Un traidor en Bogotá

El título de este artículo seguro que evoca en la mente de muchos la imagen de Alvaro Uribe Vélez, pero en esta ocasión no nos referimos a él, aunque sus actos recientes motivan esta reflexión. Porque hay que buscar la raíz del mal, de las guerras civiles y conflictos permanentes, del divisionismo que padecen desde hace casi 200 años nuestros pueblos hermanos.  ¿Por qué la oligarquía cachaca actúa como lo hace? Es la herencia genética del primer Caín: Francisco de Paula Santander.
 

Laureano Gómez desenmascaró al traidor Santander

 
Para que nadie piense que estas reflexiones salen del cerebro afiebrado de un prejuiciado comunista (Uribe acaba de acusar de ello a Rafael Correa en Santo Domingo), me apoyo en lo dicho por el principal caudillo conservador de la Colombia del siglo XX, el expresidente Laureano Gómez. Todas las citas provienen de su libro póstumo El final de la grandeza (1993), compilado y editado por el historiador Ricardo Ruíz Santos.
 
En la presentación del libro, Ricardo Ruíz señala que recibió de manos de Alvaro Gómez Hurtado dos grandes sobres con los apuntes de Laureano sobre Santander en el año 1983, antes de que el segundo se fuera de embajador de Colombia en Washington. Según el compilador, Laureano ya había atisbado el asunto en otro trabajo, El Mito de Santander (artículos de periódicos de 1940). Pero El final de la grandeza consiste en estudios que datan de 1952 y 1953, siendo “mucho más sólido y profundo, más estudiado”.
 
El libro está constituido por veintiún capítulos, que empiezan con la Decadencia del Virreinato y culminan con el Destierro de Santander, Asesinato de Sucre y Muerte de Bolívar.  Don Laureano se basó directamente en la correspondencia entre Bolívar y Santander, y otros, y en las notas del secretario de ambos José Manuel Restrepo (Historia de la revolución de la República de Colombia).
 

Santander, ¿liberal consecuente o traidor consumado?

 
Por supuesto, en la mente conservadora de don Laureano, el origen del problema está en la educación liberal recibida por Santander y sus compinches y en la nefasta masonería, tanto como en las leyes de los afrancesados borbones.
 
A mi juicio, hay un equívoco en esta perspectiva de abordar el problema de parte de don Laureano, pues en apariencia es Santander representante del más puro liberalismo (que era progresivo a inicios del siglo XIX), mientras que Bolívar sería doctrinalmente conservador, para gusto de don Laureano. Equívoco reforzado por el hecho de que serían los íntimos de Santander quienes fundaron el Partido Liberal colombiano en la década de 1830.
 
El problema estriba en que el ropaje formalmente liberal de Santander y sus cómplices (supuesto apego a la Constitución contra el pragmatismo de Bolívar, civilismo contra el supuesto militarismo de los libertadores) no es más que un mero disfraz para defender sus intereses y su control del poder político, por parte de una élite socialmente conservadora que no hizo la revolución independentista. Santander no era más que un oportunista disfrazado de liberal.
 
En nombre de la “Constitución y las leyes”, y en nombre de la “democracia”, se han cometido en América Latina los mayores crímenes.
 
A mi modesto juicio, la figura verdaderamente liberal, por formación directa (bebió en las propias fuentes de la Ilustración europea), por real comprensión del contexto político internacional, por su visión a largo plazo de los intereses de los pueblos hispanoamericanos, por su adaptación del liberalismo económico, filosófico y político a nuestra realidad histórica, no es otro que el genio inigualado de Simón Bolívar. Basta repasar someramente sus discursos y cartas para darse cuenta.
 

Santander ayudado por las circunstancias

 
Se desprende de la obra de Laureano Gómez que Santander sólo pudo llegar al sitial histórico que llegó por dos circunstancias combinadas: el compromiso real de Bolívar por la Gran Colombia, nacida de la unión entre Venezuela y la Nueva Granada, que nadie dudaba que él encarnaba como Presidente, pero que requería un vicepresidente granadino para consumarse; y la muerte a manos del Virrey Sámano de la mayoría de los granadinos ilustres que hubieran ocupado ese sitial.
 
