Memorias de un viajero de Cadivi

En tiempos de la cuarta viví de mis padres, quienes a su vez vivían de sus clientes. Eran bodegueros de pueblo de esos que habían forjado cierto patrimonio y no se metían en política hasta que llegó Chávez que con sus discursos amenazantes en contra de la propiedad privada los obligó a posicionarse contra él y en favor de sus intereses.

Ya profesional graduado de ingeniero, en una universidad pública por su puesto, emprendí algunos negocios propios, siempre con el apoyo pecuniario de los viejos. El más rentable fue el de contratista de una Alcaldía que dada la hegemonía chavista de la época no podía ser de otra parcialidad política. Pero mi verdadera y única lealtad era sin dudas con el capital, aunque en estos tiempos por supuesto que debí pagar tributos al chavismo y hacerme cómplice de sus componendas. Mi bienestar y el de mi familia lo justificaron.

Al salir de la jugada, de contratista, me tocó retornar al pueblo pero mi familia crecía y con ellas también mis expectativas de ingeniero merecedor de las mejores cosas de la vida. No me fui difícil emprender en negocios de comida, con la sempiterna ayuda de los viejos.

Así llegó la oportunidad de conocer mundos nuevos y con los cupos, inicié mis viajes fuera de frontera, primero al sur del continente. Después de varios de estos entendí que con cierto ingenio y audacia, algo que me sobraba, podía ir al mismo norte. Así lo hice y después entendí que Europa no estaba lejos de las posibilidades.

Después del periplo por Europa, me quedó la espina de un viaje a Asia. Era cuestión de tiempo, esperar la nueva asignación de cupos y de completar los requisitos burocráticos, ocurridas ambas cosas, se puso en marcha el viaje, destino Japón. Fue uno de mis últimos viajes, al menos de los financiados por Cadivi.

Después vinieron las vacas flacas. Los negocios que administraba se vinieron abajo, los cupos fueron eliminados, el chavismo entró en crisis y la emigración se planteó, para mí y para muchos como yo, como algo inminente. Es verdad que había podía viajar y conocer con mi familia 11 países en poco tiempo, pero el comunismo estaba poniendo en serio peligro a mi familia y mi futuro. El patrimonio de los viejos había sido severamente menguado por el modelo político fracasado del socialismo.

Sin pensarlo mucho, con un pana de viajes, decidimos irnos del país, en principio dejando la familia. A los 6 meses, ya estaba instalado con la familia en un país sureño que se ofrecía como la mejor alternativa para un "exilio" voluntario del régimen venezolano.

Al principio fue duro, pero después de un par de años ya había logrado instalar negocio propio, pero vino la crisis y la amenaza de convulsión política. Decido irme antes de que todo se complique. Destino el norte, ya con unos recursos ahorrados para comprar documentos.

Llego al sur del norte, a los 15 días, después de una estafa típica a quienes aspiran comprar ciudadanía gringa, vuelo a Europa, ya no como turista sino como inmigrante.

Allí logró instalarme primero en una isla, hasta que llega la pandemia, resisto 8 duros meses, consumiéndome los ahorros. Luego viajo al continente, allí con apoyo de un familiar me instalo, "trabajo negro" es lo que me recibe, pero en esos países no se puede vivir sin trabajar, me siento en el paraíso.

Aquí me instalo, quien sabe, tengo esperanzas que el régimen en Venezuela termine de caer y así poder volver a la Venezuela de la cuarta, donde eramos felices hasta que Chávez llegó a cambiarnos el mundo a todos.



 



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Juan González


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