Al final, y después de hablar con varios valencianos, de la ciudad de los setenta para acá, ninguno me supo decir el nombre de Popeye, aquel personaje del folclore de la ciudad que todo el que bebiera en el Mayantigo, o comiera arepas en el Arepazo Criollo, o cualquier centro de la nocturnidad de la Valencia de entonces, conoció.
Lo conocí una vez, recién llegado a Valencia a mitad de los 90, en busca de mejores horizontes, en una noche de cervezas con varios amigos por algunos bares de la avenida Bolívar, que siempre terminaban en un sancocho de gallina, de mi preferencia en El Arepazo Criollo, justo el momento en que alguien del grupo me recordaba la famosa paella de La Pilarica. Y no importaba llegar a las 2 de la mañana a comerse una rica arepa de Reina Pepeada, o una de Dominó, pues sabía, que allí mismo, a dos pasos, en toda la Cedeño, estaba el popular Popeye, con su larga camioneta azul, creo que modificada, esperando para llevarlo a uno, en realidad a casi cualquier sitio, aunque regularmente era vía Naguanagua.
Por supuesto que no era el único personaje de las noches valencianas. Me contaron de muchos en la Valencia de los 50 y 60, incluyendo algunas mujeres de la vida alegre, que se hicieron tan famosas que recibieron sobrenombres o apodos: Mamacita, Condón roto, Cuca de Hierro (por lo fría), Culito Rojo, Cabriales, San Blas. Pero de los 70 para acá, había un personaje muy querido. Era señora a la que conocí, ya muy avanzada en edad, que vivía en una pensión en el centro. "Vino del llano por el año 60 y siempre fue cabaretera, pero era inteligente y leía. En sus buenos tiempos, era bella y estaba muy buena, trabajaba en un cabaret que estaba en la Cedeño. Se murió solita en esa habitación. Tenía como 90 años. No tuvo hijos y los vecinos la cuidaban", me narró Aurelio en medio de cuentos de anécdotas de la Valencia de entonces. Wilmer Pérez me dijo que trabajaba en un club nocturno que se llamó César Show, amenizado por César Montero.
Pero yo llegué a mitad de los 90 y quedaba bastante de esa nocturnidad valenciana, incluyendo a Popeye y su camioneta azul. Aún se caminaba mucho por las noches. Yo llegué a conocer areperas de 24 horas, a pesar de la delincuencia que ya comenzaba a atemorizar a la gente. Y aún era muy común entrar a algún sitio, siempre en la Bolívar, de la avenida Cedeño hacia Naguanagua (la Cedeño fue hecha intencionalmente así para dividir el norte del sur de la ciudad, no olviden eso) pedir cerveza, escuchar música, o a algún loco trovador con una vieja guitarra, cantando cualquier cosa. Y nunca nos preocupamos por el transporte, porque, aunque en el 96, comenzaban a desaparecer el transporte de madrugada, aún Popeye y su vieja camioneta azul, estaba disponible para llevarlo a uno. Wilmer Pérez me cuenta que vivía en Valle Verde. Pero yo recuerdo haber subido a esa camioneta y estar llena de borrachos y estudiantes de la nocturnidad valenciana.
En una oportunidad que me eché unas cervezas con un amigo por un sitio que quedaba cerca de la bomba Santa Ana, debía ser como la una de la mañana. Mi amigo agarró un taxi hacia San Diego y yo me quedé solo. Sorpresa que venía la camioneta de Popeye, que era inconfundible. Estaba conversando con una pasajera y me subí para sentarme y quedarme escuchando. Ya él contaba de la vieja Valencia de los 70, y me parece que debía tener ya un poco más de 70, pero aún entero y jovial. La mujer se bajó por la torre Banaven, pero yo estaba sumido en los cuentos de Popeye, así que seguí de largo hasta que llegó a la Cedeño. Allí siguió narrando en espera de pasajeros hasta que hubo unos seis, cuando volvió a arrancar rumbo a Naguanagua y me dejó en el puente de El Trigal, para yo caminar hacia mi casa.
Más nunca lo volví a ver y más nunca regresé a la nocturnidad de Valencia, porque ya comenzaba a apoderarse el miedo de los valencianos. La delincuencia comenzaba a masificarse. Las anécdotas de atracos se escuchaban con más frecuencia.
La semana pasada veo por las redes la noticia de su muerte. Nadie me supo decir con precisión, pero todo coincidimos en que debía tener más de 90 y seguramente había dejado de manejar. Popeye fue un símbolo de esa Valencia que murió. Ahora andar por Valencia de noche, es una temeridad, porque, además, parece un cementerio. Los que vivieron esa Valencia deben extrañarla. Creo que, hasta La Guairita, que hoy podría llamarse "El último refugio", está cerrada, o abre hasta antes de anochecer. La famosa Guairita, donde tantas cervezas me tomé, para caminar muy "prendío" hasta la avenida Lara a buscar un "carga loco", que eran unos carros todos destartalados que trabajaban solo de noche, que me dejara en algún lado. Ya no importaba cuál.