Laureano hace una larga lista de los granadinos que hubieran hecho un mejor papel que Santander, pero que el destino lo impidió: Zea, ya era vicepresidente de Venezuela, y se hallaba en Angostura; Antonio Nariño, preso en Cádiz, propuesto apenas volvió para el cargo por Bolívar, pero saboteado y vilipendiado por los santanderistas hasta su muerte; Camilo Torres, Caldas, Baray, Tadeo Lozano, Villavicencio, etc., todos muertos en la época de terror que ahogó a la Patria Boba.
 
La vida militar de Santander tiene un capítulo completo en la obra de Laureano, y en ella no se evidencia nada de brillo. Por el contrario, su participación en la batalla de Boyacá está teñida por un hecho bochornoso.
 
“Llama la atención la uniformidad con que en los partes de campaña, como el de Soublette de la batalla de Boyacá, en las cartas de la época y en las relaciones de los cronistas se da a Anzoátegui el primer lugar, a gran distancia de Bolívar, y sólo después de él a Santander. La hoja de servicios de éste no estaba enaltecida por ninguna victoria personal, entre tantos guerreros que se habían distinguido en acciones inolvidables. La exaltación dio pábulo a murmuraciones y por lo bajo se decían muchas cosas. En la batalla (de Boyacá) había entregado sus armas al capitán Cárdenas y se había parapetado detrás de la casa de teja. Era versión de Anzoátegui...”, cuenta don Laureano.
 
Sin embargo, al entrar a Bogotá, Bolívar sólo lo tenía a él como oficial de mayor grado de origen granadino, y le hechó mano nombrándolo vicepresidente para, enseguida, partir a libertar a Venezuela y lograr del Congreso de Angostura la aprobación de la unión de ambos pueblos. Con lo cual, esta mezcla de Judas con Caín, esta especie de Stalin latino, quedó a sus anchas en Bogotá para actuar en contra de la obra de su benefactor.
 

El sempiterno saboteador

 
No tardó mucho en sacar las garras Santander. Uno de los primeros actos de Bolívar fue el intento de humanizar la guerra de independencia poniendo fin a su previa proclama de “la guerra a muerte”, proponiendo al virrey Sámano el canje de prisioneros realistas caídos en Boyacá, por los patriotas prisioneros en Cartagena. La tarde del 10 de octubre, estando Bolívar camino de Venezuela, sin esperar respuesta de Sámano, Santander decidió “personalmente”, sin “consejo de guerra ni tribunal alguno” pasar por las armas al general Barreiro y demás oficiales realistas.
 
La orden se cumplió al día siguiente y de la manera más cruel posible, tardando todo el proceso de ejecuciones más de tres horas, con disparos a quemarropa sobre las cabezas de los fusilados, para ahorrar balas. “Corría la sangre mezclada con el agua del caño que bajaba por la calle de la iglesia de la Concepción, cuando el vicepresidente montó a caballo y seguido de una gran multitud, con una banda de música, dio vuelta a la plaza en vistoso alarde, arengando al pueblo y cantando algunos del acompañamiento unos versos que empezaban: Ya salen las emigradas, Ya salen todas llorando/ Detrás de la triste tropa/ De su adorado Fernando”, cuenta Laureano.
 
Cerrado el Congreso de Angostura, en que se fraguó la Gran Colombia, y se eligió de vicepresidente de Colombia a Zea (mientras que Santander fue electo vicepresidente de Cundinamarca), éste escribe a Bolívar quejándose de que no le elogió lo suficiente ante el congreso y amenazando con la renuncia. A lo que Bolívar respondió, entre otras cosas, el 24 de febrero de 1820, dando a entrever que ya le conoce el carácter:
 
“Una chanza: no es tan mala la vicepresidencia con veinte millones de pesos de renta, sin el peligro de perder una batalla, de morir en ella, ni ser prisionero, o pasar por inepto y cobarde como le sucede a un general del ejército. Usted parece que se ha olvidado de su oficio, o no es usted franco como yo he creído siempre, y lo deseo que sea”.
 
