Apenas eran las 9a.m. cuando sube al autobús con una corneta de esas a las que le introducen un pendrive. Metió una clavija al otro lado de la corneta y conectó un pequeño micrófono. Debía tener unos 22, zapatos tenis, pantalón jeans limpio y planchado, franela azul limpia, afeitado y peinado.
"Buenos días mi gente, sí. Mi nombre es Mauro. Tengo un papá colombiano y una mamá venezolana, jaja, y dos hermanitas pequeñas. Soy rapero y aprendí a hacer creaciones con ayuda de mi hermanita que ya tiene 15, pero es muy pilas y le gusta tocar el cuatro y la flauta. A veces la traigo conmigo, pero no me gusta, porque ella es muy linda y si yo no he podido entrar a la universidad, estoy ayudando a mis padres con los gastos de la casa. Yo escribo rap y tengo mucho oído, me encanta la música y espero que a ustedes también".
De inmediato prendió el aparto y salió un fondo musical. "Aquí les traigo para los que quieran oír/ que mis letras son de moda/ y no las puedo dejar ir. Yo soy un rapero que amo a mi país/ no importa lo que digan/ yo no me quiero ir/ la papa está difícil/ y el trabajo no está fácil/ los precios por las nubes/ y no tengo para el taxi…".
Mientras cantaba, la gente subía y bajaba. Algunos llevaban un bolívar en la mano y se lo metían al bolsillo. Él sonreía, pero sin detenerse en su canto. Ya íbamos por la avenida Bolívar de La Isabelica. Dos chicas como de su edad, se montaron y se pusieron el lado. Vestían como él: Tenis, pantalones de Kaki, colitas en el pelo, maquillada a lo sicodélico de los 60. En lo que terminó su rap, una de ellas tenía un paquete de turrones de maní, que en nada se parecen a los que vendían en mis tiempos de niño y la otra tenía una cajita llena de caramelos. "Oye mi gente, ve. Aquí tienes tus turrones de maní, ya sabes que el maní es bueno para el cerebro, es un alimento superpotende, porque tienes grasas, oligoelementos, azucares, minerales. Y aquí están tus caramelos -gritó la otra chica- los que cuestan tres bolívares, aquí los tienes tres por un bolívar, ve". Terminó la promoción y comenzó el reparto asiento por asiento. Unos compran, otros no. Se dieron besos con el rapero, y estuvieron conversando cuando llegábamos a la avenida La Feria. "Marico casi tengo la plata para entrar a la universidad, aunque mi papá insiste en que me inscriba en la Bolivariana, pero esos títulos no los reconoce nadie. Gretsy, pero tú vas a entrar a un tecnológico, verdad. Si chamos. Sin plata y meterse en una universidad es un tiempo perdido. No puedo entrar y tenerme que salir después porque no hay billete. Y mis viejos, pobrecitos, ya no pueden más. Voy a comenzar a estudiar un TSU en administración, y después de repente tenga para mostrar un negocito de algo. Alonso mi novio dice que podemos vender tortas mientras hacemos esto en la calle".
Nos bajamos en la misma esquina al final de la avenida La Feria. Allí se encontraron con otros chamos, que, al parecer, hacían lo mismo, todos muy jóvenes, con apariencia de clase media devaluada sin capacidad para viajar, buscando la forma de resurgir. Había como 15 y es posible que vivieran en sitios cercanos uno del otro. Se reían, conversaban y se preparaban para montarse de nuevo a los buses. Había como seis chicas y 9 o 10 chicos, unos tenían tapabocas, otros caramelos, otros condimentos. Emprenderían de nuevo el viaje. Lo harán hasta las 4 o 5 de la tarde. Continuarán reuniendo, a ver si en algún momento tengan suficiente para seguir adelante.