¡La jerarquía sacerdotal fue responsable de su muerte! (1/2)

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaron un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían ante ese conclave. Finalmente comparecieron dos personas que declararon: "Éste ha dicho: Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días". El sacerdote presidente de la conferencia reunida se puso en pie y le dijo: "¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?" Pero Jesús callaba. Y el presidente de la conferencia le dijo: "Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo". Entonces el presidente de la conferencia lleno de ira rasgó sus vestiduras diciendo: "Has blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de oír testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?" Y los asistentes a la Conferencia de máximos representantes del sacerdocio contestaron: "Es reo de muerte". Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo: "Haz de profeta, Mesías; dinos quien te ha pegado" (Mt 26, 59-68).

Los burgueses judíos del pueblo buscaban deshacerse de Jesús y ahora se les presentaba la ocasión y no quieren dejarla pasar, por eso le acusan injustamente y de noche le condenan. En estas horas turbias y oscuras sentencian a muerte a Jesús. Lo de menos es si aquel hombre es o no inocente, ellos sólo reparan en que Jesús va contra sus intereses. Y aunque la Ley prohibía juzgar de noche, no se detienen ante nada y convocan a todos los integrantes del Sanedrín. No les importa la verdad, y Jesús sabiendo que es así, calla. Viéndose frente a sus acusadores llenos de envidia y de odio, sigue callado ante aquella acusación injusta porque la verdad resulta tantas veces incómoda. El Sanedrín era el Supremo Consejo de Notables Sacerdotes de Israel, algo así como la Conferencia Episcopal Venezolana, presidida por uno de ellos, un Tribunal Supremo de Justicia constituido por 72 jueces sacerdotes. Cuando Jesucristo resucitó a Lázaro muchos judíos creyeron en Él, pero otros fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín: "¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos signos?" "Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación". Uno de ellos, Caifás, que aquel año era el sumo sacerdote, Presidente del Sanedrín les dijo: "Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación". Pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, desde aquel día decidieron darle muerte (Jn 11, 45-53). Cuando San Juan afirma que Cristo iba a morir para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos, se refiere a lo que Jesús había dicho acerca de los efectos salvíficos de su muerte. Ya los profetas habían anunciado la futura congregación de los israelitas fieles a Dios para formar el nuevo pueblo de Israel. Estos vaticinios se cumplieron con la muerte de Cristo que, al ser exaltado en la cruz, atrae y reúne al verdadero Pueblo de Dios, formado por todos los creyentes; sean o no israelitas.

Decidida la muerte de Jesucristo, sus enemigos acordaron apoderarse de él con engaño; y habían dado órdenes de que si alguien sabía dónde estaba, lo denunciase para poderlo prender. Pero dijeron: "Que no sea durante la fiesta, para que no se produzca alboroto entre el pueblo" (Mt 26, 5). Buscaban el modo de prender a Jesús y encontraron un aliado inesperado en Judas Iscariote. Que las autoridades de Israel quisieran evitar el alboroto del pueblo indica la popularidad de Jesús, y lo prendieron con engaño; es ya la primera de las afrentas que le hacen a Cristo en el proceso. Después le siguen otras muchas: el soborno a un traidor, los falsos testimonios de la condena, las burlas en la cruz, etc.; y, todo, "por envidia". En casa de Caifás los jerarcas sacerdotes y el Sanedrín acusan a Cristo de alborotador y el título de la condena de Pilato será haberse proclamado Rey de los Judíos. Los tres evangelios sinópticos coinciden en señalar que la acusación se refería a sus palabras sobre el Templo. Las palabras "destruid este Templo y yo lo reconstruiré en tres días" (Jn 2, 19)



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José M. Ameliach N.


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