Miranda y la oligarquía caraqueña

A La Licenciada Ana Teresa Duque Maldonado, en sus ochenta y siete años.

Miranda nace en Caracas el 28 de marzo de 1750, en una casa situada, según Enrique Bernardo Núñez, en la Cuadra de la "Divina Aurora", esquinas de Padre Sierra y Bolsa. Miembro de una familia numerosa, sus padres fueron don Sebastián Miranda, canario, propietario de una tienda de mercancías y doña Francisca Antonia Espinoza, y sus hermanos, Ana Antonia, Rosa, Micaela y Xavier, y con ellos vivían además, el agregado don Francisco Inda, y los esclavos Manuela, Juana, Eusebia, Rosario, María Teresa y María Rita, José An¬tonio, aparte de tres sirvientes libres; como se diría en las ciencias sociales de hoy, una familia extendida.(Cf. Núñez, E.B, "La ciudad de los techos rojos" pp. 158-159).

El Valle de Caracas alabado por muchos visitantes gozó a lo largo de la época colonial la caracterización de ser zona favorecida en extremo por la naturaleza. Su clima y paisaje, sus hermosas mujeres, sus hombres vivaces en la vida política y económica fueron contantemente ensalzados por viajeros y visitantes, que dejaron sus anotaciones al respecto.

Para la historia, José Oviedo y Baños recoge impresiones de la Caracas de su época, y nos deja el siguiente testimonio:

"En un hermoso valle, tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable, que de Poniente a Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud, y un poco más de media de latitud, en diez grados y medio de altura septentrional, al pie de una altas sierras, que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el recinto que forman cuatro ríos, que porque no le faltase circunstancia para acreditarle paraíso, la cercan por todas partes, sin padecer sustos que la aneguen: tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta , ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen: sus aguas son muchas, claras y delgadas, pues los cuatro ríos que la rodean, a competencia le ofrecen sus cristales, brindando al apetito en su regalo, pues sin reconocer violencias del verano, en el mayor rigor de la canícula mantienen su frescura, pasando en el diciembre a más que frías; sus calles son anchas, largas y derechas, con salidas y correspondencia en igual proporción a todas partes; y como están pendientes y empedradas, ni mantiene polvo ni consienten lodos; sus edificios los más son bajos, por recelos de los temblores, algunos de ladrillo y lo común de tapias, pero bien dispuestos y repartidos en su fábrica las casas son tan dilatadas en los sitios, que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias, que cruzan la ciudad, saliendo encañadas del río Catuche, producen una variedad de flores, que admira su abundancia todo el año, hermoseándola cuatro plazas, las tres medianas, y la principal bien grande y en proporción cuadrada. (Oviedo y Baños, José. "Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela" p, 232).

Agreguemos la descripción que ya en la época de la infancia de Bolívar hace Augusto Mijares, sobre fauna y flora en la Caracas de entonces. Dice Mijares: "Todas las casas de Caracas eran entonces de una sola planta y en sus corrales o patios posteriores crecían árboles frutales que atraían a los pájaros. Inclusos los más salvajes llegaban desde la vecina montaña, seducidos por los naranjos y guayabos que desbordaban por encima de los muros exhibiendo su dorada y olorosa carga…los azulejos de tan rápido vuelo que parecen un relámpago azul entre la fronda; los gonzalitos, amarillos y negros; los turpiales, que a estos dos colores unen finos matices rojos, y tienen los ojos ribeteados de azul; los arrendajos, que imitan los toques de clarín; el capanegra, de tímido canto, parecido al de un canario que no hubiera terminado su aprendizaje; el desafiante cristofué, de abombado pecho amarillo; los cardenales, de suntuoso traje rojo y negro, los colibríes, que en Venezuela llaman tucusitos…"

"Flores, frutas y pájaros formaban de esa manera, bajo el exigente sol de los trópicos, un torbellino de colores, aromas y cantos". (Mijares, Augusto. "El Libertador" p. 22-23)

Acogemos estas dos descripciones, que simplifican la explicación y nos evitan, además, recurrir a otras de ilustres visitantes, que también dejaron interesantes testimonios sobre la ciudad de Caracas y su esplendoroso valle y su prodigiosa montaña.

