Se subió al autobús en la parada de Hiperlider, con ropa que alguna fue de marca, con algunos zurcidos y limpia, signo de que alguien se ocupaba de él. Tenía un Cuatro de color negro en las manos, de unos 34 años y quizás 1.85 metros, miraba a los lados como nervioso, pero sin mucho rubor y con poca disponibilidad, como sin ganas, saluda a todos.
"Buenos días a todos. Dios los bendiga. Me llamo Alfonso y sufro de esquizofrenia y los médicos dicen que, si no tomo estos medicamentos regularmente (muestra una caja vacía de Fluoxetina y otra de Rivotril), me dan ataques. Yo solo siento que me voy poniendo raro y a veces me pongo violento, pero creo que no es verdad, porque yo amo a las personas y Dios me ayuda a que no les haga daño. Por eso les pido a ustedes que me ayuden con algo para poderlos comprar. Antes el Seguro Social se los daba a mi mamá, pero desde hace un tiempo para acá, yo no sé qué pasó, y por eso necesito que me ayuden", su larga perorata -de obvio paciente mental- se extiende hasta que llegamos a Paseo las Industrias, donde comienza a bajarse la gente. Algunos le dan dinero y siguen su camino. "Pero a mi no gustan que me den gratis las cosas, y les voy a cantar una canción". Mientras el autobús dobla hacia La Isabelica, él comienza a tocar el cuatro, sin dejar de mirar a un lado y a otro, su expresión en el rostro era de quien no sabe exactamente qué hace. … "Es que yo la quiero tanto/ Y ella se hace querer/ Como el viento y la montaña/ Cuando quiere amanecer/ Ay no me pidan que la olvide/ Porque no la olvidaré/ Nada más la quiero a ella/ Sin ella me moriré" … al concluir la canción, cierra con un "tan/tan", y sorpresivamente recibió un montón de aplausos, y su emoción fue de tal magnitud que solo alcanzó a decir. "Cómo les gusto, les voy a hacer este regalo. Otra canción", y de inmediato arranca a rasgar ese cuatro, exactamente en el mismo tono que la anterior, sin dejar de mirar a los lados. "Alza la frente mujer/ No he venido a reprocharte/ sabiendo que soy tu amigo/ No deberías molestarte/ Tanto amor y es para ti/ Vuelve y sonríe como antes/ Dime si alguna pena/ Qué hago para olvidarte". Parada, gritaba la gente, subían y bajaban. Yo pensaba en cuántos había dejado bajar sin pedirle nada. La gente lo miraba, pero nadie hacia mofa, solo lo veían cantar muy mal y tocar peor, aunque nadie lo mandaba a callar. Quizás en la expresión del rostro, todos adivinaban que no estaba bien. Al escuchar de nuevo "tan/tan", adivinamos que había terminado. Los aplausos fueron menos y el autobús estaba llegando al elevado de la avenida Las Ferias. La gente comenzó a bajarse y todos le daban billetes de 1 y de 500 bolívares. Los fue recogiendo. El chofer lo miraba sonreído y le regaló un billete de 5. Miró con desgano. Se bajó de último. Ni siquiera dio las gracias. Allí en la acera, comenzó a ordenar los billetes. Había una mezcla de sonrisa y de paz. Con el Cuatro bajo las axilas y el paquete de billetes en la mano, miraba a todos lados como, quizás buscando una farmacia. Los dobló todos y los metió al bolsillo. Debió sentir que había cumplido su misión. Debió pensar que acababa de incursionar en el canto. Debió creer que era un excelente cuatrista. Debió desear que, quizás tomando sus pastillas regularmente, se curaría. Sus médicos no le advirtieron que nunca sanaría, tampoco le contaron que, en un ataque tal vez rompa su cuatro y no tenga otro para seguir tocando mal, para seguir ganando los mendrugos que le alcancen para comprar su Rivotril. Y que seguro Reinaldo Armas, nunca se enterará de que un cantante esquizofrénico canta muy mal sus canciones… con la mayor de las inocencias.