Auditórium

El granjero que alimentaba a sus cochinos con la carne de sus víctimas

Moraleja: El curioso origen de la frase: «Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia» Es bastante probable que se esté familiarizado con el hecho macabro de un cadáver comido por unos cochinos: noticia cruel y atroz de este julio 2022 venezolano: «Los personajes y hechos retratados en este articulo, pudieran ser completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia«. Muy utilizada en el séptimo arte, al final se trata de una expresión que hemos adoptado coloquialmente en nuestro día a día, aunque, eso sí, en su versión más corta: «Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia«. Como se sabe, como curioso que somos, nos encanta buscar el origen de todas estas expresiones. Así pues, cuando nos topamos con la respuesta, no pudimos evitar hacernos eco de ella. Fin de la moraleja.

La cara del mal el ‘descuartizador de Vancouver’ se jactó de haber asesinado y triturado a 49 mujeres en su granja

Robert Pickton, el granjero que alimentaba a sus cerdos con la carne de sus víctimas. La heroína había llevado a Mona, una aborigen de la reserva de Alberta, a las calles del barrio rojo de Vancouver. Allí, la joven ejercía el denominado como "sexo de supervivencia". Es decir, vendía su cuerpo para mantener su adicción a las drogas y pagar las facturas. Uno de sus clientes se aprovechó de esa situación de vulnerabilidad para conseguir llevarla a su granja donde supuestamente había montado una fiesta con todo tipo de estupefacientes. Pero al llegar, Mona se encontró con la muerte.

Aquel granjero y criador de cerdos, educado y de apariencia tranquila, la violó con brutalidad para después estrangularla. Una vez muerta, descuartizó el cuerpo, lo trituró con una máquina de carne y utilizó los restos hechos picadillo para alimentar a los cochinos. Robert Pickton, el ‘descuartizador de Vancouver’, acababa de cobrarse su víctima número cuarenta y nueve. En la granja de los horrores-. Robert Pickton, al que cariñosamente le llamaban "Willie", nació el 24 de octubre de 1949 en la localidad canadiense de Port Coquitlam, en la Columbia Británica, a unos treinta kilómetros al este de Vancouver. Procedente de una familia cuyas últimas tres generaciones se habían dedicado a la crianza de cerdos, el pequeño junto con sus hermanos Linda y David sufrieron el abuso y la violencia por parte de sus padres, Leonard y Louis.

Poco se sabe de la infancia de Robert hasta la muerte de sus progenitores en 1978. A partir de entonces, el mediano de los Pickton se hizo cargo de la granja de cerdos y de las tierras de la propiedad ante la indiferencia de sus hermanos, que decidieron desentenderse del negocio familiar.

Durante las siguientes dos décadas el granjero utilizó sus terrenos de más de seis mil metros cuadrados como criadero de cerdos, cementerio de chatarra y vehículos fuera de servicio y vivienda habitual.

Aunque la atracción de aquel lugar siempre fue ‘The Piggy Palace’, uno de los inmuebles que formaban parte del rancho donde Robert organizaba raves salvajes al margen de la ley con alcohol, drogas, trabajadoras sexuales y bandas de moteros. En más de una ocasión, el granjero llegó a reunir a cerca de dos mil personas en esta sala de fiestas ilegal. De puertas para fuera, el anfitrión se mostraba reservado, aunque amistoso, tranquilo y muy educado. En definitiva, un "pequeño bastardo de buen carácter", llegó a decir uno de sus antiguos vecinos. Y, pese a las bromas macabras que solía hacer a sus amigos (les invitaba a utilizar su picadora de carne si alguna vez necesitaban deshacerse de un cuerpo), lo cierto es que nadie sospechó jamás de su otra faceta. La de asesino en serie.

