Los Aguilera o la culpa de todo la tienen las cloacas

Aunque hasta ahora no se han atrevido a decirlo en forma abierta, cada vez me quedan menos dudas de que los dirigentes más reaccionarios de la actual opo­sición venezolana, entroncando con el pensamiento de algunos viejos franquistas españoles, deben pensar en su fuero interno que la culpa de todo lo que está pasando en Venezuela, y sobre todo del masivo e irreductible apoyo popular que muestra Chávez, la tienen las cloacas. Sí, así como suena. Las cloacas. Ya veremos por qué.

La mejor prueba de ello es la oposición rotunda y agresiva, cargada de todo tipo de descalificaciones, que han venido expresando a diario en estas últimas semanas, a través de la prensa y la televisión, a dos proyectos humanistas y de sensibilidad social que acaba de lanzar el gobierno de Chávez: el plan de instalación de médicos en los barrios caraqueños y sobre todo el plan de alfabetización de adultos que arranca este primero de julio. A este último quiero referirme brevemente.

Los mercenarios al servicio de los dueños de los medios ­–animadores de programas televisivos que el perverso sistema comunicacional privado venezolano ha convertido en formadores de opinión siendo que carecen de opinión ellos mismos­­– fueron los primeros en vomitar condenas y descalificaciones en contra del programa alfabetizador (programa por cierto que no le vendría mal a varios de ellos), augurándole de paso el más rotundo de los fracasos. Tras ellos se han pronunciado dirigentes políticos de oposición, burócratas oposicionistas, adecos o copeyanos, de esos que dirigen gremios educativos desde hace décadas, representantes de pretendidas organizaciones no gubernamentales asociadas a la educación y vinculadas a la llamada Coordinadora Democrática, autoridades clericales de Universidades elitescas, en fin prácticamente toda la oposición. Y, como era de esperarse, la opinión es una sola: consecuentes con su rechazo rotundo a todo lo que haga el gobierno y mostrando su desprecio por los derechos humanos de los que no son ricos o poderosos, se condena el proyecto alfabetizador de adultos con el que el gobierno de Chávez pretende satisfacer una terrible deuda social y sacar del analfabetismo a millón y medio de venezolanos pertenecientes a los sectores más pobres y excluidos de la población.

Entendamos, no es que se le hagan críticas naturales que intenten mejorarlo, como haría una oposición progresista, democrática y seria. No. Es que se lo rechaza, se lo condena, se quiere su fracaso, se desea que siga habiendo en el país analfabetas.

Por supuesto, ha estado presente en primera fila al odio irracional a Cuba. Por un lado han surgido las absurdas acusaciones de que se trata de ‘ideologizar’ a los futuros alfabetizados, es decir, de convertirlos en chavistas o en castro-comunistas. La acusación es tan simplista y absurda que ni siquiera merecería ser refutada, aunque los televidentes que siguen la programación de los canales comerciales, los llamados Cuatro Jinetes del Apo­calipsis, están tan embrutecidos que se tragan cualquier cosa. Se les dirá por ejemplo que los números que se mostrarán a los alfabetizados son todos de color rojo; o que al reunir las letras del alfabeto se forma con ellas, como en un rompecabezas, la imagen de Fidel Castro o la del Ché Guevara; o que el estuche alfabetizador no contiene abecedarios, libros y video cassettes sino bombas y ametralladoras.

