¿Por qué perdió la oposición?

Nota de Aporrea: Roberto Hernández Montoya es director de la BitBlioteca en Analitica.com
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Surgunt indocti et ropiuni regum coelorum, nos, autem, cum nostris litteris, margimur in profundum.

Surgen los humildes indoctos y arrebatan el reino de los cielos, mientras ¡ay! nosotros con nuestras letras nos precipitamos en lo profundo.

San Agustín

Fábula con moraleja

Había una vez un rey infeliz que tenía un criado feliz. Un día preguntó al criado el secreto de la felicidad.

—No sé, Serenísima Majestad. Soy feliz y ya.

El monarca preguntó entonces a un sabio de la corte el secreto de la felicidad. El docto le pidió 99 monedas de oro, que regalaron al camarero. Arrebatado, entregó el resto de su vida a obtener la centésima moneda. Se amargó, servía mal al rey, quien lo despidió.

La moraleja es de fácil deducción. Salvo para los saboteadores de Petróleos de Venezuela (PDVSA). Tenían todo lo que un corrupto sueña para ser feliz —¿son felices los corruptos? Manejaban más presupuesto que el Estado, nadie les estaba disputando eso, pero querían la centésima moneda: el control del Estado. No salgo de mi asombro ante la forma en que perdieron PDVSA, tan fácil y por nada. No previeron que el pueblo recogería el guante y cayeron en su propia lógica diabólica. «Si PDVSA va al paro, el país colapsa en una semana», calculó Luis Giusti,uno de los líderes del llamado a paro petrolero (El Universal, 24 de noviembre de 2002). Famosas últimas palabras. No colapsó. Pero ya no podían regresar al trabajo porque equivalía a transgredir el llamado a paro aunque perdieran el único botín que les interesaba: PDVSA.

Luego del Síndrome 99, están en el Síndrome de El Dorado: «Ya que tanto nos costó llegar hasta aquí, ¿vamos a regresar sin nada? ¿Quién quita que El Dorado esté detrás de ese cerro?». Están obligados a la catástrofe que eligieron: Hugo Chávez y nosotros no cabemos en Venezuela.

Los errores más temerarios

  • Sabotaje de la principal industria.
  • El paro general de diciembre fracasó, como era de esperarse en el mes de mayor intensidad comercial.
  • Instigación explícita al golpe por parte de militares alzados: «Hacemos un llamado a todos los integrantes de nuestra Fuerza Armada Nacional a que nos acompañen en esta misión, a todo lo ancho y largo de nuestra patria, y especialmente a aquellos compañeros de armas que están en la jurisdicción del Área Metropolitana de Caracas, que se presenten en la Plaza Altamira, la cual declaramos desde ahora TERRITORIO LIBERADO DE LA FUERZA ARMADA NACIONAL INSTITUCIONAL, para darle pleno respaldo a la voluntad popular, convocamos a la sociedad civil y al pueblo en general a que se declare en desobediencia civil» (22 de octubre de 2002, mayúsculas sic —ver texto completo del pronunciamiento).
  • Suspensión del suministro petrolero que el gobierno había acordado con los Estados Unidos.
  • Terrorismo mediático. Hay gente que se arma a la espera del asalto de «hordas» chavistas y traumatiza a sus niños en simulacros delirantes.
  • Suspensión de los derechos a educación, propiedad, salud, trabajo, libre circulación.
  • Exuberante arrogancia ante los corresponsales internacionales (ver texto completo de la rueda de prensa).
  • Desentenderse del paro, una vez fracasado.
  • Llamar el 2 de febrero a un referendo inviable tanto constitucional como operacionalmente. Convirtieron un referendo consultivo en uno revocatorio y vinculante; con un Consejo Nacional Electoral espurio; solo con testigos partidarios del «sí»; sin Plan República ni automatización; con 500.000 firmas fraudulentas según Súmate —la empresa auditora que ellos mismos contrataron— y no verificadas por la ciudadanía; financiado solo por la oposición; sin supervisión internacional. La barbarie, o sea.
  • Despilfarro del derecho a oponerse. ¿Quién se atreverá a convocar a un nuevo paro general en los próximos siglos?
  • Ruina generalizada de sus partidarios, en bancarrota o ahora sí parados, cesantes, despedidos, desempleados.
  • Y el disparate de donde dimanan todos: están estructurados para no percibir al pueblo (ver Cuento idiota).

