Cuestión de semántica

La anunciada reforma constitucional que debemos decidir los venezolanos en los próximos meses, ha generado los consecuentes aspavientos en los sectores que anticipan que pueden resultar afectados negativamente por los cambios que vendrán. La Conferencia Episcopal, tan inclinada a pronunciarse cada vez que intuye la presencia del comunismo en su puerta, salió antes de tiempo a opinar sobre lo que no conoce. Los agarraron en posición adelantada.

Las posturas de los jerarcas de la Iglesia no deben extrañar a nadie.

Si existe un Estado cerradamente capitalista en el mundo ése es el Vaticano, cuyas riquezas alcanzarían para ayudar a resolver el problema de la hambruna en África. Esos tesoros, sin embargo, permanecen en sus arcas con los santos de custodios y sin que por ello los curas sientan vergüenza.

El Presidente ha invertido incontables horas de su tiempo, demasiadas diría yo, en intentar darle un nombre nuevo a cada uno de los proyectos que emprende. Así nacieron de pronto los "niños en situación de calle" y los "dignificados", por citar sólo dos ejemplos, que pretendieron borrar con el cambio de nombre la terrible circunstancia que hace que una persona se convierta en indigente o que alguien pierda su casa en un derrumbe. La semántica no le da techo a nadie. Pero ahí, están, nuevos términos para llamar a las mismas cosas.

La mención de la "revolución bolivariana" hizo saltar de sus casillas a más de uno hace seis años. El solo término y su asociación con la imagen del Che Guevara generaron la automática reacción de los reaccionarios, valga la redundancia. Desde entonces podemos decir que aquí sí se ha producido una revolución porque ahora hay un pueblo que piensa, que estudia, que se interesa por su país, que tiene conciencia, que recibe educación, salud, alimentación. Esa es la verdadera revolución. La otra, la que habría de implicar el tan temido cambio de estructuras no se ha producido en lo más mínimo. Por el contrario, ahora el Estado es más grande y más pesado, con la consecuente carga de ineficiencia que ello implica.

La reforma constitucional revivió el terror por la otra denominación, el "socialismo del siglo XXI". Seguimos siendo un Estado capitalista dependiente.

El Presidente resucita a Marx y a Gramsci para tratar de buscar algunas analogías que permitan explicar las raíces de este proyecto ideológico, e inmediatamente los aquelarres se alborotan. Habla una y otra vez sobre las bondades de una sociedad sin desigualdades sociales; dice que Jesucristo fue el primer socialista, que Bolívar fue el segundo y que el Quijote fue el más grande plasmado en la literatura. Todo un derroche de lecturas que caen en saco roto. Alguien debería decirle que no se desgaste tanto en las definiciones y que termine de una buena vez diciéndole a la gente que no se preocupe, que no va a perder su casa, ni su carro, ni sus viajes al exterior, ni se van a cerrar los centros comerciales y que aquí todo el mundo va a seguir teniendo lo que le dé la gana. Esa es la única preocupación de sus detractores. Lo otro, que los demás coman completo, eso les importa poco. No perdamos tiempo con la semántica.

mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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