Los maestros

Tengo plasmada en el inventario de mis días la sonrisa permanente de la maestra Zara en aquel salón de clases de tercer grado. Así como la sencillez para la explicación del secreto de los números de la maestra Carmita en cuarto grado, mi único año en el turno de la tarde en una Paraguaná árida, de permanente resolana. A nuestra memoria viene la maestra Mercedes que parecía vestirse con la bandera tricolor para hablarnos de Bolívar, Miranda, Sucre, Páez, José Leonardo Chirinos, Josefa Camejo y otros héroes de nuestra independencia. Puedo evocar la sonrisa y la bondad del maestro Polo, el primero en hablarnos de otro mundo, otra experiencia, en algo tan lejano y desconocido como era para nuestra edad, la Unión Soviética.

Tanta entrega para abrirnos al mundo que nos rodeaba, tanta paciencia para entender nuestra indiferencia ante muchas lecciones. Eso es lo que guardamos para siempre. Recordamos a aquel hombre alto, robusto, de franca sonrisa, el profesor Rondón, que en la Escuela Técnica Industrial Punto Fijo intercalada entre las clases de física su empeño en tener unos alumnos inconformes, rebeldes, ante el poder económico o el poder del Estado. El profesor Rondón era adeco, que gobernaba, pero eso no le impedía protestar contra lo que consideraba injusto.

Por eso no termino de entender porque en este país, donde transitamos por un proceso revolucionario, ante la pregunta de una periodista a un jefe del PSUV sobre el descontento de los docentes por la situación salarial, la respuesta es minimizar ese lógico disgusto, a un despectivo «eso es un grupito», obviando la razón del descontento. Me imagino a aquel profesor de física, embutido en estos tiempos, en su franela roja, molesto porque el primero de mayo del año pasado se le pidió que tuviese paciencia porque «más pronto que tarde vendrá un buen ajuste salarial». Al ser buen conocedor de números y de fórmulas, el profesor entiende que los tiempos no cuadran por mucho que el bloqueo o las sanciones perturben, por lo que presume que embaucado en su buena fe. Es que el más pronto ha sido tan largo que la paciencia se agota al no escuchar una palabrita de aliento del su dirigente.



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Pedro Salima


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