El chavismo ante si mismo

Tras el entronizamiento del neoliberalismo económico en gran parte de las naciones latinoamericanas y la reacción ante las brechas sociales y económicas generadas por su recetario representada por gobiernos de tendencias progresistas e izquierdistas que lograron una redistribución más equitativa de la riqueza gracias a la implementación de políticas públicas activas, dando a las mayorías sociales la oportunidad -en clave de consumo- de disfrutar mejoras sustanciales en materia de empleo y salario. El ascenso social alcanzado produjo lo que el ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera calificó como "desclasamiento y reenclasamiento social", lo que modificó "toda la arquitectura de las clases sociales" y, al mismo tiempo, causó que empezara a cuajar una despolitización, incluso, entre los beneficiarios de estas políticas de justicia social, privilegiando, en algunos casos, las alternativas políticas de la extrema derecha que prometen satisfacer su propia individualidad y la diferenciación alcanzada o, por lo menos, la posibilidad de asegurarla sin hacer cuestionamiento alguno a la realidad desigual e injusta impuesta por el capitalismo globalizado. En el caso de Venezuela, para los libelistas e "ideólogos" de la derecha vernácula e internacional, todo esto representa un colapso, cuyas manifestaciones se han reflejado, básicamente, en el deterioro del poder adquisitivo del pueblo venezolano y, por tanto, en una disminución de su nivel de consumo, lo que podría resolverse sólo acogiéndose a la política imperialista y capitalista de Estados Unidos, dando a todos la oportunidad de acceder a bienes y servicios que ahora se le harían difíciles de alcanzar. En medio de todo esto, de acuerdo al mensaje antichavista, no pareciera existir nada semejante a la actual guerra económica que el presidente Nicolás Maduro viene denunciando desde hace años, lo que no sería atribuible a quienes demandaron de Obama, Trump y, ahora, Biden sanciones económicas cada vez más endurecidas, así como el despliegue de tropas estadounidenses con que derrocarlo; siendo todo, en consecuencia, culpa de la mala gestión del gobierno. Frente a este escenario tocará emprender y asegurar el fortalecimiento socioproductivo de los sectores populares, sin que esto signifique acogerse a los preceptos capitalistas como único modo de superar la difícil transición en que se encuentra el país, lo cual demanda -como lo planteara Chávez Frías- desligarse del modelo económico rentista, basado en la explotación petrolera desde hace ya más de cien años, lo que ha impedido que no se concrete ningún propósito modernizador de la economía, aún bajo el signo del capitalismo.

En su artículo "¿Fracasó el modelo?", publicado en 2015, Antonio J. González Plessmann, Director de la Línea de Investigación sobre convivencia, derechos humanos y seguridad ciudadana de GIS XXI, hace un recuento sucinto de la historia reciente de Venezuela; según lo expresa "en la experiencia venezolana, que la derecha pretende hacer pasar como fracasada, se generó: a) el proceso de organización popular más importante de la historia nacional, con más de 40.000 consejos comunales (sin contar las múltiples otras formas de organización popular), que están reconfigurando el tejido social en los lugares de vida de los sectores excluidos; b) el proceso de emergencia de los sectores populares (invisibles en el fracasado modelo representativo liberal) como actores protagónicos del destino del país; c) la creación de una nueva cultura política, la "re-significación de la democracia… dándole gran importancia a la búsqueda de la inclusión, la equidad y a la participación ciudadana como mecanismo político privilegiado para garantizar esos fines" (según el estudio del opositor Centro Gumilla); d) la disminución radical de la pobreza, la pobreza crítica, la desigualdad, la desnutrición, el analfabetismo, el desempleo y la economía informal; e) el aumento del Índice de Desarrollo Humano, de la cobertura de la seguridad social, de la atención primaria en salud, de la escolarización (en todos los niveles), del acceso a viviendas, de la propiedad de las tierras rurales y urbanas y; e) el aumento de la independencia nacional de los centros políticos y económicos de poder y la creación de espacios de articulación del Sur Global". Continuando con lo expuesto por González Plessmann, "aunque tenemos enormes logros, es evidente que existe una crisis y que una parte importante de la tarea no se ha hecho: a) la Revolución no ha logrado desmontar el rentismo, que existe desde que el petróleo empezó a brotar de las venas de nuestra tierra y la burguesía consideró más rentable vivir del Estado que producir; b) las experiencias de producción social, no tienen peso significativo en la economía venezolana (algunas marchan bien, otras mal y otras francamente muy mal) y no hay debate público abierto que nos permita aprender colectivamente de lo que ahí funciona o no funciona, para avanzar en el socialismo productivo y, c) "una `nueva clase´ [creció] al amparo de la revolución, y…terminó siendo un obstáculo para liberarnos de las amarras de la economía rentista" (Reinaldo Iturriza). Es por estos déficits y no por no habernos entregado al mercado y sus dueños, que somos hoy vulnerables a la especulación, el acaparamiento, el contrabando, la corrupción y la fuga de divisas. Hay, por tanto, tareas pendientes para fortalecer y proteger nuestros logros". Hasta aquí pudieran tomarse en consideración ciertos elementos que podrían contribuir a darle un mayor contenido y un mayor sentido de compromiso al debate sobre la vigencia y la continuidad del proyecto de cambios iniciado por Hugo Chávez Frías, el cual pareciera sufrir de algunas fallas, especialmente de liderazgos sociales, que harían factible (en algún momento futuro) el triunfo de los sectores derechistas que se le oponen.