En ese ambiente bucólico, paradisíaco, de inmensas posibilidades se van a encontrar el aborigen y el español, en una lucha abierta y desigual, por las armas disponibles y por las estrategias utilizadas. El español trae su larga historia de luchas en distintos escenarios europeos, y con diferentes pueblos; curtido por la guerra es un hombre que con su rodela, su espada, su mosquete, su arcabuz, su caballo y sus perros sanguinarios amaestrados para matar, se siente superior a su enemigo en la contienda. Es el hombre fiero, aguerrido, duro, empecinado en sus objetivos, que nos pinta con lujos de detalles en todas sus características sociales y psicológicas Rufino Blanco Fombona, en su estupendo estudio "El conquistador español del siglo XVI". El indígena lo enfrenta con su primitivo instrumental guerrero, pero no exento de bravura, valor, coraje y picardía. También los españoles le tienen miedo y pavor a sus mortales flechas.

La lucha es para defender su bella heredad el indio, y para el español tratar de posesionarse de una tierra que a simple vista era prodigiosa. Se buscaba fundar una ciudad en el atractivo valle. Quien venía de los desiertos ardientes de Coro, Maracaibo y el Tocuyo, y de las frías cumbres andinas, y de sus primeras incursiones por los llanos, llegar a esas tierras y posesionarla prontamente fue su deseo inmediato. Pero la lucha fue larga y difícil. Los españoles enfrentaron a los más valerosos caciques, Guaicaipuro, Tamanaco, Paramaconi, Sorocaima, Tiuna, que rindieron su vida, sin pedir ni dar cuartel.

Pero con el vencimiento de los indígenas y la fundación de Caracas no llegó la paz y tranquilidad al admirado valle. Las luchas de los blancos entre sí, y con la población producto del mestizaje étnico continuaron por la propiedad de la tierra, valor económico fundamental y sobre la que se levantó la oligarquía terrateniente, también llamada, los mantuanos, de significativa presencia y acción en nuestra historia.

Las mercedes de tierras, la ocupación, particularmente de reservas indígenas, de baldíos, de terrenos vacos por muerte del solicitante, o por no construir sobre él en el tiempo estipulado, las composiciones, solicitudes y compras fueron procedimientos para que en el transcurso del tiempo una minoría fuera paulatinamente posesionándose del valle de Caracas y valles circunvecinos, los feraces valles de Aragua y del Tuy, hasta conformar una poderosa casta social, que históricamente se les conoce como los "amos del valle". En su estudio sobre "La vivienda de los pobres", realizado para el Estudio de Caracas, U.C.V., con motivo del Cuatricentenario de la Ciudad, Miguel Acosta Saignes, por contraste, presenta valioso y profuso inventario de reclamos, exigencias y condiciones para la obtención de terrenos, materiales, mano de obra, y condiciones para la construcción de viviendas, y su alquiler o compra, en el largo período colonial, los más perjudicados los pobres, en la medida que la ciudad expandía sus fronteras, debido a su crecimiento físico.

Esa oligarquía pidiendo favores a la corona y por sus servicios al rey, utilizando sus recursos políticos y económicos, desde los ayuntamientos o cabildos, su ciudadela de acción, impusieron con rigor una especie de oligarquía feudal, que a semejanza de España, se otorgaban rasgos de nobleza y superioridad social para explotar a su antojo a las otras castas. Propietarios de esclavos, dueños absentistas de haciendas y fundos pecuarios, desdeñando el trabajo manual, fundamentaban sus riquezas en la explotación sin límite de la mano de obra esclava y servil, para el cultivo del tabaco, el añil, el cacao, el algodón, el café, el ganado y la explotación de los cueros, las maderas tintóreas…, renglones de producción y de exportación significativos en la Venezuela Colonial.

La respuesta inmediata a este cuadro social de explotación y desafueros fueron las constantes insurrecciones de esclavos, de indígenas, de pardos, de blancos, que como preámbulos desembocaron luego en las luchas por la independencia.

De la controversia de la oligarquía terrateniente, como casta superior, opulenta con las otras castas, inferiores y de baja consideración y significación, se destaca su enfrentamiento con los comerciantes o canastilleros, raíz de la burguesía venezolana, que por su condición de trabajadores manuales no eran asimilables a las ocupaciones propias de la oligarquía. Resquemores, animadversión, envidias y odios acrecentaban las diferencias, en una sociedad que se orientaba ya hacia su conformación de un todo de clases sociales divididas.