Dos tareas puso Bolívar a Santander durante el año 1820 para apoyar la lucha por la independencia, y ambas las saboteó sistemáticamente: 1. La petición de 3,000 esclavos jóvenes y robustos que se les ofreciera la libertad para unirse al ejército libertador (a lo que respondió Santander diciendo que “no podían quitarse tantos hombre a la agricultura y a las minas”); 2. Un adelanto de 100 mil pesos para financiar el armamento,  pero Santander sólo respondía con quejas y “consejos”, y Bolívar le replicaba: “Mas, ¿por qué no envía usted el dinero y con él buenos consejos?”.
 
La corrupción, esa maldita corrupción que corroe a América Latina, tuvo también en Santander uno de sus padres biológicos. Pues, mientras saboteaba los dineros necesarios para financiar al ejército, insistía a Bolívar que se asignaran propiedades. No descansó Santander hasta que obtuvo un decreto de Bolívar, con fechas trucadas, en el que “Atendiendo a los brillantes y distinguidos servicios que el general de división Francisco de paula Santander ha prestado a la República... Se conceden... en plena y absoluta propiedad, ..., la casa que pertenecía en esta ciudad (Bogotá) al español emigrado Vicente Córdoba,...; y la hacienda conocida con el nombre de “Hato Grande...”.
 
Al respecto Laureano concluye: “Querrán decir los fautores del mito ¿dónde está oculto el organizador de la victoria, que no se ve por parte alguna? ... Como lo habría de declarar después, Santander sabía que <lo más seguro es tener uno con qué vivir> y por complicados caminos lo estaba procurando”.
 
En carta a Bolívar (6/4/1825) Santander se confieza: “La experiencia me está enseñando que lo más seguro es tener uno con qué vivir. Los servicios y la gratitud se olvidan y nadie se apura por otro”.
 
Santander conspira contra Nariño y el ejército libertador
 
Para el año 1821 se convocó en Cúcuta una asamblea de notables que debía parir la primera Constitución de Colombia (la Grande). Allí, ante la confianza descuidada de Bolívar, o en todo caso, su confianza errada en que estos juristas y políticos civiles actuarían conforme a los intereses de la nueva república, Santander desplegó todas sus mañas.
 
Envió a sus hombres de confianza, encabezados por Francisco Soto, Vicente Azuero y Diego Fernándo Gómez. Su estrategia, que sería la que utilizaría siempre hasta destruir la Gran Colombia, fue la de “contraponer al influjo de los libertadores otra fuerza, apoyándose en la cual se disimulase su mediocridad... la primitiva república se organizó sobre una vehemente disputa entre las armas y las letras, en la apariencia exterior, no en la realidad objetiva (porque Bolívar descoyaba claramente en ambas, dice Laureano)... Era un mito de soberanía mediante el cual los abogados y los burgueses civiles que no habían prestado servicios militares en la creación de la patria, se colocaban de golpe por encima de los guerreros hazañosos”.
 
La primera víctima de los santanderistas en la Asamblea de Cúcuta lo fue el mismo Antonio Nariño, el “Precursor”, recién liberado y regresado y propuesto para vicepresidente por el mismo Simón Bolívar. Nariño se presentó con un borrador de Constitución, el cual fue burocráticamente engavetado. Los delegados votaron sistemáticamente contra Nariño y en favor de Santander para vicepresidente.
 
Cuando, finalmente, cansado y enfermo se retira Nariño de la Convención, es nombrado senador por Cundinamarca, pero Santander (que había peleado en Baraya en el ejército realista contra Nariño) hace que sus secuaces, Azuero y Gómez, impugnen este nombramiento acusándolo de “deudor fallido de la renta de diezmos, por haberse entregado al enemigo en Pasto y permanecer fuera del país muchos años”.
 
Estas acusaciones fueron la tónica que recibió Nariño al instalarse en Bogotá, publicadas en gacetillas dirigidas personalmente por Santander. Incluso acompañadas con retos a duelo por los testaferros del vicepresidente, que le amargaron la existencia hasta que falleció poco después.
 