El odio está acompañado de mentiras, que resultan más escandalosas en boca de quienes se proclaman educadores. Uno de estos mentirosos, personaje por cierto de una calidad democrática a toda prueba, pues fue asesor del ministro Cárdenas bajo el último gobierno de Caldera y ministro de educación durante el fugaz gobierno dictatorial del payaso Carmona, repite a diario que la tasa de alfabetización cubana es inferior a la chilena y que es de Chile de donde han debido traerse alfabetizadores y planes de alfabetización. El sabe, o debería saber si es educador, que lo que dice no es verdad, que en Cuba se erradicó prácticamente el analfabetismo hace cuarenta años, que los datos de las Naciones Unidas y de UNESCO muestran que no existe en Cuba analfabetismo ni siquiera funcional, esto es, que la tasa de alfabetización cubana es del 100%, mientras que en Chile existe aún un 2% de analfabetismo, siendo la tasa venezolana algo mayor, de un 6%. Esto sin olvidar que los cubanos, creadores de programas de alfabetización sobre los que no pretenden derechos de autor, han contribuido en forma exitosa con la participación voluntaria de sus alfabetizadores a reducir el analfabetismo en diversos países latinoamericanos ninguno de los cuales se ha convertido por ello al comunismo.

Esto no importa mucho. Los problemas centrales no son por supuesto estos. Y ellos lo saben. Estos son meros pretextos. Lo que se halla en el fondo es el carácter mezquino, elitista y oscurantista de la mayor parte de la oposición venezolana, la forma en que su odio a Chávez y a su proyecto de democracia participativa y social la ha ido convirtiendo más y más en una fuerza profundamente reaccionaria y antidemocrática, de la que no están ausentes rasgos fascistas crecientes y cada vez más preocupantes. Revelan una infinita miseria humana y una mezquindad y un egoísmo asombrosos esos dirigentes de oposición que se oponen a un proyecto como este, de alfabetización de un sector importante de venezolanos pobres que de los cuarenta años de auge petrolero y de saqueo de las riquezas de todos por una minoría (la misma que hoy forma parte de la oposición) ni siquiera pudo sacar la posibilidad de aprender a leer y escribir, porque hasta los proyectos que la pseudo democracia puntofijista hizo para alfabetizarlos (¿se acuerdan de Acude?) se convirtieron en fuente de robos, de fracasos y frustraciones populares.

Lo que ocurre en el fondo es que esta oposición tiene necesidad del analfabetismo para alimentar con él sus apetencias de poder. El temor a los sectores populares, sectores a los que califica a cada paso de chusma, se combina con el interés en que una parte de esa masa popular se mantenga embrutecida, ignorante, analfabeta, a fin de poder manipularla y explotarla mejor mediante la televisión, a fin de servirse de ella para una recuperación del poder que ve cada día más distante y que se alejaría todavía más si ese millón y medio de venezolanos se hiciera menos manipulable y viera con mayor claridad quiénes han contribuido a sacarlos del analfabetismo y quiénes han querido en cambio seguir manteniéndolos en la ignorancia más rotunda.

Los dirigentes oposicionistas que se oponen a la liquidación del analfabetismo y que juegan al fracaso de los proyectos alfabetizadores actúan hoy como la derecha franquista española más recalcitrante de la época de la Guerra Civil, la misma que achacaba el crecimiento de las luchas sociales y revolucionarias a la existencia de cloacas, de alcantarillas, y que tuvo su más destacado representante en un tal capitán Aguilera al que quiero referirme en lo que sigue.

En La Guerra Civil española, uno de sus excelentes libros sobre la España del siglo XX, el historiador inglés Paul Preston hace mención del capitán Gonzalo de Agui­lera, conde de Alba de Yeltes, encargado por Franco, en plena Guerra civil, de explicar a los visitantes extranjeros los motivos por los que los franquistas luchaban; y se detiene a examinar esos motivos a través de las opiniones del propio Aguilera, verdadero precursor ideológico de algunos dirigentes actuales de la oposición venezolana, tanto laica como religiosa.

En una entrevista que le hizo el periodista inglés Peter Kemp, quien no era precisamente un angelito, porque servía de voluntario en el ejército de Franco, Aguilera, un auténtico meritócrata al que la llamada Coordinadora Democrática debería hacerle una estatua en la Plaza Altamira o en Chuao, decía que el gran e­rror que habían cometido los franquistas al empezar la Guerra civil española había sido no fusilar de entrada ‘a todos los limpiabotas’. La cosa era más que evidente, caía por su propio peso, le argumentaba Aguilera al asombrado periodista inglés que lo estaba entrevistando: “Un individuo que se arrodilla en el café o en plena calle a limpiarte los zapatos está predestinado a ser co­munista. Entonces ¿por qué no matarlo de una vez y li­brarse de esa ame­naza?”