A lo largo de su carrera criminal, que se prolongó de 1978 a 2002, Robert utilizó el distrito Downtown Eastside, el llamado barrio rojo de Vancouver donde se daban cita prostitutas, proxenetas y adictos a la heroína, como el centro neurálgico donde captar futuras víctimas. Se trataba de mujeres jóvenes y politoxicómanas, de entre 19 y 46 años, sin lazos familiares y con problemas legales, cuya única salida era mantener relaciones sexuales a cambio de unos pocos dólares. El granjero se aprovechó de aquellas debilidades para atraerlas hasta su finca. Una vez allí, el afable criador de cerdos iniciaba su particular matanza.

La metodología empleada en cada asesinato era muy dispar dependiendo de la víctima escogida: a algunas las estranguló con un trozo de alambre, a otras las apuñaló decenas de veces en todo el cuerpo, e incluso, mató a varias de ellas de un disparo en la cabeza. Su modus operandi estaba precedido de una brutal agresión sexual, en la que golpeaba y vejaba con diversos objetos sexuales a las mujeres.

Una vez muertas y con el fin de deshacerse de las víctimas rápida y fácilmente, procedía a descuartizar los cuerpos e introducía sus restos en una picadora de carne, que normalmente solía usar una vez sacrificados los cerdos. Para terminar, el asesino empleaba el picadillo humano como alimento para estos animales. De las 65 mujeres desaparecidas, la policía tan solo pudo encontrar pruebas y evidencias sobre seis de ellas.

El barrio rojo- Hasta 1997, una veintena de mujeres, trabajadoras sexuales de Downtown Eastside, desaparecieron sin dejar rastro sin que las autoridades abrieran investigación alguna, pese al esfuerzo de familiares y amigos por encontrarlas. Estos casos, denunciados en su mayoría, fueron ignorados ante la ausencia de cadáveres y, principalmente también por el prejuicio policial hacia unas mujeres con antecedentes de adicciones y falta de arraigo.

La prueba de ello fue cuando una superviviente del denominado ‘Destripador de Vancouver’ logró escapar de una muerte segura, pedir ayuda y denunciar a su agresor por intento de asesinato. Sin embargo, tras la detención e interrogatorio de Robert, los agentes dieron por válida la versión del granjero y lo dejaron en libertad, aun cuando las lesiones que presentaba la mujer eran evidentes. El testimonio de la meretriz no le resultó convincente a causa de su dependencia a la heroína y los cargos contra Robert fueron desestimados por falta de pruebas.

Finalmente, la policía se puso manos a la obra tras la queja y el empeño de un grupo de aborígenes de Alberta, que querían esclarecer las desapariciones de varios miembros de su comunidad. La investigación oficial se inició en septiembre de 1998, pero los siguientes cuatro años fueron infructuosos por la falta de pruebas y de cooperación de los proxenetas del barrio rojo, que no aportaron datos veraces sobre los posibles responsables.

Mientras tanto, el asesino en serie seguía raptando y asesinando impunemente a mujeres sin que sus cuerpos fueran hallados.

El 5 de febrero de 2002 una orden de registro rutinaria por un delito de tenencia ilícita de armas llevó a la caza de Robert Pickton. Aquella mañana, la policía llegó a la granja del destripador con un requerimiento para inspeccionar la propiedad. No tardaron en encontrar armamento ilegal, así que procedieron a la detención del dueño y a precintar la zona.

En el primer registro, los investigadores incautaron municiones de una pistola magnum calibre 357, gafas de visión nocturna, esposas y una jeringa junto a un frasco que decía "afrodisiaco de mosca española", además de un inhalador para el asma con el nombre de Sereena Abotsway, una de las desaparecidas. Horas después, Robert quedó en libertad, aunque bajo vigilancia policial: aún no habían cotejado el nombre que aparecía en el citado frasco. Pero una vez obtenido el resultado, la Policía Montada de Canadá regresó a la granja y arrestó a Robert Pickton por el asesinato en primer grado de dos mujeres: Sereena Abotsway y Mona Wilson.

Una nueva inspección, esta vez más rigurosa y que entrañó la excavación de los terrenos de la finca con arqueólogos especializados durante más de un año, reveló un macabro hallazgo: dos grandes congeladores cubiertos con maquinaria pesada, en cuyo interior había bolsas de plástico que contenían dos cabezas de mujer cortadas verticalmente, así como restos de varios pies, manos y mandíbulas parciales. "No hay cuerpos completos", se llegó a publicar en The New York Times.