A poco de la victoria de Carabobo (13/6/1821), Bolívar en carta a Santander da su dictamen sobre el Congreso de Cúcuita: “...por fin, han de hacer tanto los letrados, que se procriban de la república de Colombia, como hizo Platón con los poetas en la suya. Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos... ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía, y depués a la tiranía, y siempre a la ruina? Yo lo creo así...”. Y así fue.
 

Santander traiciona la campaña por la libertad del Perú

 
El siguiente momento de la traición orquestada por Santander ocurre a partir de 1823, cuando Bolívar se traslada al sur, para la campaña por la libertad del Perú. Santander continuó el persistente sabotaje económico y militar al ejército libertador, hasta llegar a quitar todo mando militar de Bolívar sobre las fuerzas armadas colombianas con la excusa de que estaba fuera del país.
 
En una carta suya a Bolívar (1/mayo/1824), cuando ya éste visualizaba la formación de una confederación hispanoamericana, Santander deja ver su falta de miras y su actitud claramente contraria a la unidad continental: “... Yo soy gobernante de Colombia y no del Perú: las leyes que me han dado para regirme y gobernar la república nada tienen que ver con el Perú y su naturaleza no ha cambiado porque el presidente de Colombia esté mandando un ejército en ajeno territorio. Demasiado he hecho enviando algunas tropas al sur; yo no tenía ley que me lo previniese así, ni ley que me pusiese a órdenes de usted, ni ley que me prescribiese enviar al Perú cuanto usted necesitase y pidiese”.
 
Escudándose en la supuesta “legalidad”, Santander traiciona la lucha por la libertad que aún no estaba asegurada. El 4 de mayo Bolívar le recuerda: “Mandándolos usted a Guayaquil, los manda usted a defender el territorio de Colombia, que demasiado se halla amanazado”.
 
El 24 de mayo Santander comunica a Bolívar que “se está discutiendo en el congreso si siendo usted el gobierno del Perú conserva en Colombia las facultades de la ley de 9 de octubre” (por la cual a Bolívar se le concedían facultades extraordinarias para gobernar las provincias del sur y dirigir el ejército colombiano, estando en Perú).
 
El 6 de agosto, cuando ya se planificaba la campaña que llevaría a la victoria de Ayacucho, Santander le comunica a Bolívar que el congreso le ha quitado las facultades extraordinarias de las que estaba investido y ha sido relevado del mando del ejército colombiano.
 
Bolívar le contesta el 10 de noviembre que él había renunciado a esas facultades “y voy a escribir a todo el mundo acusando a usted de que la ha ocultado contra mi voluntad”. A raíz de de aquella decisición, Bolívar encomienda a Sucre el cargo de general en jefe de las tropas de Colombia. El 9 de diciembre se obtuvo la victoria de Ayacucho.
 

“No había libertad mientras hubiera libertadores”

 
Paralelamente Santander fraguaba una conspiración más audaz para golpear a la cúpula del ejército libertador, casi todo venezolano, que terminaría por desintegrar a la Gran Colombia. Dice don Laureano: “La consigna corriente en el círculo santanderista era que los civiles tenían jurisdicción sobre los hombres de espada, y se había hecho proverbial la frase de que <no habría libertad mientas hubiera libertadores>”.
 
 Como esta autoridad sobre los militares había que mostrarla en la práctica, los santanderistas se buscaron una víctima propiciatoria: el coronel Leonardo Infante, que se había distinguido en numerosas batallas, “negro fino”, y se había residenciado en Bogotá luego de casarse. Infante fue acusado de la muerte del teniente Francisco Perdomo, ocurrida el 24 de julio de 1824. En juicio sin garantías y sin evidencias fehacientes, fue sumariamente condenado a muerte y fusilado el 13 de agosto. Entre sus juzgadores estaban, como no, Vicente Azuero y Francisco Soto.
 
