Pensamiento débil-Pensamiento fuerte. ¿Seguiremos en parálisis?

* Errores del llamado “Socialismo Real” y otras revoluciones en relación a la libertad de creación y persecuciones innecesarias a artistas e intelectuales.
* La caída de la Unión Soviética, con la puesta en moda del postmodernismo, el fin de la historia y la presunta inevitabilidad del capitalismo industrial y el neoliberalismo como único modelo económico social para el planeta, y…
* La indefinición histórica de muchos intelectuales que les gusta jugar a la cuerda floja desde sus “torres de marfil”.



Propiciaron, por miedo, convencimiento, “acomodarse” o por lo que fuera, un pensamiento de izquierda vacilante, cuando no brincador de talanqueras. Es lo que Alfonso Sastre llamó la configuración de un Pensamiento Débil. Y que definió como insuficiente para enfrentar al Pensamiento Fuerte (extra fuerte) que el capitalismo ha impuesto en el planeta. Este último tomó todas las áreas de la vida en la superestructura. El entretenimiento, la cultura, las tradiciones, la educación, el cine, las vallas, los colores utilizados en la publicidad, los decibeles, ritmos y armonías musicales estudiados para el consumo, los libros, revistas, teatros, frases, símbolos, imágenes. No hubo espacio que no tomaran. Y claro con nuestro Pensamiento tímido, parece imposible derrotar a ese inmenso enemigo.

¿Deberíamos estar sometidos de por vida a esta suerte de auto chantaje? No somos Stalin, esta no es la Unión Soviética, y los teóricos del neoliberalismo andan de extremaunción, luego de la debacle reciente de la especulación financiera. El capitalismo no se ha acabado, estamos lejos de eso, pero será muy difícil que puedan retomar su fraseología el libre mercado, la globalización, las inversiones electrónicas y la no intervención del estado.

Por ello relanzamos el debate sobre el intelectual comprometido. ¿Es difícil? Si, pero hay que darlo. Revisemos algunas posiciones:

Simón Rodríguez, en su afán por romper el discurso colonizador, considera que “cada nueva experiencia necesita de un nuevo modo de expresión y una nueva imagen del pensamiento”. Es decir una nueva estética.

José Carlos Mariátegui en “El artista y la época” afirma que “el artista contemporáneo se queja, frecuentemente, de que esta sociedad o esta civilización, no le hace justicia. Su queja no es arbitraria. La conquista del bienestar y de la fama resulta en verdad muy dura en estos tiempos. La burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre. Quiere, en todo caso, un arte consagrado por sus peritos y tasadores. La obra de arte no tiene, en el mercado burgués, un valor intrínseco sino un valor fiduciario. Los artistas más puros no son casi nunca los mejor cotizados. El éxito de un pintor depende, más o menos, de las mismas condiciones que el éxito de un negocio. Su pintura necesita uno o varios empresarios que la administren diestra y sagazmente. El renombre se fabrica a base de publicidad.” “El arte depende hoy del dinero; pero ayer dependió de una casta. El artista de hoy es un cortesano de la burguesía; pero el de ayer fue un cortesano de la aristocracia. ¿Se quiere mejor demostración histórica de que los artistas no pueden sustraerse a la gravitación política?”. “…es posible que la torre de marfil tenga todavía algunos amadores. Es posible que a algunos artistas e intelectuales les parezca aún un retiro elegante. Ningún gran artista ha sido extraño a las emociones de su época.

“El grande artista no fue nunca apolítico. No fue apolítico el Dante. No lo fue Byron. No lo fue Víctor Hugo. No lo es Bernard Shaw. No lo es Anatole France. No lo es Romain Rolland. No lo es Gabriel D' Annunzio. No lo es Máximo Gorki. Ningún gran artista ha sido extraño a las emociones de su época. Dante, Shakespeare, Goethe, Dostoievsky, Tolstoy y todos los artistas de análoga jerarquía ignoraron la torre de marfil. (Debemos agregar los nuestros, Neruda, los muralistas mexicanos, Cesar Rengifo, Manaure y tantos otros) No se conformaron jamás con recitar un lánguido soliloquio. Quisieron y supieron ser grandes protagonistas de la historia”.