En este cuadro se inscribe el conflicto de Sebastián Miranda cuando le fue negada por los mantuanos su pertenencia a la milicia de blancos, en calidad de capitán, y su derecho a utilizar uniforme militar. La controversia llegó hasta el rey, y aunque se le reconoció a Miranda sus derechos, los mantuanos aplicaron su vieja fórmula de "se acata pero no se cumple".

En ese ambiente transcurre la infancia y juventud de Francisco de Miranda, estudiante de la Universidad de Caracas, quien sin concluir sus estudios, a los 21 años parte para España a iniciar la carrera militar. Es un hombre, aunque joven, que sin duda anidará en su seno los resentimientos ocasionados por la acción de los mantuanos con su padre.

La oligarquía caraqueña, en un pueblo pequeño donde todos se conocían, pensaría que Miranda iría a España, para formarse y regresar, para ocuparse de los intereses de su familia, como era lo común entonces. Militar, letrado o sacerdote, era el destino de los hijos de familias con posibilidades.

Pero lejos de imaginar estarían, que el joven que se iba estaba destinado a otros destinos, la promoción como Precursor e iniciador de la Independencia Hispanoamericana, y su participación en los tres grandes movimientos revolucionarios de su época.

Y no regresó tan pronto Miranda. Durante cuarenta años anduvo por el mundo, conociendo hombres relevantes, mujeres de propia valía, paisajes, ciudades, y distintos rasgos de cultura, en distintos escenarios, para ser reconocido como hombre culto, letrado, de inagotable formación, hombre de visión universal, y considerado como "El Quijote de la Libertad". (Excelentes biografías sobre el personaje son, entre otras, la de Mariano Picón Salas, José Nucete Sardi, Tomás Polanco Alcántara, Denzil Romero, Carmen Bohorquez, José Grigulievich Lavretski, José María Antepara, y desde luego, sus propios escritos, en su DIARIO y en su fenomenal ARCHIVO).

Manifestó, sin embargo Miranda un claro desapego con su familia y con la ciudad, que lo vio nacer. Evidentemente no tuvo contacto con su familia, olvidados, sus padres murieron sin verlo jamás, y su padre esperaba inútilmente sus cartas. Enrique Bernardo Núñez refiere la exhortación que su cuñado Francisco Arrieta, casado con su hermana Rosa, le hace en el sentido del acercamiento familiar. "Escribe a tu padre- le dice en carta fechada el 25 de febrero de 1782-, no puede ser feliz y honrado el que no cumple con esa obligación". (cf, Núñez, op. cit., p.159); y con respecto a la ciudad, contrasta su indiferencia en comparación con el supremo delirio que Bolívar manifestó por ella, en diversas cartas y documentos. Sin embargo, a su muerte Miranda legó sus libros clásicos griegos a la Universidad de Caracas, su Alma Mater.

Cuando Miranda regresa a Caracas trae consigo su bien ganada fama de luchador revolucionario por la libertad, pues en su largo periplo por el mundo de su época, su misión consistió en abogar, reclamar, exhortar, convencer, formular planes, organizar expediciones, ganar adeptos para su muy querida causa de la libertad hispanoamericana.

Los mantuanos caraqueños ya sabían de sus intenciones, y con el poder español como apoyo iniciaron sus esfuerzos para conducirlo al fracaso, entorpeciendo sus actuaciones y planes, y desde sus fallidas expediciones a Venezuela en 1806, trataron de minimizar sus esfuerzos tildándolo de agente inglés, y atacándolo en todo lo posible. Para ellos Miranda no era su igual, no era mantuano, y pusieron de nuevo sobre el tapete la animadversión hacia su persona, que era revivir la tragedia de su padre, el canario comerciante. Su efigie fue quemada en la Plaza Mayor de Caracas, y su cabeza puesta a precio.

