Crónicas cotidianas

No le dio tiempo

Marina se quedó de una pieza cuando vio a su hijo aparecer por el barrio caminando hacia su casa, aquella tarde del 30 de octubre. Traía en la espalda un morral grande y una maleta que cargaba un niño, quien era su sobrino ya de siete años, a quien había dejado de tres. Marina no podía salir del porche. Salían las lágrimas a chorro, pero las piernas son podían moverse. Cuatro años atrás, Ángelo le dijo que se marchaba a ver si encontraba posibilidades de hacer dinero en otro país, por lo que no le dio por aventurar mucho. Un amigo colombiano que había estado en Venezuela y trabajado junto con él, ya le tenía trabajo en una panadería en Medellín. Desde niño había trabajado escondido en una panadería ubicada en Ricardo Urriera. A los 13 ya era ayudante de panadero, aunque también se pegaba del pastelero para que le enseñara. Y aunque era muy bajito para el horno, el hornero le enseñaba el punto del pan, el tiempo de cocido, cuánto tiempo llevaba el pan dulce, cuánto el pan salado, cuando el bizcocho, cuánto las tostaditas, etc. El portugués se aprovechaba de su condición de menor y le pagaba mucho menos de lo que debía, pero Ángelo aceptaba todo porque su objetivo era ayudar a su mamá y guardar su plata para hacer su propio pan. Pero cuando cumplió 15, el hornero se fue de vacaciones y el portugués lo puso en el cargo, por lo que el pago fue mejor. Luego le hizo las vacaciones al ayudante de panadero, pero éste no regresó por lo que el portugués le dio el cargo.

Cuando tenía 17 ya la crisis estaba en pleno apogeo y las actividades de la panadería se redujeron a menos de la mitad. Era el 2018 y Ángelo, con sus ahorros, ya se había comprado un pequeño horno a gas de 12 bandejas, una burra que amasaba medio saco de harina y una cortadora para 50 panes que le había dado el portugués como parte de arreglo. Todo estaba guardado en la casa de su mamá Marina, una profesora recién jubilada de educación media, que había criado a tres hijos, dos hembras y un varón. Una era TSU en administración y la mayor se había graduado de abogado. Ambas vivían con su madre en uno de los barrios más peligrosos de Valencia, llamado La Bendición de Dios. Entre las dos tenían tres hijos. Ángelo también vivía allí, aunque no tenía hijos. No solo su madre la amaba, también sus hermanas y los sobrinos, cuando se parecía todos los días con las bolsas de pan y los ricos golfeados que tanto añoraban.

Marina cuenta que estaba dudoso de arrancar en la casa. "Con la economía en crisis, era casi imposible conseguir un saco de harina, ni azúcar, ni manteca. Y Jairo, lo llamó para decirle que le tenía trabajo allá en una cadena de panaderías en Medellín. Yo lo conozco, eran compañeros de trabajo. Jairo era es pastelero y hacía dos años que se había ido a Colombia. Ángelo nos dijo que mejor se iba y guardaba dinero para venir después a montar una panaderiíta en la parte atrás de la casa; porque su papá había hecho una especie de galpón antes de que el cáncer de sangre lo alcanzara y muriera en menos de seis. Todavía me acuerdo cuando me dijo que no quería morir, porque tenía bastante fuerza para ayudarnos y seguir creciendo. Al otro día murió. Año y medio después se fue Ángelo. Siempre me llamaba y a las hermanas. Allá se empató con otra venezolana que trabajaba en otra panadería de la cadena. Estaba muy enamorado, y se mudaron a un pequeño anexo cerca de una señora colombiana que había estado casada con un venezolano con quien tuvo seis hijos, pero que al morir él, en Venezuela, ella se fue a Colombia con dos hijas. Los otros se quedaron en Venezuela e hicieron su hogar. Año y medio después, ellos Ángelo y la novia se separaron".

Intencionalmente Ángelo desapareció de las llamadas durante tres semanas. Marina le escribió, pero él nunca respondió. Estaba preparando su regreso a Venezuela. Por eso Marina lloró y se le paralizaron los pies, cuando lo vio caminar con ese morral en la espalda y el sobrino, caminando al lado, casi arrastrando una maleta. "Era 18 de julio, y estaba por cumplir 22 años. Ese día hablamos toda la tarde y toda la noche. Les trajo regalo a las hermanas, a mi y a los sobrinos. Además, trajo cinco mil dólares acumulados en cuatro años de trabajo para montar su panadería. Marlene su hermana del medio, que sabía de administración, le dijo que ella tenía algo guardado y que lo ponía para que le diera un porcentaje. Él aceptó", contó Marina.

Al otro día, Ángelo fue a buscar a su amigo de la infancia, Augusto, que aún vivía en el barrio y que era un tremendo todero: albañil, plomero, carpintero, herrero, soldador. Entre los dos cerraron el pequeño galpón, le dieron seguridad, instalaron los equipos que estaban en perfecto estado, y con Augusto comenzaron a hacer pan en menos de un mes: francés, campesino, mano de gato y golfeados. Ya a las 6 se había vendido todo, y hacían un poquito para hornear en la mañana. "A veces en la tarde, yo era quien despachaba, mientras ellos empacaban. De 4 a 6 era un infierno, a lo que suman las llamadas de los vecinos. Se acababa todo casi de inmediato. A principios de noviembre, él y la hermana había hablado para alquilar un localcito en la avenida, porque querían crecer. Ya Ángelo tenía hablada una burra más grande y un horno a gasoil de 24 bandejas. Todavía tenían unos dólares guardados


 



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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