“El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica. ¡Que el diablo confunda a los artistas benedictinos, enfermos de megalomanía aristocrática, que se clausuran en una decadente torres de marfil. Algunos artistas e intelectuales carecen de aptitud para marchar con la muchedumbre”.

Acerca de la participación política, Ludovico Silva en “Letra y Pólvora” expresa:

“Entre las cosas interesantes que dice García Márquez está su afirmación sobre los intelectuales y su necesaria, y hasta obligatoria, participación activa en la política: “mientras vivamos en el mundo en que vivimos es un crimen no tener una participación política activa”.

“En determinado momento de mi vida hago un balance. Y lo único que me sale sobrando es la fama. Yo quería ser escritor, un buen escritor; que me leyeran, ser reconocido como un buen escritor, pero jamás conté con tanta fama, que es lo más incómodo del mundo, porque solo te sirve para que te ¿jodan o te hagan entrevistas? (y me disculpas); y entonces me pregunto: ¿qué hago con esta fama? ¡Coño -me dije- me la gasto en la política! Es decir, la pongo al servicio de la Revolución Latinoamericana. Mira: yo no tengo ni vocación ni formación política; soy de los que quisieran que ya la revolución hubiera triunfado en todo el mundo para solamente tener que pensar en la literatura, el arte y esas güevonadas; pero mientras vivamos en el mundo en que vivimos es un crimen no tener participación política activa. Si algo no he olvidado, ni olvidaré nunca, es que yo soy el hijo del telegrafista de Aracataca”.

Ludovico completa: “No se trata de que el intelectual participe en mítines o que sea el más activo en los comités de un partido. El intelectual debe poner su pluma y su fama al servicio de la revolución, no para crear productos estéticos “revolucionarios” ideológicamente, sino para canalizar opiniones directamente políticas a través de los medios de comunicación a su alcance.”

En “Los artistas y la realidad social” Silva expone que: “El artista integrará su trabajo a la colectividad tal como se hacía en la Grecia antigua en la época de Pendes en que todos los artistas estaban al servicio de la democracia. Tal es el sentido del nuevo humanismo”. Aclara: “Nunca he militado en Partidos políticos -aunque he apoyado activamente con mi pluma a más de uno- porque mi temperamento intelectual se resiste a vivir en circuitos cerrados, en los que es preciso obedecer y seguir una línea determinada. No es esto una virtud mía, ni como tal la presento, por el contrario pienso que la militancia activa en un partido político es una magnífica escuela para forjar el carácter de un hombre”

Parece duro Silva cuando afirma: “Los independientes suelen ser, en general hombres miedosos que le temen al compromiso”. “Yo no me considero un independiente políticamente hablando, pues desde hace tiempo tengo un compromiso, que cumplo en la medida de mis escasas fuerzas, con el movimiento socialista de mi país y con el de otros países”

En “El Retorno de los intelectuales a la realidad” Alfonso Sastre se interroga: ¿Desentendidos o Implicados?

Quiere recordar que: ¿es que el intelectual tenía que comprometerse en aquellas luchas? ¿No era lo propio de un filósofo investigar sobre la esencia del ente; de un pintor hallar las estructuras plásticas más bellas, extrañas y desconocidas, de la realidad; de un actor hallar y expresar los mundos psicológicos contenidos en sus personajes? ¿Y además meterse en política? ¿Por qué? ¿Para qué? Durante la guerra civil Española es curioso comprobar que muchos actores hicieron su teatro como si no se hubieran enterado de que había guerra, ¡ y los fascistas estaban ya a dos kilómetros de los teatros en los que trabajaban en Madrid (es lo que habrá de la calle del Príncipe a la Ciudad Universitaria)! Pero ellos hacían sus sainetes banales y sus astracanes de antes de la guerra, como si tal cosa. (Aunque quizás algunos de ellos estaban más implicados o comprometidos de lo que parecía; y es de recordar que en una publicación de la Alianza de Intelectuales Antifascistas -El Mono Azul- que se editaba en Madrid, se llegó a pensar que el teatro profesional matritense, al menos en parte, formaba en las filas clandestinas de la famosa Quinta Columna con la que la Mola contaba para la ocupación de Madrid) ¿Entonces? ¿Desentendidos o bien implicados en las actividades más reaccionarias? ¿Eso es todo lo que el pueblo podía esperar de sus gentes de teatro? Afortunadamente hubo intelectuales y poetas -¡y también actores y actrices!- que fueron capaces de elevar la temperatura del teatro español durante aquellos momentos trágicos, colaborando con pasión en las tentativas que se hicieron en ese sentido, bajo los auspicios de intelectuales tan “implicados” en aquella guerra popular como María Teresa León, Rafael Alberti, Luís Cernuda, Max Aub...”

