Crónicas cotidianas

Creo que mi mamá lo estaba llamando

Eusebio se paraba todos los días a las seis de la mañana a meterle mano al Fiesta que había comprado. Tenía algo malo en la caja y había que reconstruirle el tren delantero, por lo que su dueño original, quien además era su amigo, no lo pudo reparar y se lo vendió a Eusebio, por 250 dólares. Desde entonces se le llenaron los ojos de vida, la que había perdido luego de la muerte de Carmen, su esposa y compañera por 40 años, quien había muerto de cáncer. "Eso lo hundió en la depresión porque nosotros no recordamos un día que esos seres estuvieran separados. En cinco años he tenido dos maridos y ninguno ha servido para un coño. Y en verdad que creo que nosotras con casamos esperando encontrar un tipo como mi papá, que tenía todos los detalles del mundo para mi mamá. Tres días antes de su cumpleaños nos preguntaba qué le íbamos a hacer a mamá", me cuenta Marlene, quien se acerca a los 40 y tiene tres hijos. Sus otras dos hermanas también están divorciadas. Solo el varón se mantiene arrejuntado con su mujer desde hace cuatro años, con quien tiene dos hijos. Las tres viven en esa enorme casa, junto a siete muchachos, que Eusebio construyó junto a su mujer 35 años atrás en Las Parcelas del Socorro, con dos pisos y un patio enorme y sendas matas de mango y mamón, además de una de guanábana.

Cuando los hijos vieron su ilusión por el carrito, le fueron dando dinero para que comprara los repuestos y reparara la caja y el tren delantero. Era lo que hacía todas las mañanas, religiosamente, pararse a mirar su carrito. "Muchacho, me daba dolor y alegría al mismo tiempo, pararme a hacer arepas para los muchachos y verlo ya en el estacionamiento metiéndole mano a su carrito. Le hacía una arepa con queso o perico y una taza de café. Se sentaba con los nietos, comía, se jugaba con ellos y regresaba corriendo al carro. Allí estaba hasta el mediodía que almorzaba, se sentaba, hablaba un rato con nosotras, tomaba café y volvía al carro hasta las seis de la tarde. Y lo dejaba no porque estaba cansado, sino porque ya no veía. Así estuvo como dos meses, hasta que un día, con un vecino de toda la vida que sabía mecánica, se vino, hicieron ajustes, y muchacho, el carro prendió. Él levantaba las manos y se reía, parecía un niño, nos miraba y se reía. Como será que fue al baño y no se dio cuenta y se orinó en los pantalones porque se subió el cierre antes de terminar, jajaja, pobrecito mi papá".

Por recomendaciones del vecino, Eusebio probó el carro una semana, primero en los alrededores de la comunidad que es gigantesca, después hacia el Mercado de Mayoristas; y luego hacia Tocuyito. Llevaba a las hijas a hacer diligencias. La hija menor también tenía un Spark y entre los dos carros, metían ese montón de muchachos a los carros y los sábados los llevaban al Parque Recreacional Sur a comer perros calientes y helados. "Hasta fuimos a un río por Tinaquillo y otro día para una hacienda donde hay piscina", narra Marlene.

Dos meses después de haberlo reparado, Eusebio era taxista, llevaba mercado a la casa, compraba pan, carne y hasta le llevaba a los nietos y a las muchachas, como él llamaba a las hijas, fruto de su trabajo como taxista, casi siempre en el mayorista, donde tenía incluso algunos clientes regulares.

Una mañana, estando dentro del mercado, dos hombres, dentro del mercado, lo contrataron para que los llevara para un asentamiento campesino que está después de Tocuyito, oculto en las montañas. "Mi papá nos cuenta que ni siquiera llegaron hasta allá, sino que, cuando se metieron por un camino de tierra en el desvío, lo encañonaron, lo hicieron parar y le quitaron el carro. No le quitaron la plata. Muchacho, de ese monte caminó mi pobre papá por esa trilla, hasta llegar a Tocuyito. Allá se lo encontró un vecino y se lo trajo. Como lloró, callaíto, para que no supiéramos. Se sentaba en un mueble en el porche y ahí pasaba horas. Un amigo de la policía nos dijo que seguro ya lo habían picado. Volvió a caer en la depresión. Hicimos de todo. Lo quisimos llevar para Guarenas para casa de un hermano de mi mamá, y se relajara, pero se negó hasta que le dio un ACV. Murió hace 15 días. Suerte que viniste para acá, porque no nos hubiéramos encontrado. Maritza lo llora como si se murió ayer. Yo no podía creer que se muriera de tristeza. En verdad, creo que mi mamá lo estaba llamando".

 



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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