El crimen contra Infante fue claramente orquestado para promover la ruptura con Venezuela. El otro acusado, de apellido Ruíz, de origen granadino, se le permitió escapar. Pero lo de Infante fue la preparación del objetivo mayor: las acusaciones contra Páez. En enero de 1826, Páez intentó la conscripción forzada de ciudadanos de Caracas para formar una milicia que había sido ordenada por el gobierno. El intendente Escalona, y la municipalidad caraqueña, se quejaron ante el Congreso en Bogotá, lo cual fue inmeditamente aprovechado por los santanderistas.
 
El 30 de marzo Paéz fue separado del gobierno de Venezuela y se le ordenó presentarse en Bogotá para ser juzgado por el Congreso. Páez fue alertado del procedimiento contra  Infante y de la actitud anti venezolana de la cúpula santanderista, por lo cual no acudió. Por el contrario, una sublevación en Valencia lo ratificó como jefe militar, catapultando la crisis que haría volver a Bolívar dando al traste con el proyecto de una Confederación que uniése la Gran Colombia con Perú y la recién fundada Bolivia.
 

Santander saboteó la unidad hispanoamericana

 
Santander conspiró abiertamente por el fracaso del Congreso Anfictiónico de Panamá, organizado ese año (1826) a instancias de Bolívar para unir a toda la América hispana en una sola confederación. El plan de Bolívar era muy claro, excluir a Estados Unidos de América, por considerarlo un enemigo potencial, contrario a Inglaterra, que la veía como socia frente a la Santa Alianza.
 
Contrariando a Bolívar, e inaugurando la tradicional abyección de nuestras burguesías, Santander le comunicó: “he creído muy conveniente instar a los Estados Unidos a la Augusta Asamblea de Panamá en la firme convicción de que nuestros íntimos aliados no dejarán de ver con satisfacción el tomar parte en sus deliberaciones de un interés común a unos amigos tan sinceros e ilustrados”.   
 
Ya se sabe, el Congreso de Panamá fue un fracaso rotundo. Previéndolo y planeando la siguiente jugada, Bolívar comete el error de, “con amplia y generosa franqueza” (a decir de Laureano), comentar a Santander, en carta de 7 de mayo de 1826, la posibilidad de una confederación con Perú y Bolivia, de fácil consecusión. Claro, en esta perspectiva más amplia, la figura que descoyaría como vicepresidente sería el Mariscal Sucre y no el mediocre Santander. Lo cual precipitó la conspiración contra Páez y el plan para separar la Gran Colombia.
 

Los seudo constitucionalistas fraguan el magnicidio del Libertador

 
Para agosto/septiembre del 26, ante la gravedad de la crisis, Bolívar es forzado a volver desde el sur a Colombia. En Gayaquil, Quito, Cuenca, Panamá, Cartagena y Maracaibo se emiten proclamas de los notables pidiendo el retorno de Bolívar investido con poderes dictatoriales como única vía de salvar la república. Iniciándose el último acto de la traición.
 
Dos estrategias adoptó Santander frente al retorno de Bolívar: 1. Convertir a la constitución en un mito (a decir de Laureano), recibiéndolo con la consigna escrita en todas partes: “Viva la constitución, inviolable por diez años”; 2. Convencerlo de que debía quedar poco tiempo en Bogotá y marchar rápidamente a Venezuela a apaciguar la insurrección de Páez. Bolívar no mordió el primer anzuelo, pues apeló al artículo 128 de la Constitución, que le daba plenos poderes; pero el segundo fue el principal error del Libertador, pues estuvo poco tiempo en la capital, con lo cual Santander pudo continuar conspirando a sus anchas.
 
En Venezuela, Bolívar rápida e incruentamente resolvió el problema de Páez. Pero Santander asestó dos nuevos golpes: promoviendo una insurrección del ejército colombiano que había quedado en Lima, en la que los granadinos expulsaron a los oficiales venezolanos, con la complicidad del gobierno peruano; y manejando los hilos para controlar la convocatoria de la Convención de Ocaña (1828).
 
Laureano cita a Restrepo: “... Lo que no pudo sufrir Bolívar sin la indignación más profunda fue la fiesta hecha en Bogotá con motivo de los sucesos de Lima del 25 de enero”. Esto colmó al Libertador, produciendo la ruptura definitva con Santander. Pese a ello, y contrariando la lógica política, nada hizo Bolívar por intervenir sobre la Convención (manteniendo la misma actitud respetuosa que tuvo con la de Cúcuta), ni tampoco alteró la burocracia santanderista a su vuelta a Bogotá.
 
