Fue el maestro Simón Rodríguez quien presentó el primer proyecto de una Escuela de Oficio al Cabildo caraqueño. Ella tenía por objeto, enseñar –académica y metodológicamente- a los venezolanos que no tenían derecho a ir a la escuela en tiempos de la colonia, un oficio que les permitiera crecer como personas de bien, con el que pudieran mantener a su familia. "No puede haber república sin republicanos" decía Rodríguez. Y él entendía que los republicanos no eran más que ciudadanos que tenían el deber de construir la ciudad en la que vivían, y hacer los aportes que fueran necesarios para que fuera creciendo. Esta Escuela de Oficio, formaría a los caraqueños en disciplinas como carpinteros, fabricantes de sillas de montar, herreros, panaderos, fabricantes de jabón, etc. Cabe destacar que el Cabildo rechazó el proyecto de Rodríguez.
Por cierto, en una de las últimas entrevistas que le hicieran al maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, como dos meses de entrevistas con el fin de publicar un libro sobre él, éste me confesó que tomó del proyecto de Rodríguez la idea para crear el Instituto Nacional de Cooperación Educativa Socialista (INCES) que jugó un papel determinante en el país desde 1960 hasta el 2000, cuando comenzó una caída en picada que no se ha podido detener. Hoy es una entelequia. Y por cierto, el maestro Prieto, que es uno de los más avanzados teóricos en materia docente, nunca ha sido reivindicado por el gobierno. Debió escribir unos 20 libros, incluyendo poemarios, que todo educador ha debido leer. Creo que "las Magia de los libros" es una de las obras más hermosas que yo haya leído, junto con "Platero y yo" de Juan Ramón Jiménez, ah y "El Principito" de Antoine de Saint Exupéry. Pero obras como "El Estado docente" y "El Maestro como líder" deberían estar en la biblioteca de todo educador. Por qué el maestro Prieto Figueroa no ha sido reivindicado en este proceso político, es algo totalmente inentendible.
Volviendo al tema de la ciudad, se hace necesario retomar el encauzamiento del ciudadano para comprometerse con hacer de su lar, un lugar para vivir. Este debe trascender esa cotidianidad de ir al trabajo y regresar a su casa a bañarse (si tiene agua) acostarse a dormir y levantarse en la mañana para repetir el día anterior. Y los fines de semana, volver a las esquinas de las cervezas, de los bodegones cuyos propietarios venden mucho y se enriquecen más, pero le aportan poco a la vida y a la ciudadanía. Quienes viven en una ciudad, deben sentirse comprometidos con el crecimiento de esa ciudad, deben sentir que si bien tienen derechos, también tienen deberes. Y que todo lo que ocurra en esa ciudad, es una responsabilidad que le atañe. Ese es el secreto del crecimiento. Y ese es el objetivo de esta nueva columna.