Prosigue Sastre: “Entre los intelectuales y los artistas se señaló con frecuencia una tendencia, que se creía propia de ellos, a encerrarse en lo que se llamaba su torre de marfil, un lugar más o menos celeste o situado en las proximidades del cielo, y que colocaba estos bienaventurados apóstoles de la inteligencia y o de la imaginación au dessus de la melée, más allá de las prácticas humanas terrestres, como la política, y recuerda que: “...se produjo la reflexión de Jean Paul Sartre, en torno a la necesidad de que no sólo los intelectuales de vanguardia sino los meramente progresistas se comprometieran (engagement) y comprometieran su obra -no se trataría sólo de ceder su firma para algún manifiesto.”

“En cualquier caso, fue quedando probada la no inocencia de las posiciones del tipo “torre de marfil”, en un sentido o en el otro; pues que también la instalación en esos cielos era muchas veces un encastillamiento a favor del orden establecido; y ya es bien sabido que los artistas que se dicen apolíticos trabajan generalmente, con mayor o menor consciencia de ello, para el sistema sobre el que dicen no tener opinión alguna.”

“No sólo aceptamos sino que proponemos, tanto epistemológica como políticamente hablando, la posibilidad de un Pensamiento Fuerte en búsqueda positiva de la verdad y de un Pensamiento especialmente activo contra la mentira. Pueden considerarse a este respecto los puntos de vista contenidos en nuestro Manifiesto contra el Pensamiento Débil, expuestos con el propósito de liberarnos de nuestros temores a nuevas caídas de la izquierda en el sectarismo y en el dogmatismo. Las reservas sobre la posibilidad de un pensamiento “fuerte” se asientan sobre todo en el recuerdo del estalinismo, pero ese recuerdo no puede paralizarnos -y menos aún a quienes nunca fuimos estalinistas-, y a este respecto hemos de considerar que los enemigos del progreso de la Humanidad, políticamente hablando, son muy fuertes y están en posesión de una gran fuerza ideológica, que es un remedo de pensamiento -el llamado “pensamiento único”- y en realidad una actividad militarizada y mercenaria, asalariada de hecho, aunque ello se oculte, por las grandes corporaciones”, “yo me siento íntimamente emparentado con la idea de una filosofía popular (no académica), implicada políticamente y participante en las luchas sociales y en las grandes batallas históricas.”

Está claro que los intelectuales aquí citados no son todos los que han abordado esta milenaria polémica, ni todos los intelectuales tienen esta posición. Yo me lanzo esta ruta argumental por cuanto la comparto. El intelectual y el artista no son ajenos a la realidad que los rodea. De hecho no pueden serlo. Siempre comprometan o no su vida y/o su obra son un producto social.

Hay muchas posiciones con otros matices y visiones. Alguien a quien respeto mucho me ha dicho que el tema es peliagudo cuando se aborda a los que crean obras ficcionales, por el respeto crudo que debe tenerse a la creación. Lo tendremos en cuenta. Por ahora solo queremos debatir. En este momento de la Revolución Bolivariana mi juicio es que se requiere una organización, vanguardia, grupo –como quiera se le llame- quienes deberían ser los orientadores ideológicos de nuestro proceso.

La siguiente frase de Sonia Contreras la escojo como un buen final de este escrito:

“No se trata de construir, a lo interno, edificantes metáforas de otras revoluciones sino de pensar en colectivo cuales son los contenidos simbólicos que expresan el espíritu venezolano desde una mirada nuestro americana: es trascender el fetichismo al rojo para insertar en el imaginario revolucionario otros elementos asociados a una estética de un proceso transformador pensando desde la sensibilidad de un pueblo diverso”.

“La vida “no es monólogo”.

Es un diálogo, es un coloquio.”

“Los actos solitarios son fatalmente estériles”

(Mariátegui)


h.soto38@gmail.com


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