Muchos historiadores e intérpretes de nuestro pasado, al analizar la acción mirandina en tierras venezolanas, aunque reconocen su brillante hoja de servicios militares y de estratega en los campos de batalla que le tocó actuar, y de sus habilidades políticas y de pensador filosófico y social, manifestadas en su portentosa vida de conspirador, planificador de propósitos y luchas, negociador y promotor y generador de ideas, atribuyen mayormente su fracaso en Venezuela a desconocimiento e inadaptación a las condiciones del trópico, a no saber conducir tropas bisoñas, y a su carácter soberbio y atrabiliario, entre otras. Es idea que prevalece en muchos, sin tomar en cuenta el papel jugado por la oligarquía mantuana, en los inicios de la lucha independentista, que veía en Miranda un obstáculo a sus propios propósitos, que no eran los del colectivo venezolano y sus reales dirigentes que aspiraban a la independencia total. Y trabajaron abierta y subrepticiamente, para obstaculizar, retener y frenar las acciones, del que debía ser la primera cabeza de la revolución independentista. Y actuaron en consecuencia. Veamos.

Cuando los acontecimientos del 19 de abril de 1810, al enviar la misión diplomática a Londres, los dirigentes previenen a Bolívar, López Méndez y Bello, a no establecer por ningún respecto contacto alguno con Miranda, clara manifestación de las expresiones de sus resentimientos y ojerizas, hacia el indeseado personaje. Pero los noveles diplomáticos hicieron caso omiso, y Miranda fue su más entusiasta apoyo en el cumplimiento de su misión y diligencias.

Cuando regresa Bolívar de su misión a Caracas, invita a venir con él a Miranda, quien con entusiasmo veía llegado el momento cumbre de su larga lucha emprendida por la Independencia. Por recomendación de Bello, llegan separadamente. Los oligarcas manifiestan su desacuerdo con la llegada de Miranda, pero al fin la aceptan al ser prohijada su presencia por los Bolívar, y otros jóvenes miembros de reconocidas familias mantuanas.

Y Miranda comienza entonces a incorporarse a su tarea en medio de un ambiente hostil y desfavorable, de soslayo a su persona. Y ocurre, que a la hora de escogerse los miembros del Congreso, el nombre de Miranda no es considerado. Sólo después de mucho discutir se le nombra como representante de El Pao, pequeña población de la provincia de Barcelona; y cuando se nombran los miembros de la Junta Directiva, Miranda no es tomado en cuenta, para integrarla, tampoco se le considera para formar parte del triunvirato ejecutivo para el Gobierno de las Provincias, y éste apesadumbrado expresa: "Me alegro de que haya en mi tierra personas más aptas que yo para el ejercicio del supremo poder"

A modo de ilustración, un testimonio de la ocurrencia de estos hechos, reveladores de los mutuos resquemores de uno y otros, en sus relaciones, lo ofrece Juan Germán Roscio en el recuento que hace a Bello de la conducta de Miranda, en correspondencia de fecha de 9 de junio de 1811 (Bello, Obras Completas, Epistolario, Tomo XXV, vol. I, pp. 27-39). Roscio no es mantuano, pero como distinguido jurista tiene el reconocimiento de la oligarquía. En la carta en referencia, enviada a Bello a Londres, Roscio le refiere con lujo de detalles los distintos hechos en que se traslucen los roces y desacuerdos entre Miranda y los altos políticos y mandatarios oligarcas caraqueños. Roscio deja entrever a Miranda como el responsable de su propia situación, y a los mantuanos como resistiendo los embates del proceder de Miranda.

Al leer la carta, tal vez Bello pensaría en desconsideración por parte de Roscio con su persona, el hacerle llegar tales desatinos, pues Bello era amigo de Miranda, en cuya casa vivía Bello bajo la protección de su mujer Sarah Andrews, utilizando su inmensa biblioteca para sus estudios e investigaciones, cuando Miranda viene para Venezuela. Pero las desavenencias entre las gentes no tienen límites. Por otra parte, no hay que perder de vista cierta enemistad entre Miranda y Roscio, como consecuencia de haber sido éste fiscal en el proceso judicial, cuando el fracaso de Miranda en sus intentos expedicionarios de 1806.

