxicas para eliminar a aquellos miembros del mundo animal que osen intentar alimentarse de ellas -de nuevo el egoísmo, todo en la tierra es mío y nadie lo puede tocar- a este fenómeno le hemos inventado un bonito nombre, Antropocentrismo, o lo que es igual, los seres humanos podemos hacer lo que nos dé la gana con la tierra, sin contar con ella, sin preocuparnos un ápice por lo que pueda ocurrirle, o por lo que podría ocurrirnos a nosotros por no respetar sus leyes y principios. Debíamos abochornarnos de nuestro Antropocentrismo, sentirnos culpables por él, en lugar de enarbolarlo como bandera de progreso humano.

Nos comportamos como si la tierra fuese nuestra esclava, como si ella viviese en nosotros y para nosotros y no a la inversa. Estúpidamente, en lugar de respetar a nuestra diosa madre, queremos suplantarla, y hacer que ella nos respete a nosotros, y a nuestros caprichos locos. No vayan a creer que los seres humanos adoramos y respetamos a nuestros dioses, que somos religiosos. En el fondo, -lo que se demuestra día a día- más bien somos anti-dioses, ¿diablos? Hasta a la Luna nos la hemos repartido en parcelas. El Universo es nuestro.

Hasta hoy, lo natural -¿Los dioses?- se ha mantenido en silencio, observando la estupidez de sus hijos, que han querido, como si la tierra fuese un estado cualquiera, darle un golpe de estado, y suplantar sus leyes naturales -o divinas- por otras basadas en la propiedad y el egoísmo -¿diabólicas? Y Mañana, ¿Seguirá permitiendo malcriadeces a sus hijos? Las señales del tiempo indican, -no hace falta ser apocalíptico, ni siquiera religioso- que la naturaleza ya está harta, y está a punto de rascarse. Disculpe el paciente lector, por esta disgregación imprescindible, vaya pensando en las plantas que será tema del próximo trabajo.


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Orlando Licea Díaz


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