Pero no es este el texto de Aguilera que me interesa ahora. Todavía la Policía Me­tro­politana caraqueña no ha empezado a matar en forma sistemática limpiabotas y niños de la calle. Su tarea principal por el momento es masacrar adultos chavistas en manifestaciones pacíficas. En esto de matar a diario niños de la calle los grupos paramilitares brasileños y colombianos nos llevan cierta ventaja. No, hay otra decla­ra­ción mejor, dada por el vocero oficial de Franco al periodista estadounidense Charles Foltz, de la Associa­ted Press, y es la que se refiere a las cloacas, a las alcantarillas.

Es parte de esta declaración la que quiero citar porque es lo que más se acerca a la mons­truosa mentalidad de nuestros dirigentes de oposición opuestos a la alfabetización de ese mi­llón y medio de venezolanos pobres y explotados que en este rico país petro­lero no sabe leer y escribir porque las oligarquías saqueadoras y ladronas que desgober­naron a Venezuela hasta 1999 no tuvieron ni interés ni tiempo para alfabetizarlos.

Hablando con la mayor franqueza, declaró Aguilera, refiriéndose a la España de 1939, en la que los franquistas como él trataban de aplastar al pueblo español para so­meterlo de nuevo al dominio de las minorías explotadoras, minorías a las que él prefería llamar ‘gente decente’:



“ Todos nuestros males vienen de las alcantarillas. Las masas de este país no son como sus americanos, ni como los ingleses. Son esclavos. No sirven para nada, salvo para hacer de esclavos. Y só­lo son felices cuando se les hace trabajar como esclavos. Pero nosotros, las personas decentes, cometimos el error de darles casas nuevas en las ciudades en donde teníamos nuestras fábricas. En esas ciudades construimos alcantarillas, y las hicimos llegar hasta los barrios obreros. No contentos con la obra de Dios, hemos interferido en su voluntad. El resultado es que el rebaño de esclavos crece sin cesar. Si no tuviéramos cloacas en Madrid, Barcelona y Bilbao, todos esos líderes rojos habrían muerto de niños, en vez de excitar al populacho y hacer que se vierta la sangre de los buenos españoles. Cuando acabe la Guerra destruiremos las alcantarillas. El control de natalidad perfecto para España es el que Dios nos quiso dar. Las cloacas son un lujo que debe reservarse a quienes las merecen, los dirigentes de España, no el rebaño de esclavos.”



¿Verdad que, con algunos pequeños retoques como cambiar España por Venezuela, este inolvidable párrafo podría suscribirlo el Cardenal Velasco, el mismo que dijo que la tragedia de Vargas era castigo de Dios por el discurso de Chávez? ¿Verdad que, si fueran algo menos hipócritas, también podrían suscribirlo muchos líderes de la oposición, de esos mercenarios que mantienen programas en la televisión, de esos otros que manejan supuestas organizaciones de educadores, de esos que se oponen a la alfabetización de los adultos pobres? ¿No fueron ellos o sus patrones los que acabaron con la educación pública en Venezuela a lo largo de las dos últimas décadas? ¿No eran ellos los que intentaban privatizar la educación para excluir de la misma a la mayoría de nuestros jóvenes, a los más pobres, y para mantenerlos embrutecidos e ignorantes a fin de manipularlos a diario con la basura televisiva y cada cuatro años en cada proceso electoral? ¿No son ellos los que siguen empeñados en sabotear la educación pública, en bloquear los planes educativos del actual gobierno, los que promueven paros educativos y cierran escuelas, los que utilizan la docencia para manipular a los niños y adolescentes envenenándolos contra el proceso transformador hoy en marcha en Venezuela? ¿No son ellos quienes quieren imponer por la fuerza una nueva Constitución, que vuelva todo atrás, al buen pasado que perdieron y que añoran, que imponga el neoliberalismo, y que legalice abiertamente las profundas injusticias y exclusiones de ese pasado?