En la caravana ubicada en la granja, también se encontraron: dientes, documentos de identidad de varias mujeres, ropa, zapatos y efectos personales como, por ejemplo, una estampita perteneciente a Lori Ellis y una bolsa manchada de sangre de Sereena Abotsway. Además, una pistola del calibre 22 contenía los restos de ADN de Mona, y junto a esta, había munición, unas esposas, cuchillos, agujas hipodérmicas y juguetes sexuales.

Hasta el día del juicio, que se celebró en enero de 2007, las autoridades llegaron a acusar a Robert Pickton de veintiséis cargos por asesinato en primer grado, aunque finalmente solo pudieron demostrar los homicidios de seis personas: Mona Wilson, Sereena Abotsway, Marnie Frey, Brenda Wolfe, Andrea Joesbury y Georgina Papin.

De nada sirvió que el acusado se jactase de haber asesinado a 49 mujeres delante de un policía de paisano que lo acompañaba en el calabozo. Durante su charla con el agente camuflado, Robert, aparte de confesar todos los asesinatos, se lamentó de no haber llegado a la cifra "redonda" de cincuenta. "¿Cinco, cero, cincuenta?", le preguntó el policía de incógnito. A lo que el granjero le respondió: "La cifra exacta, el gran cinco cero".

El juicio contra el ‘Carnicero’, como le apodaron los investigadores, empezó el 30 de enero de 2007 en la Corte Suprema de New Westminster, prácticamente cinco años después de su detención. El primer día de la vista oral, el juez James Williams advirtió de la dureza del proceso, no solo por la duración (se prolongó casi un año) sino sobre todo por la crudeza de las pruebas recabadas y de la crueldad de los testimonios, especialmente el del acusado. Algunos de los casi 300 periodistas que cubrieron el juicio necesitaron ayuda psicológica inclusive. "La muerte de esas seis mujeres es la obra de un solo hombre: el acusado Robert William Pickton", afirmó el fiscal Geoff Baragar. E insistió en que "la magnitud y la depravación de las circunstancias" eran "únicas". En especial porque "no hay evidencia de remordimiento" por parte del acusado.

Impasible Pickton se declaró inocente al inicio del litigio y permaneció impasible ante la ristra de testimonios y declaraciones que se escucharon en el estrado, donde le describieron como un asesino en serie. Entre tanto, el granjero se dedicó a garabatear y a tomar apuntes en un cuaderno azul.

En diciembre de 2007 y tras una semana de deliberaciones, los miembros del jurado encontraron al acusado culpable de seis cargos de asesinato en segundo grado, y no en primer grado como pedía la fiscalía. Según las leyes canadienses, el preso era condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional antes de 25 años.

Durante la lectura del veredicto se vivieron dos escenas contrapuestas: el granjero bajó la cabeza, tal y como había hecho durante todo el proceso, y continuó sin mostrar emoción alguna, en tanto que los familiares de las víctimas celebraron la decisión. La sala se convirtió en una amalgama de lágrimas, gritos y vítores.

Por su parte, el magistrado tuvo varias palabras para el condenado, cuya conducta calificó de "homicida y reiterada". Y, aunque "no puedo conocer los detalles" de dichos crímenes, "sé esto: lo que les sucedió a esas mujeres fue absurdo y despreciable". Incluso llegó a recriminarle: "Sr. Pickton, realmente no hay nada que pueda decir para expresar la repulsión que siente la comunidad por estos asesinatos". Al fin y al cabo, se aprovechó de su "extrema vulnerabilidad", con "vidas conflictivas y abuso de sustancias", que "vendían sus cuerpos a extraños para sobrevivir", para perpetrar la peor de las barbaries.

Fuente: Mónica G. Álvarez, La Vanguardia.



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Edgar Perdomo Arzola

Analista de políticas públicas.

 Percasita11@yahoo.es      @percasita

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