Las 6 de la tarde es, en lo que llaman Plaza de Toros, que en realidad son varios puntos, en donde se mueven unas 200.000 personas, misma cantidad que converge a las 6 de la mañana, para partir de allí a sus sitios de trabajo y sus diligencias, más las clases. Muchas personas bajan del metro o van a tomar el metro. Es el mayor sitio de concentración humana en todo Carabobo. Transporte y personas se confunden en un ir y venir a todos lados, en busca de la buseta o el autobús, o el mototaxi que lo llevará a uno de los 327 barrios que tiene la parroquia Miguel Peña de Valencia. Es un conglomerado gigantesco, de personas que corren para tomar su transporte, en el último rasgo de cansancio del día para llegar a su casa, tomar un baño y acostarse a descansar. También están los muchos que simplemente no tienen a dónde ir, y simplemente exponen sus miserias y un grito de auxilio que les dé los bolívares para comprar el último pan del día y correr a su puesto debajo del puente, o en algún rincón de un abandonado centro comercial, o debajo de la escalera de algún edifico semiabandonado, en donde ya tenía escondido su cartón, y tal vez un pedazo de trapo que lo cubrirá cuando el frío apriete en horas de la madrugada. Entre cinco de la tarde y nueve de la noche, es como si transcurriera un día entero, tanta gente para un lado y otro caminando, corriendo, o haciendo la última compra para llegar a la casa. La delincuencia parece poca, y los policías también. Rara vez ocurre algo, más allá del algún encontronazo entre dos que resolvieron el problema a puño limpio. Pero no pasa de allí. Pareciera como un acuerdo tácito, o en realidad, la gente está tan cansada que no tiene ánimos de otra cosa que no sea llegar a su casa.
Justo cuando me bajaba del autobús, para montarme en otro, veo el tumulto más allá y la gente que corría. Uno nunca pierde la curiosidad periodística, un (entrépito letrado) decía una amiga que era yo. Cuando llego, había mujeres llorando y gente lamentándose, todos decían cualquier cosa. De algún lado habían traído un pedazo de tela y se lo había puesto encima, solo se alcanzaba a ver el charco de sangre que se colaba por el asfalto y los pies con unos zapatos tenis que aseguraban que la víctima era al menos un adolescente. Junto al cadáver, un hombre gordo, fornido y sudoroso, sostenía un bolso que asomaba lo que parecía el dinero del día, pero no paraba de llorar como un niño. Sin vergüenza, apenas secaba los mocos con la manga de la camisa. Comentarios iban y venían, pero aún yo no atinaba a escuchar algo que me diera pista de qué pasó. Momento justo en que llegaba la policía y un hermano del muchacho.
Él comenzó a hablar. Dijo que su mamá le había permitido trabajar de colector para que reuniera su plata para los zapatos y el uniforme del liceo, "porque mi mamá y yo trabajamos pero ganamos poquito, pagamos el alquiler del rancho y la comida. Pero mi mamá siempre estaba pendiente de él y de que comiera y tuviera su ropa limpia. Le guardaba su comida, porque venía en la noche como a las 8 y le contaba a mi mamá todo lo que había pasado en el día".
.- Dónde viven ustedes. Preguntó uno de los policías
.- En José Leonardo (Chirinos)
.- Y cuántos hermanos son ustedes
.- Nosotros dos y mi mamá
.- Y no tienen papá
.- Lo mataron el año pasado, venía del trabajo como a las 12 de la noche y le metieron dos puñaladas.
En eso llegó la ambulancia, se bajaron los paramédicos, le quitaron el paño, lo montaron en una de esas tablas de plástico, lo montaron y se lo llevaron.
Era asombroso ver al chofer inconsolable, no paraba de llorar. "Cálmese maestro", le dijo el policía. "Tan educado, tan simpático, siempre hacía chistes y se reía con la gente. Hablaba de su mamá como si hablaba de Dios, dice que lo iba a inscribir en tercer año. Yo siempre tenía cuidado con él y le decía que no se quedara guindando en la puerta, porque era delgadito. También era pilas y estaba pendiente de todo. Yo no sé qué hacer", pero no paraba de llorar.
En ese momento se acercó una mujer (la solidaridad venezolana) con un vasito de agua con azúcar, "tome señor para que se calme, aquí tengo un Ibuprofeno para que se lo tome. Ya cálmese que Dios no lo está juzgando. Creo que aquí todos estamos muy tristes con lo que le ocurrió a ese niño, pero solo podemos encomendarnos al señor". El hombre se tomó el agua y la pastilla y se secó las lágrimas. "Ojalá y Dios me ayude -dijo él- ese niño muerto, la camioneta va detenida, tengo que pagar el alquiler, ayudar a la mamá de Sergio, y llevar comida para mi familia. Por Qué pasan estas cosas".
Ya eran las 7 de la noche, aunque aún no oscurecía del todo. El tumulto comenzó a desvanecerse. "Pinga chamo, yo voy para El Paito, y si no me voy ahora, me tengo que quedar a dormir por ahí, no sé dónde", le explicaba alguien a alguien, pues solo se escuchaba el comentario. "También me tengo que ir", dijo otro. Y así, la gente comenzó a coger camino para terminar de llegar a su casa. Debieron registrar el incidente como un hecho más de la cotidianidad de la sociedad. El chofer se había calmado un poco y hablaba con el hermano y dos policías. Fue un día en que se había roto el todos los días de la gente de Plaza de Toros, por un accidente, por la muerte de un muchacho que deja vacío un cupo para tercer año, para otro que lo quiera ocupar. Todos llevan una anécdota nueva que contar en sus casas, y hasta para contar al día siguiente. Por ningún lado estaba un diputado, o un concejal, o algún funcionario del gobierno que se acercara a preguntar al hermano si podía ayudarlo con el velorio y el entierro. Como siempre ocurre, y con toda seguridad, ese dinero saldrá de la colecta de los vecinos.