La catástrofe

Una catástrofe, dicen los físicos, es una discontinuidad en un proceso continuo. El copo de nieve que desencadena la avalancha, el primer dominó que cae, etc. La dirigencia golpista acumuló presión y más presión en la olla, calculando —mal, como siempre— una Navidad sin Chávez. No fue así y, como estrategas pésimos que son, no previeron retirada. Los soberbios pierden las guerras. Napoleón tampoco previó su retirada de Rusia, entrampado en su propia lógica. Parecido creyeron aquí, guardando las proporciones: «¿qué van a mover el tanquero Pilín León? Esos balurdos salen en desbandada». Y nunca tuvieron Plan B. El único que tuvieron siempre fue el Plan A(bril), el guion del golpe mediático de abril de 2002, en orden sucesivo:

  • paro ficticio,
  • paralización de PDVSA,
  • marcha desviada,
  • gobierno sin política de comunicaciones y militarmente desprevenido,
  • generales pronunciándose por televisión,
  • entrega de Chávez,
  • represión masiva, etc.

Se aferraron a esa receta. ¿Quién se la dictó? No funcionó una vez más, porque el gobierno y su gente estaban prevenidos.

Andan en lo que la sicología llama «etapa de negación de la evidencia»: «¿Cuál paro?», pregunta ahora Carlos Fernández, presidente de la patronal que lo convocó el 2 de diciembre de 2002 en medio de un triunfalismo suicida (El Universal, 23 de enero de 2003). Lo mismo en sustancia declara el 21 de enero de 2003 Carlos Ortega, presidente usurpador de la Confederación de Trabajadores de Venezuela. No hubo golpe ni paro ni sabotaje de PDVSA ni escasez de combustible ni muertos ni Plaza Altamira. George Orwell en Venezuela sería costumbrista. Son como el Coyote del Correcaminos.

El punto de inflexión de la catástrofe se produjo cuando el tanquero Pilín León levó anclas. En ese momento el país —oposición globotomizada incluida— comprendió, consciente o inconscientemente, que Chávez había empezado a ganar la batalla.

Lo que dejó la tempestad

Lo único que les queda son los medios y están haciendo todo por perderlos, malogrando masas de dinero que ni Cisneros tiene. Como les van a quitar el sueldo, muchos periodistas hasta ahora dúctiles podrían «descubrir» la ignominia de los medios. O todo junto: quiebra y motín. Para no hablar de la posible revocación de las concesiones. La implosión, o sea. ¿Se matarán como Chacumbele, como el resto de la dirigencia opositora? (ver Luis Britto García, «Las tareas revolucionarias de la ultraderecha», Question, Nº 7).

Las Ardenas de la oposición

Es un abuso comparar a cualquiera con Hitler, entre otras razones porque Hitler es incomparable. Perdonen entonces la equiparación, pero es inevitable y solo la hago a continuación por analogía, guardando las proporciones, como con Napoleón arriba.

Hitler lanzó en diciembre de 1944 su última ofensiva. Contra la recomendación de su Estado Mayor, el Führer decidió un ataque temerario en las Ardenas y empleó lo mejorcito que le quedaba, ya decisivamente disminuido. Quería abrir una brecha y levantar la moral de su gente, después del desastre en la URSS y en Normandía.

Perdió. Por la ceguera a que induce la prepotencia. Cayó en su propia trampa. Convirtió un medio en un objetivo y en estrategia lo que era táctica. Era todo o nada. Por más poderoso que alguien sea, no puede ser más poderoso que todo el mundo. Y pensaron que Chávez era un tipo «normal», o lo que ellos consideran «normal», que se rendiría ante un desafío de cierta consideración. Ningún presidente puntofijista, salvo Rómulo Betancourt, hubiera aguantado esta ofensiva. Por eso el editorial de El Tiempo de Bogotá del 21 de enero de 2003 se tituló: «Chávez se atornilla». Convirtieron un paro —un medio— en un fin. Dice Domingo Alfonzo Bacalao: «Tras la ruina de buena parte de los comerciantes que, paradójicamente, les aupaban, han convertido el paro, que era un mecanismo, en un fin, con la posibilidad cierta de destruir ahora, el parque industrial de Venezuela» («Estadistas minúsculos», Notitarde, 17 de enero de 2003). Timoteo Zambrano lo advirtió: «El paro no es un fin sino un medio», El Universal 24 de noviembre de 2002.

¿A qué nuevo fracaso conducirán a la multitud confiada que los apoya, que mantienen en vilo, aterrorizada con su guerra sicológica mediática, que ha sido su único éxito?

Es lo que la dirigencia de la oposición tendrá que aprender. Hasta donde puede asimilar algo esta dirigencia borbónica, que ni olvida ni aprende.



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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

 roberto.hernandez.montoya@gmail.com      @rhm1947

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