Además de los hechos políticos arriba referidos, sin ser todos, son todavía más significativos los relativos a la actuación militar. En las primeras asonadas militares, el nombre de Miranda no figura. Para comandar la tropa se nombra al marqués del Toro, sin tomar en cuenta las protestas y razones de Miranda. Interés de la oligarquía caraqueña es minimizar en lo posible, la importancia del personaje y evitar a toda costa su encumbramiento como jefe de significación en el proceso revolucionario que se vivía. El fracaso del marqués del Toro en la campaña de occidente, agrava la situación, y ante lo difícil de los hechos suscitados, se decide al fin nombrar a Miranda Generalísimo, con suficientes poderes para solventar los acontecimientos.

Sin embargo, no cejan los mantuanos en sus nefastos intereses. Mueven sus hilos de poder para que Miranda siga atado a las directrices emanadas desde el Congreso y el Gobierno capitalino, que retardaban los permisos y acuerdos establecidos, para que el generalísimo tomara las decisiones necesarias y a tiempo para enrumbar su acción. Anulando y entorpeciendo así sus planes y realizaciones, orientándolos al fracaso.

Con la situación agravándose cada vez más, y agudizándose por el prevaleciente malestar económico, el estremecimiento de la tierra, los obstáculos del mantuanaje, la insurrección de los negros de Barlovento, y el rápido repunte de las fuerzas españolas por occidente, con Monteverde a la cabeza, ante tantos inconvenientes, indeciso para enfrentar al enemigo, y quizás para evitar derramamiento de sangre inútilmente, se ve Miranda obligado a capitular, y a tomar el camino de La Guaira, pues aspiraba ir a la Nueva Granada, para con la ayuda de Nariño regresar a reorganizar y recomenzar la lucha, planes que ya había confiado a su amigo Pedro Gual, a quien había designado para ejercer la representación de Venezuela en los Estados Unidos, en sustitución de Telésforo de Orea.

Ante estos acontecimientos, además de ineficiente, el mantuanaje, con el marqués de Casa León a la cabeza, califica a Miranda de traidor, y le hace falsamente la acusación de haber tomado caudales para la huida; y con ello, sobrevienen los tristes acontecimientos del 30 y 31 de julio de 1812, en La Guaira. Azuzados por el coronel Manuel María de las Casas y Miguel Peña, ya en connivencia con los españoles, sus jóvenes oficiales, entre ellos Bolívar, sin mando alguno, presionados por las circunstancias, lo hacen prisionero y lo entregan a Casas, y éste lo entrega a las autoridades españoles, que ahora controlan el Puerto y ordenan su cierre, y la prohibición de la salida de barcos.

Miranda es internado en el Castillo de La Guaira, desde allí fue remitido al de Puerto Cabello, donde escribe el 8 de marzo de 1813 su célebre Memorial a a La Audiencia de Caracas, luego es enviado a Puerto Rico, donde también envía una Representación a las Cortes Españolas, el 13 de junio de 1813, ambas reclamaciones fueron ignoradas y, finalmente, es remitido a La Carraca de Cádiz, donde sometido a los rigores de las cárceles españolas ansía y programa su huida, con ayuda y apoyo de amigos; en eso estaba, cuando cae con una apoplejía, que lo conduce a la muerte, el 16 de julio de 1816, a sus 66 años.

Rendía así su vida este venezolano de excepción, hombre de alcance universal, políglota, y ávido de conocimientos, que recorrió el mundo llevando siempre en alto el sueño y la bandera de la Libertad Hispanoamericana, desengañado, lejos de los suyos, su mujer y sus hijos, a quienes no volvió a ver más desde su salida de Londres, para su desventurada aventura en su propia tierra de nacimiento. Mientras la lucha por la independencia recrudecía por los distintos confines americanos, conducida con denuedo por los libertadores, con Bolívar al frente.

Como resultado de esta ligera recensión, sostenemos como conclusión: Para la historia, la oligarquía caraqueña vela con su arrugado manto su propia actuación ante la acción y participación de Miranda en la gesta emancipadora, y responsabiliza a Bolívar, por quien también manifiesta ojeriza y animadversión, del acto de haber entregado al ilustre anciano a las autoridades españolas. Bolívar desdeñó siempre tan malsana acusación, manifestó constantemente su admiración por Miranda, y tuvo buen acercamiento y trato con los hijos de Miranda, Leandro y Francisco, cuando estos vinieron a establecerse en La Gran Colombia.



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