En la Convención de Ocaña, los santanderistas que siempre se opusieron al federalismo, se hicieron defensores de este modelo con tal de recortar los poderes de Bolívar, proponiendo un estado de 20 departamentos, cada uno con sus leyes, legislatura y códigos. El objetivo: castrar al gobierno de Bolívar. “Nunca he visto un puñado de perversos hacer un frente tan victorioso a toda una nación... más pueden veintidós perversos que dos y medio millones de hombres buenos”, sentenció el Libertador. La Convención murió sin poder aprobar nada.
 
En septiembre (1828), los santanderistas procedieron osadamente con el intento, frustrado gracias a Manuela Sáenz, del magnicidio del Libertador. En la conspiración participó el propio Santander, aunque intentó encubrirse, y todos su allegados, empezando por el general Padilla (juzgado y fusilado después del hecho) y una larga lista, en la que destaca el panameño Tomás Herrera (condenado a prisión). La magnanimidad de Bolívar siguió derramándose sobre el traidor, siendo conmutada su pena a muerte por el destierro.
 
La represión a los conspiradores “septembristas” no bastó para detener la obra disociadora de los conspiradores. El daño ya estaba hecho. Sólo una revolución que destruyera las bases sociales de estas oligarquías, que sólo miraban por sus intereses inmediatos, hubiera salvado a la Gran Colombia. Opino yo, y no don Laureano.
 
Pero, siendo el ejército bolivariano la expresión más progresiva del pueblo, su oficialidad no estuvo a la altura de las circunstancias y, por el contrario, pronto muchos de sus generales fueron corroídos por el gusano de los intereses particulares. La invasión del Perú a Guayaquil, y diversas sublevaciones militares a lo largo de 1829 (Córdova en Antioquia, Páez en Caracas) llevaron a Colombia a la crisis.
 
Afincó Bolívar su esperanza de que todos los problemas serían resueltos en la reunión del Congreso en Bogotá en enero de 1830. Ante dicho Congreso renunció Bolívar a la presidencia, presentó al Mariscal Sucre, en cuyo prestigio y genio veía al posible sucesor, y dejó el gobierno en manos de Joaquín Mosquera, presunto “boliviano”, pero que, presionado por los santanderistas, nombró como ministro al mismísimo Vicente Azuero. Era el “final de la grandeza”.
 

 El crimen de Berruecos, capítulo final

 
Cerradas las sesiones del Congreso, en junio de 1830, con Bolívar ya en camino a la costa en busca de un exilio al que nunca llegó, el Mariscal Sucre, su lógico sucesor, abandona Bogotá sin imaginar lo que eran capaces los santanderistas y sin escolta militar. El Demócrata, uno de los periódicos santanderistas invocaba el magnicidio: “Acabamos de saber con asombro... que el general A. José de Sucre ha salido de Bogotá... Puede que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar...”.
 
Crónica de una muerte anunciada, como diría García Márquez. Tres días después caía el Mariscal abatido por las balas ordenadas por José M. Obando en un páramo de Popayán. Cien años después, el panameño Juan B. Pérez y Soto publicó un libro sobre este crimen en donde se lee una carta de Marcelino Vélez, que cuenta que José D. Ospina supo que una junta de santanderistas en casa de Pacho Montoya había decidido la muerte de Sucre.
 
“...esa junta después de una larga deliberación, resolvió que era necesario suprimir al general Sucre, que era el único por sus talentos militares y su prestigio que podía conservar el predminio del Libertador en la Gran Colombia; que adoptada esa medida, se comunicó a Obando, para suprimirlo, si iba por Pasto, al general Murgueitio, si iba por Buenaventura, y al general Tomás Herrera, si se iba por Panamá... y para mí no hay duda alguna dela responsabilidad de los amigos del general Santander en esa época y de la culpabilidad de Obando”.


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Olmedo Beluche


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