¿Qué diferencia puede haber entre Aguilera y quienes en la Venezuela de hoy se oponen a la alfabetización de los adultos pobres? Ninguna. Sólo que han pasado más de sesenta años; por lo demás la mentalidad sigue siendo la misma, con matices. Aguilera decía que había sido un error construir cloacas para los pobres. Era mejor que éstos se murieran de epidemias e infecciones. Los ricos estaban protegidos de ellas, y los muertos eran siempre los pobres, los excluidos, todos futuros rebeldes, todos futuros comunistas. Esta era la voluntad de Dios, como diría nuestro simpático, golpista y desmemoriado Cardenal.

Nuestros Aguilera comparten esa hermosa visión del mundo, sobre todo en sus conversaciones privadas, porque al hablar en televisión son algo menos locuaces que su mentor. En efecto, si no hubiera tantas cloacas, la selección natural, la voluntad divina, se encargaría de matar más pobres y ¡Dios sea loado! habría menos chavistas. Esto es, ganarían ellos el referéndum, o las elecciones, cambiarían la Constitución, volverían al poder, restablecerían el pasado. De esto no cabe duda. Pero no en balde han transcurrido sesenta años. Aunque las cloacas siguen siendo fundamentales (a menos cloacas más pobres muertos) lo cierto es que hoy resulta un tanto difícil como política man­dar a destruirlas. Ni siquiera el franquismo pudo hacerlo después de ganar la guerra. Aguilera se quedó con las ganas. Además ello no es necesario, al menos en Venezuela. De hecho nuestras cloacas casi se están destruyendo solas, porque los ladrones que gobernaron el país por varias décadas se robaron buena parte del dinero destinado a construirlas y no se ocuparon jamás de mantenerlas. Así que se están deshaciendo y el gobierno actual ha empezado a repararlas. Por supuesto, a repararlas para que haya más chavistas. Porque no queda duda: si a menos cloacas más pobres muertos, a más cloacas más pobres vivos, esto es, parafraseando el lenguaje de Aguilera, a más cloacas más chavistas. ¡Adiós victoria en el referéndum, adiós vuelta al poder! ¡Mueran las cloacas, símbolo de comunismo!

Pero no es este el problema. En realidad hay cosas más sutiles que las cloacas. Estas parecen ser un dato fijo; y abundan hoy formas más sofisticadas de acabar con los pobres: desde la televisión que los manipula y embrutece hasta las políticas capitalistas neoliberales que los excluyen de la salud, de la educación, de la vivienda, de los derechos sociales, del trabajo, de la vida misma. Pero la educación, es decir, la falta de educación, sigue siendo importante como mecanismo de exclusión y de sometimiento.

Por eso los Aguilera venezolanos de hoy se oponen a la educación pública masiva que incorpora día a día nuevos niños y adolescentes a la sociedad y que les abre perspectivas de superación, a ellos y a las mayorías tradicionalmente excluidas del país.

Por eso los Aguilera venezolanos de hoy se oponen en forma descarada y mezquina a la alfabetización de adultos, a que un millón y medio de venezolanos pobres puedan aprender a leer y escribir y con ello no sólo abrirse perspectivas propias sino dejar de ser tan manipulables como esas minorías explotadoras quisieran. Cualquier pretexto es bueno para oponerse al plan alfabetizador, para condenarlo, para intentar sabotearlo. Maltrechas y todo, las cloacas están construidas en su mayoría. Más importante es sabotear la educación. Pero si llegara el momento, nuestros Aguilera no dudarían en destruir las cloacas a golpes de pico y de hacha. O a bombazos. ¿O es que acaso no trataron de destruir hace apenas seis meses nuestra industria petrolera?

(*)Escritor. Profesor universitario



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Vladimir Acosta(*)

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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