La complejidad del proceso de cambios iniciado por Chávez (sometido, por una parte, a presiones de todo tipo por parte del régimen de Washington y de sus aliados nacionales, mientras un segmento de funcionarios prevaricadores de distintos niveles se aprovecha de las ventajas derivadas de sus cargos para enriquecerse sin revelar el menor gesto de vergüenza ante propios y extraños) obliga a replantearse -a la luz de los diferentes acontecimientos suscitados en los últimos quince años- los objetivos políticos, económicos, sociales, culturales y geopolíticos que fueron perfilándolo. Algo que no debe limitarse a la celebración de una actividad partidista, sino que debe analizarse con la objetividad, el compromiso y la profundidad que estos merecen, de forma que la revolución socialista proclamada tenga asideros reales y sea trascendida gracias al protagonismo y la participación reales de los sectores populares organizados, sin cooptación alguna del Estado. Tampoco porque sea parte de una agenda electoral que, luego de logrado el objetivo, es desechada hasta la siguiente oportunidad, haciendo del pueblo un simple receptor de mensajes, pero nunca un hacedor autónomo de un nuevo orden civilizatorio que sería, al fin y al cabo, la meta hacia la cual dirigir todos los esfuerzos por hacer realidad la revolución socialista. La construcción de poder popular -raíz de todos los cambios revolucionarios- no tiene por qué subordinarse al interés egoísta de un dirigente o grupo que, en nombre del chavismo, ha tenido la suerte de acceder al poder. El gran dilema creado por las diferentes contradicciones que presenta el chavismo tendrá que ser resuelto, de un modo nuevo y definitivo, por las organizaciones populares que, de esa manera, harán uso de su soberanía, con todos los riesgos que ello supone, por el tipo de cultura política colonial que aun perdura en la mentalidad de la mayoría de los venezolanos y de las venezolanas; otra de las cosas que tendría que combatirse de forma creativa y constante, esta vez en el marco de la descolonización del pensamiento. De este modo, la correlación de fuerzas existente se inclinará hacia el bando revolucionario, originando una nueva clase de hegemonía, distinta a la burguesa-liberal que ha prevalecido en el país, sin mucho cambio, desde hace casi dos siglos.

En la concepción teórica revolucionaria de Ricardo Flores Magón, «el verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domesticado; pero no un revolucionario». Hasta ahora, la dirigencia chavista se ha contentado con el control ejercido sobre el poder, copando todas las instancias de gobierno y promoviendo leyes que estarían orientadas a la consolidación de una hegemonía revolucionaria y de un poder popular revolucionario y antiimperialista, de un cambio radical de los paradigmas económicos capitalistas y una nueva institucionalidad; renovándose cada cierto tiempo, dependiendo de cuál sea la coyuntura, estos mismos objetivos, sólo cambiados en su presentación. Este sería el eslabón principal del chavismo como movimiento y programa revolucionarios, al que hará falta inyectarle, para su propia sobrevivencia política, el dinamismo y la movilización de los sectores populares durante el primer período de gobierno de Chávez. Lo otro, de una importancia no menor, es lo referente al tipo de economía que requiere el país cuando todo el planeta está inmerso en las redes de un sistema capitalista neoliberal, de tendencias fascistoides o autoritarias, que no deja espacios a las esperanzas y las oportunidades de quienes se ubican en los últimos peldaños de la pirámide social; especialmente cuando casi todo el estamento político hace gala de su riqueza, contradiciéndose abiertamente, lo que sería motivo suficiente para llegar a un "consenso" con aquellos que ven amenazados sus patrimonios y estilos de vida al oir los discursos que reivindican un socialismo en apariencia arcaico, fallido e improcedente.



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Homar Garcés


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